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La palabra aplicar tiene un significado adicional entre la gente que busca trabajo en el siglo XXI respecto a la gente que lo hizo el siglo pasado. Yo me di cuenta de este pequeño detalle en el momento que empecé a moverme en el mercado laboral al acabar la tesis. Todo el mundo estará de acuerdo en aceptar que el lenguaje evoluciona y que hay palabras que se dejan de usar y otras que se van incorporando, pero también en que hay palabras que cobran un significado extra, como es el caso de la palabra aplicar. Con el asentamiento de las nuevas tecnologías, los curriculums ahora se mandan por internet a través de aplicaciones y por tanto, si la documentación se envía a través de una aplicación, lo suyo es que el proceso de realizar esta acción se denomine «aplicar a un trabajo». Suena la mar de lógico. Pues bien, este termino tan común en la jerga juvenil ni está reconocido por la RAE ni  tampoco es entendido por tus padres, lo cual además de ser preocupante puede llevar a graves problemas de comunicación. Es un claro caso de incomprensión generacional.

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Pues bien, quería aclarar este punto antes de empezar la entrada de hoy sencillamente por que me he dado cuenta de que he utilizado esta expresión en el mismo título y no quería tener problemas de este tipo justo antes de empezar. Quiero aplicar a caballero escocés por que considero que al igual que me se las estaciones de la línea 9 de carrerilla, estoy adquiriendo tanta experiencia y conocimiento en el mundo escocés que dentro de poco podrían darme un título de esos que pones en la pared y quedan tan chulos para fardar cuando tienes visitas. Dos de las últimas actividades que  han contribuido a aumentar mi sed de titulutis aguda han sido ni más ni menos que ir a unas justas medievales a ver a unos cuantos escoceses a caballo darse de mamporros e ir a pasear por un bosque encantado. Mola, ¿eh? Pues voy a ello.

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Poca luz, mucho frío, humedad del 90%… pero ¿quién tiene el lujo de poder ir a ver unas justas medievales a escasos 50 kilómetros de su casa? Vale, ahora siento que es el típico momento que meto la gamba y me salen un montón de críticos diciendo que es algo muy común. En mi defensa diré que yo aparte de las de Menorca, no había oído de ellas más que en las de la película de El primer caballero. Es verdad que en estas a las que fuimos no estaban Richard Gere, Sean Connery o Julia Ormond, pero para pasar el rato y berrear como un animal no estuvieron nada mal.

Si tengo que describir que sensación me produjo el disfrutar de unas justas medievales diré que fue una mezcla de entre estar en el Bernabeu y viendo el Pressing Catch en el sofá de casa. Vamos, algo así como estar viendo un partido con el propio Hulk Hogan comiendo pipas a puñados. Salvaje. Es verdad que das una imagen un tanto pobre en esos momentos, pero ayuda a liberar las tensiones acumuladas durante la semana. No es mál plan, aunque siempre elijo mal. El que quiero que gane siempre pierde, tengo un don.

Otro plan algo menos salvaje pero de nivel cultural medio alto es el de ir a visitar el Enchanted Forest con la llegada del otoño a Escocia. Ubicado en una localización muy pintoresca conocido por ser la puerta de entrada a las Highlands y por estar rodeado de destilerías, el bosque de Faskally en Pitlochry (Pilorí en entradas anteriores) se transforma durante estas fechas en un paseo músico-luminoso en el que puedes dar rienda suelta a tu imaginación…y calarte hasta los huesos. Perdido en la oscuridad, sin ver más allá de dos palmos delante de tus narices y guiándote por las luces y la música tenebrosa, vas andando y en ocasiones da la impresión de que estás metido en la película de Fantasía o de haberte caído en un barril de vino como Dumbo. Una pasada sobretodo si se combina con una tormenta del copón. Sí, no os penséis que aquí se suspenden las cosas por la lluvia. Tú compras unas entradas, vas hasta allí, y si llueve…te fastidias. Y da igual tener el mejor impermeable o un paraguas estilo sombrilla familia numerosa de Benidorm, no, aquí te mojas igual. Pero bueno, en su defensa diré que una vez que vuelves a casa y compruebas que no te has agarrado una pulmonía de campeonato hasta lo aprecias como un puntito extra que le da un poco más de misterio si cabe al bosque. Experiencia que como candidato a caballero escocés recomiendo a las visitas otoñales.

Así que, ¿veis como estoy en condiciones de aplicar a gran caballero escocés? Expresión que como os he enseñado hoy, es completamente válida. Lo malo es que tengo miedo a que el examen sea en el castillo de Eilean Donan y que para examinarme aparezca el mismísimo Juan Sánchez vestido de Sean Connery y la liemos parda… Por eso voy a ver si me perfecciono un poco más antes de echar la aplicación que aquí los procesos de selección son muy salvajes.

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La mítica frase de «a que no hay huevos» ha vuelto ha salir este fin de semana a la palestra. Los termómetros han explotado  en Escocia y nos hemos levantado ambos días con unos bonitos 20 grados, y por si no volvía a pasar más, hemos salido como las setas en otoño.

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En un principio pensamos en ir a Broughty Ferry a tirarnos al sol y además dar uso a  nuestras nuevas colchonetas de camping para amortizar las 20 libras que costaron. Pero un par de paradas intermedias en la carnicería y en la peluquería hicieron que la opinión de autóctonos nos hicieran cambiar de parecer y dirigir nuestros pasos hacia la playa de St Andrews. Según mi excelente peluquera – de la que aún no se el nombre – es el mejor sitio donde protegerte del viento en un día caluroso como el que estábamos viviendo. Con toda la ilusión del mundo pusimos pies en polvorosa. Ventanillas bajadas, gafas de sol, bañador y una idílica visión caribeña en nuestras cabezas, dispuestos incluso a encontrar a Curro.

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La zona de la playa de St. Andrews era completamente desconocida para nosotros. Había oido que era aquí donde se habían rodado las famosas escenas de Carros de Fuego, pero las otras veces que nos habíamos acercado por aquí siempre habíamos pasado la playa de largo, pensando en que no tendría nada de especial (tariro-toriiiro, tatiro-totiiiro…) . Y no se si es por que el día de ayer invitaba o por que el monazo de chiringuito que tenemos ya nos hace tener visiones, pero he de decir que no estaba nada mal. El aparcamiento de la playa estaba más lleno que el neceser de MacGyver y los niños cangrejoides escoceses andaban con bañador, chanclas y red-caza-cosas-marinas-que-huelen como si estuvieran en Benidorm. Y allí instalamos nosotros el campamento, por un lado Marta rotando alrededor del sol en busca de potenciar su melanina y yo contando los minutos que me quedaban de hacer la digestión para poder meterme en el agua.

Valiente de mi hice una primera expedición a la orilla, simplemente para tantear el terreno. Pero fue el momento en el que las aguas del mar del Norte rozaron mis mejillones y…¡zas!, ¡qué escalofrío! Retrocedí a la esterilla acobardado, buscando dentro de mí una mínima pizca del valor de esos niños que chapoteaban en la orilla como si con ellos no fuera la temperatura. Y no la encontré, no. He de confesar que me pudo la presión y una de esas cosas que prometí que haría al llegar aquí, de momento se ha quedado sin cumplir. No, no hubo huevos esta vez. Yo no se si es que de Pirineos para abajo hemos perdido el cachito de ADN encargado de hacer el ser humano sobrevivir en estas aguas o es que me he hecho mayor. En mi defensa diré que de los Apeninos para abajo también lo debieron de haber perdido por que Leo tampoco debía tenerlo. Fue de gallito y por no subirse a la puerta y hacerse el héroe ya sabéis como acabó (aunque más de uno pensara que había hueco para los dos).

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Por lo demás cumplimos todos los tópicos adaptados a la escocesa: cervecita San Miguel con unas chicken fajitas,  heladito en B Jannettas y paseito por el paseo marítimo donde los estudiantes preparaban barbacoas a las 6 de la tarde. Faltó el bañito de rigor, dejo este objetivo sin cumplir pendiente para el futuro. Espero que aunque todos sepamos que se acerca el invierno, pueda volver a tener otra oportunidad más pronto que tarde.