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Ya estamos de vuelta, se acabó lo bueno. Dos semanas y un poquito más de desconexión total recorriendo el Mediterráneo y llenando el buche por los madriles nos han venido tan ricamente y han provocado la falta de cobertura que tengo en estos momentos. Ahora mismo me siento como si se me hubiera caído el móvil al váter después de mear. Muy mal, las vacaciones muy requetebien pero lo de «volver a empezar» que decían los de El Corte Inglés no se lleva nada bien.

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Las vacaciones de verano son de lo más ansiado del año. En nuestro caso se convierte en todo un ritual casi desde que suenan las doce campanadas que dan pie al nuevo año. Por que yo creo que más que pedir deseos lo que hacemos es empezar a maquinar a donde iremos durante el año. Y claro, luego continua con la labor de investigación de sitios, vuelos, alojamientos, transporte… que no diré que no me guste, pero que contribuye a que la expectación sea máxima y se convierta en uno de los momentos más esperados. Este verano han tocado las islas griegas, y gracias a nuestra red de contactos hemos descubierto sitios a los que no habríamos ido leyendo una simple guía de viajes. A nuestro deseo personal de ir a Santorini hemos añadido destinos tan exóticos como las islas de Amorgos y Naxos como base de operaciones para a su vez descubrir Koufonisia e Iraklia. Cada una de las islas tiene algo diferente, pero todas ellas coinciden en que hay franceses, franceses a punta pala. No se que es lo que deben promocionar por las galias, pero surte efecto. Da igual a que punto recondito de la geografia helena vayas, por que allí habrá un francés blanquito con su libro y su mochila, muy bohemio. Pero si de algo me ha servido este viaje es para conocer el auténtico Mediterraneo, el de matorral, cabra y polvo. No es que no quiera patrocinar mi tierra, pero por suerte las islas griegas aún no están tan explotadas como el levante español y espero que de verdad sepan mantenerlo así y no destrozarlo por que es una gozada poder disfrutar hoy en día de sitios tan poco alterados por el hombre.

De Grecia además de disfrutar de las playas cristalinas, lo hemos hecho de la comida, de las carreteras con curvas, de la pachorra de sus habitantes y de darme cuenta de que al final resulta que no me mareo tanto en los barcos como pensaba. Además, nos hemos dado cuenta de que nuestra forma de ser se parece mucho más de lo que pensaba a la de los griegos, son como nuestros primos hermanos. No entiendo mucho de economía, pero de verdad que no entiendo como hemos podido llegar a la situación actual con lo que tenemos de calidad de vida. Creo que de verdad deberíamos tomarnos en serio lo de potenciar el imperio PIGS y darle la vuelta a Europa. Total, ¿quién no querría venir a trabajar a nuestro imperio? En fin, voy a dejar a un lado mis ideas imperialistas de tablero de Risk no vaya a ser que estas líneas caigan en malas manos y acabe en el cuartelillo dundonian por alta traición a la patria de adopción.

Así que después del golpe de sol ahora toca reconectar y retomar nuestra vida paralela. Y para ello habrá que remangarse bien, respirar hondo, cerrar los ojos…y meter la mano hasta el fondo del váter para rescatar el móvil perdido, tenderlo al sol — aunque creo que esta analogía no va a funcionar aquí tal y como nos ha recibido el clima — y cambiar de tarjeta SIM. Volver a la rutina no lleva mucho tiempo, pero puede resultar bastante tedioso. Benditas vacaciones…

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P.D. Si alguien tiene pensado en ir a las islas griegas en un futuro, que me pregunte. Por aquello de no incitar excesivamente al odio no he querido entrar en muchos detalles, pero recomiendo encarecidamente su visita y me veo con el conocimiento necesario como para dar unos pequeños consejos.

No, no me alegro de verte, hace frío. Vale que el almendro de enfrente de casa ha empezado a echar unas tímidas florecillas que hacen suponer que la primavera se está acercando a Escocia además de a El Corte Inglés, pero en la calle por la noche hace frío.

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Hago mención a mis queridas e inútiles glándulas por que gracias a ellas hoy me podría haber convertido en minero de diamantes. Ir al gimnasio después de currar está genial, mola. Haces ejercicio, liberas tensiones, sudas… pero es el peor sitio para que suene la alarma de incendios. Porque, ¿dónde vas cuando salta la alarma de incendios en un gimnasio? Sí, exactamente ahí, a la calle. Y no hay mejor sitio para estar sudado que encontrarte en mitad de la calle en un lugar recóndito de la geografía escocesa. Seguro que las autoridades sanitarias no recomiendan esa experiencia a nadie, yo tampoco.

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Y también hago mención a esta querida frase que me acompaña desde hace años por que es como la San Miguel, donde va triunfa. Da igual a quién se le digas y a que idioma la intentes traducir, siempre hace su efecto «te acompaño en el sentimiento». Hoy, mientras esperábamos a que el cuerpo de bomberos de Dundee al completo — por que se han necesitado ni más ni menos que dos camiones más grandes que los de Playmobil con con 5 ó 6 clics cada uno — no he tenido más remedio que compartirlo con el resto mientras daba saltitos con la intención de mantener en calor mi sudoroso cuerpo.

Por supuesto no pasaba nada, y una vez más nos hemos pasado un rato en la calle acordándonos desde el otro lado de la cristalera en uno y cada uno de los bomberos que andaban tranquilamente por las salas buscando un fuego que no existía. Estoy convencido de que ha sido algún bárbaro usando descontroladamente el desodorante de spray en el vestuario. Además de contribuir al efecto invernadero y de confirmar que el otro efecto, el Axe, no puede existir por mucho que te eches desodorante por la entrepierna si no te duchas. Me ha hecho pasar frío, mucho frío. ¡Un poquito de decoro por favor!

La cuesta de enero es un concepto mucho más amplio de lo que la gente piensa. La mayor parte de la gente lo asocia a apretarse el cinturón, a vigilarse después de los excesos navideños o a hacer cola a la puerta de El Corte Inglés. Pero para el expatriado medio como yo, significa el tener que volver a la rutina en tu país de adopción, donde el jamón está envasado en sobres, la cerveza se bebe de litro en litro y el pan tiene más parecido a un chicle Boomer de lo que debería.

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Pues bien, el mejor modo de sobrevivir a este duro mes de enero es hacer una entrada progresiva. Una adaptación al entorno como Dios manda que requiere de relax, poco esfuerzo y una alimentación sana a base de embutido y frutos secos. Por esa razón ya hace unos meses que un grupo numeroso del guateque decidimos reservar un fin de semana para pasarlo en unas cabañitas perdidas en el campo no muy lejos de Dundee. Concretamente fuimos a parar a Huntingtower, un sitio a las afueras de Perth que tiene un castillo que sigue las mismas normas que la ciudad: pasa completamente desaPerthibido y que nadie se Perthcata de que está ahí.

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Es verdad que probablemente este no sea el sitio más bonito de Escocia ni de lejos, pero desde luego era el sitio ideal para pasar un fin de semana de descanso bajo techo. Techo que fue más que necesario por que el sábado nos regaló un bonito día de tromba de agua desde el amanecer hasta el anochecer. Pero no importaba, estábamos preparados: juegos de mesa, innumerables barras de fuet, pacharán, pipas… el kit de supervivencia estaba listo. El olor a choto inundaba la cabaña, cuyos cristales empañados como el coche del Titanic invitaban a pensar que saldríamos en las noticias locales al día siguiente por acumulación de gases de efecto invernadero. Pero realmente a pesar del ambiente claustrofóbico que se respiraba en el ambiente, he de decir que pasamos un muy buen día.

Pero tras un día intenso de salchichón, pizzas y cebada fermentada… las bajas en el frente empezaron a ser numerosas a una hora no muy tardía. Por esa razón, aunque el domingo amaneció igual de nublado,  un nutrido grupo de guatequeros hambrientos se levantaron de los catres dispuestos a desatar sus instintos primarios e hincarle el diente a lo primero que se les pusiera por delante. Por poner un ejemplo representativo diré que el desayuno empezó con unos cruasanes del Tesco… y acabó con unas tostadas de anchoas con tomate que daban energía a un lemur ciego. Como teníamos la preocupación de que nuestros cuerpos se quedaran atrofiados si nos quedabamos encerrados y comiendo sin control un día más, decidimos no hacer mucho caso al tiempo –que amenazaba tormenta again — y salir a dar una vuelta. Fuimos a la zona de Comrie, a dar un paseo por el barro de Deil’s Caldron — o la Caldera del Diablo, que le da un toque mucho más místico. Y que gusto da de vez en cuando ponerse la ropa de montaña. En mi caso es saber que voy a ponérmela…y tener esa sensación de que puedo hacer el cafre todo lo que quiera. Da igual, sabes que te vas a manchar y que vas a acabar  hasta el culo de barro, pero no pasa nada, para eso está esa ropa. Así que ahí estuvimos sube tronco, salta charco, abraza árbol, haz foto a los hongitos mucilaginosos, metete en la cueva de un hobbit…muy divertido.

Y claro está. No hay fin de semana que se precie si no acaba con una buena barbacoa. No se que tienen esas barbacoitas portátiles de dos libras y pico, pero les deberían dar un premio por su logro en haber mejorado a la humanidad. Oye, que cosa más tonta y que manera tan eficiente y limpia de alimentar a ocho personas y un perro. Siempre hay que tener una lista para echarle una cerilla, nunca sabes cuando te va a hacer falta. Y también, que entrañable el vivir esa experiencia de tener la necesidad de acabar con todo lo que haya por que nada puede sobrar. Asi que, ¿qué hay que mezclar la última barra de fuet con un yogur? Se hace. ¿Qué hay que beberse el zumo mojando unos trozos de fuet? Se hace. ¿Qué hay que jugar a los personajes comiendo otra vez fuet? Pues se hace de nuevo, ante todo, que no haya miseria.

Así que de este modo a lo tonto casi nos hemos quitado enero del medio. Los días ya son más largos y de momento aquellas previsiones de que este iba a ser el peor invierno desde que los ingleses empezaron a tomar el té de las cinco no se han cumplido. Espero que este sea el primero de un montón de planes a lo largo y ancho del año. De momento, me paso las tardes como si trabajara en una agencia de viajes: vuelo por aquí, visita por allá…pero me encanta. ¡Más planes, más planes! ¡Qué no quede nada por hacer! ¡Tengo alergia al tiempo libre!

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