¿Por qué nos suena la tripa cuándo tenemos hambre?, ¿por qué hay personas que se acuerdan de los sueños y otras no?, ¿por qué los Sugus de piña son azules?

Preguntas así llevan asolando al ser humano desde el principio de los tiempos. Yo aún no he encontrado respuesta para ninguna de ellas, pero tras volver a retomar la actividad como maestro científico me estoy dando de bruces con otro sinfín de preguntas maliciosas a las que no puedo contestar con un «ya te lo explico luego», «esto es así por que en este laboratorio lo hacemos así» o «ponte a trabajar, y no hagas tantas preguntitas». Uno, no puede perder la clase.

poker-face

El tener a tu cargo un patito supone que tengas que desdoblarte y asumir que tu sombra ahora es más grande. Estos seres, te siguen a todas partes confiando en todo lo que haces y todo lo que dices, y no exagero si digo que si te tiraras por el hueco de las escaleras se tirarían detrás. Pero esta confianza es un arma de doble filo, por que la parte mala de tener a tu cargo un polluelo, es que son muy inquietos y lo quieren saber todo.  Esta inquietud terrorífica les lleva a plantearse cosas que tenías completamente olvidadas desde que llevabas las carpetas forradas con fotos de todo tipo. Pero lo peor de todo es que ante esta inquietud tú partes en desventaja, pues su cerebro fresco y reluciente de cinco años de carrera pregunta cosas con sentido y el tuyo lleva cinco años atrofiado responde siguiendo la regla de la lógica aplastante. Y no hay por que esconderlo, según pasa el tiempo y coges experiencia… vas dejando a un lado el intelecto y te habitúas a problemas tan cotidianos y banales como centrifugar de más, sembrar pocas células o liarla parda mezclando tubos. Sencillamente por este motivo, cualquier pregunta que sale de su pico es como una bala que te atraviesa y explota dentro de ti: ¿para que sirve el metanol?, ¿por qué se usa esa concentración de DTT?, ¿por qué a veces lavas con Tween y otras no? Estas y otras muchas, son cosas que hace mucho, mucho, mucho tiempo no te planteabas. Cosas que das por supuestas y que haces o usas de manera automática, vamos, que lo haces por que sí.

Pero antes que admitir la derrota ante una pregunta estudiantil, hay que luchar hasta el último suspiro. Una buena defensa es un buen ataque, así que ante preguntas complicadas, respuestas rápidas y sin dudar. Tú eres el que controla la situación, no puedes permitir que el pánico te domine y que se te note la gota de sudor frío que resbala por tu espalda. No importa si es correcta o no, lo importante es la seguridad con lo que lo digas y lo bien que salgas del trago. Esto es como jugar al parchís y tener la clásica discusión en la que si ves que te machacan con argumentos… siempre se termina con un: «pues en mi casa jugamos así».

Lo bueno de esta experiencia es que creo que estoy aprendiendo yo más que el patito. Me estoy convirtiendo en un maestro perfeccionado, por que tras la pregunta complicada corro despavorido a consultar con el nutrido grupo de intelectuales de mi cubículo para consensuar la respuesta. Y lo más curioso de todo esto es ver como se cumple aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos», por que podemos tirarnos horas buscando explicaciones para al final acabar aceptando lo inevitable, preguntar a Google. El sí que nunca duda, no se como se acababan estas conversaciones antes de su existencia. Yo, por si acaso dentro de un tiempo, Google desaparece como el carro de Manolo Escobar (desde aquí mi pequeño homenaje), me estoy haciendo una libretita que he llamado «Respuestas valientes a preguntas rebuscadas». Por lo que pueda pasar.