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Ha sido un gran camino el que ha tocado recorrer y muchas horas de coche por las sinuosas carreteras escocesas hasta que hemos dado con el muro. Y justamente lo hemos hecho en un momento en el que teníamos la guardia bajada y no esperabamos toparnos con el de ese modo. Los dominios del imperio romano además de extenderse a lo largo y ancho del Mediterrráneo y vivieron unos cuantos siglos a sus anchas sin que nadie les plantara cara conquistando y metiéndose «pa´la saca» todo sitio por el que pasaran como si fueran el primer jugador en una partida de Monopoly. Pero aparte de la aldea de los irreductibles galos a la cual hoy no haré referencia, quedó otra zona a la que no pudieron acceder: Escocia, la tierra de los Pictos. Conversaciones profundas aparte relacionadas con si fue Obelix el que ayudó a los Pictos a mantener a raya a los romanos o no, el hecho feaciente es que los romanos no pudieron someter a los que ellos mismos consideraron «los salvajes». Por ese motivo decidieron construir un muro que les separara y con el cual no tendrían que preocuparse de si se pasaban la noche en el pub o si montaban a caballo sin calzoncillos. El primer muro y principal fue el muro de Adriano, el cual se encuentra hoy en día dentro de territorio inglés. Y el segundo y aunque menos conocido no menos importante, es el muro de Antonino. Este segundo muro transcurría desde el fiordo del Forth hasta el fiordo del Clyde,cruzando la isla de lado a lado. Ninguno de estos dos muros tenía 100 metros de alto, ni estaba formado de hielo, ni tenía Jon Nieve esperando salvajes en lo alto con el torso desnudo en lo alto, pero tenían una importante labor de contención de salvajes.

El motivo de que acabáramos pasando el día en Falkirk, donde como os digo comienza el fiordo del Forth, era el ir a visitar los canales y la famosa Falkirk Wheel, una noria que sirve para hacer navegable el curso de un río que transcurría por zonas con mucha pendiente. Es una obra de arquitectura de la cual los escoceses se sienten muy orgullosos y que atrae ahora mismo a un montón de turistas con las tarjetas SedDientas vacías. Marta y yo estuvimos un rato con la típica cara esa de sacarse un moquete de la nariz mientras intentábamos descubrir el mecanismo de funcionamiento de la noria. Al final fue un poco decepcionante, por que tanto mecanismo gigante para resultar que el movimiento lo sigue proporcionando la electricidad, y nosotros como tenemos alma de seres preocupados por la eficiencia energética quedamos bastante decpcionados por semejante despilfarro energético para mover barquitos llenos de fondones turistas que no quieren mover el pandero cuesta arriba.

Total, que justamente cuando nos estábamos dando la vuelta para ir a ver a los Kelpies… leí de refilón un cartel que decía «Muro de Antonino». A lo que dije, vamos a seguir esa señal, ¡algo bueno nos debe esperar al otro lado!» Así que así fue como acabamos encontrando…el muro. Vale, el muro que vaís a ver en las próximas fotos es un poco decepcionante, quizá no sea ni siquiera un muro y las tetas del parque de las siete tetas son más grandes y más altas que estos montículos. Pero a esto se le conoce muro y a lo otro tetas, así de triste y real es la diferencia. Los romanos eran un poco sádicos. Como el muro no era de unas dimensiones desmesuradas, a no ser que no fueras de whisky hasta el orto era bastante fácil saltarlo. Pero para evitarlo, pusieron un montón de trampas a los lados para que el saltarlo fuera más parecido a un programa de humor amarillo. Agujeros, picas, piedras, trampas… todas las estratagemas necesarias para mantener a los esoceses asilvestrados al otro lado. Yo ciertamente entiendo un poco a los romanos en aquella época. Debieron llegar allá donde queda el muro de Adriano y este diría — «altooo, ¡para qué molestase con esta gente!». Y al cabo de los años antonino debió decir — «ay este Adri, que blandito que era. Tirad un poco pa´lante y hacedles entrar en razón». Pero que no, que no había manera. Que a cabezotas a esta gente no se la gana. Así que Antonino acabó diciendo — «ale, ahí os quedáis».  O te haces uno de ellos o te olvidas completamente, tercos como una mula eran esos pictos y cabezotas como ellos solos son los escoceses de hoy en día.

Claramente no tardé un minuto en intentar buscar la manera de saltarlo. Vale que ayudó el hecho de que no hubiera legionarios dando vueltas con las picas en alza, pero estuvo gracioso el estar haciendo el payaso intentando buscar la mejor instantánea dando rienda suelta a mi imaginación. Si este fue entretenido, no quiero ni pensar lo bien que me lo voy a pasar el día que lleguemos al muro de Adriano que parece estar hecho con bastante más interés. Aunque en mi defensa diré que cuando yo ya estaba cansado a Marta no se le ocurrió otra cosa que descender por el muro cual Gandalf apareciendo por el este al amanecer del quinto día roadeada por Rohirrim. Yo le insistía en que se estaba equivocando de saga, que el muro no era de esa, pero nada cuando le da por hacerse la anti-friki no hay quién se lo quite de la cabeza. Si por algo le digo yo que se está convirtiendo en dundonian…

A la vuelta al torreón de Dundee — donde todos los dundonians son hijos del dundonian primogenio –,  pasamos a ver a los Kelpies. Los kelpies son unas esculturas que dan entrada a los canales que terminan en la noria de la que os he hablado antes. Son una recreación a lo moderno de esta figura mitológica celta de la que nadie se acordaba hasta que los inauguraron. El sitio apesta un poco a agua estancada, pero las esculturas a lo grande de esos bichos son bastante sobrecogedoras cuando estás debajo, desde luego. Para que os hagáis a la idea del tamaño que tenían, lo compararía con el tamaño que cogió el brazo de Marta después de ser apuñalada por un McInsecto que pasaba por allí en ese momento, enorme. Mis conocimientos de primeros auxilios me hicieron salvarle la vida al succionar el veneno sin dudarlo para evitar la amputación. Gran reacción la mía, gracias. Y por criticar algo, tendré que decir que la ubicación deja algo que desear. Colocarlos al lado de la autovía y con dos postes de la luz detrás… hace que haya que hacer virguerías para hacer una buena foto.

Una vez que he encontrado el muro y he jugueteado un rato con el he decidido que mejor no lo salto. Prefiero quedarme donde estoy que al fin y al cabo no hace tanto frío y los caminantes blancos no son tan malos como los pintan en las series de la tele, aunque más que blancos son rosas. Además, con la puerta cerradita se está más a gusto y así no se nos escapa el gato. Mira que te tienen dicho que no sabes nada Jon Nieve.

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Vivir rodeado de plantas es algo encantador. Alegran la casa, dan algo más de intimidad tras las ventanas y si tienes suerte y eres un tanto aventurero hasta en ocasiones pueden darte de comer. Pero las plantas pueden ocultar misteriosos secretos, secretos que en algunas ocasiones llevan ojos y antenas incorporados: los áfidos. Estos repugnantes insectos del infierno se encuentran entre nosotros, ¡nos atacan! Tú crees no verlos y vives en paz y armonía con el medio ambiente, pero realmente lo que el medio ambiente está haciendo es jugarte una mala pasada. Es por esta razón por la que ser ecológico puede llegar a ser desesperante, más que nada por que estos desgraciados se ríen en tu cara cuando les echas algo ecológico encima. Son los últimos supervivientes, el eslabón perdido que la humanidad ha estado buscando desde hace siglos para comprender por que dejamos de cosechar tomates y pasamos a comprarlos en bolsas de plástico en el supermercado.

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Pero como por desgracia necesitamos plantas para vivir, tenemos que plantarles cara cueste lo que cueste. Y vaya que si está costando, así que a modo de protesta y a lo Victoria Beckham alzo mi voz al cielo y grito que sí, ¡mi casa huele a ajo! Marta ha entrado en modo Guerra mundial Z y ahora mismo vivimos en una trinchera en la que sólo puede salir un vencedor: los áfidos o ella. Yo me he declarado sujeto neutral en esta guerra. Eso significa que soy un mero transportador de macetas, pelador de ajos o repara flu-flus de esos que pulverizan agua. Por que sí, ella ha entrado en modo Bruja Piruja y se ha pasado las dos últimas semanas preparando potingues de olores repugnantes que matarían hasta el último de los parásitos intestinales de nuestro cuerpo si pudieran olerlos, ¡qué peste! Esos brebajes van colocados meticulosamente en frascos de cristal pintados de colores llamativos como si de trampas para ratones se trataran. La cuestión es que los bichos estos deben ser retrasados mentales por que les mola lo de suicidarse. Eso o cuando lo ven piensan que ha llegado y han abierto la piscina municipal al lado de su partícular Burger King que en este caso sí, son las plantas del hogar.

Nota del autor: Los garbanzos de la foto no han sido utilizados para fabricar armas de destrucción masiva. En tiempo de guerra es difícil discriminar lo que es la zona bélica de lo que es la zona del rancho para los soldados. Aún así, se garantiza que no hubo la menor interferencia entre unos asuntos y otros y que ningún garbanzo resultó herido durante este conflicto. 

El desarrollo de la batalla es lento. Hace pocos días descubrimos que el enemigo posee un complejo mecanismo de defensa: la partenogénesis. El arma letal de estos endiablados monstruos es reproducirse como locos sin necesidad de darle a ningún tipo de menester. Es como si llegaras a casa después de salir de fiesta y vieras a tu madre con un montón de mini-ellas por todas partes. ¿Qué pensarías? Sí, efectivamente, sería una pesadilla. Por esta razón hay que actuar rápido y atacar sin pensar, espolvoreando veneno de ajo y machacando bichitos con la mano sin parar. Por nuestro lado estamos teniendo bajas. Unas bonitas flores que compramos hace unos meses en Brechin y de las que no me acuerdo de su nombre pero se parecían a unas que aparecían en Alicia en el país de las maravillas, han pasado a mejor vida. Otras como la Scottish marigold están resurgiendo de sus cenizas cual ave Fénix, lo cual nos hace tener esperanzas de que esta tragedia pueda tener un final feliz. Pero ellas también están sufriendo, retroceden posiciones y buscan refugio entre la mierdecilla que queda en las macetas.

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Sin embargo lo que más trabajo está suponiendo es salvar la vida de nuestra preciosa tomatera. Es terrorífico, por que tras dos meses esperando para que está belleza de metro y medio de altura nos diera unas cuantas flores, ahora que finalmente que parecía que salía para adelante…intenta ser atacada por estos bichos. Nuestro polinizador oficial, Javi, hizo unos esfuerzos sobrehumanos este pasado fin de semana haciendole «hojitas» a la tomatera para que nos diera unos frutos grandes y hermosos. Y en cierto modo no lo hizo mal, por que ahora mismo tenemos ocho proto-tomates que esperemos que nos den para una buena ensalada una vez cesen estos dramáticos vientos de guerra. Pero no podemos permitirnos un traspié ahora que les tenemos acorralados y hay que asestarles el golpe final.

Pero para que todo esto ocurra tenemos que salir de casa. La explosión de ajo ha sido tal que yo creo que espanto dundonians cuando paseo por Perth Road. La guerra continua pero nosotros nos vamos de vacaciones. Espero que cuando volvamos la cosa esté mejor o sino ya me veo comprando mariquitas en Amazon o mandando a Marta a un psiquiatra, por que no creo que salga bien de esta. Y es que no importa que la casa huela a ajo o a sobaco, por que parafraseando a una gran figura intelectual del siglo XXI que es más fea que un áfido preñado,  «nosotros por nuestros tomates, ma-ta-mos».

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Aviso a navegantes habitantes con coche de Dundee. Aparcar en el parking del Lidl tiene peligro. Si os preguntabais si funciona la cámara que se ve al fondo al entrar al aparcamiento, la respuesta es afirmativa. Y si os preguntabais que si realmente calcula el tiempo que estáis allí con el coche aparcado, la respuesta también es afirmativa. Tened cuidado, llegan multas.

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Al llegar hoy a casa de vuelta del trabajo teníamos un bonito sobre esperando en casa. Esta pequeña anécdota pertenece al grandioso día que nos hicimos el tour nocturno por las Highlands (ver «Una escapada para no dormir«), así que digamos que es la guinda del pastel de ese día en el que mejor habríamos hecho en no levantarnos.

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Ese día, mientras Marta acababa en el laboratorio, decidimos ir al centro a comprar unas cosas que nos hacían falta. Como ya lo habíamos hecho antes y somos más chulos que un ocho y más listos que nadie, decidimos dejar el coche en el aparcamiento del Lidl por que dejaba aparcar una hora gratis y así no teníamos que pagar el parquímetro. Y no penseis que dijimos volvemos en una hora, no. Más contentos que unas pascuas, nos fuimos a comprar (no en el Lidl), sabiendo que probablemente tardaríamos más de una hora. Pero también estando completamente convencidos que ese cartel era disuasorio y que esa cámara era de Playskool.

Así que nada, por chulitos esta entrada del blog ha costado £45 y ha sido patrocinada por nuestros amigos de Lidl. Desde aquí aviso a los dundonians (especialmente aquellos que van buscando «la juja fácil» como nosotros), de que no lo hagáis o si no podéis resistirlo… al menos tened cuidado con el tiempo, por lo que pueda pasar.

Estoy listo. Voy a cerrar bien los ojos, agarrar a Totó por el cuello, juntar los chapines uno contra otro tres veces y voy a repetir varias veces «se está mejor en casa que en ningún sitio, se está mejor en casa que en ningún sitio, se está mejor en casa que en ningún sitio…»

No es que esté triste, desesperado por vivir en el pueblo, ni me vaya a abrir en canal por estar rodeado de dundonians. Simplemente he encontrado esta frase muy adecuada para el día de hoy. Dundee ha amanecido con unos espléndidos 12 grados que hacía tiempo que no se sentían, pero claro, como no todo el monte es orégano,  esta «cálida» temperatura ha venido acompañada de unos vientos huracanados. No sé decir que velocidades se han llegado a alcanzar hoy aquí, pero realmente a veces ha estado soplando tan fuerte que hasta los miembros del laboratorio del profesor Blow estamos acojonaditos (al que no haya pillado el chiste inteligente que me llame y se lo explico). Desde dentro del edificio se veía como un bonito día soleado, pero el continuo silbido del viento contra los andamios del nuevo edificio, las gaviotas luchando por poder avanzar y un mail de advertencia explicando que habían cerrado el puente sobre el río Tay (como lo gozo, que bien suena) por las condiciones meteorológicas…indicaban que el temita era serio. Todo esto me ha hecho acordarme de la película de El Mago de Oz y temer que nuestra casa saliera volando….o que simplemente fuera un sueño y me fuera a despertar en Madrid al día siguiente.

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Y ni una cosa, ni otra, ni todo lo contrario. Pero el simil con la película me ha venido que ni al pelo por que mañana nos tomamos unas mini-vacaciones para hacer una visita express a nuestra primaveral tierra.  Obviamente yo no soy Dorothy, ni Marta se ha convertido en Totó, ni he descubierto como se juntan unos chapines, ni Easyjet me va a llevar instantáneamente a Barajas. Eso sí, puedo garantizar que aprovecharé hasta el último minuto de estas 120 horas de locura a ver si se me pega el sol, me voy de farra con el hombre de hojalata, el espantapájaros no me da mucho la tabarra y el sábado…no me dejo que me coma el tigre en el día de la bruja gallega. Ya, ya se que era un león, pero como mi carne ya no es morena después de tanto tiempo en el exilio, tengo todo el derecho a cambiar al león por un tigre que pega más y listo.

talones

Así que aquí estoy, en mi nuevo sofá, contando las horas que quedan mientras pienso si me afeito ahora o mañana por la mañana y pienso las cuatro cosas que me voy a llevar y en las 200 que me quiero traer de vuelta para sobrevivir hasta el verano (jamón, queso, lentejas, unos cordones….). Vamos, que ahora mismo me siento como si de un momento a otro Babá la Adivina fuera a aparecer en la puerta para preguntarme si estoy listo para poder regresar al mundo de los vivos…sólo por unos días. ¡¡¡Qué ganas!!!

gokubaba