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Esta es la historia de dos jamones que fueron de fin de semana a York, a la vieja, a la que no tiene rascacielos, sí, a la del jamón cocido. Es la historia de dos jamones ibéricos de bellota que hicieron su hatillo con ruedas y se fueron a pasar el fin de semana al sur del muro en plan jinetes del Age of Empires para conocer el modo de vida de sus homólogos cocidos. Explorar nuevos territorios, enriquecerse en nuevos acentos, disfrutar de algún grado más de temperatura en el sur y degustar deliciosos platos eran algunos de los principales motivos. Los dos primeros se cumplieron, los segundos no tanto.

York es una ciudad pequeñita ubicada al norte de Inglaterra y rodeada de murallas, que en tiempos pretéritos hizo las veces de segunda capital del reino. Al igual que en el resto de localidades de la pérfida Albión, York históricamente fue dominada por un porrón los pueblos que se dieron de porrazos para controlar sus dominios. Romanos, anglos, vikingos… todos tuvieron en su mano el anillo de poder y gobernaron a los habitantes de la ciudad bajo diferentes nombres, Eboracum, Eoferwic, Jórvic y finalmente York. Es por eso que hoy en día aún se respira en la ciudad un ambiente un tanto medieval. Son muchas las casas de estilo normando que aún se conservan sorprendentemente en pié, siendo una de las mayores atracciones de turistas. Digo sorprendentemente, porque los años al igual que por la cara de Mónica Naranjo no pasan en balde y muchas de ellas están apuntaladas porque los muros se están doblando irreversiblemente. Es increíble que con lo paranoicos que son con el Health & Safety en este país se permitan el lujo de tener bares y restaurantes en semejantes edificios que en cualquier momento se pueden venir abajo. No me sorprende nada comer en un restaurante en plenas Casas Colgadas, pero hacerlo en una de estas casas… es todo un desafío.

Las murallas de York están estupendamente conservadas, pero no tiene nada que envidiar a las de Ávila o a las de Lugo, desde luego. Se pueden recorrer andando prácticamente en su totalidad y son el principal de motivo de tener llena la tarjeta de memoria de la cámara de fotos. La catedral, el Minster, es un mazacote enorme en pleno centro de York y es la segunda catedral gótica más grande de Europa. Puedo decir que no he estado en la primera, pero esta da para organizar dentro una media maratón al menos. Tiene unas cristaleras de esas de las que dan ganas de tirar una piedra y ver como se romp… digo… de esas que tienen que dejar alucinado al ver relucir cuando da el sol en ellas. Obviamente, de mis palabras se puede entender que no fuimos lo suficientemente afortunados como para disfrutar de este efecto, así que habrá que imaginárselo o buscar imágenes en Google. Las ruinas romanas bajo la catedral o el ascenso a la torre –con sus 250 escalones– también merecen la pena aunque el precio no tanto, pero si uno piensa en las vistas y en la dura labor de mantenimiento que tiene que tener el bicharraco este, se perdona rápidamente.

Por lo demás, York es una ciudad muy viva y un tanto desenfrenada. Estamos acostumbrados al jolgorio dundiano durante el fin de semana, pero lo de York es de otra liga, sobretodo en la que nosotros denominamos como la calle del reloj. En esta calle se junta lo mejor de cada casa al llegar las cinco de la tarde, hora del tradicional té inglés. Los dos días que estuvimos allí pasada esa hora… era como echar agua encima de un Gremlin, locura total. Música en la calle, grupos de gente bailando, locas sin zapatos, borrachos de esos que se abrazan como si tuvieran velcro… Ambiente sano y desde luego sorprendente. Eso y no hablar del número de opciones para comer y cafeterías que tanto brillan por su ausencia en Dundee. Eso de que en Reino Unido no aprecian la comida puede que sea un cliché, porque opciones tienen, otra cosa es que no las usen. Yo probé el Yorkshire pudding, como iba a dejar pasar el plato estrella de la cocina yorkiana. No es nada sorprendente, simplemente unos trozos de carne en salsa con un bollo de harina de esos que se te hacen bola en el estómago. Creo que sin ser un aspirante a los fogones de MasterChef, se podría hacer algo para rescatarlo y hacer un plato más fino, en mi humilde opinión. Porque para sorpresa nuestra… en York, ¡no hay jamón York! Que sorpresa a la vez que decepción la nuestra al buscar por todos los rincones de la ciudad un pedazo de este desperdiciado muslo cocido para hacer bocadillos en los  hospitales, y no encontrar rastro suyo. Bueno, únicamente en un entrante de embutidos italianos en un pequeño restaurante italiano cercano al B&B nos pusieron una bendita loncha camuflada entre los salchichones y salamis varios. Así que a falta de jamón York… pues nos dedicamos a entrar en restaurantes de diferentes nacionalidades, que al final es la única solución decente en esa isla. Ente los múltiples sitios en los que fuimos a parar destacan un restaurante francés y una cafetería de esas que ponen unas tartas que quitan el hipo. ¡Qué cafetería! Hay que ver lo bien que sienta pegarse una panzada a andar y acabar tomando el café de las cinco en un sitio así, clara recompensa al trabajo bien hecho.

Al igual que otros muchos sitios, York también tiene un castillo, un río con gansos, un parque con ardillas… pero no voy a seguir describiendo los sitios a los que fuimos porque tampoco quiero parecer una guía de viajes y aburrir demasiado al personal. En definitiva pasamos un buen fin de semana de desconexión, que era la intención, y aunque casi la liamos parda al final y nos metemos en un tren que no era el nuestro, dimos por inaugurada la temporada de viajes. Desde hace unas semanas hemos entrado en el formato «salir como setas», y en cuanto tenemos una oportunidad salimos despavoridos a aprovechar el sol y el calorcete que está haciendo ahora por aquí por el norte. Así que si alguno se está pensando una escapada, York es un buen sitio. Sus jamones no lo son tanto, pero hay otras muchas cosas que merecen la pena. Además, una de las cosas que hay que hacer en esta vida es decir que se ha estado en el viejo y en el nuevo York. ¡York yark herk hechork estork!

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Estoy algo confuso. Lo estoy porque todo objeto lleva asociado una palabra que lo describe, pero en algunos casos no para todas las personas es la mismo. Está claro que las patatas son patatas, las peras son peras y las manzanas son manzanas, pero hay otras cosas que no está tan claro como se definen. Se le podrá llamar riqueza del lenguaje o diversidad, pero claramente lo que supone es un auténtico quebradero de cabeza. Esta entrada no viene a cuento de nada, simplemente una reflexión en voz alta acerca de la manera de llamar a distintos elementos de nuestra vida diaria. Algunas llevan en mi día a día desde hace tiempo y otras se han incorporado este pasado fin de semana a raíz de la visita de Celia y el reencuentro con Carla — también conocida como la chica del abrigo rojo.  Os las paso a comentar para ver si arrojáis algo de luz a esta confusión que se apodera de mi ser.

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Empezaré por la palabra más conflictiva, la palabra cómoda. ¿Qué es una cómoda? Para mi esta claro, cómoda es una persona –chica– que se encuentra en un estado relajado, agradable y sin preocupaciones. Pero para otra gente –incluido Ikea– además de esta asociación, también les hace referencia a otra cosa: a una cajonera. ¿Por qué? No lo sé, no lo entiendo. ¿Acaso la ropa se encuentra cómoda en el cajón?, ¿indica que tiene que estar a mano cerca de la cama? Nosotros tenemos dos en casa, una de tres y otra de cuatro cajones, las dos aparentemente igual de cómodas pero con mismo nombre confuso. Yo provengo de un fondo genético «cajonera» y Marta de uno «cómoda». Y no hay día en que no piense en tumbarme encima de las cajoneras a ver si descubro si son cómodas o no. Durante mi estudio he corroborado que la asociación de cajonera como cómoda está al 50 por ciento. Yo personalmente no niego su comodidad, pero no comparto esta definición.

La segunda palabra o manera de definir algo está relacionado con el jamón, el jamón York. ¿Se dice jamón York o jamón de York? Yo de toda la vida he dicho lo primero, Wikipedia dice lo segundo. No me voy a meter en la sintaxis porque estoy de acuerdo que en este caso tiene más sentido ponerle el «de» en medio, pero es que no suena bien. Vale, el hermano del jamón York es el jamón de Parma, con «de», pero es que a este si que le queda bien ponerlo. Para mi York es el serrano del jamón serrano, una cualidad, una propiedad más que un lugar de origen. Además, otra manera de conocer al jamón York es jamón cocido, lo que claramente hace referencia a que en York están cocidos, cosa que es completamente factible como definición de la población de cualquier ciudad británica y que justificaría mi posición. Mi estudio también deja a este elemento con un 50 por ciento para la gente que se refiere a él de una manera o de otra, aunque todas están de acuerdo en que para lo único que sirve es para hacer un bocata de nivel dos –al igual que la cerveza San Miguel, siempre hay una mejor.

Jamón York ahumado

La tercera palabra es sopa. Con esta palabra todos los castellanoparlantes creo que estamos de acuerdo. Sopa es un brebaje poco espeso que puede tener tropezones de todo tipo, mientras que un puré es algo más consistente hecho con verduras y hortalizas. Si hubiera que clasificar todas estas comidas para gente que ha perdido los dientes, de más a menos pondríamos primero al puré, seguido de la crema, la sopa y el caldo. Bueno, pues en inglés la clasificación es diferente y va un nivel por debajo. A nuestros purés lo llaman sopas y son las que te encuentras en cualquier menú a lo largo y ancho del país, lo que me hace deducir que a nuestras sopas las deben llamar meados de vaca. Ahora, lo que a ellos no llaman puré es a nuestro puré de patatas, porque para ellos esto ya debe pasar a ser otro escalafón más cercano a lo sólido que a lo líquido, algo más parecido a un mojón.  Esto es un despropósito, debería haber algún tipo de consenso internacional para clarificar esto. Como en cuanto a esta definición todos los sujetos de mi encuesta acordaban con que la definición en inglés era rara, lo que hice entonces fue preguntar el qué gustaba más, saliendo un 75% a favor de los purés antes que las sopas –un claro ejemplo de que me he pasado el fin de semana rodeado de Mafaldas.

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Seguro que estos son sólo tres ejemplos de millones de expresiones y palabras cotidianas que personas de distintas familias usan de manera diferente. Se le llamara diversidad o costumbre, pero lo cierto es que dan lugar a cantidad de conversaciones entretenidas del formato «en mi casa siempre se ha dicho así». Si alguien quiere contribuir con algún otro ejemplo, estaré encantado de ampliar mi lista.

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