Hacía mucho que no daba rienda suelta a mi inspiración musical. Creo que hoy es un buen momento, voy allá. Pulsemos el play:

El puzzle duró, lo que dura la gestación de un osezno, en el vientre de la osa. En vez de fingir, intentaré contar como fue tratando que no me de por reír. De pronto me vi  con una caja de Educa de 1000 piezas en la mesa el salón. Me mantuvo un montón de noches agobiado la necesidad de poner una pieza al día y sentir que no lo estaba dejando abandonado. Tenían razón, los profesionales en eso de que los puzzles hay que abordarlos con cabeza. Con la excepción de que esta vez era yo el que quería hacerlo sin clasificar las piezas por colores. Y así me fue, me costó frustración, dolores de cabeza y desesperado desde la silla y sin poner más que los bordes, le dejé abandonado…no poniendo piezas en ningún lado. Y pasados los meses regresé, a la maldición de sus piezas de colores, a la perdición de sus formas sin sentido y a las cenicientas a las 12, que nos decían que fuéramos a la cama. Y por esas noches de cafeína ajustando las cuentas con el tablero sin alma, no perdí la calma ni caí en la cocaína  Medio volviéndome loco, derrochando la poca energía que me quedaba al final del día, le fui poco a poco, ganando la partida. Y eso que yo, por no acabarlo de golpe en un día, para no derrotarlo con demasiada alegría, dejando platos vacíos y el carton relleno, para disfrutar de lo que era un regalo de artesanía y saborear el regalo navideño, le dejé durar tres noches más. Pero tanto le he querido, que he tardado en completar las 1000 piezas, 240 días y sólo 3 noches

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Pues eso, que me apetecía volver a dar rienda suelta a mi yo poético, pero no se si al final he aclarado el tema o sólo me he estrujado la cabeza sin motivo. Lo que simplemente quería comunicar era que hace unas semanas acabamos el puzzle de 1000 piezas que me trajeron SSAARR Los Reyes Magos de Oriente. Sí, digo bien, hace unas semanas. Y la razón por la que he tardado tanto en publicar esta entrada se ha debido a que el proceso de fijación, secado y decoración ha sido también largo y laborioso, aunque por suerte no tanto como el de reconstruir el cuadro de Leonid Afrémov.

Un puzzle es algo que le gusta a todo el mundo. En teoría es un pasatiempo que sirve para mantener la cabeza despierta a la vez que ayuda a despejarse después de un día de trabajo complicado, e incluso también sirve como acompañante en las oscuras tardes de invierno escocesas. Pero también es un arma de doble filo, ya que tras poner rápidamente las fichas de los bordes… el resto se vuelven todas iguales. Y es que no hay excusa de no ser capaz de discriminar un blanco perla de un blanco roto o un azul pastel de un azul eléctrico. No, da igual. En un puzzle todas las piezas son iguales y hay que hacer todo un ejercicio espiritual por no aporrear las piezas con el pulgar al grito de: «¡qué sí c%&%$&$o, qué esa pieza entra aquí por co%%&%&%s!»

El tema es que después de poner los bordes super emocionado nada más volver de las vacaciones de navidad….ahí se quedó el puzzle muerto de risa, esperando una mano amiga que le ayudara a desaparecer de la mesa. Al volver a casa por la tarde le miraba desafiante…pero me acababan pudiendo las ganas de tirarme al sofá y no perder neuronas para no encontrar una misera pieza. Mi mayor temor era que de tanto mover las piezas, alguna acabara en la moqueta y fuera terriblemente aspirada sin remedio y pasara a ser el puzzle de las 999 piezas o peor aún, como la canción de las botellas esa de la clase de inglés del colegio que tenía la musiquilla tan pegadiza: «Ten green bottles, hanging on the wall…»

Así estuvo hasta el día en el que ya dijimos basta. Con la vuelta de las vacaciones de verano, y con pocas ganas de retomar la rutina del gimnasio, nos pusimos las pilas y en tres noches mano a mano lo dejamos aviado. Ahí estaba, tan lustroso. Mirándolo así ya terminado no parecía tan difícil, casi diría que me dieron ganas de volver a desmontarlo y volver a empezar, pero imagino que sería debido a la emoción y las endorfinas del momento, por que al día siguiente…lo único que quería era verlo colgado…de la pared, claro.

A Marta le debió saber a poco terminar tal hazaña y tras acabarlo, no se le ocurrió otra cosa que complementarlo con un diseño de decoración artesanal que tuvo un poco de controversia además de dificultades de montaje a pesar de únicamente requerir dos materiales tan básicos como macarrones y acuarelas. Pero así somos nosotros, seremos capaces de hacer las técnicas más complejas y mortíferas técnicas de biología molecular, pero lo de pintar, recortar y pegar…no se, será que somos de la ESO y no nos quedó mucho poso. ¡Pero ya está! El domingo finalmente acabó su ciclo vital y tal y como era su cometido, acabó en la pared del salón.

Ahora ver la tele y mantener la atención es aún más complicado. A las fotos vestido de rudo escocés y la tesis, hay que sumarle la atractiva vista de nuestro puzzle terminado, como si de una cabeza de jabalí se tratara. Uno de los tesoros más preciados, por haber sido el más tedioso. Ahora espero que no se caiga y que se vaya todo al garete, por que con esa manía de las agencias de no dejar hacer agujeros…confiamos toda nuestra suerte al blu-tack y las cintas adhesivas.

¡Larga vida al Puzzle!