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… a por morcón blanco, zarangollo, paparajote, ensalada murciana… Ah, y también iremos a por la famosa tarta de tres chocolates, a por el pan de Calatrava… y ya si eso después salimos a correr un poco, pero con moderación, que por aquellas tierras hace mucho calor y no estamos acostumbrados a estos cambios de temperatura tan bruscos. Aunque si tenemos que comer tanto quizá tengamos que esperar a que caiga el sol en la famosa hamaca o en la piscina hinchable de las fotos con los sobrinos. No se, creo que voy a empezar a hacer la lista del «to do» para que no se me olvide todo lo que quiero hacer cuando vayamos a veros. Eso y a sacar el bañador del fondo del cajón y a comprar crema para el sol, que estoy muy blanco y en el centro del universo hay que tomar precauciones.

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Y es que una parte muy grande de Dundee se ha marchado hoy. Nuestros murcianicos han cerrado una etapa de su vida y han partido de vuelta a Murcia en busca del sol y seguro que de un futuro muy emocionante allí o en cualquier otro sitio. Es cierto que cuando una persona cierra una etapa de su vida y abre otra no es motivo de estar triste sino todo lo contrario, alegre por que todo siga adelante. Pero no se puede evitar tener un sentimiento así como de melancolía tontona al echar la vista atrás y recordar todo lo vivido durante estos años. Un montón de momentos y anécdotas que no continuaran aquí en Dundee, pero que seguro que tendrán un «to be continued» en alguna otra parte.

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Un cambio de ciudad supone que en cierta manera, todo a tu alrededor parezca hostil. Pero cuando todo es desconocido no hay nada que se agradezca más que el que aparezcan un par de desconocidos a recibirte con los brazos abiertos y darte ese empujón que necesitas para arrancar. No se si es por esa característica gregaria y solidaria de los españoles que nos lleva a echarnos una mano aunque no nos conozcamos o que por capricho del destino coincidimos con grandes personas, pero puedo decir abiertamente que tuvimos mucha suerte de dar con ellos cuando llegamos aquí. Recuerdo con una sonrisa ese momento en el que nada más conocernos nos llevaron al Argos a coger un catálogo y a explicarnos como funcionaba la tienda. Me parece que fue ayer esa tarde en la que nos invitaron a una cerveza en el Capitol en plenas semifinales de la Eurocopa solo para echarnos una mano con la lista de dudas y nos contestarán a preguntas tan tontas como dónde está el ayuntamiento o qué hay que hacer para pagar las tasas. Recuerdo lo útil que fue que nos contaran que en algunas casas la luz se paga en los supermercados o como conseguir que el seguro del coche saliera más barato. Porque está claro que sin ellos en esos primeros días todo habría sido mucho más complicado. Simplemente con decir que me habría tenido que poner los calzoncillos del revés sino hubieran tenido el detalle de ponernos unas lavadoras mientras buscábamos piso desesperádamente o que me salvaran de una hipercolesterolemia aguda por ingesta masiva de comida de pub en esa noche de tortilla y ensalada murciana que me supo a gloria… lo digo todo.

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Aunque no todo quedo ahí. Durante estos casi tres años ha habido tiempo de risas, de cafés para despotricar sobre la ciencia, de sábados maratonianos, de recogida de caquitas de Lola, de suministro clandestino de pipas e incluso algún viaje a la Escocia profunda. Y estos han sido los ingredientes principales del forjar una amistad. No incluiré los partidos de fútbol, porque es verdad que el único madridista que tenía a miles de kilómetros a la redonda me resultó ser de filosofía tranquila y no de bareto de mala muerte. Pero esto se lo perdono por ese momento de celebración en «la fuente» de Perth Road el día que ganamos la Champions y que hace un par de días recreamos sin motivo alguno durante la despedida gitana de los 7 días. Por eso, aunque contento por ellos, hoy tengo la sensación de que hay algo diferente.  Mañana me va a faltar alguien cuando pase por la tercera planta y cuando salga a correr los fines de semana.

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El guateque se queda algo huérfano, pero os deseo todo lo mejor, estoy seguro que Lola se ha puesto muy contenta de veros por allí de nuevo y también espero que no tardéis mucho en regular la temperatura de nuevo. ¡Qué gusto el de volver a dormir con la ventana abierta! Os contaremos las novedades de las obras del Waterfront y los cotilleos morbosos del CLS, que seguro que son muchos. Y quien sabe, igual el destino es caprichoso y nos vuelve a juntar en el futuro, eso no se sabe. Mientras tanto cuidaros mucho, seguro que nos veremos pronto. Ya sabéis que me mueve el estómago… y sabiendo que estáis  por allí… no tardaremos  mucho en llegar. Mientras tanto, voy a poner el fútbol y a ponerme unas patatas con un chorrito de limón en vuestro honor.

Gracias por todo, suerte y ¡hasta pronto!

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Ya estamos de vuelta. Tras pasar unos estupendos días de desconexión, el domingo tomamos el ascensor desde Alicante para volver a Dundee a lo más puro Desafío total.

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Y es que si brusco es asumir que las vacaciones han acabado, más lo es el tener que hacerlo con un bajón de temperatura de 25 grados así de sopetón. Resulta un tanto desconcertante el estar mojándote el culo en el Mediterraneo por la mañana y por la tarde  estar con la bufanda puesta más allá de El Muro. El fenómeno de transformación bacteriana se queda corto comparado con esto. No me quiero hacer el friki, pero si el choque térmico este no te hace más fuerte… te deja lelo perdido. Vamos, que si unos científicos locos de esos nos analizan antes y después de coger ese avión… seguro que salen cosas raras — y no lo digo por las provisiones de ibéricos de la maleta.

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Estas vacaciones se han producido a continuación de mi primera aventura en un congreso desde que estoy en Escocia. Es curioso que mi primera conferencia internacional haya sido en un sitio que para mi no lo es tanto, Santander, pero la experiencia  me ha servido para darme cuenta que en lo que trabajo día a día interesa a más gente de la que pensaba. Hay veces que te metes en tu mundo y no te das cuenta de lo que se mueve a tu alrededor, así que al menos esto me ha servido para ponerle cara a mis queridos rivales científicos. Al estar «jugando en casa» intenté hacer de buen anfitrión y animar a los guiris a probar cosas que no se pudieran tomar en otra parte, sobretodo bichitos del mar. Pero hay ocasiones en las que sientes que esta batalla está perdida, y verles oler y preguntar por cada cosa que te ponen para comer… es bastante desalentador. Pero también diré que es muy gratificante estar presente cuando cambian de opinión. El hecho de oír a alguien decir que había encontrado el Santo Grial al probar unas rabas de calamar…no tiene precio.

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No voy a negar que la asistencia al congreso fue parte de un minucioso plan que enlazaba con un tour peninsular de una semana de duración. Y es que ya se está convirtiendo en algo habitual esto de dar vueltas a lo largo y ancho de la piel de toro cada vez que vuelvo a casa. No se como lo hago, pero al final acabo haciendo kilómetros como un loco. Aunque está claro que para ver que las cosas están bien controladas, lo mejor es hacerlo in situ. Dejo algunos de los ejemplos de mi intensa investigación, aunque sólo unos pocos por que no quiero levantar ampollas que puedan acarrear dolorosas represalias en el futuro.

Una persona muy sabia me ha dicho durante estos días que estoy viviendo en el quinto pijo. Pues bien, puede ser que después de ver todas estas fotos hasta piense que esto esté aún más lejos. Pero si algo tengo cada vez tengo más claro es que basta que no tengas algo en tu día a día como para apreciarlo más. Y os puedo garantizar que he saboreado cada gota de sidra y disfrutado de cada granito de arroz como nunca. Por que me vuelvo con la sensación de haber aprovechado muy bien el tiempo. Además de dar vueltas en coche ha dado tiempo a dejar encarrilada la eliminatoria de Champions, sufrir en el dentista, renovar el pasaporte, ver a Jose, comprobar que la familia sigue bien, darle un achuchón a los amigos, ir de bodorrio… e incluso de ser feliz hasta teniendo arena en los zapatos ¡¡¡y hasta de sonreir al ponerme la camiseta después de haber estado nadando en el mar!!! Así sí que se disfruta de las vacaciones, por eso estoy encantado de poder estar retransmitiendo de nuevo…desde el quinto pijo.

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Hay pocas cosas que tengan más significados que el concepto «cinco minutos». Cinco minutos es el tiempo que pasa desde que suena el despertador hasta que te levantas — aunque este pueda aplicarse varias veces –, es el tiempo que te dices a ti mismo que vas a jugar al Candy Crush antes de dormir, o también puede hacer referencia al tiempo que crees que vas a tardar en llegar desde el sofá de casa hasta el punto donde hayas quedado con tus amigos, aunque este se encuentre bastante más allá de los metros que tus pies son capaces de desplazar tu vaguería en línea recta por unidad de tiempo. Además de ser habitual durante la vida cotidiana, dentro del laboratorio el concepto «cinco minutos» también está a la orden del día. Por ejemplo, cinco minutos es el tiempo que le dices a la gente que necesitas para acabar lo que estés haciendo antes de ir a comer, es el tiempo que tardas en tener una reunión con tu jefe cuando ninguno de tus proyectos está funcionado o también el tiempo que tardas en centrifugar unos tubos durante un experimento. Todas estas cosas tienen en común la duración temporal teórica, pero no la duración temporal real. Generalmente, cualquier persona sea de la nacionalidad que sea –menos los alemanes que son muy raros –, utiliza la expresión «cinco minutos» para decir «espera un rato», «ahora voy», «calla coño» o «no te vayas, no te vayas». Pero lo que es curioso es que las máquinas — excepto el Tamagotchi –, a pesar de no tener todavía la capacidad de expresar sentimientos también juegan con esta idea. La entrada de hoy tiene un pasado, un presente y lamentablemente un futuro, y es la relación científico-centrífuga. Este aparato de uso tan rutinario en un laboratorio tiene esta propiedad misteriosa que os digo: la de actuar como el cuarto del espíritu y el tiempo. Tú sabes cuanto tiempo pones la centrífuga y cuanto va a tardar, pero realmente este tiempo es mucho más largo de lo que jamás hayas pensado. ¿Por qué? Científicos de todo el mundo llevan décadas intentando entender este fenómeno, pero hasta el momento, nadie ha dado con la clave.

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Intentaré explicar un poco más el por que de esta entrada para los no puestos en la materia, aunque realmente mi reflexión de hoy no tiene mucho que ver con la ciencia en si mismo. El trabajo en un laboratorio de investigación no se diferencia mucho de la cocina de MasterChef. A ti te ponen por delante un montón de botes con polvos y líquidos (cómida), un timer (cronómetro) un montón de aparatos (horno, turmix, batidora), unos protocolos (recetas) y un experimento como objetivo (receta). La diferencia es que por desgracia tu jefe no tiene estrellas Michelín y que la recompensa no es tener una buena comida después de currar sino un buen mojón, que generalmente es el resultado que obtienes cuando te montas un experimento de grandes dimensiones. Pues bien, sin entrar en detalles escatológicos, durante la ejecución de estos protocolos lo más habitual es tener que enfrentarte al mundo de la centrifugación. Este concepto, aparte de por científicos, también es conocido por los asiduos de las labores domésticas y por los profesionales de Calgón, y tiene como objetivo separar cosas: «tirar pa´baju lo que pesa más y dejar encima lo que pesa menos». Habitualmente y continuando con el uso del lenguaje científico de esta entrada, en condiciones estandar, este tiempo es de cinco minutos. En realidad para ser más precisos, cuando acabas de empezar en este negocio es «cinco minutos», cuando llevas ya un tiempo y te sientes suelto pasa a denominarse «unos cinco minutillos» y cuando ya llevas más años que la tana pasa a ser  «un ratejo». Pero bueno, para no complicar aún más el tema dejémoslo en cinco minutos de centrifugación.

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Cualquiera dirá, «cinco minutos se pasan volando, que exagerado». Pero no. Aquí no pasa como en el programa de Arguiñano, donde misteriosamente cualquier tiempo de espera pasa en un pispás, no, aquí te enfrentas a unos números –generalmente de color rojo — que comienzan una cuenta atrás. Pones tus tubos, cierras la centrífuga, ajustas el tiempo…y le das al botón de «start». Aquí empieza la aventura, pues estos cinco minutos serían como los de las películas. Imaginaos esa bomba que está a punto de explotar y en la que el protagonista tiene sólo cinco minutos para decidir si cortar el cable rojo o el cable azul mientras suda como un cerdo antes de la matanza, esa es la sensación que un científico tiene mientras la centrífuga hace su trabajo. Pero con la única diferencia de que, aquí no hay nada que hacer. Estás solo, tu mirada contra la máquina, abandonado y abocado a la reflexión con tu «yo interior». Pero realmente estás vacío, perdido y deseoso de encontrar algo que hacer para evitar esta tortura a la que estás condenado.

Como podréis comprender, este dilema temporal lleva mucho tiempo presente en mi vida, pero ha sido especialmente durante esta última semana cuando se ha hecho más duro. Este último apretón final antes de las vacaciones de navidad me ha hecho enfrentarme a esta situación más veces de lo deseado. «Lucha y trabaja, que ningún atleta es coronado sin sudor y sin esfuerzo», esto es lo que me inculcaron día tras día desde que era pequeñito. Pues bien, bastantes años después sigo sin saber a lo que San Agustín se refería con esta frase, pero lo que me da la impresión es que por muy exitosa que sea mi carrera, me queda mucho tiempo por delante para saber que cosas de utilidad se pueden hacer durante los cinco minutos que dura una centrifugación y por que estos cinco minutos se multiplican dentro de tu cabeza.  Quizá sea un sacrificio o quizá sea una jugarreta de Murphy, pero sea lo que sea las centrífugas han hecho que el concepto cinco minutos pueda llegar a ser…aún más confuso.

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