El invierno escocés es igual de famoso que el verano, pero además de con mucha agua con frío. McSun aparece timidín rodeado de nubarrones, pasea a lo largo del río Tay mientras da la impresión de que lucha y lucha por levantarse cual pajarillo….inutilmente, pero al rato ya se ha vuelto a caer. Son momentos duros para él.

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Las previsiones apuntaban a que este invierno iba a ser el más terrorífico de los últimos 60 años, pero como uno ya es perro viejo en esto de la meteorología, ya imaginaba yo que no iba a ser para tanto. Es cierto que al sur de Inglaterra parece que ha llegado el diluvio universal, pero aquí, más allá del Muro la cosa ha estado más tranquila. Llover está lloviendo un huevete, pero debe ser que la esponjosidad de esta tierra y el calibre del caudal de los ríos ha mantenido a raya el agua — al menos por el momento.

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Pero este fin de semana tuvimos que poner en stand by el modo hibernación y ponernos en marcha rápidamente. McSun se había aliado con el grajo y amaneció fresco y despejado. Insisto, fresco, muy fresco. Pero soleado, bastante soleado. Agarramos un sobre de jamón, un poco de queso y unos kikos del armario del tesoro y salimos pitando hacía el Glen Clovaç. No era la primera vez que nos adentrábamos en este pintoresco paraje, pero la verdad es que es un sitio de esos a los que merece la pena ir varias veces. Durante el pasado verano estuvimos allí por primera vez, dando un buen paseo e incluso subiendo nuestro primer munro –ver Objetivo: Darle al glen por el munro–, pero esta vez hicimos una rutita a lo largo del río con la idea de juguetear un poco con la nieve.

Imagino que debido a la inesperada presencia de McSun, nieve en la zona del río no había mucha así que a falta de entretenimiento a base de bolas de nieve me dediqué a buscar cosas curiosas. Como yo de pájaros no entiendo mucho y así a simple vista confundo un águila real con una urraca ladrona, pues lo que me pareció más sorprendente fue ver que algunos de los bosques escoceses tienen un depilado perfecto. En mitad de la nada aparecen zonas boscosas perfectamente acotadas que parece que han sido puestas allí aposta.Puede que sea en parte provocado por su explotación para producir madera o también por que los ciervos y otros anímales salvajes se dedican a cargárselos, pero estos trocitos bien arbolados que quedan a lo largo del glen dan la impresión de estar perfectamente afeitados, rollo ingles brasileñas. Vistos desde la distancia tienen tal perfección geométrica, que me hace pensar que el misterio de las pirámides de Egipto se queda corto a su lado. Yo os digo  que aparte del bosque de Fangorn, no había visto una cosa así jamás.

Pero para seros sinceros tampoco perdí mucho tiempo mirando arbolitos, por que considero que una buena excursión no se concibe sin el momento del bocadillo. Sin eso ni tampoco sin su reglamentario tiempo de descanso sobre una roca de proporciones irregulares que hace que se te quede el cuerpo como una ficha de Tetris. En mi caso, desde el mismo momento que empiezo a andar se desata en mi interior una cascada de reacciones que me dan un hambre atroz. Empiezo a pensar en el bocadillo, en que llevaran los bocadillos de los demás para ver si les puedo dar un mordisco… y en como me colocaré sobre esa piedra para quedarme un rato como un lagarto al sol. Yo creo que eso es lo que me da fuerzas para andar y no pensar en lo pesadas que son las botas o en plantearme si alguien habrá hecho la gracia y me ha metido piedras en la mochila. Pero lo mejor que descubrimos durante esta excursión al Glen Clova fue fascinante: ¡un tronco ergonómicamente adaptado para echarse la siesta! Tropecientos mil años de evolución y lo más cómodo del mundo resulta ser un tronco de madera un poco doblado. Lo primero que se me pasó por la cabeza nada más verlo fue imaginarme a mi padre ahí repanchingado. Se que si le llevo de excursión, de ahí no pasa. Desde ese momento supe que en Glen Clova encontré el significado a la expresión » hacer un alto en el camino».

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