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No es que esté rehuyendo de la intimidad que me da el tener un cubículo de unos 5 metros cuadrados para mi solo, pero es que realmente me siento abandonado. En los casi dos años que llevo en este laboratorio jamás me había pasado estar más de un día con la oficina para mi solo, pero por una conjugación de viajes y partos resulta que a día de hoy me doy conmigo y con mis huesos en esta MI oficina. Vamos, que como no tengo nadie con quien hablar, pues he decidido que no había nada de malo en escribir el blog en horas de trabajo y dar a conocer al mundo mi situación.

 

 

Se que mucha gente en mi situación diría «¡qué gozada!». Creo que hasta yo mismo si me hubieran preguntado la semana pasada habría contestado lo bien y tranquilo que iba a estar a mis anchas, pero ahora mismo tengo más un sentimiento de abandono que de otra cosa. No tengo a nadie a quien contarle mi aventura con el retrete y el habitante cósmico que he encontrado pegado a el y por eso me he visto obligado a contarlo por e-mail, lo cual considero frío e impersonal por que no termina de captar toda la esencia y el aroma del momento. No tengo a nadie murmurando y maldiciendo por que un gel no ha corrido o una transferencia puesta del revés… y no tengo a nadie hablando de caballos, curry o bebés a mi alrededor. Y me aburro, me aburro mucho. ¡Quiero qué vuelva alguien ya!


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Porque estar solo tiene muchos contras. ¿Acaso qué pasa si accidentalmente se me resbala la taza del té, esta impacta sobre mi pie y al echarme para atrás con violencia haga que el líquido salte por los aires y caiga sobre mis manos que en ese momento aporrean el teclado del ordenador con violencia?, ¿qué pasa si llaman por teléfono y no entiendo a algún escocés descarriado con ganas de dar cháchara?, ¿quién me va a ayudar si me quiero tirar por la ventana y no encuentro la colaboración necesaria para reventar las ventanas antisuicidio que tenemos? ¿Eh?, ¿quién?, ¿quién? ¡Nadie, estoy solo!

 

Pero tampoco quiero decirlo muy alto por los pasillos por que puede dar lugar a que los ladrones vengan a la oficina, ¿no? Oh, no, mierda, ¡qué acabo de hacer! Simplemente el haber mencionado este simil tan tonto me ha hecho empezar a canturrear la cancioncilla y ahora no puedo parar. No puedo parar por que no tengo a nadie que me cuente algo relacionado con algún idioma del mundo o algo que me haga decir «pues en España lo hacemos así», por eso no puedo parar de cantar la canción esa de la que sólo me salen dos frasecillas y el resto va acompañado por un triste «laico-lailo-lailo-la».

 

Creo que me voy a ir a contarle mi vida a las células a ver si haciendo un poco de esfuerzo consigo que me contesten. Sino, me vuelvo al baño, que seguro que allí me dan conversación. Por que además, ¿cómo voy a mejorar mi inglés si me dejan en semejante retiro espiritual? Espero que esto no se vuelva a repetir. El año que viene reparto calendarios antes de que la gente se coja vacaciones o decida quedarse embarazad@ sin avisar al resto. A ver que va a pasar aquí, leñe.

«Toma tomate, tomalo, ia ia oh, plof» Que de recuerdos me trae esta canción adictiva tan típica de  los campamentos de verano. Creo que la primera vez que la canté fue cuando fuimos con el colegio a la granja escuela de Casavieja allá por el año del picor… Y no se, es una canción que se te mete dentro…y no sale nunca jamás. Cuando eres más pequeño disfrutas de la canción, te preocupas por entonar bien y por hacer un circulo perfecto…pero después se convierte en un juego satánico. Son incontables las discusiones provocadas por este «juego» y la cantidad de adrenalina liberada al intentar literalmente salvar tus extremidades. Y es que con este juego podías salir con las manos más rojas que los piernas de un dundonian en Torremolinos.

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No se si recordareis que antes del verano plantamos una plantita de tomate que a la vuelta de las vacaciones se había convertido…en toda una plantota de supertomate, la cual crecía sin control por el salón de casa. Pues bien, después de controlar su crecimiento descontrolado esa planta decidió llevar a cabo su principal objetivo biológico: dar tomates. Pero a la nuestra le gustaba el riesgo, por que en vez de repartir su energía produciendo tomates a destajo para tener más posibilidades de sobrevivir y de surtirnos de ensalada durante unas semanas, decidió destinarla toda a la producción de un solo tomate. No se si debido a la cautividad o al aire fresco escocés, pero ni echándole un cable con la polinización soplando las flores, dándole con un palillo y ni siquiera dejando que los bichitos crecieran en ella conseguimos tener más éxito. Por esa razón decidimos abandonar la idea de la superproducción y centrarnos en la crianza de EL tomate. El único, el elegido. Y el proceso de crecimiento y maduración no fue sencillo. A parte de tener que ir al B&Q  a comprar cada vez palos más grandes para sujetar la planta –que a día de hoy llega al techo –, Marta siguió la estrategia de hablarle como a su perra y a colocar la planta estrategicamente para que el tomate recibiera la mayor cantidad de luz solar posible durante el día a costa de perder la poca intimidad que tienes viviendo en un bajo. Más que estar críando un tomate parecía que teníamos un Tamagotchi, sólo nos faltaba quitarle la caca de vez en cuando. Pero finalmente, y tras más de dos meses, tomatín empezó a tomar color y a coger peso. La ensalada estaba cerca. Tanta era nuestra emoción que empezamos a hacerle un seguimiento fotográfico como si de un control de calidad se tratara. Nuestro pequeño se estaba haciendo mayor.

El momento de la ensalada fue triste y minimalista. En mi imaginación quedaba aquel sueño de una fuente de ensalada bien grande y un buen vaso de gazpacho. En vez de eso tenía un platito de postre con ocho trocitos de tomate debidamente aliñado y al que previamente habíamos operado para extraer y guardar sus semillas para tener algo con lo que abastecernos en un hipotético futuro postapocalíptico escocés. En cuanto a esta última idea de guardar las semillas, diré que tengo bastantes dudas, por que como tengamos que confiar en esta superplanta que tarda cuatro meses en dar un tomate…aviados vamos. Pero volviendo a la ensalada diré que aunque pequeño, el tomate era sabroso. Digamos que disfrutamos de nuestra primera experiencia horticultora doméstica. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. 

Y aunque ahora la planta parece más triste que el perro de Álex Ubago, nos hemos llevado una grata sorpresa. Debajo de nuestro supertomate había…¡otro tomate! No se que tiene esa rama, pero a parte de su forma de biceps sacando molla se esconde nuestra única fuente de tomates. Yo creo que en vez de guardar las semillas deberíamos guardar esta rama por si resulta ser como como Neo, la elegida. Así que ahora hemos empezado la crianza de nuestro segundo tomate al estilo Tetris. Si el nivel uno fue criarlo durante cuatro «cálidos» meses, ahora hemos pasado al nivel dos: criarlo durante el invierno dundiano en sólo un mes, justo lo que queda para irnos de vacaciones de navidad. ¿Conseguiremos superar este nivel de hortelano? Sólo supertomate lo sabe.