El día de hoy estaba marcado en el calendario como día de carrera, día de atarse las zapatillas y trotar por el monte para hacer la conocida como «Carrera más bonita de Escocia». Pero no, el destino no quería que esto fuera así, no porque no fuera bonita sino porque no quería que corriéramos. Al más puro estilo Destino Final, un escollo tras otro iba apareciendo por nuestro camino. Al menos estamos «seguros y sonidos» como dicen los angloparlantes para poder contarlo, porque desde luego la historia no ha tenido desperdicio. Así empieza la historia de hoy, la que ha llevado a nuestros esbeltos cuerpos hasta la lejana destilería de Glenlivet. Pero vayamos por partes:

2015-04-12 16.55.54

El apuntarnos a esta carrera fue más por culpa del gancho publicitario de «la más bonita de Escocia» que por las condiciones de la carrera y la ubicación. Conducir casi tres horas por las Highlands un domingo para correr 10 kilómetros y volver por la tarde… no parece así a primeras un plan muy inteligente. Y no añado las 21 libras de la inscripción porque al menos el dinero iba destinado a una causa benéfica. El tema es que ha habido que madrugar para poder estar allí a las 10:30 para recoger el dorsal, calentar, echar la meadita de rigor y ponerse en posición de Filípides. Y es antes de empezar cuando encontramos el primero de nuestros problemas, un despertador. Tras aporrear la puerta de su casa durante quince intensos minutos que incluso han despertado a la vecina de abajo, Juanma ha aparecido cual hombre de las cavernas desorientado y despeinado culpando a su despertador de no haber sonado en el momento adecuado y haberse dormido. Este temprano contratiempo nos ha hecho perder media hora que hasta el mismísimo Willy Fog habría agradecido tener.

Eran las ocho y diez cuando estábamos saliendo de Dundee, y por delante carretera y Highlands a porrillo hasta llegar a la destilería de Glenlivet, punto de partida de la carrera. Y todo iba bien hasta el momento de iniciar el ascenso al puerto de Glenshee cuando… ¡zas!, nos hemos visto atrapados en un temporal de nieve que nos ha dejado atascados en la carretera por culpa de un policía paranoico que en vez que llamar a la máquina quitanieves ha decidido ponerse a dar vueltas arriba y abajo del puerto pegando berridos en un acento «escotish» muy poco descifrable y que ha provocado hasta las quejas de los lugareños. No es que esté dando una opinión subjetiva de lo ocurrido, conductores de diferentes coches reunidos en asamblea en mitad de la carretera han decidido que el poli del Land Rover era un impresentable. Así que mientras esperábamos a tener instrucciones de la benemérita, hemos decidido ocupar el tiempo a bolazos de nieve, ascensos suicidas por las laderas para vaciar esfínteres y obras de arte en las lunas del coche. En resumen, casi cuarenta minutos parados en mitad de la nada esperando una señal de la máxima responsabilidad civil que nunca ha llegado. Al final, tras decidir pasar del policía y deliberar si merecía la pena intentar llegar a la carrera o volver a casa, hemos decidido echar el resto e intentar llegar aunque fuera a la destilería y ahogar las penas en una barrica.

A lo loco y sin esperanza alguna de llegar — a tiempo, porque llegar íbamos a hacerlo por orgullo más tarde o más temprano — hemos coronado el puerto a las diez y cuarto y desde ahí continuado la hora que nos quedaba de camino. En un arrebato de locura, hemos contactado con el organizador de la carrera, llorado y explicado nuestras penurias y nos ha dicho que cuando llegáramos algo se podría hacer y que en principio podríamos correr. La hora estimada de llegada eran las once y cuarto, todo hacia parecer que el plan aún era posible… hasta que Iván ha decidido que daba igual a cual de los diez Glenlivet que existen por el lugar fuéramos y ha cogido el primer desvío que ha visto que llevaba literalmente a la nada más absoluta,bueno, rodeada de vacas. Mientras tanto, en ese mismo momento, Marta al más puro estilo Luis Moya, me decía que no, que no, que no, que todo iba mal y que el GPS decía que por ahí no era. Por lo tanto, ha tocado dar la vuelta, sortear las doscientas vacas, los trescientos charcos y serpentear por las carreteras de orejas nos ha quitado otros quince minutos. Al final, nos hemos plantado en la dichosa destilería a las once y media. 

La cara de los organizadores al decirles que queríamos seguir corriendo era un poema. La gente estaba empezando a llegar a la meta y los «marshalls» estaban volviendo ya a la salida y quitando los carteles. Sí, aquí a los organizadores se les llama «marshalls» que parece algo muy chulo pero básicamente son voluntarios con chalecos amarillos, ni rasto de Walker el ranger de Texas ni nada por el estilo. Pero a nosotros la ilusión de correr no nos la iba a quitar nadie, así que sorteando a familiares y coches que ya se marchaban hemos empezado nuestros diez kilómetros. En nuestros sueños estaba ese momento glorioso de empezar de coche escoba, con cuarenta minutos de retraso sobre el disparo de salida y llegar a coger a los remolones del pelotón de fusilamiento. Pero nuestro gozo en un pozo, después de un kilómetro, nos hemos perdido. Sí, así de triste. Perdidos en mitad de las Highlands, eso sí, corriendo finalmente la carrera más bonita de Escocia. 

En la mano –porque no me ha dado tiempo ni a ponérmelo– llevaba el dorsal, el 747, se presagiaba algo bueno, una carrera de altos vuelos. Pero tan en formato Boeing hemos debido tomar la salida que nos hemos puesto a correr en sentido contrario. A la altura del kilómetro 1 hemos visto unas flechas amarillas… y nada más en otros veinte minutos. Tras llevar cinco kilómetros recorridos más o menos –porque no nos ha dado tiempo a poner el GPS tampoco– hemos pensado que era muy raro no ver carteles que señalizaran la carrera. Hemos seguido un poco más hasta que hemos visto un poste con un mapa en un comedero al lado de la carretera, nos hemos parado y… efectivamente, estábamos yendo completamente en dirección contraria y ya llevábamos más de media hora corriendo. Nuestra reunión de emergencia parecía más a una película de humor que al concilio de Elrond. En un arrebato de locura hemos decidido que podíamos dar la vuelta recortando campo a través por mitad de la montaña y volver a la destilería. Pero después de dos minutos llenándonos los pies de barro alguna mente lúcida ha caído en la cuenta que habíamos tomado de nuevo el camino equivocado y que estábamos volviendo a liarla parda.  De ese modo, y tras otro palo, hemos decidido que lo más sensato era dar la vuelta, aceptar nuestra derrota y volver al punto de partida con las orejas gachas.


Así que nos hemos puesto en marcha de vuelta a la destilería aún con dorsal en mano hasta que un coche de la organización ha aparecido y se ha parado delante nuestro: «al fin os encuentro», ha debido decir en un escocés alro raruno. Nos ha preguntado que si estábamos bien, que nos estaban buscando por todos lados y que si queríamos algo de agua. Tras comprobar que dábamos muestras de vida nos ha «sugerido» que volviéramos a la destilería y que desistiéramos de cualquier intento  descabellado de hacer el recorrido completo. Vamos, venía a decirnos que en la meta nos iba a esperar una vaca peluda como hiciéramos eso. Así ha sido nuestra humillante derrota, que ha consistido en correr diez kilómetros por una carretera perdida de la mano de Dios a tres horas y pico de Dundee para no cruzar la meta y no tener medalla. Vamos, las únicas que han conseguido cruzar la meta han sido Marta y Gillian a las que los marshalls tenían fritas con los walkie-talkies buscando tres españoles y medio perdidos por los alrededores de Glenlivet. A pesar de que me he empeñado no hemos conseguido cruzar la línea de meta, ni nos han tomado el tiempo, ni hemos adelantado al último, ni nos han dado medalla. Sin embargo, como homenaje nos han dado una botellita de whisky como trofeo y reconocimiento a los vencedores de la carrera alternativa. Lo cierto es que nunca había conseguido acabar primero una carrera, aunque el resto de los cuatrocientos participantes lo han hecho en otro punto, pero eso es un detallito sin importancia que omitiré en el futuro. Lo que creo que voy a hacer es poner la botellita de whisky en mi mesilla de noche para a partir de ahora irme a la cama siempre de buen humor. Hay que ver que cosa más ridícula de día. 

Y como hay que ser siempre positifos y nunca negatifos, como en su día nos inspiró el señor Fan Gaal, lo bueno es que se ha vuelto a cumplir aquello de que «correr tiene recompensa» y nos hemos pegado un bonito manjar en Tomintoul, un pueblo con nombre de parecido razonable a alguno de los que aparecen en El Señor de los Anillos. La camarera era un sujeto peculiar que ha hablado por nosotros y ha decidido que todo estaba delicioso –que lo estaba– y  tras esto nos hemos puesto de marcha de vuelta hacia Dundee. Esta vez mucho más tranquilos, disfrutando del paisaje con mucha menos nieve y recordando las muchas anécdotas que contar mañana en el trabajo. En definitiva, un día muy completito. Esta muy bien tener de vez en cuando días de estos en los que todo lo planeado… se va al carajo.

2015-04-12 16.47.00