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El momento de la revisión anual del coche — MOT en inglés — es uno de los días más estresantes del año. No se si es por que yo lo somatizo todo mucho o por que realmente me da un pánico atroz el enfrentarme al momento del veredicto, pero esas horas en las que esperas la llamada del taller…son muy tensas. Nuestro querido Nissan Almera es pequeño, pero valiente. Sus 14 años de vida y sus casi 80000 millas no son motivos sufucientes para que sufra de achaques que nos hicieran pensar en una catástrofe en modo de suspenso rotundo en la revisión. Nunca nos ha dado ningún problema, pero bien es cierto que las condiciones climatológicas de este país no hacen presagiar nada bueno en el momento de mirarle los bajos. Simplemente con abrir el capó y echar un vistazo te dan ganas de probar con el truco casero ese que dice la gente de que usar Coca Cola para quitar el óxido. Aunque bien es cierto que si fuera verdad tendríamos que comprar suficiente para llenar un par de bañeras y rociarle bien con una manguera por que la cantidad de óxido que acumulan los coches aquí no es ni medio normal.

corazon oxidado

El tema de las revisiones de los coches en este país consiste en que tú llevas el coche a tu taller habitual y ellos se encargan de llevarlo a los lugares autorizados para hacer la revisión y de informarte después en el caso de que haya que hacer alguna reparación. Es como ver a un familiar tuyo irse en una camilla camino del quirófano, un momento muy tenso. Así pues, el martes pasado pasé la mañana colgado del teléfono esperando esa llamada con la noticia del día. Dos horas más tarde de lo esperado y ya pensando que el coche no había salido de la operación, un escueto mensaje llegó. Este decía; «El coche no ha pasado la revisión. Hay que cambiarle los neumáticos y hacer soldadura. Espero tu llamada. Atentamente, Murdo». Nada de precios, en el mensaje no había ni el más mínimo rastro de un número. Eso me dio mucho miedo. Vale que ya sabíamos que las ruedas estaban más lisas que el pelo de Yola Berrocal –sí, he dicho el pelo –, pero eso de la soldadura… a mi me sonaba raro. En vez de llamarle, fui al taller, y efectivamente parece ser que la parte frontal estaba completamente corroída y la parte que sujeta la suspensión a la estructura del coche no estaba en muy buenas condiciones. Vamos, que lo que entendí es que un poco más y un día el coche se queda parado y el motor sale por la parte de delante y sigue su curso hasta el mar del Norte mientras Marta y yo tendríamos que seguirle como si fuéramos Pedro y Vilma Picapiedra. La solución era cambiarle unas piezas insignificantes y darle una buena mano de soldadura a todo el frontal. La broma 200 libras del ala a las que había que sumarle el cambiarle las cuatro ruedas. En total, 400 libras de nuestra señora reína madre como 400 nubes de otoño escocés.

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El tema de las ruedas me lo veía venir. Además de planas, una de las ruedas traseras convivía hace tiempo con una raja en el lateral de bastante mal aspecto. Es por eso y por que sólo de plantearnos el vivir sin coche nos daba escalofríos, al final nos decidimos por hacer la reparación. Lo de las ruedas era algo evidente y un mal menor, pero lo de la soldadura… para mi era como el momento en el que vas al dentista y este te dice que tienes quince caries. ¿Qué haces? No tienes escapatoria, estás con la boca abierta y en un momento de desesperación aceptas y pagas. La diferencia es que con tus dientes puedes tener más cuidado y tratar de evitar que eso pase. Con un coche en Escocia necesitarías un garaje, una capsula Hoi Poi o envasar el coche al vacío como una barra de lomo y hasta el momento creo que ninguna de las opciones son viables.

Ahora, tres días después nuestro pequeño Almera ha vuelto a casa y ya corre feliz con sus zapatos nuevos y sonríe con su nueva ortodoncia. Unos hierros frescos y relucientes que esperemos que sujeten su cochambroso corazón oxidado durante todo el tiempo que nos quede por amarnos, respetarnos y compartir millas juntos en amor y compañía. Dicen que el dinero no da la felicidad, pero desde luego que te peguen ese hachazo en la Visa tampoco es que te haga precisamente sonreír. Pero como en seguridad no hay que escatimar… bienvenido sea. Esperemos que el año que viene si nos toca volver a la revisión, no tener que vivir otra experiencia de estas. Mientras tanto a disfrutar mucho, carretera y manta.

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Tras varias rondas de experiencias sensoriales similares he llegado a la conclusión de que uno de los momentos más críticos del «volver a empezar» es el de retomar la actividad física. Generalmente paso por etapas varias de bipolar perdido en bosque de Sherwood y acabo optando por la de dejar pasar la primera semana como semana de adaptación al entorno. Pero antes de lo que piensas comienza la segunda semana, y este es un momento crítico por que sigo intentando creerme le excusa de que aún me estoy adaptando. Pero eso es mentira, es pura vaguería y eso lo saben hasta los chinos. Así que es en esos momentos cuando recurres a grandes figuras de la historia, motivadores natos que hicieron de sus palabras un ejemplo para generaciones y generaciones. El simple susurro de sus palabras cala hondo dentro de ti y enciende esa chispa que necesitas para seguir adelante, dejar atrás la pereza y empezar a mover el esqueleto. En mi caso, para mi no hay otro como El Cordobés. Por que como el bien dice: «todo sale de deporte»

Yo querer me quiero mucho, a mi, a mi mismo, a mis tomates y por querer quiero hasta a las arañas culonas que sacrifico cada mañana en esta época. Pero a las que no quiero nada y temo son a las agujetas traicioneras que aparecen tras las primeras carrerillas postestivales. Yo creo que eso es lo que hace que lo vayas posponiendo y posponiendo… pero en algún momento hay que empezar a engrasar al pequeño hombre de hojalata en el que te has convertido durante las vacaciones y ya no hay excusas que valgan. ¡Hay qué moverse!

Así que la semana pasada me marqué dos días corriendo en la cinta del gimnasio viendo Los Caballeros del Zodiaco –que siempre hace levantar sonrisillas a los orientales que pasan por detrás mio– y unas pocas pesas aburridas, a las que añadí un día de trote por el Riverside en buena y desvirtuada compañía. Me pareció más oportuno poner primero en marcha el cuerpo antes que estirarlo, por lo que decidí dejar la clase de yoga de lado y dedicarme a sudar un poco la gota gorda. Pero más que sudar lo que hice fue descubrir con gozo que mi bazo seguía dentro de mi, por que casi lo echo por la boca cuando llevaba apenas seis kilometrillos de nada. Además de esto, el sábado tuve mi trancendental día de reencuentro con Tentsmuir, en el que ir buscando setas mientras solucionabamos los problemas del mundo hizo que sin quererlo ni beberlo nos fuéramos hasta casi 16 kilometros. ¡Casi’ná!

 Pero el día estrella fue el día de ayer y por varios motivos. Primero por que era un día en el que todo apuntaba que me iba a quedar en casa con poco que hacer y que acabó siendo un día de excursión a un sitio completamente desconocido. Y segundo por que por fin retomé el mundo del ciclismo. Así que sin pensarlo mucho me levanté temprano, cargué a Iván, a las bicis y a los bocatas en el coche y nos fuimos dirección Callander buscando la orilla del loch Katrine. La ruta que hicimos transcurre por el lado norte y tiene la opción de poder hacerse también cruzando el lago en un bucólico barquito de vapor y tomarse un café con un helado en la orilla del otro extremo. Desde luego una turistada muy tierna que nosotros, por no hacer lo típico, decidimos no hacer. Dejamos el coche e hicimos la ida y la vuelta en bici, y además le sumamos otros 20 correspondientes al siguiente lago, el loch Venachar, por que fuimos más chulos que un ocho y por que no quisimos pagar el aparcamiento del Katrine. Ya echaba yo de menos hacer una rutita larga dando pedales, aunque el dolor de culo y de manos que tengo hoy… me están haciendo acordarme bastante de mi bici, la de verdad, con sus supensiones, sus cuernos, su ligereza… Hay que ver lo fácil que es acostumbrarse a lo bueno y lo difícil que es ir hacia atrás en cuanto a calidad se refiere.  Por que si algo tiene mérito no es hacerse 60 kilómetros, no, es hacerlo con semejante aleación de hierro forjado que parece que sierra el asfalto a su paso. Vamos, mi mayor motivación para seguir dando pedales era que me sentía como Goku entrenando en el otro mundo con pesos en las manos y en los pies.

No es que quiera buscar culpables a que fuéramos parando todo el tiempo, pero es que las vistas y el buen tiempo que nos hizo, hacían imprescindible el ir con el móvil en mano retratando marcos incomparables continuamente. Eso, y que para la próxima vez recordaré hinchar las ruedas de la bici antes de ponerme a dar pedales como un loco, por que me da a mi que me cansé más de lo necesario a la ida con los neumáticos un tanto… flaciduchos.

Y ya lo he dicho otras veces, el deporte no tiene recompensa, tiene un objetivo. Y en este caso estaba claro, ¿verdad? Ruta de 60 kilómetros, un punto de destino, un lago, una cafetería… sí, denominador común: el bocata de jamón. Eso no podía faltar, y aunque fuera difícil disfrutarlo mientras eramos devorados por los malditos midges, sentó como mano de santo. El bocata y el café con heladito que nos tomamos antes de retomar el camino de vuelta ya con las ruedas bien hinchadas y las baterías a tope. Pero tampoco es que le metiéramos el ritmo contrarreloj, no, por que la segunda recolección micológica del fin de semana y el descubrimiento de que los McGregor tenían un cementerio muy chulo nos mantuvieron entretenidos otro rato. Finalmente, llegamos de vuelta al coche y descubrí que las cañas de pescar modernas tienen alarma incorporada y te puedes ir a echar un meo mientras pican –las cosas ya no son lo que eran, lo tenía que decir– y que un mezcladito de kikos y panchitos solucionaría muchos problemas del mundo por la paz que transmiten y que recuperan tan ricamente el cuerpo después de un gran esfuerzo. El dopaje al lado de los frutos secos tendría muy poquito que hacer, pero esto aún no se sabe.

 

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Así que todo este rollo que os he contado es para contaros que me doy por desengrasado y completamente reintroducido a la vida cotidiana. Y como ya no necesito a Dorothy, ni tres en uno, ni mierdas varias, para celebrarlo hoy he decidido para y parasitar un poco el sofá para que tampoco se le olvide mi forma y sigamos respetándonos el uno al otro. Mañana quizá decida ir a yoga para ver si se me quitan las palpitaciones culares estas que me ha dejado el sillín de la bici. Y después…pues ya se verá, pero a ver si alguien organiza una barbacoa ya rápido por que sino esto va a ser demasiado sano y tampoco hay que abusar. 

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