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Ya estamos de vuelta. Tras pasar unos estupendos días de desconexión, el domingo tomamos el ascensor desde Alicante para volver a Dundee a lo más puro Desafío total.

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Y es que si brusco es asumir que las vacaciones han acabado, más lo es el tener que hacerlo con un bajón de temperatura de 25 grados así de sopetón. Resulta un tanto desconcertante el estar mojándote el culo en el Mediterraneo por la mañana y por la tarde  estar con la bufanda puesta más allá de El Muro. El fenómeno de transformación bacteriana se queda corto comparado con esto. No me quiero hacer el friki, pero si el choque térmico este no te hace más fuerte… te deja lelo perdido. Vamos, que si unos científicos locos de esos nos analizan antes y después de coger ese avión… seguro que salen cosas raras — y no lo digo por las provisiones de ibéricos de la maleta.

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Estas vacaciones se han producido a continuación de mi primera aventura en un congreso desde que estoy en Escocia. Es curioso que mi primera conferencia internacional haya sido en un sitio que para mi no lo es tanto, Santander, pero la experiencia  me ha servido para darme cuenta que en lo que trabajo día a día interesa a más gente de la que pensaba. Hay veces que te metes en tu mundo y no te das cuenta de lo que se mueve a tu alrededor, así que al menos esto me ha servido para ponerle cara a mis queridos rivales científicos. Al estar «jugando en casa» intenté hacer de buen anfitrión y animar a los guiris a probar cosas que no se pudieran tomar en otra parte, sobretodo bichitos del mar. Pero hay ocasiones en las que sientes que esta batalla está perdida, y verles oler y preguntar por cada cosa que te ponen para comer… es bastante desalentador. Pero también diré que es muy gratificante estar presente cuando cambian de opinión. El hecho de oír a alguien decir que había encontrado el Santo Grial al probar unas rabas de calamar…no tiene precio.

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No voy a negar que la asistencia al congreso fue parte de un minucioso plan que enlazaba con un tour peninsular de una semana de duración. Y es que ya se está convirtiendo en algo habitual esto de dar vueltas a lo largo y ancho de la piel de toro cada vez que vuelvo a casa. No se como lo hago, pero al final acabo haciendo kilómetros como un loco. Aunque está claro que para ver que las cosas están bien controladas, lo mejor es hacerlo in situ. Dejo algunos de los ejemplos de mi intensa investigación, aunque sólo unos pocos por que no quiero levantar ampollas que puedan acarrear dolorosas represalias en el futuro.

Una persona muy sabia me ha dicho durante estos días que estoy viviendo en el quinto pijo. Pues bien, puede ser que después de ver todas estas fotos hasta piense que esto esté aún más lejos. Pero si algo tengo cada vez tengo más claro es que basta que no tengas algo en tu día a día como para apreciarlo más. Y os puedo garantizar que he saboreado cada gota de sidra y disfrutado de cada granito de arroz como nunca. Por que me vuelvo con la sensación de haber aprovechado muy bien el tiempo. Además de dar vueltas en coche ha dado tiempo a dejar encarrilada la eliminatoria de Champions, sufrir en el dentista, renovar el pasaporte, ver a Jose, comprobar que la familia sigue bien, darle un achuchón a los amigos, ir de bodorrio… e incluso de ser feliz hasta teniendo arena en los zapatos ¡¡¡y hasta de sonreir al ponerme la camiseta después de haber estado nadando en el mar!!! Así sí que se disfruta de las vacaciones, por eso estoy encantado de poder estar retransmitiendo de nuevo…desde el quinto pijo.

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Soy un poeta, lo se. Lo llevo dentro, la rima fácil y yo somos uno. ¿Para que voy a comerme el tarro buscando un título sofisticado? No, no, de eso nada. Las neuronas están ahí para algo, y el blog…para lo que surja. Lo malo de tener este cerebro tan privilegiado que es capaz de encontrar figuras literarias tan retorcidas es que luego mis seguidores guiris no se enteran y me preguntan que que carajo escribo, pero bueno, que al menos se entretengan mirando las fotos. Yo, a lo mio.

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La crisis, la diáspora juvenil del siglo XXI o el mal funcionamiento de la cisterna del váter de casa han acabado provocando que tanto mi hermana como yo hayamos terminando  abandonando la ribera del gran río Manzanares — espero que momentáneamente — y buscado cobijo en otras corrientes de agua: el Tay y el Tiber. No han sido pocas las experiencias a lo largo de mi querido Tay durante este tiempo, pero hoy, y como algo excepcional voy a hacer como las ocas del Juego de la Oca — el tablero, no las del programa de Emilio Aragón — y contaros mi «visitilla+reencuentro familiar» por las orillas del legendario río Tiber.

 

Roma no se hizo en un día, eso está claro. Hasta antes de este fin de semana yo ya había estado allí en tres ocasiones y pensaba que pocos cascotes del siglo del picor debían permanecer sin ser reconocidos por mis ojos. Pero estaba muy equivocado, después de dos intensos días de «pateo» en los que casi tenemos que amputar las extremidades inferiores a nuestros progenitores he descubierto una Roma desconocida para mí. Creo que a esto es a lo que deben referirse por ciudad eterna. Cada vez que vas, aparecen cosas nuevas.

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Por que todo el mundo sabe que Roma fue fundada sobre siete colinas, pero eso es un bulo para atraer turistas. Roma debe tener al menos diecisiete, por que no puede ser posible que dos días después siga teniendo los gemelos montados. La cuestión es que vista desde las alturas y bajo un paraguas — por que tuve la suerte de traerme las nubes escocesas pinchadas en un palo — la ciudad no parece tan grande, pero recorrerla de punta a punta hace que hasta los autobuses te manden mensajes subliminales sobre tu futuro y que carteles de estacionamiento limitado aparezcan misteriosamente sobre la cabeza de tu padre cuando este encontraba un reposadero donde caer derrotado. A Roma sin ninguna duda, hay que ir bien entrenado si no quieres perecer en el intento.

Pero no me voy a quejar. De lo mejorcito que se puede encontrar en Roma y en Italia en general es la comida. Es lo único que los romanos se olvidaron de dejar por la pérfida Albión. No está claro aún si consiguieron o no llegar hasta Dundee, pero durante su visita construyeron un par de muros y dieron ideas para escribir libros más gordos que el Collins, pero se olvidaron de dejar las costumbres gastronómicas. Un pequeño detalle que no les perdonaré jamás, que poca consideración el dejarnos abandonados a nuestra suerte con el fish and chips. Pero que placer el andar por Roma –con cuidado de no pisar turistas– y mirar para un lado y ver un pedrolo y mirar para el otro y mirar un escaparate lleno de mortadela, pizza, tiramisú. ¡¡¡si hasta las farolas te incitan a mover el carrillo!!!

La peor parte de los viajes ya se sabe, es lo cansino que es el viaje en si mismo. Tras dos días intensos de turisteo tuve que remontar el Tiber y dejar atras sus alocadas calles con poco tráfico y conductores educados para retornar al Tay, más grande y tranquilo pero con poca piedra que mirar por que por aquí todo está verde y resbaladizo. Lo mejor ha sido ver que el ganado sigue controlado y aunque sea durante poco tiempo, podamos tenernos los caretos controlados. ¡A por la siguiente!

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