Con permiso de mi ciudad natal, hoy voy a coger esta  expresión popular y adaptarla a uno de los mejores sitios en los que he estado nunca, la isla de Skye.

Skye es una pequeña isla en el noroeste de Escocia. Es un sitio recóndito lleno de ovejas de colores, playas y verde y más verde. Es una isla practicamente deshabitada, no llega a diez mil habitantes, lo cual la convierte en un sitio místico y tranquilo donde parece que el tiempo no existe e ideal para perderse descubriéndola. Además, resulta un sitio ideal si buscas un sitio de desconexión tecnológica, ya que una vez te adentras en ella ya te puedes olvidar del Whatsapp y de mirar el Marca cada 10 minutos. Es como entrar en Jumanji pero sin cazador: estás abandonado a tu suerte.

sorry

El pasado fin de semana, aprovechando que el señor McSol había decidido quedarse unos días por aquí, no nos lo pensamos mucho, metimos un par de cosas en la mochila, compramos unos sacos y un poco de pan y chorizo del Tesco y nos lanzamos a la carretera. Como si un chiste se tratará, un francés, una alemana, una austro-polaca, una tricantina y servidor salimos el viernes por la tarde a desintoxicar los pulmones a las tierras norteñas de Skye.

Captura de pantalla completa 21052013 212659

De Dundee a Skye hay unos 400 kilómetros. No serían muchos si fueran autovías, pero aquí a partir de Fort William…olvídate de carreteras rectas y agarrate a la biodramina si sufres con las curvas. Y una vez en Skye, empieza la aventura: carreteras de orejas, una experiencia divertida para algunos y tremendamente estresante para otros. Por ese motivo decidimos hacer una parada intermedia en Fort Augustus. El viaje fue muy agradable, muy soleado, pero al caer la noche parecía que el cielo se iba a derrumbar sobre nuestras cabezas y tuvimos que poner la tienda sobre mojado. Pasamos la noche como pudimos, algunos lo pasaron con la petaca y otros se pusieron más capas que el muñeco de Michelín, pero todo pasó. Lo bueno que tiene acampar sobre cesped es que los clavos de la tienda entran como la seda. Por la mañana rumbo a Skye. La entrada a la isla es un poco extraña, primero con un puente super chulo que parece que te catapulta a otro universo seguido de un cartel enorme de restaurante indio nada más entrar, lo que da la impresión de que acabas de llegar a Torremolinos. Pero todo termina de cambiar una vez cruzas los Cuilins y te adentras en lo desconocido.

Estuvimos en la playa de coral de Claigan, el norte de Dunvegan. Fue como una tarde de recreo: estuvimos  horas buscando conchitas y piedrecitas para poner en no-se-cuantos sitios,  vimos un montón de focas (con pinta de perro) que jugaban al escondite con nosotros. Cuando sacábamos las cámaras y las señálabamos se sumergían bajo el agua, pero luego nos perseguían por toda la playa. Y por último subimos a una colina que era como una turbina de viento para astronautas. Esa tarde el señor McEolo debía estar encabronado, por que soplaba con una fuerza tremenda y nos entretuvo la tarde haciendo estupideces varias.

Como la noche volvía a amenazar tormenta, decidimos quedarnos en el camping de Dunvegan, y todos los esfuerzos para diseñar una estrategia anti-riadas quedaron en saco roto por que al final se quedó en unas gotillas de’ná. El domingo fuimos aún más a tomar viento (literalmente) y acabamos en el faro de Neist Point. Este es un punto con unos acantilados impresionantes donde tuvimos la suerte de poder tomar el sol y ver corderitos. Sí, corderitos. He tardado en escribir esta entrada por la cantidad de tiempo que me ha llevado hacer limpieza en las fotos y seleccionar a las ovejas más aptas. Si Darwin me viera estaría orgullosísimo de mí. Las ovejas de Skye son muy graciosas por que están marcadas como si  fueran fichas de parchís. A lo mejor soy un poco raro, pero no podía evitar acordarme de la canción de El Informal:«yo soy la ficha roja-ja, yo soy la ficha azuuuul, yo soy la ficha verde-de, quién carajo eres tu…..¡amarillo!.»

El paseo por esta zona es altamente recomendable, así que ya sabeís, destino imprescindible para unas vacaciones. Para este día hay que llevar bocadillo y la tarjeta SD vacía. Un fin de semana en un sitio así te deja como nuevo. Yo personalmente volví que no sabía quien era ni de donde venía, con los pulmones más limpios que una campana de cultivos y con unas ganas tremendas de volver pronto. Ahí o a cualquiera de las tropecientas islas que aún  nos quedan por conocer. Esperemos que el tiempo se siga comportando un poco y nos deje movernos (fingers crossed).

Y como esta entrada está siendo muy fotogénica, os dejo otras pocas fotos para daros envidia y poneros los dientes largos.