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He decidido ponerle este título a la entrada echando cuentas  de lo que ha sido la última visita que hemos tenido y que me hizo acordarme  de la película pastelona esa de nombre similar. No se que es lo que tienen los dígitos, fechas y estadísticas que me vuelven tan loco. Aparte de llevar el control de lo que gastamos de luz, de cada cuanto tenemos que recargar el teléfono de invitados y de cuantos kilómetros –perdón, millas– le hemos hecho al coche, en mi cerebro todavía queda hueco para recordar una y cada una de las visitas que hemos tenido en estos casi dos años que llevamos en Dundee ya. Y es que con esta han sido ya diez veces las que hemos sacado a relucir nuestras habilidades hospedadoras, que esperemos que hayan sido de agrado del personal. Aprovecho la ocasión para recordar a los perezosos que al contrario de lo que decía Madonna «el tiempo pasa, rapidito».

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En esta ocasión, he tenido la oportunidad de tener a la familia real al completo, con hermana y todo. Para ella era la primera toma de contacto con el mundo dundonian, y para mi todo un honor. Los preparativos no fueron muy complicados, una vez que solucionamos el tema del colchón para recrear una tercera habitación y de conseguir apañármelas para dejar a las células contentas para poder cogerme la semana de vacaciones, todos los ruegos y plegarias antes de su llegada iban dirigidos a que las nubes nos dieran una tregua de unos días y nos dejaran movernos y no tener que recurrir a estar bajo techo de pinta en pinta. No es que no quisiera darles una imagen equivocada de lo que es Escocia y sus nubarrones, pero queda un poco feo el que vengan a verte en verano aposta y estar debajo del nublo todo el rato. Vamos, que como que no mola.

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Por ideas y planes no íbamos cortos. Cada día tenía incorporado un plan B y un plan C, por los imprevistos que pudieran ocurrir. Pero incluso para mi sorpresa, hemos podido ir a casi todos los sitios que tenía planeado y que cumplían con la norma de estar a una hora de Dundee excepto la excursión estrella, la visita a la isla de Skye. Los turistas se portaron muy bien y se quejaron poco de ir embutidos como sardinas en lata en la parte de atrás del pobre Almera, al que también hay que agradecer su servicio y el haberse portado como un toro sin quejarse durante los 9 días que le tuvimos trotando por la campiña escocesa y al que le han caído la nada despreciable cifra de 1500 millas. Ahí es ná.

Haré un breve resumen de lo que han sido estos días, para que cuando pase tiempo y se me empiecen a amontonar los datos, me sirva como pequeño recordatorio del viaje. Lo haré a grandes pinceladas para no extenderme mucho, así que si no sois los aludidos podéis saltaros esta parte por que igual os resulta igual de interesante que el España-Australia del lunes.

Sábado 7: BBQ en Tentsmuir Forest y concierto en la catedral de St.Paul 

He comprendido que a mi madre le gusta hacer la peonza en la playa y que mi padre se ha declarado un enamorado de las barbacoas portátiles, es un secreto a voces que un negocio revolotea en su cabeza. Además de esto, momento histórico el del choque cultural al tirarse al cuello de los indios para darles dos besos como dos soles casi desata un conflicto diplomático. Por lo demás, bien. Por la tarde, en la catedral de St. Paul, comprendí que las clases de inglés del ayuntamiento deben ser más útiles de lo que su nombre sugiere, mi padre se leyó de cabo a rabo el programa del concierto. ¿Aburrido? No lo se, pero daba el pego de que le estaba gustando. Mi hermana, también presente, desgastaba la pantalla tactil de su teléfonolisto.

Domingo 8: Isla de May y St Andrews

El tiempo escocés es una mierda, sí, una mierda. Si no te gusta espera media hora, el verano es el día favorito de los esoceses…un montón de dichos y una sola realidad: puede llover, hacer sol y estar nublado al mismo tiempo. Otro momento a recalcar es que los estérnidos son peor que los pájaros de Hitchcock y que cuando se cabrean se cagan en tu boca, así de claro. Y los frailecillos… ains, benditos puffins. Si nos dejan un rato más acabamos como Tom Hanks en Náufrago — al menos hasta que se acabara la batería de la cámara. Más tarde, ya en St Andrews asumimos los helados se toman antes de cenar y a mi padre le gustan las ostras y los mejillones pero no el sushi por que es pescado crudo. ¿Sentido? Ninguno, pero así es él.

Lunes 9: Glasgow

En Glasgow llueve día sí, día también y las escocesas no llevan paraguas, corroborado. Nos resulta un tanto hostil y se hace patente de que a pesar de que tiene un montón de tiendas cucas y molonas, no nos gusta. Hay algo turbio en su ambiente que no nos hace que la cojamos cariño. El metro parece de juguete y mi madre tiene tintes racistas y discriminatorios por su tamaño y la manera en la que los conductores cierran las puertas. La universidad en cambio, si que nos gustó. Muy inspiradora, así que usamos sus baños. Estaban limpios.

Martes 10: Castillo de Dunnotar y Glen Clova

El verano existe, puedo llevar pantalones cortos un rato. Mi madre se siente como las de Arriba y Abajo y mi hermana se hace más selfies que Miley Cyrus en un concierto de los Ramones. El castillo resulta inspirador pero casi no entramos por falta de monedas. A la hora de comer, casi dejamos al establecimiento sin provisiones y al carrito de los postres sin ruedas. Matamos por encontrar un buzón, el servicio de correos del Reino Unido echa humo. En el Glen Clova primera gran cagada, me equivoco de ruta y no llegamos a la maldita cascada. Esto provoca un estado de flojera el cual aún no he encontrado explicación. No podemos tomar café con nubes por que en este país las cafeteras cierran a las cinco. Cosas que pasan.

Miércoles 11: Destileria de Edradour, Pitlochry,  The Hermitage y celebración de cumple en Auchmithie

Descubro con alegría que mi padre puede correr. Si hay whisky y la visita ha empezado, pone su mejor ritmo incluso cuesta arriba. Mi hermana dice que le gusta pero es mentira. Cumple 25, va de chula, pero se le siguen dando la vuelta los ojos cada vez que le da un trago. El Hermitage nos trae paz, nos molan las cascadas y creo que empieza a crecer la idea de que vivir en Escocia mola. La ceremonia pasa por un momento de tensión umbilical en el momento en el que el salmón está en un estado que no sabemos si es el correcto. En lonchas o en lomo, en ensalada o en almibar, ahumado o fermentado. ¿El huevo o la gallina? No, señor. Dígame como está el salmón y moveré el mundo.

Jueves 12: Edimburgo

Vuelta a los orígenes. Algo tiene esta ciudad, pero si les llevo aquí no fallo. El cañonazo de la una en punto sigue siendo algo emocionante, el bocadillo de cerdo algo para lo que partirse de risa y la comida india un nuevo descubrimiento: no da gases. Comer con zumos en vez de con cerveza conlleva poner caras similares a las del hombre de las cavernas con el descubrimiento de la rueda. Los documentales de La 2 tendrían para rato con nosotros. Nos molan los palacios en los que hay camas con cortinas, pero nos recuerdan al palacio de Aranjuez. ¿Quedarán rincones de Edimburgo que no hayan pisado? Lo dudo, pero les da igual. Nos gusta Edimburgo, Glasgow KK.

Viernes 13: Dundee y Fort Augsutus

Dundee, ese gran desconocido. Me recalcan varias veces que la mantequilla aquí es buenísima, no repite nada. Aún así pretendemos tomar un Scottish breakfast pero se nos junta el desayuno con la comida. Llevan 7 días aquí pero la adaptación sigue siendo complicada. Mi madre se compra un chubasquero que se podría ver desde otra galaxia, pero ella va tan pichi. Hacemos pisitos y caquitas de órdenes de magnitud incomprensibles y partimos hacia Skye. Por el camino descubrimos un hotel en principio abandonado pero que resulta ser la cuna de las «gorditas» del fish and chips. En Fort Augustus tienen su primera experiencia vital con un B&B. Cuantas cosas estamos aprendiendo en este viaje.

Sábado 14: Castillos de Urquhart y Elian Donan. Skye y playa de coral de Dunvegan

Por fin el lago Ness. Llevamos ya casi mil millas, tres viajes a Escocia y es la primera vez que ven el lago Ness. No encuentran al monstruo, pero el día brumoso en el castillo de Urquhart hace que hasta te lo puedas imaginar. No les decepciona tanto como pensaba, será que se lo había pintado muy mal. No encontramos a Sean Connery en el castillo de Eilean Donan haciendo el Inmortal pero a mi madre le encantan sus cocinas, son una maravilla según ella. En Skye empieza la fiebre del cordero, creo que nos gustan tanto o más que los puffins. La playa de coral es como una experiencia religiosa de Enrique Iglesias, pero nos da hambre. Arde Troya, no hay más que un bar de locales y un restaurante que resiste al invasor extranjero. Nos hacemos con el, llenamos el buche. Estamos salvados. Celebración tardía en la posada de los 100 whiskys. O nos vamos a la cama o acabamos con el esofago como para hacer cinturones.

Domingo 15: Vuelta a Skye, palizón de vuelta y fin de fiesta

Este desayuno está mejor que el anterior. Repetiremos esto a lo largo del día, tanto como lo harán los haggis en nuestro tubo digestivo. Skye nos ofrece hoy más corderos, el faro de Neist Point, y vueltas y vueltas a la isla….Vacas que se ponen en fila, corderos que parecen posar para ser retratados. Nos da pena marcharnos, mi madre y mi hermana sueltan un «Ooooooooooh» al cruzar el puente que podía recordar al grito de William Wallace al darse cuenta de que su querida había…. no lo diré, soy un spoiler free. La vuelta en coche nos deja echos un siete, pero estamos en la cama antes de las 12, que sino Marta se convierte en Gremlin y a ver quien la aguanta. Acaba la fiesta.


Como he dicho antes, para esta entrada he decidido ser algo más telegráfico. He supuesto que a nadie le iba a importar un carajo lo que contara y que probablemente sólo fuera a echarle un vistazo a las imágenes, así que he decidido ahorrarme la molestia de novelar el viaje. Además, como me pusiera a ello probablemente tuviera que escribir el «¿estás bien?» como un millón y medio de veces y como que no es plan de eso.

Así que aquí acabo el resumen a estos días. Debo ser masoquista, por que aunque nos lo hemos pasado muy bien mejor me lo estoy pasando ahora volviendo a la rutina. No me voy a quejar de el tener vacaciones, pero que caos el de desconectar y tener que volver a reconectar. Me gustan las visitas, ya lo he dicho otras veces. Espero con impaciencia la siguiente que aunque seguro que no será tan intensa por que ya me quedo con sitios a los que ir, seguro que estará llena de coletillas y momentos interesantes que recordar hasta la posteridad.

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Se huelen, se sienten, si señores, ya los tenemos a todos aquí. Repitamos todos a coro: que ricos los chorizos parrilleros, que ricas las salchichas a la brasa y que buenas las chuletas de cordero. Bueno, esto último no mucho, que el cordero escocés es viejo y revenido, pero el resto sí… ¡¡¡subidón, subidón!!!

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La primavera ha explotado en Dundee. La vuelta de vacaciones fue un poco traumática por el choque térmico sufrido, pero por suerte fueron los últimos coletazos del invierno que parece que — toquemos madera — nos ha abandonado finalmente. Y para celebrarlo convenientemente, aunque el señor alcalde no ha dado la orden, nosotros hemos dado por iniciada la etapa estival de BBQ portatil made in Tesco. La fritanga está asegurada.

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Antes de que me empiecen a llover las críticas y los consejos del médico de Saber Vivir, me defenderé diciendo que este año nos hemos propuesto ganarnos las barbacoas a pedales. Para eso nos compramos unas buenas, bonitas y baratas bicicletas de segunda mano en la universidad a finales del pasado verano. Las susodichas han pasado el invierno bien protegidas de los terremotos bajo el tiro de la escalera de nuestra húmeda morada, pero ha llegado el tiempo de desmohizarlas — por que en Escocia el polvo no existe, pero moho hay a espuertas — y darle un poco a los piñones.

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Vale que Dundee no se caracteriza por tener el Angliru entre sus metas volantes más atractivas, pero la ruta desde el West End a la zona de las barbacoas en Tentsmuir transcurre por una gran cantidad de marcos incomparables que la convierten en un paseo entretenido y divertido apto para toda la familia. Se trata de apenas 20 kilómetros que transcurren primero por el Riverside, el paseo marítimo que recorre Dundee a lo largo hasta adentrarse en nuestro Kósovo particular. La remodelación de la zona de los alrededores del Tay Bridge se las trae, y ahora mismo hay montado un embolado de cascotes y montones de escombros que da la apariencia de estar en territorio de posguerra. Al puente ya me he referido otras veces, pero detrás de su aparente facilidad se encuentra escondido un bonito desnivel que se mantiene constante durante sus más de dos kilómetros de largo haciendo que te sientas como jugando a un juego de coches de esos de las consolas antiguas en las que el paisaje era siempre el mismo: farola, farola, farola… Una vez al otro lado del Tay, un bonito carril bici llega hasta Tayport, un pueblecito tranquilo en el que estoy seguro que se puede encontrar el Nirvana o lo que a uno le plazca. No creo que haya más emoción en la vida de un habitante de este pueblo que el tener que coger la escalera para cambiar una bombilla. La tranquilidad absoluta existe, y está en este sitio. Y ya finalmente, después de esto se entra en el bosque. Primero a través de un pedregal que te deja los brazos pa´chope si vas en bici y después por el ancho pinar que conduce finalmente a las deseadas barbacoas.

Imagen1TENTSLa ruta es bien tranquila y ya os digo que sin mucho desnivel, así que transcurrió sin mayor noticia que la posible pérdida de mi gorra de explorador y el riesgo de bofetón por caer en la maldita moda esta de hacerse selfies en todo momento. Yo iba bien concentrado en no despegarme del pelotón y de ir abriendo el viento para que Marta no se despeinara mucho mientras iba fotografiando su pequeña hazaña y mi regreso al mundo del ciclismo después de un largo parón. Como modelos no valemos mucho, pero es que nuestras caras de concentración se deben a tener que ir concienciados de no frenar con la mano derecha y dejarnos los piños en el intento. Conducir por el otro lado no es nada difícil comparado con meterte en la cabeza que en esta isla los frenos de las bicis también están cambiados.

Claramente sienta mucho mejor hacer ejercicio sabiendo que hay un objetivo más allá que el de darse la vuelta y volverse a casa, y aunque tuvimos que hacer algo de tiempo a que la intendencia estuviera lista, la recompensa mereció la pena. Un poquito de sol para esa vitamina D que tanto escasea junto con proteína refritilla para reponer fuerzas… plan ideal para el sábado sabadete. A eso hay que sumarle la atracción extra de esta temporada, el paseito a caballo.

Así puesto todo junto…parece un plan estupendo, ¿eh? No se si esto contrarresta la cantidad de fotos de gente en la playa que he visto durante estos días en facebook, pero yo lo suelto a modo de contrahechizo. Grados hará 20 menos, pero aunque todavía se te ponen un poco los pelos de punta cuando te alcanzan las sombras que vienen tras McSun, merece la pena . Me planteo la idea de abrir un servicio de organización de planes para gente con pocas ganas de comerse el tarro el fin de semana. Es verdad que con sol es todo más facil, pero hay tantas cosas que hacer por estos parajes…¡qué me amontono!

…uno de Enero, dos de Febrero, tres de Marzo, cuatro de Abril, cinco de Mayo, seis de Junio, 7 de Julio en Dublín…

Así de musical empieza el relato de nuestro particular chupinazo en tan señalada fecha por motivo de nuestro primer viaje a la isla vecina: Irlanda. Una de las pocas capitales europeas que aún se nos resistían y que recomiendo visitar a todo aquel que todavía no lo haya hecho. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Con motivo del buen tiempo y que nuestros a partes iguales odiados y amados amigos de Ryanair de vez en cuanto ponen chollazos en bandeja, decidimos comprar unos billetitos para pasar un fin de semana en Dublín. Llegamos el sábado por la mañana cuando las calles aún estaban sin colocar. Nos levantamos a las 2 y media de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de Prestwick, que está justo en la otra costa de Escocia. Dejamos el coche en el aparcamiento y cogimos un avión que apenas tardó 30 minutos en llegar. Vamos, que a las azafatas no les dio ni tiempo a vender lotería, perfumes o pasearse por e pasillo intentando cobrarte incluso una cucharilla de plástico.

Lo bueno de empezar un viaje tan pronto es que el día te cunde una barbaridad. Sin darte cuenta, te bajas del avión, pasas el control de pasaportes por que aunque has tardado media hora en llegar resulta que has salido de tu gran imperio y ya sospechan de tí, llegas al hotel dejas la maleta…total, que a las 10 de la mañana estás ya dando vueltas por el centro de Dublín después de haberte perdido en el autobús y haber dado una pirula interesante por no preguntar al conductor donde esta Drumcondra Station. Luego por la noche, tras más de doce horas de pateo intenso y con unas cuantas Guinness en el cuerpo estás para echar tus restos al estanque de los patos, pero a mí que me quiten lo bailao.

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Dublín nos ha sorprendido para bien. No tenía yo unas grandes expectativas en esta ciudad. Me la imaginaba pequeña, gris, húmeda y con poco que ver. Y resulta que es todo lo contrario, una ciudad bastante grande (parecida a Glasgow), soleada, muy paseable y con bastantes cosillas que hacer a parte de pasar el día de pub en pub. La calle más grande y famosa es O’Connell, la cual Marta se empeñaba en llamar una y otra vez O’Donnell no se si por morriña o por  intentar seguir una regla nemotécnica que en realidad le acababa confundiendo más. También tiene muchas calles peatonales ideales para gastarte todos tus dineros, desembocando una de ellas en la archifamosa  estatua de Molly Malone. Me resultó muy curioso ver el parecido razonable que tiene esta con la del Oso y el Madroño de Madrid. Está en un sitio céntrico, los turistas intentan desesperadamente hacerse una foto sin que aparezca nadie más y es el punto de encuentro de todos los locales, muchos parecidos razonables entre el Oso y la «pescadera».

Ahora en verano está hasta arriba de turistas y de «estudiantes», sobretodo españoles e italianos que supongo darán una imagen bastante distinta de lo que es la ciudad durante los meses de invierno. Pero aunque igual es una ciudad que en principio pasa bastante desapercibida creo que tiene muchos detalles interesantes.

Si tengo que resaltar algunas de las cosas que más me gustaron diré que me sorprendió ver lo diferente o europeo que era el carácter de los irlandeses. Se respiraba un ambiente mucho más «social», bares con terraza, camareros que atienden en mesa, figuras más estilizadas…  Una cosa llamativa es que es el primer sitio al que voy en el que un solo bar le da nombre a todo el barrio. La zona de Temple Bar es el centro neurálgico de Dublín, donde se parte la pana, se corta el bacalao y la música se vive en la calle (sin querer generar una nueva disputa) o a gritos desde dentro de los pubs. Es curioso ver que a pesar de que su pasado es  «british» y conducen por la izquierda, las señales están en kilómetros. Esto se agradece, por que hace no tener que estar haciendo la cuentecilla en la cabeza continuamente para convertir las millas a nuestro querido sistema métrico, pero da la impresión de que aunque en apariencia pudiera ser una ciudad británica cualquiera, con algunos pequeños gestos intentan ser diferentes. Otras cosas peculiares de Dublín son las puertas de colores que le dan un toque muy molón, los camiones de Guinness que pasean por el centro (yo creo que a modo de reclamo publicitario), las familias de cisnes pasotas de los parques y el baíle regional a modo de jota aragonesa pero sin mover el cuerpo de cintura para arriba. Pero lo que realmente se hace raro raro es ver los carteles en inglés con el símbolo del € al lado, otra experiencia para mí aún desconocida.

Aparte de estos detalles que me han llamado la atención y con los que no voy a enrollarme más por que les puedo fastidiar el negocio a los de Lonely Planet, la actividad principal y por la que prácticamente debe girar toda la economía del país es por la famosa fabrica de Guinness. Así que para contribuir a su economía hicimos, como buenos turistas, la visita de rigor. Desde luego esta no tiene el glamour de una destileria de whisky escocés, ya que al no funcionar actualmente como fábrica pierde el interés a la hora de aprender el proceso de elaboración de la cerveza. Pero como punto  positivo tiene el que puedes aprender a tirar tu propia pinta y tomártela en la terraza con vistas a la ciudad.  Esto es un buen detalle por parte del señor Arthur, ya que el esmero que le pones en no hacer mucha espuma y en no liarla parda con el grifo hace que te sepa mucho mejor.

Asi que insisto, Dublín es una muy buena opción para un viaje de fin de semana o incluso de tres días. Nosotros nos hemos quedado con ganas de estar algún día más para hacer alguna excursión por los alrededores, pero ya habrá más ocasiones mientras se puedan encontrar ofertas de este tipo. Está muy bien saber que por aquí cerca tenemos más sitios que explorar en caso de que las Highlands se nos queden pequeñas en algún momento.

Con permiso de mi ciudad natal, hoy voy a coger esta  expresión popular y adaptarla a uno de los mejores sitios en los que he estado nunca, la isla de Skye.

Skye es una pequeña isla en el noroeste de Escocia. Es un sitio recóndito lleno de ovejas de colores, playas y verde y más verde. Es una isla practicamente deshabitada, no llega a diez mil habitantes, lo cual la convierte en un sitio místico y tranquilo donde parece que el tiempo no existe e ideal para perderse descubriéndola. Además, resulta un sitio ideal si buscas un sitio de desconexión tecnológica, ya que una vez te adentras en ella ya te puedes olvidar del Whatsapp y de mirar el Marca cada 10 minutos. Es como entrar en Jumanji pero sin cazador: estás abandonado a tu suerte.

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El pasado fin de semana, aprovechando que el señor McSol había decidido quedarse unos días por aquí, no nos lo pensamos mucho, metimos un par de cosas en la mochila, compramos unos sacos y un poco de pan y chorizo del Tesco y nos lanzamos a la carretera. Como si un chiste se tratará, un francés, una alemana, una austro-polaca, una tricantina y servidor salimos el viernes por la tarde a desintoxicar los pulmones a las tierras norteñas de Skye.

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De Dundee a Skye hay unos 400 kilómetros. No serían muchos si fueran autovías, pero aquí a partir de Fort William…olvídate de carreteras rectas y agarrate a la biodramina si sufres con las curvas. Y una vez en Skye, empieza la aventura: carreteras de orejas, una experiencia divertida para algunos y tremendamente estresante para otros. Por ese motivo decidimos hacer una parada intermedia en Fort Augustus. El viaje fue muy agradable, muy soleado, pero al caer la noche parecía que el cielo se iba a derrumbar sobre nuestras cabezas y tuvimos que poner la tienda sobre mojado. Pasamos la noche como pudimos, algunos lo pasaron con la petaca y otros se pusieron más capas que el muñeco de Michelín, pero todo pasó. Lo bueno que tiene acampar sobre cesped es que los clavos de la tienda entran como la seda. Por la mañana rumbo a Skye. La entrada a la isla es un poco extraña, primero con un puente super chulo que parece que te catapulta a otro universo seguido de un cartel enorme de restaurante indio nada más entrar, lo que da la impresión de que acabas de llegar a Torremolinos. Pero todo termina de cambiar una vez cruzas los Cuilins y te adentras en lo desconocido.

Estuvimos en la playa de coral de Claigan, el norte de Dunvegan. Fue como una tarde de recreo: estuvimos  horas buscando conchitas y piedrecitas para poner en no-se-cuantos sitios,  vimos un montón de focas (con pinta de perro) que jugaban al escondite con nosotros. Cuando sacábamos las cámaras y las señálabamos se sumergían bajo el agua, pero luego nos perseguían por toda la playa. Y por último subimos a una colina que era como una turbina de viento para astronautas. Esa tarde el señor McEolo debía estar encabronado, por que soplaba con una fuerza tremenda y nos entretuvo la tarde haciendo estupideces varias.

Como la noche volvía a amenazar tormenta, decidimos quedarnos en el camping de Dunvegan, y todos los esfuerzos para diseñar una estrategia anti-riadas quedaron en saco roto por que al final se quedó en unas gotillas de’ná. El domingo fuimos aún más a tomar viento (literalmente) y acabamos en el faro de Neist Point. Este es un punto con unos acantilados impresionantes donde tuvimos la suerte de poder tomar el sol y ver corderitos. Sí, corderitos. He tardado en escribir esta entrada por la cantidad de tiempo que me ha llevado hacer limpieza en las fotos y seleccionar a las ovejas más aptas. Si Darwin me viera estaría orgullosísimo de mí. Las ovejas de Skye son muy graciosas por que están marcadas como si  fueran fichas de parchís. A lo mejor soy un poco raro, pero no podía evitar acordarme de la canción de El Informal:«yo soy la ficha roja-ja, yo soy la ficha azuuuul, yo soy la ficha verde-de, quién carajo eres tu…..¡amarillo!.»

El paseo por esta zona es altamente recomendable, así que ya sabeís, destino imprescindible para unas vacaciones. Para este día hay que llevar bocadillo y la tarjeta SD vacía. Un fin de semana en un sitio así te deja como nuevo. Yo personalmente volví que no sabía quien era ni de donde venía, con los pulmones más limpios que una campana de cultivos y con unas ganas tremendas de volver pronto. Ahí o a cualquiera de las tropecientas islas que aún  nos quedan por conocer. Esperemos que el tiempo se siga comportando un poco y nos deje movernos (fingers crossed).

Y como esta entrada está siendo muy fotogénica, os dejo otras pocas fotos para daros envidia y poneros los dientes largos.

Hoy ha sido día de levantarse pronto, ponerse el dorsal con cuidado de no hacerse un piercing en sitios indeseados y lanzarse a trotar. Esta vez han tocado 10 kilómetros en Monikie, un pequeño pueblecito a las afueras de Dundee con dos de las tres cosas más típicas de Escocia: árboles y lagos. Lo tercero son las gaviotas, pero hoy no toca hablar de esos seres demoniacos, ya tendrán su día de gloria.

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Personalmente, he comenzado la carrera algo preocupado por mi maltrecha rodilla. Desde que volvimos del bodorrio gallego seguía dándome la lata. El dichoso bailecito del tipo «suavecito para abajo, suavecito para abajo…» que nos dió por hacer cuando ni siquiera el King Africa estaba sonando hizo que algún tendoncillo de dentro de mi ser dijera «Sayonara baby» al más puro de nuestro hoy perdido Constantino «Terminator» Romero Pero por suerte, unos buenos ejercicios de calentamiento los días de antes y unos estiramientos después parece que han ayudado a que no haya sentido nada en todo el recorrido. Al final, 50 minutillos largos en estas vueltecillas a los lagos, que aunque no son los de Covadonga, tienen mucho encanto.

Recorrido Monikie

Pero la pregunta que realmente te haces mientras vas corriendo un domingo por la mañana es ¿por qué hago esto?, ¿esto tendrá una recompensa, no?, ¿se tomará alguien cervecita de consolación? Es un tema que realmente agobia durante los primeros kilómetros, por que correr está bien pero… si no es por no correr, pero correr pa´ná…es tonteria. Y es que allí estás tú, desfondándote por tener tus chuches Haribo de recomensa y una medalla molona más que colgar de la pared, pero con más hambre que un perro muerto al acabar, buscando una mirada amiga que te salve y te acompañe en tu sudor. Por suerte la he encontrado. Tras hacernos las fotillos de rigor nos hemos ido a celebrarlo a nuestro ya querido Tapas Bar de Broughty Ferry. Que felicidad, que alegría, que alboroto, ver la tablita de ibéricos, los pinchitos morunos, la merluza, las gambas al pil-pil…como exiliado se agradece una barbaridad y sienta de bien… Vamos, que así da gusto salir a correr. ¿Cuándo es la siguiente carrera? ¿Dónde decís que comemos?

Para finalizar, quería hacer un par de pequeños homenajes en el día de hoy. Primero de todo, quería agradecer a Maldonado, el no haberse equivocado una vez más. Este hombre es un semidiós bajado a la Tierra para protegernos con su paraguas (gracias Sara). No se lo que tiene este hombre, pero da en el clavo allá donde estés. Hoy decía que llovía a la una, y a las doce y media  ha empezado a chispear. Ni el AccuWeather, ni el BBC Weather, eltiempo.es. Un máquina, un aplauso Jose Antonio.

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Y por último, con todo mi cariño y sin querer hacer sangre…un saludo muy efectuoso al trabajador que diseñó los dorsales por el mal momento que debió pasar a darle al darle al botón de «Imprimir». Imagino que ese instante de presionar la tecla y ver que te has comido una «i» al escribir el nombre del sitio…es digno de un memorable «please, come back»Aún así, te queremos. Imprimir 300 dorsales con el nombre del pueblo mal no tiene precio, para todo lo demás…ejem, al menos no la cagaste en las medallas.

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La historia que os voy a contar a continuación no tiene desperdicio. Está repleta de moralejas, consejos, experiencias y un sin fin de decisiones poco meditadas que seguro me servirán para el futuro. Pero antes de empezar simplemente deciros lo más importante: Nunca, nunca, nunca hagais un viaje a Escocia sin reservar un sitio para dormir. Un fin de semana de desconexión se puede convertir en una aventura agotadora. Y creedme,  no mola nada.

Comenzamos el fin de semana con la intención de conocer la zona de la costa al norte de Aberdeen, las comarcas de Aberdeenshire y Moray. Salimos algo más tarde de lo esperado por culpa de una máquina evaporadora maldita que volvió a hacer de las suyas cuando teníamos prisa, pero una vez solucionado el asunto nos pusimos en marcha hacia una región aún desconocida para nosotros.

450px-Scotland_Administrative_Map_2009Nuestra primera parada fue en Fraserburgh, un pueblecito pesquero que se encuentra al igual que los baños en los restaurantes, al fondo a la derecha. Mi consejo como escocés adoptivo es que si estais planeando hacer una ruta por estas tierras…os olvideis de este sitio. Tiene un faro muy viejo muy molón pero el pueblo está más muerto que una ciudad de The Walking Dead. Por miedo a encontrarnos zombies enfuerecidos no nos detuvimos mucho y seguimos bordeando la costa hacia Moray en pos de un destino mejor.

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Por el camino descubrí la auténtica debilidad de Marta: los corderitos. Es una cosa que no sabía y que le encanta. Es verlos y se le cambia la voz y agita las manos de una manera muy extraña. Y desde luego, no es que hubiera pocos. Aunque yo sólo pensaba en la cantidad de chuletillas de cordero que podían salir de esos bichejos, a Marta esto le rompía el corazón e hizo que se convirtiera en un tema tabú del viaje. Y es que las muy guarronas de las ovejas deben andar en momento reproductivo, y a estas alturas del año toda oveja escocesa tiene dos corderitos que no se levantan un palmo del suelo al lado de ella. Mi pregunta es, ¿todas las ovejas paren gemelos?, ¿comen Petit-suisse? Otra pregunta que lanzo al aire es si las ovejas negras paren en otro momento del año diferente a las blancas, por que después de pasar por muchos prados y hacer una estadística al rollo «cuenta la´vieja«, mi conclusión es que las ovejas negras no tienen tantas crías como las blancas. ¿Por qué será? Dudas biológicas ovejiles asolan mi mente esta noche…

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Hizimos una parada intermedia en Banff, otro sitio de la geografía escocesa completamente desconocido y a mi parecer otro sitio completamente prescindible. Lo siento por los Banff-ianos, pero lo único memorable que tiene este sitio a parte de la zona de la playa, es el Castle Bar, su bar de borrachillos locales que cantan con pasión grandes exitos de los Boyzone mientras toman Bacardí con Coca-Cola. Esto me lleva a otro dato de interés: los borrachos escoceses no toman whisky, se pillan el trozaco padre a base de Bacardi blanco. Flipa.

Y a partir de aquí se desató el apocalipsis que dió, ahora si lo puedo adelantar, con nuestros cuerpos en Dundee a las 5:30 de la mañana. Tras dar un paseito por la playa de Cullen, sitio que merece más la pena que los anteriores, y tener una conversación acerca de los distintos términos para decir «puerto» en inglés, decidimos irnos hasta Elgin y pasar allí la noche. Nuestra sopresa al llegar fue ver que todos los B&B estaban llenos, no nos cogían el teléfono o no nos abrían la puerta. Sin alarmarnos mucho nos pusimos a buscar un hotel, con la sorpresa de que tampoco había disponibilidad en ninguno de ellos. Fue uno de los recepcionistas el que nos dijo que como era fin de semana de Bank Holiday estaba todo bastante lleno. Su consejo fue que nos fueramos hacia Inverness y buscáramos algo por el camino. Ese era el plan que teníamos para el día siguiente, así que tampoco supuso un gran trauma, y al menos parecía claro que encontraríamos algún sitio donde quedarnos. Ahora ya sabeis que el final no fue así.

Por no hacer muy largo todo lo que pasó, lo resumiré diciendo que no hubo forma humana de encontrar un sitio para dormir en toda la zona. Todo Inverness estaba lleno, desde los albergues más baratos hasta el hotel de mayor lujo de la ciudad. Y yo me pregunto, ¿cuál es la capacidad hostelera de una ciudad que vive basicamente del turismo y que no es capaz de tener plazas libres en NINGÚN sitio el primer fin de semana de Mayo? Nuestros ojos no daban crédito cuando llamada tras llamada, albergue tras albergue y hotel tras hotel la respuesta era la misma: «sorry, but is not possible» o lo que es lo mismo «lo siento, peinaos». No sólo en Inverness, sino en todos las ciudades de los alrededores, Nairn, Tomatin, Avoch, alrededores del Lago Ness… Esto nos dejaba dos opciones: dormir en el coche o volvernos a casa.

Panneau-dormir

Eran más de las 2 de la mañana cuando salíamos de preguntar del último hotel. Con el cerebro frito y con ganas de zambullirme en el Lago Ness para no salir jamás tomamos la aún no se si buena o mala decisión de volvernos a casa. Más de 200 kilómetros para, durante 3 horas de viaje atravesando las Highlands, poder terminar este día de excursión que se acabó convirtiendo en una pesadilla.

En nuestra odisea de vuelta a casa nos encontramos primero con un ciervo por la carretera que casi nos mata del susto. Después, según nos adentramos en las Highlands pasamos un tramo de lluvia y niebla como si estuvieramos pasando el paso de Caradhras,  tras lo cual decidimos parar a descansar un rato en un layby de la carretera. En Escocia, una vez has pasado Perth ya no hay gasolineras, áreas de descanso u hoteles de carretera donde parar. En cambio, cada pocas millas existen pequeñas zonas donde los camioneros aparcan y pasan la noche, los famosos layby estos que os cuento. Y ahí estuvimos nosotros, tirados cual colilla casi a las 4 de la mañana en algún lugar perdido en mitad de las Highlands mientras los camiones meneaban el coche cada vez que pasaban por nuestro lado.

Tras esto, con las pilas algo cargadas y con Jaime Urrutia sonando en el iPod al volver a arrancar, nos pusimos de nuevo en marcha. ¡Qué barbaridad! Por suerte, a las 4 de la mañana empezó a amanecer y la última hora y media de viaje se hizo más agradable. Pasamos por un pueblo que se llama Guay, lo que nos dió para un buen rato de coñas estúpidas de estos de cuando la cabeza ya no te da para más (aunque de guay el tema no tenía nada) y hacia eso de las 5:30 estábamos metiéndonos finalmente en la cama. Un voltio más que considerable para lo que iba a ser un fin de semana de desconexión. Creo que a parte de las 24 horas de Le Mans, también se podría incluir esta como una de las grandes rutas.

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Ahora a toro pasado, ha pasado a convertirse en una anécdota más de toda esta aventura, pero realmente la noche tuvo telita marinera. No se si las decisiones fueron las correctas o si nos dejamos llevar por la locura del momento. Pero insisto, aún pareciendo que creais que viajais a un país civilizado que vive del turismo, no lo es. Serán una super-potencia mundial pero lo del alojamiento hotelero no es su fuerte, lo que hace los planes improvisados no sean para nada la mejor opción. Asi que a menos que tengais un aire aventurero a lo David Livingstone…no salgais de casa en Escocia sin tener claro donde vais a acabar ese día o como decía aquella canción de Celtas Cortos…puede ser «el comienzo de una triste historia en el que el protagonista eres simplemente tú».