Desde que el mundo es mundo siempre ha habido gente enormemente reconocida y gente que ha vivido al lado de estos y que ha pasado a la historia con más pena que gloria. Filemón, Chaoz, Pepe Gotera… son muchos los personajes de ficción o incluso reales que han tenido que vivir a la sombra de una gran personalidad. Pero al igual que hay personas olvidadas, también hay objetos que han sido o están condenados a ser ignorados para siempre. Y no me refiero a objetos irrelevantes como el clásico reloj de comunión, el cual sacas emocionado de su paquete envuelto en papel de colores pensando que es esa Game Boy con la que siempre has soñado para enseguida darte cuenta de que las ilusiones son efímeras y que simplemente se trata de un triste reloj de agujas que ni siquiera te gusta. No, no me refiero a ese objeto, que acaba en el fondo del cajón hasta que se le acaba la pila y desde donde pasa a la caja de «cosas sin pilas» y continua su ciclo sin fin como si de un patito de goma dando vueltas por el océano se tratara.

 

Los objetos a los que me refiero son objetos de uso cotidiano, que tienen una función clara en tu vida pero a la que nunca les agradeces lo suficiente el bien que te hacen. En mi caso me refiero a mis dos pequeños grandes olvidados: SciSpin y Stuart. SciSpin es una pequeña centrífuga de mesa. Es sencilla, no tiene botones y ni siquiera tiene un mecanismo de seguridad que te impida meter la mano si está dando vueltas. Es por eso por lo que me gusta, tiene chispa, le gusta el riesgo. Su boca verde me saluda todas las mañanas al ponerme la bata como si del Cocodrilo Sacamuelas se tratara, y siempre está listo para darle vueltas a mis tubos. Mi otro amor es Stuart, un pequeño agitador magnético que tan pronto te disuelve la leche como te mezcla el potingue más complicado que le pongas encima. Al igual que su compañero, Stuart también es más simple que las orejas de Mickey Mouse. Ni regula la temperatura ni acepta agitadores mucho más grandes, le gustan las cosas como son, no salir de la rutina y ajustarse a su horario de trabajo.

SciSpin y Stuart no hablan mucho pero tienen chispa, y lo digo porque comparten regleta. Y sí, no puedo evitarlo, siento algo por ellos. Aún recuerdo el día en que a Stuart perdió a su agitador y se sintió como si hubiera perdido a su hijo en el supermercado, ¡qué sofocón! Paramos inmediatamente todo lo que estábamos haciendo en ese momento y pusimos patas arriba el laboratorio hasta que encontramos al pequeño de Stuart agonizando en la pila agarrado a la vida magnetizándose con todo lo que pillaba a su alcance. Stuart padre lo pasó muy mal, pero por suerte la historia no acabo en tragedia griega y los dos pudieron seguir dando vueltas juntos. Aunque con el que realmente me lo paso bien es con SciSpin, con él me parto de risa. El pobre está pasando una adolescencia complicada pero en el fondo es muy salado. Hace poco descubrimos que tiene una vida secreta y que aunque siempre se viste con su cabezal de ocho tubos, en realidad tiene un fondo de armario mucho más grande. Tiene otros dos o tres adaptadores más para otros tubos pero le da vergüenza decirlo. Tendrá la boca muy grande pero es muy tímido, así que como está rebelde de momento le dejamos que vaya a su rollo. Es genial.

Odie-and-garfield

Por si no lo sabíais, en un día cualquiera de la vida de un científico, el número de aparatos caros que se usan es bastante elevado. Hay que andarse con cuidado e intentar no pensar mucho en la cantidad de ceros que puede llevar asociado una cagada gorda en el momento equivocado. Estos aparatos siempre están en boca de todos: que si el citómetro se ha atascado, que si el microscopio tiene el objetivo lleno de mierda, que si el incubador pita cada vez que se abre la puerta… y claro, nadie habla nunca de los otros objetos cotidianos, los que siempre funcionan y nunca se quejan, los pequeños gran olvidados. Por eso hoy me acuerdo de ellos y les dedico este homenaje. Por que sin ellos la vida sería más tediosa y desde luego, mucho menos divertida. ¡Esto va por vosotros maestros!