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Humedad, que palabra tan asociada a este país. Esa sensación de sentirse como en una nube se puede tener en pocos sitios aparte de en un anuncio de compresas. El ambiente esponja escocés es debido a ese agua fresca que fluye por ríos y lagos escoceses para dar a parar a las aún más frescas aguas del mar del Norte. El agua es un elemento básico y está siempre muy presente entre nosotros junto con las ovejas y los glens, pero jamás pensé que nuestra relación pudiera a llegar a ser tan intensa. Por que ese mismo agua de la que Pau Donés quería ser su amigo o a la que Maná lloraba amargamente por no saber vivir sin ella es el mismo agua que también puede suponerte un verdadero quebradero de cabeza. Y es que seguir el curso de un río o dar una vuelta alrededor de un lago es fácil, son aguas buenas, aguas simpáticas.  Pero al igual que hay yin hay yang, y existen aguas malas,  aguas de esas que se deslizan por sitios impredecibles y que se cuelan por tuberías de dudosa calidad. Estas aguas acaban convirtiéndose en goteras que fluyen a través de los techos y que traen consigo a sus amigos los hongos y olores nauseabundos, y no, no necesariamente en ese orden. Así de decrépita es nuestra historia de hoy, la historia de las humedades de nuestro techo del baño.

 

Cuando alquilamos la dundonian-cueva, el techo del baño presentaba unos bonitos tonos negruzcos que hoy ya fácilmente  identifico con color hongo pero a los que en aquel momento, dada mi absoluta ineptitud en el mundo del hogar, no les di la menor importancia. Froté bien con lejía y dejé que el tiempo pasara, como el que barre y mete la mierda debajo de la cama pretendiendo que nunca haya existido. La visita de papá y su particular advertencia de que aquello olía literalmente «a humedad chunga», tampoco sirvió para convencerme de que quizá hubiera un problema de filtraciones. Y así el tiempo fue pasando… hasta que nos trasladamos a los inicios de este verano, cuando el techo además de volver a tornarse color champiñón y de adquirir más pelo que un Cespino, comenzó a gotear. Al principio goteaba por un lateral, luego cambió al centro… pero la situación ya era irremediable: había una gotera. Abraracurcix estaba en lo cierto, a lo que más hay que temer en esta vida es a que el cielo –techo– caiga sobre nuestras cabezas, y nosotros estábamos tentando a la suerte.

Nuestra maravillosa agencia –a la cual me referiré correctamente para no tener problemas, pero con la que me despacharé a gusto cuando me marché de aquí– nos puso en contacto con los «contractor», que aunque tengan nombre molón no es nada más sofisticado que unos albañiles. Estos hombrecillos de caracter entrañable y con un parecido más que razonable a Pepe Gotera y Otilio han intentado en numerosas ocasiones dar con el problema sin mucho resultado. Cambiar la cortina de ducha del vecino, desmontar su ducha, poner silicona a punta pala o abrir los grifos deseando dar con el problemático no han dado buenos frutos. Así han pasado más de tres meses en los que han estado jugueteando haciendo chapuzas a domicilio, haciendo buen honor a sus álter ego. Pero el asunto pintaba bastante complicado, y ya no ha habido más remedio que optar por la solución drástica: abrir en canal.

No tengo nada en contra del mundo de la albañilería. Me parece un trabajo al que yo no podría contribuir más que cambiando una bombilla o poniendo velcro a unos cojines, pero de verdad que una vez que conoces a estos individuos… no te sientes precisamente en las manos del Dr. Derek Shepherd o de Gregory House. La sensación que tuve en el momento que Otilio me dijo que tendrían que abrir y mirar a ver si veían algo arriba… fue algo terrorífico, indescriptible. El simple hecho de imaginarme la situación era algo espeluznante, pero finalmente ayer por la noche entramos en el quirófano. Armados con dos mantas, un lápiz y un serrucho, nuestros fieles amigos se pusieron en faena en busca de la gotera perdida. Y en vez de encontrar un agujero desde el que acceder a las tuberías, lo que encontraron fueron dos placas de cemento caladitas de agua y cuya mancha conducía a un lugar más oscuro más allá de la pared: las tuberías de bajada.

Así que de este modo nos encontramos a día de hoy, con una bonita brecha espacio-temporal en el baño que nunca sabremos cuando cerrará. La situación ahora está en seguir las tuberías desde los pisos de arriba — lo siento por el marrón en el que se van a tener que ver los vecinos — y buscar el origen de estas aguas de manantial que nos han tenido en vilo durante meses con ese tintineante caer de aguita amarilla desde el techo. No se si esto da tablas o al final de la estancia dan un certificado de conocimientos adquiridos, pero de lo que estoy seguro es que en la agencia tienen guardado mi nombre y mi teléfono con carteles de peligro. Creo que debe haber muñecos vudú en sus oficinas y me ponen un alfiler cada vez que llamo. Eso, o somos un poco masoquistas por estar viviendo en semejante Lego, pero nosotros seguimos adelante, si hemos podido con todo esto nada nos podrá hacer retroceder. Con goteras o sin ellas, con ventanas que cierren o no, con radiadores que salten chispazos o moquetas que estén avinagradas de Shepherd´s Loan, no nos moverán.

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Quiero abrir el año a lo grande, haciendo referencia a la película de Berlanga «Bienvenido, Mr. Marshall», canturreando  la cancioncilla y contagiándome de la alegría que sentían los habitantes de Villar del Río ante la llegada de los americanos.

En mi caso yo a lo que doy la bienvenida no es a los americanos sino a los váteres de Armitage Shanks. Más concretamente con la entrada del nuevo año y el final de las vacaciones de navidad, me despido del Sr. Roca y le doy la bienvenida a este caballero de nombre de estilo tan militar ante el que parece que te sientes forzado a saludar educadamente antes de pasar revista. Por que por si algún habitante de esta nuestra isla británica de adopción no se había percatado aún, esta marca de retretes es la clara dominadora del panorama de baño de este país. Este dato no es arbitrario, yo ya llevo  más de 18 meses contrastando datos y realizando la estadística en la que Mr.Armitage gana por goleada. Reconozco que es la típica cosa curiosa a la que la mayor parte de la población mundial jamás habría prestado atención pero que en mí, quizá por la manía de ir leyendo y memorizando sin remedio todo lo que se pone delante de mis narices, ha llegado a convertirse en algo algo de chequeo rutinario del cual aún no había visto el momento adecuado de mencionar. Y es que el señor Armitage debe tener un emporio comparable con el del de Zara, por que ya os digo que sitio al que voy, sitio en el que me encuentro esa característica firma que me hace sonreir. Tal ha llegado a ser mi obsesión que he investigado y descubierto que hasta una banda de punk de dudosa reputación de los años 70 llevaba ese nombre en su honor con todas las canciones-coñita que conlleva, claro. Esto me ha llevado a confirmar que la marca de Mr.Armitage Shanks es una institución en el Reino Unido. En ocasiones pienso que si las conclusiones que sacara de mis hipótesis científicas fueran tan claras como esta…probablemente estaríais ahora mismo en el blog de toda una eminencia de nuestro tiempo.

Está claro que deberíamos aprovechar el tirón comercial y nosotros hacer lo mismo con el Sr. Roca, toda una institución en España pero al que con nuestra ignorancia estamos haciendo que esté pasando a un segundo plano. Desde aquí, contribuyo con mi granito de arena –que no con la caquita con ojos del Whatsapp — a que la tan conocida  expresión «ir a visitar al Sr. Roca» suene más alta que el cuerno de Gondor. Esta primera entrada del año también sirve de homenaje a estos entrañables seres que dentro de sus distintas formas y colores  me han…sujetado durante tantos años.

No quiero que esta entrada se considere como algo escatológico y vacío de contenido. El váter puede ser utilizado como figura retórica para definir el final de un año y la combinación del retrete español con el retrete británico, la prueba más fehaciente de que supone el inicio de una nueva. Especialmente después de estos días de excesos alimentarios, creo que la relación con este elemento del hogar se estrecha un poco más y pasa a ser  el hombro de un fiel amigo en el que uno se apoya en momentos complicados — aunque para algunos  esta relación es igual de estrecha durante todo el año. El váter también representa todo el mal rollito que está dentro de tí y  lo clara y limpia que se queda tu cabeza al deshacerte de todos esos desechos que saturan tu corteza cerebral con sólo pulsar un botón.

Este año empieza lleno de retos. Nos encontramos en la etapa intermedia de nuestro contrato dundiano, lo que quiere decir que toca ponerse las pilas para que nuestra relación — la laboral– llegue a buen puerto y nos catapulte hacia un futuro mejor y a poder ser más cálido. Es por esa razón por la que dejando de lado el día de transición de ayer, en el que debido a la vuelta al trabajo tengo que volver a hacer referencia al enano peludo que se adueña de tu garganta del año pasado, hoy doy por iniciado el nuevo año. Año en el que bajo la tapa del 2013, tiro de la cadena y levanto la tapa del 2014 en la que el agua clara del mar del Norte que reposa en mi Armitage Shanks me invita a pensar que será un año glorioso. Y es que no me queda más remedio que pensar esto por que aunque este no es tan cómodo como el venerable Sr. Roca…  al fin y al cabo es el que me escucha y sonríe todas las mañanas.

¡Bienvenido 2014!

Es inútil, hay veces que por mucho que lo intentes y por mucho empeño que pongas es imposible memorizar ciertas cosas. Y todo empieza desde pequeño, el momento de aprenderse las tablas de multiplicar. Esta es una etapa traumática para todo pequeño escolar, ya que a esa edad no se es capaz de comprender la razón por la que hay que ir más allá de ser capaz de entender los carteles del 2×1 del supermercado y tener que memorizarse a cholón 100 números simplemente por que sí, por que la profe lo dice.

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Pero este mal trago pasa, la vida sigue y este momento clave de tu educación es claramente sobrepasado por el momento de tener que aprenderse la tabla periódica. En esta etapa de tu vida ya estás mucho más curtido, te sabes todos los jugadores de la Liga, haces torretas con las sillas, lanzas tizas antes de que llegue el profesor…vamos, molas. Pero todo el mundo estará de acuerdo en que el hecho de tener que cantar los elementos como si fueras un papagayo no viene a cuento, se mire por donde se mire. Es una cosa sin utilidad alguna que lo único que sirve es para quemar neuronas durante dos meses y seguir dándote cuenta años después que fue una causa perdida por que sigues confundiendo la plata con el platino. Realmente, una vez superados estos dos grandes tragos ya no tienes que aprenderte nada más de memoria en el resto de tu vida estudiantil, ni siquiera en la universitaria. Quizá lo pasas un poco mal aprendiéndote la nomenclatura de la química orgánica, pero como es más o menos a partir de ese momento cuando empiezas a adentrarte en el mundo de las chuletas, en grabar cosas en la mesa con el compás, hacer misiones arriesgadas al baño en mitad de un examen…en fin, en definitiva a desarrollar una inteligencia superior, pues vas saliendo del atolladero como puedes. Una pena que todo esto se vaya al traste años después.

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Años más tarde, algunos inconscientes son capaces de adentrarse en el dichoso mundo del doctorado. Unos pocos incluso son capaces de tras sobrevivir a estos años de tortura cerebral, abrir sus alas para volar a parajes insospechados fuera de la piel de toro donde una vez más tendrán que dar uso a su memoria, aunque esta vez por motivos diferentes. Y bien, por si alguien aún no se ha dado cuenta, esa es mi historia. Formo parte de ese grupo de supervivientes de todo este proceso educativo que actualmente da con sus huesos en Dundeeland, un sitio tan increíblemente fantástico y lleno de fauna tan variopinta como el jardín de Michael Jackson. Pues bien, todo este rollo macabeo viene a cuento por el mayor problema social al que me estoy enfrentando: aprenderme el nombre de los indios.

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No quiero sonar desagradable ni intolerante. Vivir en el extranjero tiene muchas cosas positivas, aprendes a desenvolverte por ti mismo, aprendes a  tratar con carpinteros, conoces gente de muchas nacionalidades…pero todas estas cosas tienen un denominador común: necesitas aprenderte los nombres de esta gente. Y aquí es cuando los indios de la India, entran en escena. Son gente majísima, encantadora y con un parecido asombroso a nuestra forma de ser. Pero no hay manera, no lo consigo, lo de sus nombres me queda muy grande. Está siendo más complicado que aprenderse una vía de señalización. Intento utilizar todos los trucos nemotécnicos que conozco, incluso buscar una similitud en castellano, pero no hay forma. Da igual de donde sea el indio en cuestión, por que a mi todos los nombres me suena como una conjunción horrorosa de consonantes all together, que no hay santo que descifre sin poner cara de» what?»

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El tema es que me da vergüenza, por que no quiero acabar cayendo en el clásico «eh tú, perdona tú, disculpa tú…», por que uno tiene un caché que mantener. Pero es inevitable y acabo recurriendo a la estrategia de dirigirme a ellos diciendo su nombre muy bajito muy bajito (o lo que creo que es su nombre) y luego disparar rápidamente lo que quiero  decir, como queriendo olvidar lo que antes ha salido de mi boca. Un número. Yo sigo haciendo my best, pero la progresión es lenta o nula. Por eso quiero aprovechar para excusarme con adelantado con todo indio conocido o por conocer al que no sea capaz de llamar por su nombre correctamente. No es nada personal, pero o hacen como el chino este que participó con España en los juegos olímpicos, ese al que no quedaba otro remedio que llamar Juanito, o esto está condenado al fracaso.

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