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Ha sido un gran camino el que ha tocado recorrer y muchas horas de coche por las sinuosas carreteras escocesas hasta que hemos dado con el muro. Y justamente lo hemos hecho en un momento en el que teníamos la guardia bajada y no esperabamos toparnos con el de ese modo. Los dominios del imperio romano además de extenderse a lo largo y ancho del Mediterrráneo y vivieron unos cuantos siglos a sus anchas sin que nadie les plantara cara conquistando y metiéndose «pa´la saca» todo sitio por el que pasaran como si fueran el primer jugador en una partida de Monopoly. Pero aparte de la aldea de los irreductibles galos a la cual hoy no haré referencia, quedó otra zona a la que no pudieron acceder: Escocia, la tierra de los Pictos. Conversaciones profundas aparte relacionadas con si fue Obelix el que ayudó a los Pictos a mantener a raya a los romanos o no, el hecho feaciente es que los romanos no pudieron someter a los que ellos mismos consideraron «los salvajes». Por ese motivo decidieron construir un muro que les separara y con el cual no tendrían que preocuparse de si se pasaban la noche en el pub o si montaban a caballo sin calzoncillos. El primer muro y principal fue el muro de Adriano, el cual se encuentra hoy en día dentro de territorio inglés. Y el segundo y aunque menos conocido no menos importante, es el muro de Antonino. Este segundo muro transcurría desde el fiordo del Forth hasta el fiordo del Clyde,cruzando la isla de lado a lado. Ninguno de estos dos muros tenía 100 metros de alto, ni estaba formado de hielo, ni tenía Jon Nieve esperando salvajes en lo alto con el torso desnudo en lo alto, pero tenían una importante labor de contención de salvajes.

El motivo de que acabáramos pasando el día en Falkirk, donde como os digo comienza el fiordo del Forth, era el ir a visitar los canales y la famosa Falkirk Wheel, una noria que sirve para hacer navegable el curso de un río que transcurría por zonas con mucha pendiente. Es una obra de arquitectura de la cual los escoceses se sienten muy orgullosos y que atrae ahora mismo a un montón de turistas con las tarjetas SedDientas vacías. Marta y yo estuvimos un rato con la típica cara esa de sacarse un moquete de la nariz mientras intentábamos descubrir el mecanismo de funcionamiento de la noria. Al final fue un poco decepcionante, por que tanto mecanismo gigante para resultar que el movimiento lo sigue proporcionando la electricidad, y nosotros como tenemos alma de seres preocupados por la eficiencia energética quedamos bastante decpcionados por semejante despilfarro energético para mover barquitos llenos de fondones turistas que no quieren mover el pandero cuesta arriba.

Total, que justamente cuando nos estábamos dando la vuelta para ir a ver a los Kelpies… leí de refilón un cartel que decía «Muro de Antonino». A lo que dije, vamos a seguir esa señal, ¡algo bueno nos debe esperar al otro lado!» Así que así fue como acabamos encontrando…el muro. Vale, el muro que vaís a ver en las próximas fotos es un poco decepcionante, quizá no sea ni siquiera un muro y las tetas del parque de las siete tetas son más grandes y más altas que estos montículos. Pero a esto se le conoce muro y a lo otro tetas, así de triste y real es la diferencia. Los romanos eran un poco sádicos. Como el muro no era de unas dimensiones desmesuradas, a no ser que no fueras de whisky hasta el orto era bastante fácil saltarlo. Pero para evitarlo, pusieron un montón de trampas a los lados para que el saltarlo fuera más parecido a un programa de humor amarillo. Agujeros, picas, piedras, trampas… todas las estratagemas necesarias para mantener a los esoceses asilvestrados al otro lado. Yo ciertamente entiendo un poco a los romanos en aquella época. Debieron llegar allá donde queda el muro de Adriano y este diría — «altooo, ¡para qué molestase con esta gente!». Y al cabo de los años antonino debió decir — «ay este Adri, que blandito que era. Tirad un poco pa´lante y hacedles entrar en razón». Pero que no, que no había manera. Que a cabezotas a esta gente no se la gana. Así que Antonino acabó diciendo — «ale, ahí os quedáis».  O te haces uno de ellos o te olvidas completamente, tercos como una mula eran esos pictos y cabezotas como ellos solos son los escoceses de hoy en día.

Claramente no tardé un minuto en intentar buscar la manera de saltarlo. Vale que ayudó el hecho de que no hubiera legionarios dando vueltas con las picas en alza, pero estuvo gracioso el estar haciendo el payaso intentando buscar la mejor instantánea dando rienda suelta a mi imaginación. Si este fue entretenido, no quiero ni pensar lo bien que me lo voy a pasar el día que lleguemos al muro de Adriano que parece estar hecho con bastante más interés. Aunque en mi defensa diré que cuando yo ya estaba cansado a Marta no se le ocurrió otra cosa que descender por el muro cual Gandalf apareciendo por el este al amanecer del quinto día roadeada por Rohirrim. Yo le insistía en que se estaba equivocando de saga, que el muro no era de esa, pero nada cuando le da por hacerse la anti-friki no hay quién se lo quite de la cabeza. Si por algo le digo yo que se está convirtiendo en dundonian…

A la vuelta al torreón de Dundee — donde todos los dundonians son hijos del dundonian primogenio –,  pasamos a ver a los Kelpies. Los kelpies son unas esculturas que dan entrada a los canales que terminan en la noria de la que os he hablado antes. Son una recreación a lo moderno de esta figura mitológica celta de la que nadie se acordaba hasta que los inauguraron. El sitio apesta un poco a agua estancada, pero las esculturas a lo grande de esos bichos son bastante sobrecogedoras cuando estás debajo, desde luego. Para que os hagáis a la idea del tamaño que tenían, lo compararía con el tamaño que cogió el brazo de Marta después de ser apuñalada por un McInsecto que pasaba por allí en ese momento, enorme. Mis conocimientos de primeros auxilios me hicieron salvarle la vida al succionar el veneno sin dudarlo para evitar la amputación. Gran reacción la mía, gracias. Y por criticar algo, tendré que decir que la ubicación deja algo que desear. Colocarlos al lado de la autovía y con dos postes de la luz detrás… hace que haya que hacer virguerías para hacer una buena foto.

Una vez que he encontrado el muro y he jugueteado un rato con el he decidido que mejor no lo salto. Prefiero quedarme donde estoy que al fin y al cabo no hace tanto frío y los caminantes blancos no son tan malos como los pintan en las series de la tele, aunque más que blancos son rosas. Además, con la puerta cerradita se está más a gusto y así no se nos escapa el gato. Mira que te tienen dicho que no sabes nada Jon Nieve.

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La mayor atracción del jubilado en Dundee tiene que ser pasear Perth Road de arriba a abajo. Perth Rd es una de las principales arterias de la ciudad, que empieza algo antes del aeropuerto, cruza todo el West End y va a desembocar al centro del pueblo. Esta calle está plagada de peluquerías — curiosamente más que cabezas de dundianos –, pubs y locales de comida de dudosa calidad. Y como Dundee tampoco es una ciudad con una tasa de población muy elevada, la probabilidad de encontrarse con algún conocido en esta calle es bastante elevada. Por eso digo que el plan del jubilado muy probablemente sea pasearsela de arriba a abajo sin mayor motivo que pasar el rato y cotillear para ver que se cuece por la zona.

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Dundee es una ciudad top. Además de ser un sitio potente a nivel científico dentro del Reino Unido, también es líderes a nivel de población con diabetes, embarazos adolescentes, alcoholismo, obesidad, caries…y otras tantas maravillas. El tema del alcohol es bastante serio. Si vas bajando por Perth Rd en dirección al centro, la probabilidad de encontrarte con uno o más perjudicados aumenta más o menos cada 100 metros, llegando a su apoteosis final en el momento que llegas al Overgate.  En ese momento te encuentras como en un juego de rol, si te dejaran tirar un dado te saldría pifia o te aumentaría en un 10% las posibilidades de sufrir daños a tu integridad física. Lo bueno que tiene que el mayor problema de la sociedad sea el alcoholismo es que la gente esté tan perjudicada es que son más inofensivos que una sierra sin dientes, pero eso no quita que  cada individuo que te cruzas sea más peculiar que el anterior.

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Hoy hemos salido a cenar al centro después de habernos pasado el día currando para preparar reuniones y presentaciones varias, sí, así somos, responsables de vez en cuando. Después de pasarnos un bonito día de domingo dejándonos los ojos y las posaderas intentando dar lo mejor de nosotros mismos por y para la ciencia, hemos salido a dar un paseíto y dejar atrás las malas ideas. Andar por Perth Rd el domingo por la tarde es como cruzar el Sahara en pleno agosto, no hay nadie. Parecía que la gente estaba parapetada en sus casas esperando la llegada de los cuatro  Jinetes del Apocalisis o algo así, pero una vez hemos ido acercándonos al centro, los personajes curiosos han comenzado a florecer. Dejando aparte a los beodos, hoy nos hemos encontrado a un repartidor de periódicos  que nos perseguía por todas partes. A simple vista parecían periódicos como el de La Farola en España, pero con un repartidor raro. Nos ha mirado, ha venido hacia nosotros, ha balbuceado algo en algún idioma que me cuesta creer que fuera inglés y ha pasado de largo emitiendo algún otro sonido. Hasta aquí nada especialmente raro, pero al poco tiempo ha vuelto a aparecer por otra calle siguiendo la misma estrategia, como si no nos hubiera visto un minuto antes. Pero en nuestra ruta de rarunos también nos hemos encontrado a una chica que corría de tienda en tienda con una mochila abierta mientras se el caían un montón de prendas de ropa. Parecía como el cuento de Hansel y Gretel pero con calcetines y otras cosas. Al devolverle unas mallas del gimnasio y un gorro me he quedado ganas de preguntarle si corría por que le había pasado algo o si es que era politoxicómana. No me gusta juzgar a las personas así sin conocerlas, pero es que esta chica me ha dejado con una sensación confusa. Y por último, el otro habitante curioso de Perth Rd con el que hemos tenido que lidiar hoy es con el estudiante gallito en coche vejestorio. Este individuo suele ir con sus colegas borregos en el coche con las ventanillas bajadas y gritando, eructando o tirando hielos a la vez que pasan por tu lado. Esto lo suelen hacer en repetidas ocasiones durante la misma noche, no siendo raro el tener que decir aquello de «mira, por ahí van otra vez». Hoy por suerte no nos ha tocado vivir la experiencia del hielo, pero el del gritito ha hecho los honores para ser el tercero en la clasificación de la noche de hoy. Digo yo que espero que esta no sea su táctica de seducción, por que si es así creo que tienen el futuro más negro que el culo de un grillo.

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Estos son algunos ejemplos de la colección de individuos que te puedes encontrar por aquí, No es que considere que Dundee sea una ciudad peligrosa ni mucho menos, pero en ocasiones puede llegar a ser raro de narices. Calmada y silenciosa por un lado…pero con sujetos inquietantes por otro. Tenía razón Melendi, en Moratalaz las aceras son sinceras. Si te cruzas con un chungo, corre. En Dundee, pasear por Perth Rd un domingo puede convertirse en una tarde de domingo rara, tal y como dijo Amaral. Avisados estáis.

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Se me ven los colores, lo se, pero es que estoy en plena explosión de felicidad. No me considero una persona supersticiosa pero el Taybridge Bar, el pub al que voy habitualmente a ver los partidos del Madrid aquí en Dundee, no me ha estado trayendo mucha suerte en estos dos años. No se lo que es, pero algo oscuro se mueve dentro de ese pub que hace que tres de cada cuatro veces que entro para ver un partido, el Madrid palma.

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Hoy no podía ser así y aunque no fuera por superstición, no me la podía jugar, había que darle la vuelta a la situación. Así que he dejado el bar de lado y me he venido a casa, donde me he hecho un ovillo en el sofá enganchado a mi bolsa de pipas. He abierto veinte páginas con veinte distintas retransmisiones distintas emitidas desde tropecientos países para ver la finalísima de la Copa del Rey. La calidad…dejaba bastante que desear, pero entraba dentro de lo esperable si se tiene en cuenta la cantidad de expatriados que hay por el mundo. Así que he complementado la imagen cortada y pixelada de la retransmisión con mensajitos de Whatsapp, correos y un desarrollo excepcional de la intuición. Confieso que he sufrido y gritado y también reconozco que he deseado que el arbitro pitara el final. Pero que felicidad señores, que felicidad. No me daban los dedos para teclear, tenía el pulso como para robar panderetas. Primer título dundiano y todavía una fuente sin localizar. Se me ha pasado la cabeza bajarme al Tay, pero no al Bridge, no, al río. Pero la idea se me ha ido tan rápido a la cabeza como Bale corriendo por la banda, por que Marta me ha echado una mirada de esas que te dejan las cosas muy claritas instantáneamente. Ahora, creo que voy a estar viendo el gol una semana entera.

De paso, ver este partido en casa me ha servido para darle mi más calurosa bienvenida a nuestros vecinos del piso de arriba. No quiero que  piensen que tienen un hooligan como vecino, pero espero que mis gritos les sirvan de medida disuasoria para que muevan su coche de nuestra plaza de aparcamiento. Han cometido el error de invadir nuestro sitio, y eso no puede ser, es invasión de territorio y ese está bien meado. Pero bueno, eso es otro tema a solucionar otro día. De momento hoy a dormir bien…¡hala Madrid!

«Quiero ver delfines y la aurora boreal, quiero ver delfines y la aurora boreal» Esta frase era una de las más repetida desde que vinimos a vivir a Dundee. Así a simple vista parece una frase bonita, llena de ilusión, alegría y esperanza, pero digo yo que por que no se nos ocurriría desear cosas más sencillas como ver borrachos a la entrada de un pub o buscar ovejas de colores por la campiña inglesa. No, teníamos que decidir tener que buscar cetáceos escurridizos y a las dichosas lucecitas nocturnas.

Resulta que hoy nos hemos levantado con un día con una pinta estupenda, despejado, bien soleado… mirándolo desde detrás de un cristal. Los días de invierno en los que en Escocia amanece así los debe cargar el mismísimo demonio, por que esa estampa digna de postal, como preparada para atraer un camión de turistas al grito de ¡bazinga! es sinónimo de grajo que vuela bajo. Esto a uno no le afecta mucho por que está metido en su urna de cristal haciendo como que trabaja por la ciencia y afuera…pues ya pueden caer estalactitas del tamaño del Pirulí. Pero a eso de las seis, cuando ya estaba planeando el recoger el petate y marcharme a casa para ver el fútbol tranquilamente ha surgido el rumor de que había alta probabilidad de ver la aurora boreal. En ese primer momento me he emocionado mucho, parecía que era el momento, Twitter hervía en comentarios diciendo que la gente estaba corriendo despavorida al campo para verla por que era uno de esos pocos días en los que se pueden ver desde tan «abajo». Así que nada, por no decir que no lo habíamos intentado he corrido a comprar unas linternas y una barra de pan para tener listo el kit de supervivencia básico — pipas y bocata de chorizo –, nos hemos puesto más capas que el muñeco de Michelín y hemos desentumecido el coche de los hielos que se aferraban con locura a sus tripas para después cruzar la Comarca hasta un paso más allá de donde McSamsagaz Gamyi jamás había ido –con todo el morbo que eso suponía. En ese lugar oscuro nos esperaban ya tres aventureros con un telescopio o algo así, vamos, con pinta de ser profesionales.

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Todo apuntaba bien, así que brújula en mano hemos decidido subir a una colina que había cerca nada más que por estar en un sitio algo más glamuroso que un aparcamiento de carretera en ese momento único de la vida en el que  un individuo de la Europa meridional tiene su primer contacto con la luz celestial. Parecíamos la comunidad del anillo pero con menos prisa. Un grupo desagrupado que miraba a todos lados en busca de lucecitas verdes mientras miraba al suelo para no meter los pies en los charquitos helados o para no ser devorado por una oveja hemofílica escocesa. Un show digno de una película de Hitchcock. Al final, hemos llegado a la cima para ver las luces del flash de la cámara de fotos y pasar más frío que cazando pingüinos. Ahora sí, luz no habría, pero reirnos lo hemos hecho un rato. En cuanto alguien se despistaba ahí estaba yo para gritar «¡¡¡las veo, las veo!!!» o un «yo creo que allí al fondo hay algo verde…».

Antes de perder la sensibilidad en los dedos de los píes hemos decidido aceptar la derrota y abandonar la colina antes de que las tinieblas se apoderaran de nuestros cuerpos Calippo. Y conduciendo de vuelta a casa he pensado que esto de las auroras boreales es un tongo. Todo el mundo habla de ellas pero nadie tiene fotos, sólo las que encuentras cuando lo escribes en Google y buscas en imágenes. Lo mejor es hacer una foto a una nube, irte al Photoshop y cambiarle los colores. No pasas frío y fardas mogollón. No se que habrá pasado al final, no se si las lucecitas del norte habrán aparecido más tarde o si la gente que aún esperaba en el aparcamiento cuando nos hemos marchado habrá perecido en el intento. Igual mañana me sorprendo y es portada en los periódicos, pero nosotros lo único verde que hemos visto esta noche ha sido la señal de punto de interés, por que ya os digo yo que a mí me da que Aurora se ha quedado en casa con la calefacción puesta.

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Hay momentos en la vida en la que por una conjunción de casualidades te ves destinado a tener que poner tus genes en juego y comprobar si realmente hay ciertas habilidades que te han llegado en herencia o si en cambio se han perdido para siempre. Puede ser una rallada filosofal muy chunga, pero creo que todo todo el mundo habrá oído alguna vez hablar de gente cuya familia ha sido desde siempre conocida por sacar en todas las generaciones grandes médicos, grandes arquitectos, deportistas u holgazanes olímpicos. En mi caso no creo que haya una habilidad ancestral concreta que me metiera presión acerca de donde tener que dirigir mis pasos, pero si es cierto que la gastronomía es algo que ha pegado fuerte al menos desde hace unas cuantas generaciones. Por una rama de la familia o por la otra el tema de las habilidades culinarias pega bastante fuerte, y uno nunca sabe si esto se ha heredado, se desarrolla espontáneamente o si requiere la invocación a algún ser divino oculto en la mazmorra más alta del castillo más remoto protegido por el dragón más terrorífico jamás visto.

El tema de la herencia se debe a que ayer tuve que enfrentarme a uno de los mayores retos que un nieto puede tener: emular las rosquillas de su abuela. Desde antes de que el mundo fuera mundo y de que yo supiera decir las alineaciones del Madrid de memoria, las rosquillas de mi abuela han sido una de las cosas más preciadas que mi tracto digestivo haya podido disfrutar. Ese refrito de harina bien atiborrado de azúcar y con ese toquecillo anisado… mmmmhhh, una delicia ¡a tope de nutritiva! En Dundee no se por que motivo ya nos hemos tenido que enfrentar a varias sesiones gastronómicas exclusivamente de dulces, a las que la comunidad hispana hemos decidido bautizar como «Fiestas de la Diabetes».

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Ayer, para celebrar el último día del verano — según el calendario gregoriano, por que aquí el verano hace unas semanas que se marchó — y la pseudo-despedida de nuestra joven compañera María (alias prima come cacahuetes de mono), nos reunimos en torno a una mesa con cocas de vidrio, buñuelos de calabaza, roscos fritos, rosquillas, pan de Calatrava,  mini-crepes y un platito de azúcar por si a alguno le parecía poca sustancia. ¡Ah!, y una tazita de chocolate Valor para remojar. En definitiva, una bomba sacarósica que a más de uno le ha hecho pasar una noche un tanto…pesada.

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En un principio había decidido darle una segunda oportunidad  a las torrijas e intentar repetirlas para perfeccionar la técnica, pero una semana un poco ajetreada me impidió poder ir al único reducto dundiano en el que se puede encontrar pan decente (el Lidl). El tema es que como aquí el pan no se pone duro hasta que no pasa bastante tiempo sino que se hace chicloso los primeros días, no me hacía disponer del tiempo suficiente para tener la mejor materia prima con la que enfrentarme a los fogones. Así que decidí echarle valor, utilizar el comodín de la llamada y despertar en mi el conocimiento necesario para hacer las rosquillas de la abuela. Sin mucho tiempo para dudar, el sábado por la mañana me encontraba nervioso en el Tesco comprando rápidamente todo lo que necesitaba — era la primera vez en mi vida que compraba levadura — y me enfrentaba desafiante a mis genes y a la encimera de la cocina.

El tema de hacer la masa no fue complicado… hasta el momento en el que la receta decía: «añadir un vasito de anís chinchón seco«. ¿Y dónde se encuentra eso en Escocia? En ninguna parte. Así que siguiendo el consejo procedente de la segunda generación, decidí arriesgar y sustituir al anís por…un whisky de 15 años. Ahí lo tenéis, las rosquillas legendarias de mi abuela digi-evolucionadas a rosquillas al whisky por culpa del hereje de su nieto. El asunto era de alto riesgo, por que podía literalmente emborrachar la masa y dejarla para alimentar dundonians a la puerta del pub durante una semana, pero allí seguí yo, paso a paso echándole todo y dándole vueltas y vueltas…

Tantas vueltas le debí dar a la masa que debí marear hasta a la levadura, por que aquello no subía ni aunque se lo pidieras de rodillas. Y es que la receta decía: «cubrir con un paño y dejar reposar a temperatura ambiente durante un par de horas». Y esas condiciones en Escocia tampoco existen o al menos son completamente diferentes. Así que tras media hora decidí probar con el radiador y un montón de preposiciones (a, ante, bajo, tras, hacia, sobre, tras…), con el mismo resultado, aquello estaba liquidorro y no cogía cuerpo. Finalmente solucioné el problema con una llamada un tanto complicada al origen de la receta, a la fuente primaria: la abuela. La complicación era debida a la falta de harina, por lo que la solución era, por suerte, sencilla.

Describir la tensión en el momento de echar las rosquillas a freír…es complicado. Darle la forma apropiada era de nivel de Super Saiyajin 3, así que tras varios intentos decidí no meterme demasiada presión y no hacer muchas virguerías la primera vez. Así fueron entrando a la bañera de aceite de girasol –sí, ya se, segundo pecado capital, pero es que la economía no está como para gastar el preciado tesoro del aceite de oliva virgen extra–, y saliendo listas para el alicatado final. Las primeras salieron más tostaditas, pero tan monas ellas…que casi suelto una lagrimilla al ver mi primera rosquilla sobre el plato. Snifff.

Llamé a Marta para que las catara, por que yo no me sentía con fuerzas de someterme a semejante presión. Sentía como ojos y ojos de generaciones remotas me miraban amenazadoramente, a mí y a mi rosquilla. Y oye, no se si fue por no querer hundir mi moral o por que realmente alguna intervención divina a modo de «Maruja mezclo el agua con el aceite» o al estilo «del tío Paco con la rebaja» habían intercedido, pero nos gustaron bastante más de lo esperado. Así que seguí adelante y allí estuve friendo un buen rato y echándoles un carro de azúcar por encima. Una obra de arte a las que bauticé como «rosquillas de la abuela al whisky».

Y finalmente la recepción fue buena, así que la alegría fue doble. Una liberación el quitarme la presión de encima y mucha tranquilidad al saber que las teorías evolutivas se habían comportado. De hecho, tanto han funcionado que vamos a estar comiendo rosquillas el resto de la semana. Si llegamos un poco chispados a trabajar…no es nuestra culpa, se la echaremos a la evolución y a la intromisión de los escoceses en las recetas belinchoneras.

…uno de Enero, dos de Febrero, tres de Marzo, cuatro de Abril, cinco de Mayo, seis de Junio, 7 de Julio en Dublín…

Así de musical empieza el relato de nuestro particular chupinazo en tan señalada fecha por motivo de nuestro primer viaje a la isla vecina: Irlanda. Una de las pocas capitales europeas que aún se nos resistían y que recomiendo visitar a todo aquel que todavía no lo haya hecho. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Con motivo del buen tiempo y que nuestros a partes iguales odiados y amados amigos de Ryanair de vez en cuanto ponen chollazos en bandeja, decidimos comprar unos billetitos para pasar un fin de semana en Dublín. Llegamos el sábado por la mañana cuando las calles aún estaban sin colocar. Nos levantamos a las 2 y media de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de Prestwick, que está justo en la otra costa de Escocia. Dejamos el coche en el aparcamiento y cogimos un avión que apenas tardó 30 minutos en llegar. Vamos, que a las azafatas no les dio ni tiempo a vender lotería, perfumes o pasearse por e pasillo intentando cobrarte incluso una cucharilla de plástico.

Lo bueno de empezar un viaje tan pronto es que el día te cunde una barbaridad. Sin darte cuenta, te bajas del avión, pasas el control de pasaportes por que aunque has tardado media hora en llegar resulta que has salido de tu gran imperio y ya sospechan de tí, llegas al hotel dejas la maleta…total, que a las 10 de la mañana estás ya dando vueltas por el centro de Dublín después de haberte perdido en el autobús y haber dado una pirula interesante por no preguntar al conductor donde esta Drumcondra Station. Luego por la noche, tras más de doce horas de pateo intenso y con unas cuantas Guinness en el cuerpo estás para echar tus restos al estanque de los patos, pero a mí que me quiten lo bailao.

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Dublín nos ha sorprendido para bien. No tenía yo unas grandes expectativas en esta ciudad. Me la imaginaba pequeña, gris, húmeda y con poco que ver. Y resulta que es todo lo contrario, una ciudad bastante grande (parecida a Glasgow), soleada, muy paseable y con bastantes cosillas que hacer a parte de pasar el día de pub en pub. La calle más grande y famosa es O’Connell, la cual Marta se empeñaba en llamar una y otra vez O’Donnell no se si por morriña o por  intentar seguir una regla nemotécnica que en realidad le acababa confundiendo más. También tiene muchas calles peatonales ideales para gastarte todos tus dineros, desembocando una de ellas en la archifamosa  estatua de Molly Malone. Me resultó muy curioso ver el parecido razonable que tiene esta con la del Oso y el Madroño de Madrid. Está en un sitio céntrico, los turistas intentan desesperadamente hacerse una foto sin que aparezca nadie más y es el punto de encuentro de todos los locales, muchos parecidos razonables entre el Oso y la «pescadera».

Ahora en verano está hasta arriba de turistas y de «estudiantes», sobretodo españoles e italianos que supongo darán una imagen bastante distinta de lo que es la ciudad durante los meses de invierno. Pero aunque igual es una ciudad que en principio pasa bastante desapercibida creo que tiene muchos detalles interesantes.

Si tengo que resaltar algunas de las cosas que más me gustaron diré que me sorprendió ver lo diferente o europeo que era el carácter de los irlandeses. Se respiraba un ambiente mucho más «social», bares con terraza, camareros que atienden en mesa, figuras más estilizadas…  Una cosa llamativa es que es el primer sitio al que voy en el que un solo bar le da nombre a todo el barrio. La zona de Temple Bar es el centro neurálgico de Dublín, donde se parte la pana, se corta el bacalao y la música se vive en la calle (sin querer generar una nueva disputa) o a gritos desde dentro de los pubs. Es curioso ver que a pesar de que su pasado es  «british» y conducen por la izquierda, las señales están en kilómetros. Esto se agradece, por que hace no tener que estar haciendo la cuentecilla en la cabeza continuamente para convertir las millas a nuestro querido sistema métrico, pero da la impresión de que aunque en apariencia pudiera ser una ciudad británica cualquiera, con algunos pequeños gestos intentan ser diferentes. Otras cosas peculiares de Dublín son las puertas de colores que le dan un toque muy molón, los camiones de Guinness que pasean por el centro (yo creo que a modo de reclamo publicitario), las familias de cisnes pasotas de los parques y el baíle regional a modo de jota aragonesa pero sin mover el cuerpo de cintura para arriba. Pero lo que realmente se hace raro raro es ver los carteles en inglés con el símbolo del € al lado, otra experiencia para mí aún desconocida.

Aparte de estos detalles que me han llamado la atención y con los que no voy a enrollarme más por que les puedo fastidiar el negocio a los de Lonely Planet, la actividad principal y por la que prácticamente debe girar toda la economía del país es por la famosa fabrica de Guinness. Así que para contribuir a su economía hicimos, como buenos turistas, la visita de rigor. Desde luego esta no tiene el glamour de una destileria de whisky escocés, ya que al no funcionar actualmente como fábrica pierde el interés a la hora de aprender el proceso de elaboración de la cerveza. Pero como punto  positivo tiene el que puedes aprender a tirar tu propia pinta y tomártela en la terraza con vistas a la ciudad.  Esto es un buen detalle por parte del señor Arthur, ya que el esmero que le pones en no hacer mucha espuma y en no liarla parda con el grifo hace que te sepa mucho mejor.

Asi que insisto, Dublín es una muy buena opción para un viaje de fin de semana o incluso de tres días. Nosotros nos hemos quedado con ganas de estar algún día más para hacer alguna excursión por los alrededores, pero ya habrá más ocasiones mientras se puedan encontrar ofertas de este tipo. Está muy bien saber que por aquí cerca tenemos más sitios que explorar en caso de que las Highlands se nos queden pequeñas en algún momento.

Las actividades sociales con la gente del laboratorio se suelen limitar a producirse algún viernes del mes en algún pub de los alrededores al trabajo. Generalmente no tienen mucho más interés que el de estar al día de todos los cotilleos, aprovechar para contarte los planes para el fin de semana y si se pone a tiro, despellejar a alguien de algún otro laboratorio. Vamos, marujeo puro y duro. Pero el pasado viernes hicimos algo diferente, ya que la asociación de estudiantes de doctorado organizó un torneo de Dodgeball, el para nosotros conocido Balón Prisionero. 

Cuando llegó el correo lo ignoré bastante y como generalmente suelo hacer cuando no entiendo dos palabras seguidas de lo que pone en el asunto, lo eliminé de la bandeja de entrada. Pero hubo gente que se ilusionó y al final pues me empecé a interesar yo también con el tema. Vagamente recordaba como se jugaba, lo único que sabía es que había una pelota, dos equipos y que había que zumbar a los contrarios para echarles fuera de la pista. Eso era todo. Pero he descubierto que existe un reglamento (que luego todo el mundo se salta), hay asociaciones y federaciones profesionales, que hay una película y que hay gente que es realmente fan. Luego caí que en algún momento de mi infancia yo había visto la serie esa de Bola de Dan, pero no  había hecho la asociación de ideas, que cosas.

A pesar de nuestra nula experiencia, decidimos hacer un equipo y apuntarnos al torneo. Nuestro único entrenamiento  antes del torneo fue ver la película, indicativo de la derrota estrepitosa a la que nos estábamos exponiendo. El equipo era de lo más variopinto, estando el jefe como líder espiritual y por suerte siendo el objetivo número uno de nuestros rivales. Eso de tener al director del departamento en tu equipo hace que sea muy jugoso para los rivales, los cuales estaban deseosos de descargar frustraciones.

IMG-20130628-WA0001Pero ni por esas. Quizá nuestra curradísima equipación estilo corbatas a la cabeza hacía que los rivales nos vieran como el rival más extravagante o flamboyant al que batir. Tras la primera derrota cosechada en el primera partido, fuimos mejorando y entrando en una estupenda racha de tres victorias consecutivas que no sirvió para mucho ya que no conseguimos clasificarnos para los playoffs.  Al final conseguimos un merecidísimo sexto puesto (no diré sobre cuantos, pero sí que no fuimos los últimos) y el compromiso de apuntarnos el año que viene y mejorar nuestros registros.

Está divertido este deporte, no entiendo por que sólo se juega en las clases de educación física, por que la verdad es que te picas y liberas un montón de tensiones lanzando bolazos a diestro y siniestro. Además está también muy bien el tener actividades laboratoriles, un poquito de diversión para sacudirte un poco la decepción proteinística que nos asola últimamente viene muy bien. Eso de sudar juntos debe ayudar a hacer grupo, por que sino el tener que estar más de tres horas todos juntos con olor a chotuno y las agujetas que tengo en el brazo este fin de semana no habrán tenido mucha utilidad. A ver si no tardamos mucho en hacer otra cosa de estas, a la próxima más y mejor.

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La gaviotis escocesis comunis o gaviota común escocesa es un ser que habita estas tierras durante aproximadamente el tiempo que dura el horario de verano – nótese que no he hecho referencia a la duración del periodo estival por resultar algo etéreo -, y que puede llegar a ser más molesta que una horda de dundonians adolescentes a la puerta de un pub a las 10 de la noche.

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Como buen vecino de los alrededores de los Jardines del Buen Retiro, a lo largo de mi vida he crecido aprendiendo a cogerle manía a la palomis vulgaris y corrientis o también conocida como rata con alas. Este ser endemoniado y plagado de enfermedades indeseables pasa con el tiempo a ser el enemigo número uno de todo el mundo. Incluso los tiernos niños que alegremente disfrutan dándoles de comer miguitas de pan ante la mirada aterrorizada de sus madres,  intentarán más tarde sodomizarlas a pedradas e incluso e intentar atropellarlas con la rueda del coche por temor a que el fruto de su inagotable intestino acabe sobre su lustroso vehículo. No se, es algo que se va adquiriendo con la edad y que es difícil de explicar.

palomaretiro

Pues bien, desde que estoy aquí mi bien justificada manía por este bicho con alas lo he cambiado por un mayor desprecio a las gaviotas. Estos son unos seres despreciables que a mi parecer debería estar en un nivel aún inferior al de bacteria intestinal en Maldito Karma. He hecho un estudio meticuloso y he encontrado varios motivos clave que os quiero explicar:

Su voz. El graznido gaviotil es algo que aún los científicos no saben, pero seguro que acaba destrozando tus oídos. Y es que no se callan, siempre se están quejando por algo y son más desagradables que cortarse el dedo con un folio. Donde estén sus colegas los cuervos (con los cuales se llevan sorprendentemente bien), que se quite ese horroroso sonido que te despierta temprano por la mañana y que te hace saber que la noche ha sido demasiado larga los fines de semana.

graznido

Su inteligencia. Su pico tiene la precisión de un sable laser Jedi. Las hemos visto comer los panes de hamburguesa que el repartidor ha dejado a la puerta del pub el sábado por la mañana e incluso hasta abrir la  bolsa de basura más remota del cubo de basura más inhóspito del mundo.  Un consejo: si quieres deshacerte de algo que no quieres que nadie encuentre, no lo tires a la basura. La gaviota estará siempre ahí para desvelar tu más íntimo junto con los restos del cartón de la pizza de la semana pasada.

Seagull eats out of dustbin

Sus ojos. Tienen los ojos grandes. Y por ojos me refiero a TODOS sus ojos. Cuanto más abiertos tienen los de la cabeza…más gordo es el troncho que te cae sobre la cazadora de cuero, es como si se concentraran y pusieran todo su empeño en ello. Y sí señores, me ha pasado. Paseando por la calle tan tranquilo, sin nada sobre mi cabeza. No tienen piedad, atacan todo que pillan y no pierden estabilidad. Yo simplemente imagino un avión soltando todo ese lastre… y por narices que se piña, fijo. Ellas no, el ave fénix a su lado es un mariquita.

excremento

Sus ideales. Son independentistas y van armadas. El tema político en Escocia está bastante en boca de todos últimamente, pero hasta algunas gaviotas son unas movilizadas anti-sistema. El otro día paseando por St Andrews una nos tiró una pelota de golf. Como lo oís, una pelota de golf. He de decir que el campo más cercano estaba a un par de millas, y o la gente practica su swing en lo alto de los edificios…o las gaviotas disparan alegremente bolazos a los transeúntes. Andaros con ojo, están por todas partes, «still watching you».

gaviota

Por todo esto y mucho más desde hoy me declaro gaviotomaniatico, término que no existe pero que yo me invento. Si veo que la gente me secunda igual hasta formo un club y pido ayuda a alguna «charity« de las que aquí tanto se llevan para pedir financiación y de paso tener alguna excusa para sacar a Marta a correr otro día.

prohibidogaviota