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La expresión no tiene sentido, lo sé. Pero tampoco lo tiene hacer una exposición acerca de la conexión del arte y la ciencia usando dientes de leche de tiernos infantes. El dar a conocer la ciencia a no-científicos es algo que se ha puesto muy de moda en estos últimos años. La idea es buena y ayuda a abrirse a la gente y mostrar que los científicos no son unos locos de bata blanca y gafas que mueven tubos de colores sin orden ni concierto –aunque hay días en los que realmente me siento como la descripción que acabo de hacer ahora mismo. Y aquí en Dundee se está haciendo un gran esfuerzo para abrir la ciencia al público desde un enfoque artístico. Con la ampliación del edificio, el nuevo hall sirve de sala de exposiciones abierta al público sobre distintas materias. La última: «material concerns», donde la figura estrella ha sido una gran escultura hecha de cristal donde los niños pueden ir pegando sus dientes de leche para en el futuro hacer una gran figura parecida a una barrera de coral. ¿Novedoso?, sí. ¿Arriesgado?, también. Pero así es el arte, y cuando este viene acompañado de la ciencia la combinación es explosiva.

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Los dientes de leche inspiran ternura, lo entiendo. Pero si se deja aparte la tontuna maternoparental generada por la caída del trozo de hidroxiapatita con venas, el diente en sí es una guarrada. Las madres lo guardan en cajitas como si fuera el tesoro más preciado del mundo, pero si no se pudre por comer Bollycaos en la boca del niño, lo va a hacer en la caja. Y vale, la idea de hacer un arrecife de coral con dientes de leche puede ser muy «cool», pero no sé si al niño en cuestión le queda muy claro que el donar un diente puede ayudar a la investigación con células madre. El hada de los dientes y el ratoncito Perez deben estar viendo como se tambalea su negocio por culpa de un grupo de frikis que quieren poner su materia prima encima de un escupitajo gigante. Porque la manera de convencer a los niños para que dejen sus dientes es de traca: ellos meten el diente en una caja y una persona les da una moneda de plástico como la de los coches de choque, que es la que tienen que meter debajo de la almohada para que el hada o el ratón, les dejen su recompensa. Y los niños no son tontos, eso huele tan a podrido como el diente en la caja de mamá.

 La ya comentada escultura, junto con un montón de cartas entregadas por los niños contando sus experiencias cuando perdieron sus dientes –he de decir que hay alguna muy divertida que involucra restaurantes chinos, tallarines y supersticiones de todo tipo–, ha estado en exposición durante varios meses hasta hoy mismo. Pero a partir del lunes marchará con todos sus nuevos dientes en busca de otro lugar de la isla donde más criaturas pondrán trozos de su ser en ella. Y creo que la vamos a echar mucho de menos, porque nuestro punto de quedada perderá su esencia. El momento va a ser tan duro como cuando cambiaron de ubicación el Oso y el Madroño. Durante las primeras semanas después de su reubicación, la gente seguía quedando en el mismo sitio y hacía referencia a él como «el Oso», aunque el susodicho ya no estuviera allí. Pues bien, con la escultura de los dientes pasa algo similar. Marta y yo hemos estado quedando los últimos meses en ese sitio. Frases tan raras como «quedamos en los dientes», «te veo en los dientes» o «baja a los dientes» han pasasdo a formar parte de nuestro día a día. Pero a diferencia de con el Oso y el Madroño, ya no podremos usar estas coordenadas para encontrarnos en el edificio a no ser que consideremos a «los dientes» como un sitio perpetuo que pase a la posteridad.

Aunque la parte divertida es ver como los científicos y demás trabajadores del centro han prestado atención a la exposición. Mi incredulidad fue tal cuando al llegar ayer a trabajar y me di cuenta de que Marta ni se había percatado de la finalidad de la escultura… que casi me caigo por el hueco de la escalera. ¿Cómo puedes estar quedando durante tres meses en un sitio y no darte cuenta de lo qué es? Vale que yo me leo hasta la etiqueta del champú, pero lo suyo es el otro extremo. Esta vez se lo voy a perdonar porque su cerebro ahora mismo está en la otra punta de la isla, pero desde luego lo cierto es que esta denti-esculutura ha supuesto un antes y un después en mi vida en Dundee. Espero que les vaya muy bien y consigan su cometido, pero para la próxima vez… creo que podrían cambiar al menos la estructura… porque, ¿acaso soy yo el único que ve un buen escupitajo con fundamento ahí? Mientras discutimos acerca de esto, nosotros seguiremos quedando en los dientes al menos hasta la próxima exhibición. ¿Con qué nos sorprenderán esta vez?

lola