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«Toma tomate, tomalo, ia ia oh, plof» Que de recuerdos me trae esta canción adictiva tan típica de  los campamentos de verano. Creo que la primera vez que la canté fue cuando fuimos con el colegio a la granja escuela de Casavieja allá por el año del picor… Y no se, es una canción que se te mete dentro…y no sale nunca jamás. Cuando eres más pequeño disfrutas de la canción, te preocupas por entonar bien y por hacer un circulo perfecto…pero después se convierte en un juego satánico. Son incontables las discusiones provocadas por este «juego» y la cantidad de adrenalina liberada al intentar literalmente salvar tus extremidades. Y es que con este juego podías salir con las manos más rojas que los piernas de un dundonian en Torremolinos.

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No se si recordareis que antes del verano plantamos una plantita de tomate que a la vuelta de las vacaciones se había convertido…en toda una plantota de supertomate, la cual crecía sin control por el salón de casa. Pues bien, después de controlar su crecimiento descontrolado esa planta decidió llevar a cabo su principal objetivo biológico: dar tomates. Pero a la nuestra le gustaba el riesgo, por que en vez de repartir su energía produciendo tomates a destajo para tener más posibilidades de sobrevivir y de surtirnos de ensalada durante unas semanas, decidió destinarla toda a la producción de un solo tomate. No se si debido a la cautividad o al aire fresco escocés, pero ni echándole un cable con la polinización soplando las flores, dándole con un palillo y ni siquiera dejando que los bichitos crecieran en ella conseguimos tener más éxito. Por esa razón decidimos abandonar la idea de la superproducción y centrarnos en la crianza de EL tomate. El único, el elegido. Y el proceso de crecimiento y maduración no fue sencillo. A parte de tener que ir al B&Q  a comprar cada vez palos más grandes para sujetar la planta –que a día de hoy llega al techo –, Marta siguió la estrategia de hablarle como a su perra y a colocar la planta estrategicamente para que el tomate recibiera la mayor cantidad de luz solar posible durante el día a costa de perder la poca intimidad que tienes viviendo en un bajo. Más que estar críando un tomate parecía que teníamos un Tamagotchi, sólo nos faltaba quitarle la caca de vez en cuando. Pero finalmente, y tras más de dos meses, tomatín empezó a tomar color y a coger peso. La ensalada estaba cerca. Tanta era nuestra emoción que empezamos a hacerle un seguimiento fotográfico como si de un control de calidad se tratara. Nuestro pequeño se estaba haciendo mayor.

El momento de la ensalada fue triste y minimalista. En mi imaginación quedaba aquel sueño de una fuente de ensalada bien grande y un buen vaso de gazpacho. En vez de eso tenía un platito de postre con ocho trocitos de tomate debidamente aliñado y al que previamente habíamos operado para extraer y guardar sus semillas para tener algo con lo que abastecernos en un hipotético futuro postapocalíptico escocés. En cuanto a esta última idea de guardar las semillas, diré que tengo bastantes dudas, por que como tengamos que confiar en esta superplanta que tarda cuatro meses en dar un tomate…aviados vamos. Pero volviendo a la ensalada diré que aunque pequeño, el tomate era sabroso. Digamos que disfrutamos de nuestra primera experiencia horticultora doméstica. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. 

Y aunque ahora la planta parece más triste que el perro de Álex Ubago, nos hemos llevado una grata sorpresa. Debajo de nuestro supertomate había…¡otro tomate! No se que tiene esa rama, pero a parte de su forma de biceps sacando molla se esconde nuestra única fuente de tomates. Yo creo que en vez de guardar las semillas deberíamos guardar esta rama por si resulta ser como como Neo, la elegida. Así que ahora hemos empezado la crianza de nuestro segundo tomate al estilo Tetris. Si el nivel uno fue criarlo durante cuatro «cálidos» meses, ahora hemos pasado al nivel dos: criarlo durante el invierno dundiano en sólo un mes, justo lo que queda para irnos de vacaciones de navidad. ¿Conseguiremos superar este nivel de hortelano? Sólo supertomate lo sabe.

¿Te sientes borrico?, ¿crees qué ya lo has visto todo y que hay pocas cosas que puedan sorprenderte ya?, ¿quieres ver hombres rudos que destrozan sus glándulas mamarias contra troncos mientras gritan como si no hubieta mañana? Si todas esas cosas se cumplen y estás emocionado, esto lo que necesitas, tienes que ir a ver unos Highland Games.

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Los Highland Games son una serie de actividades de carácter lúdico-festivo que generalmente se desarrollan a lo largo y ancho de la geografía escocesa durante los meses de verano, aunque ahora que la Kate ha «entregado la pizza» igual también les da por hacer unos conmemorativos por todo lo alto en honor al heredero. Los juegos estos son bastante populares pero poco conocidos entre los turistas, por lo que yo recomiendo pasarse aunque sea un rato por unos, por que desde luego es toda una experiencia. En esta página web está el calendario de los de este verano: http://www.shga.co.uk/events.php. Básicamente se dividen en competiciones de danza, de gaita y de tirar cosas pesadas lo más lejos posible y transcurren a lo largo de un día. La gente del pueblo se reúne en lo que sería su polideportivo, pero que aquí es una sábana de cesped que ya quisieran la mayoría de campos de fútbol y se pasan el día comiendo, mirando y volviéndose majaras escuchando gaitas.

Ciertamente podrían compararse con las fiestas patronales de cualquier pueblo de la geografía española, por que tienen su banda de música, su alcalde presidiendo la ceremonia de inauguración, sus puestos de tómbola, de cómida nutritiva y grasienta y alguna atracción rollo «caballitos». Les falta el chupinazo, la orquesta y la diana, pero esa parte de la evolución debió quedar truncada por El Muro, que lástima. Yo creo que como por estos sitios parecen no tienen el concepto de patrón, pues esto sería lo que se consideraría como sus fiestas, su momento de despendole. Pero por suerte el evento está bien organizado, e imagino que por evitar que el asunto se descontrole sólo dejan beber cerveza en un puesto autorizado. Así al tener los scottish-hígados bien controlados hace que se convierta en un evento apto para toda la familia.

La competición de danza es muy entrañable. Los niños desde pequeñitos tienen más ritmo que yo y son capaces de sincronizar brazos y piernas al ritmo de la música con mucho estilo. Esto debe ser algo innato, por que no es posible que un niño tenga esa habilidad cuando no levanta un palmo y medio del suelo, y si es así a mi me debe faltar un trozo de ADN o tengo la habilidad de movimiento de C-3PO. Por otro lado está la competición de gaitas. Esta resulta simpática al principio, pero después de un rato se vuelve un poco martirizante. Es curioso ver lo en serio que se toman el tocar su «Ave María cuando serás mía» o «Por el amor de esa mujer», mientras un juez con las patorras abiertas toma notas de no-se-que-cojones, por que todo suena igual. Vamos, que aunque viniera un gaitero satánico y tocará al revés, seguro que seguía saliendo el mismo sonido revienta tímpanos.

Pero la competición estrella es la de los hombres rudos. Esta es la más conocida y a la que yo me moría de ganas de ir. Que machos cabríos, que actividades más repletas de testosterona y con que poca utilidad. Hay de todo: lanzar una piedra pinchada en un palo a tope de lejos, una piedra más grande que una sandía pero sin palo también a tope de lejos, un fardo de paja lo más alto posible, un tronco de por lo menos 5 metros para intentar darle la vuelta, tirar de una soga del grosor de una tubería y yo que se más cosas bestias. Todo esto aderezado como no con el tradicional kilt, pero con mallas a juego debajo, por lo que se pueda escapar e impactar con el ojo del espectador.

Y si te has quedado con ganas de ver algo más tradicional también hay alguna competición de ciclismo, 100 metros, 1000 metros, relevos…pero eso son cosas sin interés, sin kilt ni nada. Lo realmente bueno es ver a estos pedazo de hombretones que podían haber salido del casting de Braveheart dándolo todo en la arena, bueno en este caso en el cesped. Lo malo es que la gente que va de público es más sosa que «una tostá». Llegan allí, ponen su mantelito, su picnic…pero nada de animar. Con lo divertido que es escoger a un hombre rudo y animarle como si fuera un gladiador en el coliseo no tiene desperdicio. Yo para la próxima vez me hago una pancarta, unos pompones y un saco de piedras por si no me gusta el resultado. Las cosas o se hacen bien o no se hacen, ¡hombre ya está bien!.

Apunte:  Para los no duchos en la lengua de Shakespeare, «dar a luz» se dice «deliver of», que suena fatal.