Teletransportación, viajes en el tiempo, levitación, agujeros negros… un montón de poderes psíquicos y de fenómenos paranormales aún por explicar, pero nadie se ha puesto aún a analizar que pasa con el cesto de la ropa sucia.

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El cesto de la ropa sucia es un ser que vive contigo. Puede estar ubicado en tu habitación o en alguna otro lugar de la casa, pero siempre al acecho. En nuestro caso, el cesto duerme a los pies de nuestra cama, vigilando nuestros sueños y saludándonos por la mañana con cara de «dame de comer, dame de comer». Es una relación muy intensa la que se tiene con el cesto de la ropa sucia, es insaciable y siempre quiere más. Es tal su ambición que hasta en ocasiones –generalmente a final de la semana generalmente — tienes que recurrir a darle los calcetines con tomate para saciar su apetito voraz. Por otro lado da igual su tamaño, siempre está lleno. Puedes plantearte comprar uno pequeñito para obligarte a poner lavadoras más a menudo, pero esto no funciona así. Sea del tamaño que sea siempre lo llenas, y acaba desparramándose por los alrededores como si fuera una masa de un bollo al que le has echado levadura de más. Esto si que es un fenómeno paranormal para que lo estudie Iker Jimenez.

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Por que claro, tu guerra particular contra el cesto tiene que acabar en algún momento. Te puedes poner muy gallito y decirle que no le piensas hacer caso, pero al final vas a salir perdiendo. Eso o te vuelves fan total del ir en plan comando, cosa que no recomiendo para nada en lugares donde la tela de los vaqueros no se llega a secar nunca en su totalidad. Eso raspa, no es buena idea. Así que nada, llega el momento en el que claudicas, dices hasta aquí hemos llegado y te dispones a poner la lavadora. Este otro agujero es más amable que el del cesto y generalmente genera el problema opuesto por que aunque parece que tiene la boca más grande, realmente su interior es más pequeño. Tú te lías a echarle cosas dentro –en mi caso con la pelea extra de que cosa es de cada color –y enseguida está que revienta y empieza a devolverte ropa a la misma vez que tu le metes más. Ella está que revienta pero tu cesto sigue misteriosamente lleno. Yo creo que la ropa del cesto espera a que la cojas como los marcianitos verdes de la máquina expendedora de Toy Story a la voz de «el gaaaaancho» y aunque tu brazo se mete en el cesto que tiene más fondo que el bolso de Mary Poppins, nunca acabas atrapándolos a todos a la vez. Digamos que por hacer otra analogía, hay más Pokemon en el bosque que Poké Balls en tu mochila  –que triste fue mi adolescencia, por cierto.

Así que después de todos estos sucios conflictos, he decidido adoptar una actitud más respetuosa con el cesto. Yo le doy de comer y él tiene que tomarse la vida más tranquilamente y no llenarse tan rápido. No se si lo ha entendido o tendré que acabar echándole una cerilla y dejar que nuestra vida se convierta en algo mucho más salvaje. Vosotros amigos, prestad atención a vuestro cesto, hacerle controles rutinarios y no dejeis que se os subleve como el nuestro. Lo digo por vuestro bien.

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