La mítica frase de «a que no hay huevos» ha vuelto ha salir este fin de semana a la palestra. Los termómetros han explotado  en Escocia y nos hemos levantado ambos días con unos bonitos 20 grados, y por si no volvía a pasar más, hemos salido como las setas en otoño.

termometro

En un principio pensamos en ir a Broughty Ferry a tirarnos al sol y además dar uso a  nuestras nuevas colchonetas de camping para amortizar las 20 libras que costaron. Pero un par de paradas intermedias en la carnicería y en la peluquería hicieron que la opinión de autóctonos nos hicieran cambiar de parecer y dirigir nuestros pasos hacia la playa de St Andrews. Según mi excelente peluquera – de la que aún no se el nombre – es el mejor sitio donde protegerte del viento en un día caluroso como el que estábamos viviendo. Con toda la ilusión del mundo pusimos pies en polvorosa. Ventanillas bajadas, gafas de sol, bañador y una idílica visión caribeña en nuestras cabezas, dispuestos incluso a encontrar a Curro.

curro

La zona de la playa de St. Andrews era completamente desconocida para nosotros. Había oido que era aquí donde se habían rodado las famosas escenas de Carros de Fuego, pero las otras veces que nos habíamos acercado por aquí siempre habíamos pasado la playa de largo, pensando en que no tendría nada de especial (tariro-toriiiro, tatiro-totiiiro…) . Y no se si es por que el día de ayer invitaba o por que el monazo de chiringuito que tenemos ya nos hace tener visiones, pero he de decir que no estaba nada mal. El aparcamiento de la playa estaba más lleno que el neceser de MacGyver y los niños cangrejoides escoceses andaban con bañador, chanclas y red-caza-cosas-marinas-que-huelen como si estuvieran en Benidorm. Y allí instalamos nosotros el campamento, por un lado Marta rotando alrededor del sol en busca de potenciar su melanina y yo contando los minutos que me quedaban de hacer la digestión para poder meterme en el agua.

Valiente de mi hice una primera expedición a la orilla, simplemente para tantear el terreno. Pero fue el momento en el que las aguas del mar del Norte rozaron mis mejillones y…¡zas!, ¡qué escalofrío! Retrocedí a la esterilla acobardado, buscando dentro de mí una mínima pizca del valor de esos niños que chapoteaban en la orilla como si con ellos no fuera la temperatura. Y no la encontré, no. He de confesar que me pudo la presión y una de esas cosas que prometí que haría al llegar aquí, de momento se ha quedado sin cumplir. No, no hubo huevos esta vez. Yo no se si es que de Pirineos para abajo hemos perdido el cachito de ADN encargado de hacer el ser humano sobrevivir en estas aguas o es que me he hecho mayor. En mi defensa diré que de los Apeninos para abajo también lo debieron de haber perdido por que Leo tampoco debía tenerlo. Fue de gallito y por no subirse a la puerta y hacerse el héroe ya sabéis como acabó (aunque más de uno pensara que había hueco para los dos).

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Por lo demás cumplimos todos los tópicos adaptados a la escocesa: cervecita San Miguel con unas chicken fajitas,  heladito en B Jannettas y paseito por el paseo marítimo donde los estudiantes preparaban barbacoas a las 6 de la tarde. Faltó el bañito de rigor, dejo este objetivo sin cumplir pendiente para el futuro. Espero que aunque todos sepamos que se acerca el invierno, pueda volver a tener otra oportunidad más pronto que tarde.