Dundee, un páramo lejano a la ribera del mar del Norte, lugar de descanso de focas y de trabajo de científicos al igual que de todo tipo de individuos nativos de diferentes y variopintas cualidades. St Andrews, localidad adinerada situada a tan solo 14 millas del Tay y conocida por ser la cuna del golf. Sí, el lugar donde empezó todo. Ese lugar donde algunos insensatos decidieron pegarle palazos a una bola a la orilla del mar y que ya en el siglo XV se convirtió como un lugar de culto y peregrinaje para los que pudieran permitírselo. Los orígenes del golf, como de todo en esta vida, no están nada claros. Los holandeses dicen que ellos ya le daban al palito y los chinos que tropecientos años antes ya hacían algo similar. Lo bueno de los escoceses es que ellos no tienen ese orgullo patrio y aceptan que tal vez ellos no fueran los que lo inventaron, pero eso no importa porque ellos se las han ingeniado para ponerle las normas, tener el campo más famoso del mundo y llevarse toda la gloria– y la pasta gansa que ello acarrea.

Tras tres años paseando a lo largo y ancho de estas húmedas tierras y de poner crucecitas en la lista de cosas que hacer, una de ellas aún permanecía sin tachar irreductible cual galo, semana tras semana. Además de haber intentado organizar alguna vez un fallido plan de jugar con algún compañero de trabajo o del guateque, por parte paterna también estaba recibiendo cada vez más presión para probar a lo de darle al palito en la cuna. Así que a estas alturas, era ya casi considerado un sacrilegio que no hubiera probado excelente manjar. Para los que no lo entiendan, lo de jugar al golf en St Andrews es algo que va tan unido como comer pipas viendo el fútbol o echarse la siesta viendo el Tour de Francia. Todo deporte lleva ligado consigo una actividad secundaria, y en este caso el golf lleva asociado St. Andrews automáticamente y sin ningún tipo de discusión válida.

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Como me había portado muy bien este año – y los nueve anteriores – pues me tocó un regalito muy chulo que ya no será sorpresa si has llegado leyendo hasta aquí: una clase de golf para novatos seguido de una salida al campo para probar la técnica. La salida no era al famoso Old Course donde tienes que hacer doce reverencias y un tirabuzón con salto mortal antes de entrar, sino en el Balgove Course, un club que pertenece al mismo complejo y en el que tienen un campo para carniceros inexpertos dispuestos a rebanar solomillos de hierba indiscriminadamente. Un regalo estupendo, y más cuando qué mejor que una fina pero intensa capa de lluvia escocesa minutos antes de empezar la clase para darle un toque escocés. Aunque para toque escocés nuestro instructor: Scott. ¿Qué más se puede pedir para una primera clase de golf que hacerlo en St. Andrews, bajo la lluvia y con un profesor que se llama Scott? Desde luego, no seré Tiger Woods, pero ya quisiera él haber tenido mis inicios — y yo sinceramente espero no tener su final.

El inglés en escocia puede ser algo complicado dependiendo del circulo en el que te muevas. Por ejemplo, la peluquería o la carnicería son lugares en los que tienes que dar lo mejor de ti y de tus oídos para entender al menos el 25% de las cosas necesarias para mantener una conversación algo digna. En el banco no es tan complicado ya que el esfuerzo de los empleados y tu necesidad de no perder dinerito hacen que se convierta en algo de nivel intermedio, pero entender a un profesor de golf en St Andrews es como escuchar el magnetofón del colegio diciendo lo de «Exercise Book, page 32, exercise B, listen and fill the gaps». ¡Que claridad! Era escuchar las instrucciones de Scott y sentir que mi swing ya evolucionaba por segundos. Madera, hierro, sandwich… todo fluia y ya me imaginaba a las gradas coreando mi nombre… hasta el momento de darle a la bola. Sí, darle a la bola se puede convertir en algo complejo. La gente se preocupa en meterla en el agujero – la bola -, ¡pero lo realmente complicado es darle! Y lo rematadamente complicado es darle sin hacer un hoyo en el suelo con el que la persona que va detrás de ti se acuerde hasta el final de tus días como golfero. En serio, el golf es un tanto frustrante al principio. Y cuando al fin ya consigues cogerle un poco el tranquillo y darle decentemente, llega el problema de atinar. ¿Por qué cuando quieres darle de frente la bola sale con 90 grados de diferencia? No es justo estar pensando qué palo es el óptimo para luego mandar la bola más lejos de donde empezaste. Tras la clase con Scott entendí aquello que los ya iniciados en la materia me habían contado: el golf es practicar, practicar y practicar.

Tras la experiencia también he comprendido porqué el golf engancha. Me parece una actividad estupenda para gente con mucho tiempo libre a la que le apetece salir a tomar el aire un domingo por la mañana y pasar un rato con unos amigos. Yo obviamente en este momento de mi iniciación en el golf soy más como Jon Nieve, «no se nada», aunque al menos me he quitado el gusanillo de probarlo. Y como siempre, la mejor parte de hacer una actividad en fin de semana: satisfacer al estómago. Vale, la comida en Escocia no será paradisiaca, pero cuando después de un día de golf te tomas una cerveza temática… da igual que el sunday roast esté más duro que la suela de una zapatilla vieja, tú sientes el placer de haber hecho bien las cosas. Ahora tengo claro que si en algún momento del fúturo próximo me vuelvo una persona con el culo algo menos inquieto y estoy en un sitio donde no haya que cuidar los campos ni hacer transvases para regarlos, me dedicaré con más tranquilidad al palito y a la bolita. Al fin y al cabo ya puedo decir que los primeros golpes ya los daba desde la cuna.