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¿Qué tienen en común estos dos lugares?, ¿es posible que estén conectados? Y lo que es más importante de todo, ¿qué les hace estar tan relacionados con mi persona?

A simple vista parecen dos simples pantallazos de Google Maps, pero si se va un poco más en detalle se puede comprobar que se trata de dos localidades en Reino Unido y España, Dundee y Madrid, West End y Moratalaz y al final del todo si uno se fija bien se puede observar que se trata de dos cruces. Y bien, ¿a qué viene todo este trabajo de investigación y gasto de neuronas innecesario? Pues simplemente de que se trata de dos puntos sobre los que estuvo girando mi vida social anteriormente y en la que se encuentra haciéndolo ahora mismo. Durante los años en los que la moda juvenil cayó rendida a mis pies, el punto de encuentro con mis más allegados solía ser el denominado «el cruce». La hora no era muy determinante, tampoco la finalidad del encuentro,lo importante es que este se produjera en este determinado lugar. Ahora, en mi más madura pero aún no adulta vida, este punto se ha visto trasladado a 2500 kilómetros más al norte y curiosamente también a otro cruce. ¿Qué repercusión tiene esto? Aparentemente ninguna, pero el simple hecho de decir «quedamos en el cruce» me hace habitualmente sonreír y tener una sensación mezcla de alegría y melancolía de la buena.

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Mis dos cruces no se parecen nada entre sí. En uno convergen dos calles y en el otro son tres las que lo hacen, uno tiene a su alrededor edificios de siete plantas y en el otro son sólo de dos o tres, y en uno los edificios son de ladrillo y en el otro de piedra más vieja que el cabrales. Además de esto, los dos cruces tienen sus semáforos, unos que van a su bola y los otros que tienen una cámara para calcular cuando hay un coche esperando y cuando no, y por ellos cruza gente, en uno son ruidosos y les da igual el color del muñequito y en el otro no, son callados y respetuosos. Pero los dos sitios son el punto de partida de algo interesante, da igual que sean unas cañas en ca´Jose o unos kilómetros de trote bajo la lluvia.

Si los cruces estuvieran interconectados por un agujero rollo Julio Verne, probablemente hiciera una escapadita para darme una vuelta por el otro cruce. Pero le he echado un vistazo al tema de las antípodas antes y creo que no va a funcionar. Mientras uno me manda a algún sitio guay en mitad de Nueva Zelanda en el que podría hacerme pasar por Frodo Bolsón gracias a mis peludos pies, el otro me envía a algún mitad del Pacífico al que no tengo muchas ganas de ir a parar con los de Perdidos. Por eso creo que voy a dejar la tuneladora de Gallardón aparcada y seguir disfrutando de ellos independientemente. Por que  nadie ha dicho nunca nada de que no se puede querer a dos cruces de la misma manera, así que en cuanto a sentimientos con cruces no hay nada escrito Y es que además que no es por que lo diga yo, pero mira que son guapos ellos, ¿eh? ¿Quedamos en el cruce?

No es falta de cariño, mi ausencia por el mundo virtual se ha debido a una pequeña saturación de trabajo sumado a un poco de vaguería y algo de falta de inspiración. Los que se enfrenten a menudo a un documento de Word en blanco con un cursor intermitente y los estreñidos sabrán de que hablo, hay veces que no sale y no sale. Aunque también creo que el que haya estado algo más «ocupado» este último mes ha hecho que mi presencia bloguera se haya venido un poco abajo ya que a las horas a las que uno ha estado acabando de hacer los menesteres del hogar…pues como que no daban ganas de darle a la tecla. Así que sin poner más excusas, y al más puro modo Los Panchos confieso a todos los miles de seguidores que me han preguntado si pasaba algo y que cuando iba a volver a escribir que no es falta de cariño y que desde hoy en adelante este volverá a ser lo que era: un blog casero con poca repercusión para la humanidad pero que en el futuro ocupará un lugar en una estantería. Vale, lo confieso, sólo han sido tres los que han preguntado pero por que me han hecho sentir que estas palabras no caen en un saco vacío se lo dedico a ellos.

Desde la última vez que escribí a pasado ya casi un mes. No es que el derbi futbolero me dejara sin habla, pero es que desde entonces las obligaciones han crecido. No lo comenté por aquí por aquello de que no me resultaba muy relevante pero mis conocidas habilidades como mamá pato han subido un escalón. Desde hace un par de meses tengo bajo mis plumas a un estudiante de doctorado a mi cargo. Vale que el tío es medio metro más alto que yo y que el que podría acurrucarme podría ser él a mi, pero el símil sigue siendo útil a la hora de expresar que mi nivel de responsabilidad ha crecido un poco más y comparado con esta experiencia las anteriores podrían pasar a llamarse las de tío pato o primo pato. Ahora sí que soy mamá de verdad, y tetas aparte el tema quita y da trabajo al mismo tiempo. Por un lado, está muy bien por que trabajos tediosos como quedarse hasta las mil por la noche o hacer experimentos coñazo que aburren hasta a una probeta pues se los sueltas a tu esbirro. Entre el esbirro y tú se genera una especie de complicidad/respeto dificil de explicar por la que él hace aquello que tu le dices sin rechistar mientras que tú le miras a la cara diciendo ¿se lo estará tragando? En fin, que la parte buena es que puedes soltar balones fuera y quitarte un poco de carga de trabajo, pero por otro lado tienes la responsabilidad de que su trabajo salga adelante y de «organizarle» en cierto modo la semana, sobretodo ahora en sus primeros pasos.

Aunque he de confesar que la experiencia me está gustando. Creo que va a ser una de esas situaciones en las que no hay marcha atrás como el momento en el que dejas el patatófono y tienes tu primer listófono o el momento en el que pasas a hacer las palomitas en el microondas en vez de en la olla. Mandar mola, aunque a veces da pena. Es la parte negativa de tener corazón, creo que este año en las campanadas voy a pedir que me lo «hollinen» un poco para ver si no me dan estos sentimientos de slavemaster.

Además de esto, he sido nombrado «el elegido» para dar una charla en el simposio –no se si esta palabra se usa en castellano– del departamento de este año. Vale que no es una charla de repercusión mundial pero oye, uno tiene su pedacito de orgullo y quiere quedar bien. Hay que afinar el acento scottish, hacer figuras bonitas, además de practicar y sonar como que te lo crees. Así que como las cosas de palacio van despacio, pues los dos últimos fines de semana los he pasado sumergido en la pantalla del ordenador.

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Vale que no me las voy a dar de pobrecito para que digaís ooooooh, vaya martir de la ciencia. No, los sábados he seguido saliendo a correr por el bosque y además hemos tenido dos jamonadas, una tesis, una despedida, una visita al Tapas Bar y un paseo por los acantilados de Arbroath más su consecuente comilona en el But´n´Ben. Sí, y entre todo eso ha habido tiempo para preparar la presentación y ensayarla hoy con el laboratorio. Quizá ahora quede un poco más claro por que no he tenido tiempo para escribir el blog. A falta de excusas bueno son los planes para justificarlo todo.

Ahora me voy a cenar que hoy han tocado 15 kilómetros al fresco del huracán Gonzalo que me ha provocado venir con más hambre que un perro muerto. Luego a seguir con nuestro ciclo de series: The Leftovers, la vigesimonovena temporada de Anatomía de Grey, la quinta de The Walking Dead… eso y a seguir haciendo una tesis en lavadoras. Sí, ya se que no viene a cuento pero como la entrada de hoy no tiene ni pies ni cabeza pues lo cuento y punto. Desde hace ya tiempo nuestra lavadora ha decidido volverse algo loca. No se si es que en esta casa cada vez que se estropea algo el resto de «cosas» se ponen celosas y nos reclaman su atención. Cuando nos cambian los fuegos de la cocina aparece una gotera en el baño, cuando se arregla la gotera el grifo de la cocina no cierra y cuando lo cambian la lavadora deja de centrifugar o decide poner todas sus luces a parpadear rollo R2D2 en un concierto de Lady Gaga. En fin, que tanta gaita apagando los enchufes y la televisión por la noche para ahorrar energía y algunos peniques más para el bolsillo, y resulta que para lavar unas sábanas tenemos que poner cuatro lavadoras con sus correspondientes horas de secado que han dejado la llave del contador como las máquinas tragaperras de un pub, tiritando.

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Esta es mi vida a día de hoy amiguitos, un cúmulo inagotable de eventos. La vuestra imagino que será igual, pero como vosotros no la contáis pues yo no me entero. Así que desde aquí hago una llamada a quien quiera que se lea esto en las próximas semanas a que me escriba un bonito resumen de como le va todo — las imágenes se pueden enviar por privado — y así hago un poco de catch up, que últimamente me siento un poco desconectado de mi «otra vida».

¡Hasta la próxima próxima entrada!

La cuesta de enero es un concepto mucho más amplio de lo que la gente piensa. La mayor parte de la gente lo asocia a apretarse el cinturón, a vigilarse después de los excesos navideños o a hacer cola a la puerta de El Corte Inglés. Pero para el expatriado medio como yo, significa el tener que volver a la rutina en tu país de adopción, donde el jamón está envasado en sobres, la cerveza se bebe de litro en litro y el pan tiene más parecido a un chicle Boomer de lo que debería.

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Pues bien, el mejor modo de sobrevivir a este duro mes de enero es hacer una entrada progresiva. Una adaptación al entorno como Dios manda que requiere de relax, poco esfuerzo y una alimentación sana a base de embutido y frutos secos. Por esa razón ya hace unos meses que un grupo numeroso del guateque decidimos reservar un fin de semana para pasarlo en unas cabañitas perdidas en el campo no muy lejos de Dundee. Concretamente fuimos a parar a Huntingtower, un sitio a las afueras de Perth que tiene un castillo que sigue las mismas normas que la ciudad: pasa completamente desaPerthibido y que nadie se Perthcata de que está ahí.

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Es verdad que probablemente este no sea el sitio más bonito de Escocia ni de lejos, pero desde luego era el sitio ideal para pasar un fin de semana de descanso bajo techo. Techo que fue más que necesario por que el sábado nos regaló un bonito día de tromba de agua desde el amanecer hasta el anochecer. Pero no importaba, estábamos preparados: juegos de mesa, innumerables barras de fuet, pacharán, pipas… el kit de supervivencia estaba listo. El olor a choto inundaba la cabaña, cuyos cristales empañados como el coche del Titanic invitaban a pensar que saldríamos en las noticias locales al día siguiente por acumulación de gases de efecto invernadero. Pero realmente a pesar del ambiente claustrofóbico que se respiraba en el ambiente, he de decir que pasamos un muy buen día.

Pero tras un día intenso de salchichón, pizzas y cebada fermentada… las bajas en el frente empezaron a ser numerosas a una hora no muy tardía. Por esa razón, aunque el domingo amaneció igual de nublado,  un nutrido grupo de guatequeros hambrientos se levantaron de los catres dispuestos a desatar sus instintos primarios e hincarle el diente a lo primero que se les pusiera por delante. Por poner un ejemplo representativo diré que el desayuno empezó con unos cruasanes del Tesco… y acabó con unas tostadas de anchoas con tomate que daban energía a un lemur ciego. Como teníamos la preocupación de que nuestros cuerpos se quedaran atrofiados si nos quedabamos encerrados y comiendo sin control un día más, decidimos no hacer mucho caso al tiempo –que amenazaba tormenta again — y salir a dar una vuelta. Fuimos a la zona de Comrie, a dar un paseo por el barro de Deil’s Caldron — o la Caldera del Diablo, que le da un toque mucho más místico. Y que gusto da de vez en cuando ponerse la ropa de montaña. En mi caso es saber que voy a ponérmela…y tener esa sensación de que puedo hacer el cafre todo lo que quiera. Da igual, sabes que te vas a manchar y que vas a acabar  hasta el culo de barro, pero no pasa nada, para eso está esa ropa. Así que ahí estuvimos sube tronco, salta charco, abraza árbol, haz foto a los hongitos mucilaginosos, metete en la cueva de un hobbit…muy divertido.

Y claro está. No hay fin de semana que se precie si no acaba con una buena barbacoa. No se que tienen esas barbacoitas portátiles de dos libras y pico, pero les deberían dar un premio por su logro en haber mejorado a la humanidad. Oye, que cosa más tonta y que manera tan eficiente y limpia de alimentar a ocho personas y un perro. Siempre hay que tener una lista para echarle una cerilla, nunca sabes cuando te va a hacer falta. Y también, que entrañable el vivir esa experiencia de tener la necesidad de acabar con todo lo que haya por que nada puede sobrar. Asi que, ¿qué hay que mezclar la última barra de fuet con un yogur? Se hace. ¿Qué hay que beberse el zumo mojando unos trozos de fuet? Se hace. ¿Qué hay que jugar a los personajes comiendo otra vez fuet? Pues se hace de nuevo, ante todo, que no haya miseria.

Así que de este modo a lo tonto casi nos hemos quitado enero del medio. Los días ya son más largos y de momento aquellas previsiones de que este iba a ser el peor invierno desde que los ingleses empezaron a tomar el té de las cinco no se han cumplido. Espero que este sea el primero de un montón de planes a lo largo y ancho del año. De momento, me paso las tardes como si trabajara en una agencia de viajes: vuelo por aquí, visita por allá…pero me encanta. ¡Más planes, más planes! ¡Qué no quede nada por hacer! ¡Tengo alergia al tiempo libre!

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Kikiriki, ey buenos días, cua cua cua vais a tener, mu mu mu, en esta granja, cuantas cosas podrás hacer. Guau guau guau guau es de Playmobil, apréndetelo bien. ¿Es la granja de Playmobil? Sí, ¡aquí es!

Esta es una entrada anacrónica, que no va de animales pero sí de granjas y que me ha recordado a la canción más satánica de mi infancia, la cual que repetía una y otra vez durante incontables navidades. Esta entrada la tenía entre las pendientes en el cajón de las historias sin contar, mayormente por la explosión masiva de planes durante este último mes que me ha tenido apartado del teclado más tiempo del deseado. Pero una ligera amenaza en forma de frase inocente lanzada al aire me ha hecho percatarme de que ya era momento de contarla. Voy allá.

Es conocida la afición británica a las berries. Seguramente si me preguntaran cual es el producto de la tierra más abundante en este país diría que aparte del rebozado del fish and chips estarían la cebada y los frutos rojos. Hay tanta variedad de estos últimos que ni soy capaz de traducir al castellano la infinidad de tipos que existen: además de las famosas fresas de toda la vida (strawberries) hay blackberries, raspberries, blueberries, cloudberries, boysenberries, marionberries, cranberries, bearberries e incluso unas locales llamadas tayberries. Como veis, yo siempre haciendo publicidad de mi río haciendo como  dicen en Amsterdamsupport your local dealer.

tayberries

Pues bien, una cosa que nos ha fascinado es que por la campiña escocesa existen numerosas granjas desperdigadas a las que puedes ir a recoger todos estos frutos. Algunas son bastante grandes y están llenas de politúneles enormes y otras son más pequeñas con unos cuantos arbustos que perteneces a unos particulares y no saben que hacer con la cantidad de bolitas de colores que crecen sin control. Y la verdad es que la recolección es una actividad la mar de bucólica. Tu llegas allí, coges una cestita…y ale, a pasar el día recociéndote de calor debajo de un plástico y esquivando moscas resoplando como una vaca peluda de las Highlands. Esta actividad se acaba convirtiendo en algo adictivo que incluso tiene un puntito de competitividad que la hace más interesante. Empiezas cogiendo fresitas una a una…y acabas haciendo como en los meaderos de tíos, mirando de reojillo las cestitas de los demás para ver quien tiene la cestita más llena con las fresitas más grandes (siento la expresividad del ejemplo).

Y la pregunta obvia es, ¿qué se hace con tanta fruta? Pues efectivamente es una gran pregunta. Las dimensiones de los frigoríficos escoceses es habitualmente la de un hobbit cortado por la mitad, vamos que no da para mucho. Así que o tienes muchos amigos y haces como con los Donettes y sacas  las berries y te salen por todas partes… o haces mermelada. Aquí es donde yo hábilmente decidí salirme por la tangente y dejar que Marta investigara alegremente con el azúcar y los fogones, y fantaseara con ser como Panoramix nuestro druida. Y fue una decisión acertada. Ahora me parece que esta casa empieza a parecerse a la de Arguiñano. Yo me he quedado como Karlos, atrapado por la tortilla y las croquetas, y a Marta le ha salido la vena de Eva y se desenvuelve con los postres…con mermelada, claro está.

Sus especialidades hasta el momento son las de fresa y la de arándanos, muy recomendables a la hora de desayunar si venís de visita (guiño, guiño). Ahora aún después de un mes y pico, seguimos teniendo botes de mermelada en la nevera que harían que incluso Obelix cogiera aversión a la comida, y que me ha recordado a una escena de mis pelis favoritas a la que siempre hago referencia por la cantidad de puntos graciosos:

En definitiva, esto de las granjas ha sido una de las mejores ideas que he visto desde que estamos aquí. Y por tanto creo que asería una idea estupenda para las vendimias, recogidas de aceituna, almendruco, patata y demás actividades campestres que tanta lata dan a las segundas y terceras generaciones de familias con tierras. Yo lo dejo ahí, una idea al aire. Si alguien se da por aludido y la coge…que cuente conmigo para empezar la lista de precios. !A mí me parece una ideaca!

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