Vivir rodeado de plantas es algo encantador. Alegran la casa, dan algo más de intimidad tras las ventanas y si tienes suerte y eres un tanto aventurero hasta en ocasiones pueden darte de comer. Pero las plantas pueden ocultar misteriosos secretos, secretos que en algunas ocasiones llevan ojos y antenas incorporados: los áfidos. Estos repugnantes insectos del infierno se encuentran entre nosotros, ¡nos atacan! Tú crees no verlos y vives en paz y armonía con el medio ambiente, pero realmente lo que el medio ambiente está haciendo es jugarte una mala pasada. Es por esta razón por la que ser ecológico puede llegar a ser desesperante, más que nada por que estos desgraciados se ríen en tu cara cuando les echas algo ecológico encima. Son los últimos supervivientes, el eslabón perdido que la humanidad ha estado buscando desde hace siglos para comprender por que dejamos de cosechar tomates y pasamos a comprarlos en bolsas de plástico en el supermercado.

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Pero como por desgracia necesitamos plantas para vivir, tenemos que plantarles cara cueste lo que cueste. Y vaya que si está costando, así que a modo de protesta y a lo Victoria Beckham alzo mi voz al cielo y grito que sí, ¡mi casa huele a ajo! Marta ha entrado en modo Guerra mundial Z y ahora mismo vivimos en una trinchera en la que sólo puede salir un vencedor: los áfidos o ella. Yo me he declarado sujeto neutral en esta guerra. Eso significa que soy un mero transportador de macetas, pelador de ajos o repara flu-flus de esos que pulverizan agua. Por que sí, ella ha entrado en modo Bruja Piruja y se ha pasado las dos últimas semanas preparando potingues de olores repugnantes que matarían hasta el último de los parásitos intestinales de nuestro cuerpo si pudieran olerlos, ¡qué peste! Esos brebajes van colocados meticulosamente en frascos de cristal pintados de colores llamativos como si de trampas para ratones se trataran. La cuestión es que los bichos estos deben ser retrasados mentales por que les mola lo de suicidarse. Eso o cuando lo ven piensan que ha llegado y han abierto la piscina municipal al lado de su partícular Burger King que en este caso sí, son las plantas del hogar.

Nota del autor: Los garbanzos de la foto no han sido utilizados para fabricar armas de destrucción masiva. En tiempo de guerra es difícil discriminar lo que es la zona bélica de lo que es la zona del rancho para los soldados. Aún así, se garantiza que no hubo la menor interferencia entre unos asuntos y otros y que ningún garbanzo resultó herido durante este conflicto. 

El desarrollo de la batalla es lento. Hace pocos días descubrimos que el enemigo posee un complejo mecanismo de defensa: la partenogénesis. El arma letal de estos endiablados monstruos es reproducirse como locos sin necesidad de darle a ningún tipo de menester. Es como si llegaras a casa después de salir de fiesta y vieras a tu madre con un montón de mini-ellas por todas partes. ¿Qué pensarías? Sí, efectivamente, sería una pesadilla. Por esta razón hay que actuar rápido y atacar sin pensar, espolvoreando veneno de ajo y machacando bichitos con la mano sin parar. Por nuestro lado estamos teniendo bajas. Unas bonitas flores que compramos hace unos meses en Brechin y de las que no me acuerdo de su nombre pero se parecían a unas que aparecían en Alicia en el país de las maravillas, han pasado a mejor vida. Otras como la Scottish marigold están resurgiendo de sus cenizas cual ave Fénix, lo cual nos hace tener esperanzas de que esta tragedia pueda tener un final feliz. Pero ellas también están sufriendo, retroceden posiciones y buscan refugio entre la mierdecilla que queda en las macetas.

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Sin embargo lo que más trabajo está suponiendo es salvar la vida de nuestra preciosa tomatera. Es terrorífico, por que tras dos meses esperando para que está belleza de metro y medio de altura nos diera unas cuantas flores, ahora que finalmente que parecía que salía para adelante…intenta ser atacada por estos bichos. Nuestro polinizador oficial, Javi, hizo unos esfuerzos sobrehumanos este pasado fin de semana haciendole «hojitas» a la tomatera para que nos diera unos frutos grandes y hermosos. Y en cierto modo no lo hizo mal, por que ahora mismo tenemos ocho proto-tomates que esperemos que nos den para una buena ensalada una vez cesen estos dramáticos vientos de guerra. Pero no podemos permitirnos un traspié ahora que les tenemos acorralados y hay que asestarles el golpe final.

Pero para que todo esto ocurra tenemos que salir de casa. La explosión de ajo ha sido tal que yo creo que espanto dundonians cuando paseo por Perth Road. La guerra continua pero nosotros nos vamos de vacaciones. Espero que cuando volvamos la cosa esté mejor o sino ya me veo comprando mariquitas en Amazon o mandando a Marta a un psiquiatra, por que no creo que salga bien de esta. Y es que no importa que la casa huela a ajo o a sobaco, por que parafraseando a una gran figura intelectual del siglo XXI que es más fea que un áfido preñado,  «nosotros por nuestros tomates, ma-ta-mos».

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