Hoy hemos salido a pescar a alta mar. Ya sabéis que soy más de secano que los melones, pero la experiencia de salir a pescar en un barco no la podía dejar escapar. Mi primera experiencia con el mundo de la caña fue bastante negativa, más que nada porque no conseguí pescar nada. El mundo de la pesca es curioso, porque cuando pillas algo eres feliz, pero si no pica nada… te entra una ira incontrolable por el cuerpo que da ganas de destrozar la caña a cabezazos. Por eso, en teoría, esta vez iba a ser más fácil al tratarse de mar abierto, lo que era un punto a favor para animarme más. El refranero castellano dice que el mar está lleno de peces y que vayas donde vayas, bocadillo de caballa; así que ahí que nos lanzamos, a darle a la pesca, marinero.
Nuestro patrón nos esperaba a las 12 del mediodía en el puerto de Arbroath, desde donde nuestro barco, el Heather Isle, zarparía para llevarnos durante tres horas a surcar el ancho mar del Norte en busca de unas cuantas caballas que echarnos a la boca más tarde en el Magdalen Park. Este fin de semana se celebraba en Arbroath un festival marino en el que había puestos de smokies, bandas de música, puestos de comida, hombres forzudos y por supuesto, puestos de hamburguesas de jabalí, como buena feria marina que se precie. Estuvimos dando una vuelta antes de salir, pero conteniendo las ganas de comprar algo de comer para intentar llevar el estómago lo más puro posible, por lo que pudiera pasar. Una gran parte de la tripulación entre los que me incluyo, nos pusimos hasta arriba de pastillas antimareo. Ya he comentado en alguna ocasión que el mundo de la mar superficial o submarina y yo, no somos muy buenos amigos, así que esta vez volví a decantarme por el dopaje como fiel aliado para sobrevivir dignamente.
El mar estaba picado, ya nos había advertido el capitán antes de salir. Mientras el barco se movía no eramos conscientes de la gravedad del tema, pero fue en el momento de hacer la primera parada y empezar a repartir las cañas cuando aluciné con lo que nos movíamos. Creo que puedo decir sin vergüenza que me quería tirar al mar, porque solo de pensar que tenía que estar tres horas con ese vaivén hacía que el estómago me diera más vueltas que una centrífuga. Conseguí calmarme creo que por instinto de supervivencia, concentrándome con la línea del horizonte y viendo como el anzuelo se iba perdiendo en las profundidades marinas. De las tres horas que estuvimos pescando, el mayor éxito lo tuvimos en los primeros cuarenta minutos. En este periodo de tiempo pescamos más caballas que en las otras dos horas y pico restantes, lo que hizo que fuera bastante divertido. Según el capitán, al estar el mar tan revuelto el fondo se movía bastante y las caballas estaban entretenidas comiendo otras cosas y por eso no picaban, así que estuvimos cambiando de sitio varias veces sin mayor fortuna. Sin embargo yo fui de los que más suerte tuvieron y pesqué cinco caballas, dos de ellas en una misma vez, un gran logro para un pescador inexperto como yo. El balance final del grupo fueron 18 caballas y un abadejo. Sinceramente creo que después de los primeros minutos grandiosos, el mar se debió quedar sin peces o estos se pusieron en huelga. Teniendo en cuenta que éramos 11 personas pescando, el balance no fue muy bueno, aunque si incluimos que perdimos a tres marineros por vómitos por la borda igual los números quedan algo más maquillados y no parecen tan malos si además le echamos la culpa al tiempo.
Volvimos a pisar tierra firme –aunque no lo era del todo porque para mi incluso ahora siete horas después todo mi alrededor se sigue moviendo — y disfrutamos un poco más del festival y en particular de los hombres forzudos. Alrededor de las cuatro, volvimos a Dundee, donde hicimos una parada en el Tesco para comprar unas barbacoas y unos limones, y fuimos inmediatamente al Magdalen Green Park para poner las caballas en la barbacoa y darnos un pequeño homenaje. El día no era perfecto, pero con el solete pegando fuerte a ratos no se estaba del todo mal. Tomamos la mitad de la pesca y el resto lo dividimos para llenar los congeladores de caballas frescas. Antes de volver a casa, nos dimos una vuelta por la zona de los cerezos del Magdalen y nos llenamos una bolsa. Estábamos bastante cansados, así que pensamos que tomar unas cerezas para cenar sería suficiente. Es increíble la cantidad de cerezas que hay por aquí en estas fechas y la poca gente que las recoge, aunque si tuviéramos una escalera para evitar tener que estar pegando saltos y colgándonos de las ramas… todo sería más sencillo.
Así acaba nuestra experiencia pescadora en alta mar, y no tengo del todo claro si alguna vez repetiré la experiencia o no. Me gusta pescar, pero el mar se mueve demasiado. Si la próxima vez me llevan a pescar a una plataforma petrolífera o algo que de verdad no se mueva nada de nada, me apuntaré. Si esto no puede ser… quizá decida encargarme del apoyo logístico… desde la costa.