He dado un paso más hacia mi completa perfección: he empezado clases de yoga. Ni yo mismo me lo creo, no se exactamente como he caído en esto pero por una sucesión de catastróficas desdichas he acabado probando esta extraña disciplina, ¿será la edad?La cuestión es que el entrenamiento para la carrera de Monikie de este domingo —segunda edición para mi— ha hecho que me tenga que tomar con calma la actividad física de la semana para llegar en condiciones al evento y no defraudar a mi público, el cual me esperará exaltado en mi triunfal llegada a la meta. Por este motivo decidí que era un buen momento para probar algo nuevo y que estuviera incluido dentro del precio del gimnasio, claro está. Así de simple es como mis huesos y yo dimos con este doloroso deporte –aunque mis huesos hoy, dos días después, se siguen negando en llamar así a semejante actividad.

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No había sido yo muy fan de esto de moverme despacio, respirar y doblarme como un acordeón, pero he de confesar que no me ha defraudado. En primer lugar me ha hecho recordar mis no tan lejanos momentos de gato karateka y darme cuenta de que a pesar de que corro como un velociraptor, las articulaciones se me estaban atrofiando un poco desde que abandoné el mundo marcial. Y en segundo lugar es que hay que ver la de cosas raras que se pueden hacer en una clase de yoga, ¿eh? Eso sí que es llevar el cuerpo al límite…¡literalmente! Lo de respirar, relajarse, vaciar la mente… sí, eso está muy bien pero, ¿lo de contorsioarse hasta perder el sentido?, por que lo de poner las piernas en Cuenca y los brazos en Aberdeen no termino yo de ver muy claro lo de que sea muy relajan. Yo creo que hubo veces en los que los ojos se me tuvieron que dar la vuelta y ponerse pa’trás, por que los pobres perdían la referencia de lo que era tierra firme y lo que no. Relajado no se si salí, pero sí sabiendo que estaba más pocho que un calamar y que el cuerpo tiene más músculos y huesos de los que jamás había imaginado.

Pero sí, he derribado un tabú. El yoga no es tan aburrido como pensaba. Es verdad que no tengo un sensei tan molón como el Señor Miyagi sino que en cambio lo que tengo es una profesora que se dobla más que una toalla del Decathlon, pero tampoco está tan mal. Mis compañeras -por que la mayor parte del público es femenino– son un poco frikis y se lo toman muy en serio, pero yo me he propuesto hacerle también mucho a la profe como el pobre Daniel con las esponjas y dejar a las flipadas del contorsionismo de lado. Estoy impaciente por la siguiente clase, ya me veo haciendo la grulla… eso si consigo deshacer el nudo que tengo aún hecho en los brazos y que me impiden coger bien las pipetas y también si las agujetas estás de la tripa desaparecen y me dejan doblarme de nuevo.


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