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«Quiero ver delfines y la aurora boreal, quiero ver delfines y la aurora boreal» Esta frase era una de las más repetida desde que vinimos a vivir a Dundee. Así a simple vista parece una frase bonita, llena de ilusión, alegría y esperanza, pero digo yo que por que no se nos ocurriría desear cosas más sencillas como ver borrachos a la entrada de un pub o buscar ovejas de colores por la campiña inglesa. No, teníamos que decidir tener que buscar cetáceos escurridizos y a las dichosas lucecitas nocturnas.

Resulta que hoy nos hemos levantado con un día con una pinta estupenda, despejado, bien soleado… mirándolo desde detrás de un cristal. Los días de invierno en los que en Escocia amanece así los debe cargar el mismísimo demonio, por que esa estampa digna de postal, como preparada para atraer un camión de turistas al grito de ¡bazinga! es sinónimo de grajo que vuela bajo. Esto a uno no le afecta mucho por que está metido en su urna de cristal haciendo como que trabaja por la ciencia y afuera…pues ya pueden caer estalactitas del tamaño del Pirulí. Pero a eso de las seis, cuando ya estaba planeando el recoger el petate y marcharme a casa para ver el fútbol tranquilamente ha surgido el rumor de que había alta probabilidad de ver la aurora boreal. En ese primer momento me he emocionado mucho, parecía que era el momento, Twitter hervía en comentarios diciendo que la gente estaba corriendo despavorida al campo para verla por que era uno de esos pocos días en los que se pueden ver desde tan «abajo». Así que nada, por no decir que no lo habíamos intentado he corrido a comprar unas linternas y una barra de pan para tener listo el kit de supervivencia básico — pipas y bocata de chorizo –, nos hemos puesto más capas que el muñeco de Michelín y hemos desentumecido el coche de los hielos que se aferraban con locura a sus tripas para después cruzar la Comarca hasta un paso más allá de donde McSamsagaz Gamyi jamás había ido –con todo el morbo que eso suponía. En ese lugar oscuro nos esperaban ya tres aventureros con un telescopio o algo así, vamos, con pinta de ser profesionales.

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Todo apuntaba bien, así que brújula en mano hemos decidido subir a una colina que había cerca nada más que por estar en un sitio algo más glamuroso que un aparcamiento de carretera en ese momento único de la vida en el que  un individuo de la Europa meridional tiene su primer contacto con la luz celestial. Parecíamos la comunidad del anillo pero con menos prisa. Un grupo desagrupado que miraba a todos lados en busca de lucecitas verdes mientras miraba al suelo para no meter los pies en los charquitos helados o para no ser devorado por una oveja hemofílica escocesa. Un show digno de una película de Hitchcock. Al final, hemos llegado a la cima para ver las luces del flash de la cámara de fotos y pasar más frío que cazando pingüinos. Ahora sí, luz no habría, pero reirnos lo hemos hecho un rato. En cuanto alguien se despistaba ahí estaba yo para gritar «¡¡¡las veo, las veo!!!» o un «yo creo que allí al fondo hay algo verde…».

Antes de perder la sensibilidad en los dedos de los píes hemos decidido aceptar la derrota y abandonar la colina antes de que las tinieblas se apoderaran de nuestros cuerpos Calippo. Y conduciendo de vuelta a casa he pensado que esto de las auroras boreales es un tongo. Todo el mundo habla de ellas pero nadie tiene fotos, sólo las que encuentras cuando lo escribes en Google y buscas en imágenes. Lo mejor es hacer una foto a una nube, irte al Photoshop y cambiarle los colores. No pasas frío y fardas mogollón. No se que habrá pasado al final, no se si las lucecitas del norte habrán aparecido más tarde o si la gente que aún esperaba en el aparcamiento cuando nos hemos marchado habrá perecido en el intento. Igual mañana me sorprendo y es portada en los periódicos, pero nosotros lo único verde que hemos visto esta noche ha sido la señal de punto de interés, por que ya os digo yo que a mí me da que Aurora se ha quedado en casa con la calefacción puesta.

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Con permiso de mi ciudad natal, hoy voy a coger esta  expresión popular y adaptarla a uno de los mejores sitios en los que he estado nunca, la isla de Skye.

Skye es una pequeña isla en el noroeste de Escocia. Es un sitio recóndito lleno de ovejas de colores, playas y verde y más verde. Es una isla practicamente deshabitada, no llega a diez mil habitantes, lo cual la convierte en un sitio místico y tranquilo donde parece que el tiempo no existe e ideal para perderse descubriéndola. Además, resulta un sitio ideal si buscas un sitio de desconexión tecnológica, ya que una vez te adentras en ella ya te puedes olvidar del Whatsapp y de mirar el Marca cada 10 minutos. Es como entrar en Jumanji pero sin cazador: estás abandonado a tu suerte.

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El pasado fin de semana, aprovechando que el señor McSol había decidido quedarse unos días por aquí, no nos lo pensamos mucho, metimos un par de cosas en la mochila, compramos unos sacos y un poco de pan y chorizo del Tesco y nos lanzamos a la carretera. Como si un chiste se tratará, un francés, una alemana, una austro-polaca, una tricantina y servidor salimos el viernes por la tarde a desintoxicar los pulmones a las tierras norteñas de Skye.

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De Dundee a Skye hay unos 400 kilómetros. No serían muchos si fueran autovías, pero aquí a partir de Fort William…olvídate de carreteras rectas y agarrate a la biodramina si sufres con las curvas. Y una vez en Skye, empieza la aventura: carreteras de orejas, una experiencia divertida para algunos y tremendamente estresante para otros. Por ese motivo decidimos hacer una parada intermedia en Fort Augustus. El viaje fue muy agradable, muy soleado, pero al caer la noche parecía que el cielo se iba a derrumbar sobre nuestras cabezas y tuvimos que poner la tienda sobre mojado. Pasamos la noche como pudimos, algunos lo pasaron con la petaca y otros se pusieron más capas que el muñeco de Michelín, pero todo pasó. Lo bueno que tiene acampar sobre cesped es que los clavos de la tienda entran como la seda. Por la mañana rumbo a Skye. La entrada a la isla es un poco extraña, primero con un puente super chulo que parece que te catapulta a otro universo seguido de un cartel enorme de restaurante indio nada más entrar, lo que da la impresión de que acabas de llegar a Torremolinos. Pero todo termina de cambiar una vez cruzas los Cuilins y te adentras en lo desconocido.

Estuvimos en la playa de coral de Claigan, el norte de Dunvegan. Fue como una tarde de recreo: estuvimos  horas buscando conchitas y piedrecitas para poner en no-se-cuantos sitios,  vimos un montón de focas (con pinta de perro) que jugaban al escondite con nosotros. Cuando sacábamos las cámaras y las señálabamos se sumergían bajo el agua, pero luego nos perseguían por toda la playa. Y por último subimos a una colina que era como una turbina de viento para astronautas. Esa tarde el señor McEolo debía estar encabronado, por que soplaba con una fuerza tremenda y nos entretuvo la tarde haciendo estupideces varias.

Como la noche volvía a amenazar tormenta, decidimos quedarnos en el camping de Dunvegan, y todos los esfuerzos para diseñar una estrategia anti-riadas quedaron en saco roto por que al final se quedó en unas gotillas de’ná. El domingo fuimos aún más a tomar viento (literalmente) y acabamos en el faro de Neist Point. Este es un punto con unos acantilados impresionantes donde tuvimos la suerte de poder tomar el sol y ver corderitos. Sí, corderitos. He tardado en escribir esta entrada por la cantidad de tiempo que me ha llevado hacer limpieza en las fotos y seleccionar a las ovejas más aptas. Si Darwin me viera estaría orgullosísimo de mí. Las ovejas de Skye son muy graciosas por que están marcadas como si  fueran fichas de parchís. A lo mejor soy un poco raro, pero no podía evitar acordarme de la canción de El Informal:«yo soy la ficha roja-ja, yo soy la ficha azuuuul, yo soy la ficha verde-de, quién carajo eres tu…..¡amarillo!.»

El paseo por esta zona es altamente recomendable, así que ya sabeís, destino imprescindible para unas vacaciones. Para este día hay que llevar bocadillo y la tarjeta SD vacía. Un fin de semana en un sitio así te deja como nuevo. Yo personalmente volví que no sabía quien era ni de donde venía, con los pulmones más limpios que una campana de cultivos y con unas ganas tremendas de volver pronto. Ahí o a cualquiera de las tropecientas islas que aún  nos quedan por conocer. Esperemos que el tiempo se siga comportando un poco y nos deje movernos (fingers crossed).

Y como esta entrada está siendo muy fotogénica, os dejo otras pocas fotos para daros envidia y poneros los dientes largos.