Archivos para las entradas con etiqueta: Guinness

Como si de una película de Hollywood se tratara, este fin de semana pasado hemos tenido que lidiar con cuestiones de estado, cuestiones de trono. Quedaban pocos por venir, pero aún quedaba algún rezagado por aparecer por nuestra partícular pared de la fama. Ana, Edu y Hugo aún no habían puesto sus pies por Shepherd´s Loan y aunque Javi y Ana sí que lo habían hecho la ilusión por verles el careto fue la misma. Las visitas masivas son guays, nunca habíamos tenido una pero lo cierto es que le dan al fin de semana un puntito de mística y descontrol que lo convierte en una entrada de blog imprescindible. Y habrá gente a la que le parezca una conversación de mal gusto, pero a mi realmente me inquietaba el hecho de coordinar siete sistemas excretores sobre la misma taza. Pero gracias a mi sistema de control y purificación mediado por tarjetitas todo ha ido… algo mejor.

 

 

Tras solucionar el Tetris de como cuadrar en los coches y organizarnos para dormir comenzamos un fin de semana en el que nos vimos inevitablemente obligados a pasar bajo tierra o clavados en un bar como Maná. No se si fue mala suerte o que el destino me quiso poner las cosas fáciles, pero no hubo necesidad de plantearse planes complicados ni desplazamientos kilométricos. No, iba a llover sí o sí, así que la mejor solución era ver Escocia como mejor puede describirse: bajo techo, con una pinta –o dos–, y tranquilidad, mucha tranquilidad.

P1080366

El viernes por la noche tuve que adaptarme a la presencia de nuestros huéspedes. Es algo raro, pero cuando vives fuera no eres consciente de cuanto te cambian las habilidades sociales hasta que llega gente de «tu tierra» y  hace cosas que tú también hacías como es hablar a gritos. Cosas como esa te dan mucha vergüenza y te hacen hasta perder el hilo de conversación por aquello del que dirán. Es un momento de choque cultural o de adaptación que vale que no me duró mucho, ya que tras un par de whiskys después y tras haber descuartizado a un cuarto de la población mundial ya estaba completamente recuperado y me encontraba en mi salsa. Tanto, que en el Speedwell acabé intercambiando conocimientos whiskeros con un local o riéndome abiertamente de una pobre señora con bigote que se había quedado dormida frente a una pinta de Guinness. Ya se que soy malvado y que no debería reirme de estas cosas, pero yo no tengo la culpa de haber crecido rodeado por estos salvajes –sí, mis amigos son unos salvajes — que me han hecho ser en parte así.

La nube en la que literalmente estuvimos sumergidos el sábado condujo nuestros bólidos sobre la campiña escocesa hacia el Scotland´s Secret Bunker. Quiero aprovechar este espacio para agradecer a los compañeros de Avis por darnos en alquiler un bonito coche rojo pasión que era muy fácil de identificar por el espejo retrovisor de mi Almera. No había manera de perder a ese coche en la niebla cual gorila indefenso. El bunker era un lugar pintoresco al que aún no habíamos ido. Se trata de un bunker secreto –que ya lo es tanto — que se construyó durante la Guerra Fría con el objetivo de mantener a salvo a algos cargos del gobierno británico en caso de ataque nuclear sobre esta nuestra isla. Cierto es que no llamaba mucho mi atención el meterme bajo tierra a ver túneles y camas, y menos aún me atraía meter a mis visitantes a contemplar semejante espectáculo en su primer día en Escocia para alguno de ellos. Pero no había remedio, era meternos bajo tierra o aceptar el estar calados hasta los huesos durante el resto del día. El bunker en sí me pareció algo frívolo, destilaba un tufillo a orgullo nacional y supremacía militar que no me terminaba de hacer mucha gracia. Pero lo que es cierto es que fue interesante ver in situ uno de esos sitios que has visto tantas veces en películas de extraterrestres o de destrucción mundial. Es increíble que el ser humano sea tan sumamente consciente de su propia autodestrucción como para que sea capaz de diseñar con tanto detalle semejante espacio. Pero bueno, no me voy a poner filosófico por que este tampoco es el momento. Nosotros, a parte de alucinar con los comentarios de las audioguías del cretácico, disfrutamos haciendo el zombi por los pasillos, descubriendo puertas secretas que daban al vacío, asumiendo el rol de la mujer bajo tierra,  comprendiendo que siempre que entres en un bunker tienes que llevar tu veneno a mano y que la desintegración atómica puede ser más compleja aún que la jaula de Faraday. Bueno, todo eso y que imitar a Gila puede ser más facil de lo que uno se cree si dispone de los atuendos adecuados.

Una nueva cosa que aprendí en el bunker y que no quería dejar de contar es que además de los notables descubrimientos hechos por científicos escoceses como el teléfono, la bombilla incandescente, la penicilina, el vátio,  la oveja Dolly o la aguja hipodérmica, no tenía la menor idea de que en Escocia también se inventó el chubasquero. Curioso y poco sorprendente a la vez, ¿verdad? Otro Macintosh que proporciona conocimiento a la humanidad. ¿Cuántos más habrá por ahí escondidos?

2014-07-19 14.50.42

Y de verdad que si os digo que llovía no os miento. Intentamos por todos los medios hacer algo descapotable, pero no había manera. Ni siquiera haciendo 20 grados McNubarrón nos pudo dar un respiro para tomarnos un heladito por las chorreantes calles de St Andrews, donde hasta las telas de arañas le daban un puntito tétrico a la tarde. Esto hizo que irremediablemente tuviéramos que pasar el resto de la tarde y parte de la noche delirando en el Taybridge Bar, conocido lugar de reuniones festivas post-futboleras.

Y aquí ya en el bar… no se que pasó. No se si nos echaron algo raro en la copa o nos dio uno de esos arrebatos raros de exaltación de la amistad, pero el caso es que viendo las fotos me parece que nos lo pasamos bastante bien sea de lo que sea de lo que habláramos. Yo lo único que recuerdo es volver a casa y ponernos a exterminar de nuevo a la mitad de la población mundial, hablar de las avestruces de Belinchón y de ser serios, aburridos y preocupados por el medio ambiente. Como de esta segunda parte de madurez no tengo fotos, os dejo unas pocas de las del pub, que desde luego no pueden ser más divertidas. Y es que yo que se, debe ser que les echo un poquito de menos…

Para terminar el fin de semana festivo recurrimos al clásico, desayuno escocés en toda regla. ¿Para todos? No, un pequeño proyecto de galo decidió hacerse el rebelde y resistir fuerte al invasor tomando unas pobres tostadas que no debieron llegarle más lejos de sus peludos talones, pero cada uno a su rollo. Y claro, pasó lo previsible. McSun se descojonó de nosotros desde lo alto del Dundee Law y justo un par de horitas antes de tener que salir… se puso a atizar bien mientras descubríamos que la rueda tenía un clavo. Sí, de nuevo problemas con una rueda en un coche de alquiler. La historia se repetía y nos hizo tener que precipitarnos lentamente hacia el aeropuerto de Edimburgo, donde la onceava visita terminó. Gracias a todos por venir, y gracias al cabrón que se llevó mis tarjetitas de ducha y me dejo maloliente durante todo el fin de semana. Creo que la próxima vez…me invento otro jueguecito, por que este del váter salió algo torcido.

P1080352

…uno de Enero, dos de Febrero, tres de Marzo, cuatro de Abril, cinco de Mayo, seis de Junio, 7 de Julio en Dublín…

Así de musical empieza el relato de nuestro particular chupinazo en tan señalada fecha por motivo de nuestro primer viaje a la isla vecina: Irlanda. Una de las pocas capitales europeas que aún se nos resistían y que recomiendo visitar a todo aquel que todavía no lo haya hecho. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Con motivo del buen tiempo y que nuestros a partes iguales odiados y amados amigos de Ryanair de vez en cuanto ponen chollazos en bandeja, decidimos comprar unos billetitos para pasar un fin de semana en Dublín. Llegamos el sábado por la mañana cuando las calles aún estaban sin colocar. Nos levantamos a las 2 y media de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de Prestwick, que está justo en la otra costa de Escocia. Dejamos el coche en el aparcamiento y cogimos un avión que apenas tardó 30 minutos en llegar. Vamos, que a las azafatas no les dio ni tiempo a vender lotería, perfumes o pasearse por e pasillo intentando cobrarte incluso una cucharilla de plástico.

Lo bueno de empezar un viaje tan pronto es que el día te cunde una barbaridad. Sin darte cuenta, te bajas del avión, pasas el control de pasaportes por que aunque has tardado media hora en llegar resulta que has salido de tu gran imperio y ya sospechan de tí, llegas al hotel dejas la maleta…total, que a las 10 de la mañana estás ya dando vueltas por el centro de Dublín después de haberte perdido en el autobús y haber dado una pirula interesante por no preguntar al conductor donde esta Drumcondra Station. Luego por la noche, tras más de doce horas de pateo intenso y con unas cuantas Guinness en el cuerpo estás para echar tus restos al estanque de los patos, pero a mí que me quiten lo bailao.

DrumcondraStation1

Dublín nos ha sorprendido para bien. No tenía yo unas grandes expectativas en esta ciudad. Me la imaginaba pequeña, gris, húmeda y con poco que ver. Y resulta que es todo lo contrario, una ciudad bastante grande (parecida a Glasgow), soleada, muy paseable y con bastantes cosillas que hacer a parte de pasar el día de pub en pub. La calle más grande y famosa es O’Connell, la cual Marta se empeñaba en llamar una y otra vez O’Donnell no se si por morriña o por  intentar seguir una regla nemotécnica que en realidad le acababa confundiendo más. También tiene muchas calles peatonales ideales para gastarte todos tus dineros, desembocando una de ellas en la archifamosa  estatua de Molly Malone. Me resultó muy curioso ver el parecido razonable que tiene esta con la del Oso y el Madroño de Madrid. Está en un sitio céntrico, los turistas intentan desesperadamente hacerse una foto sin que aparezca nadie más y es el punto de encuentro de todos los locales, muchos parecidos razonables entre el Oso y la «pescadera».

Ahora en verano está hasta arriba de turistas y de «estudiantes», sobretodo españoles e italianos que supongo darán una imagen bastante distinta de lo que es la ciudad durante los meses de invierno. Pero aunque igual es una ciudad que en principio pasa bastante desapercibida creo que tiene muchos detalles interesantes.

Si tengo que resaltar algunas de las cosas que más me gustaron diré que me sorprendió ver lo diferente o europeo que era el carácter de los irlandeses. Se respiraba un ambiente mucho más «social», bares con terraza, camareros que atienden en mesa, figuras más estilizadas…  Una cosa llamativa es que es el primer sitio al que voy en el que un solo bar le da nombre a todo el barrio. La zona de Temple Bar es el centro neurálgico de Dublín, donde se parte la pana, se corta el bacalao y la música se vive en la calle (sin querer generar una nueva disputa) o a gritos desde dentro de los pubs. Es curioso ver que a pesar de que su pasado es  «british» y conducen por la izquierda, las señales están en kilómetros. Esto se agradece, por que hace no tener que estar haciendo la cuentecilla en la cabeza continuamente para convertir las millas a nuestro querido sistema métrico, pero da la impresión de que aunque en apariencia pudiera ser una ciudad británica cualquiera, con algunos pequeños gestos intentan ser diferentes. Otras cosas peculiares de Dublín son las puertas de colores que le dan un toque muy molón, los camiones de Guinness que pasean por el centro (yo creo que a modo de reclamo publicitario), las familias de cisnes pasotas de los parques y el baíle regional a modo de jota aragonesa pero sin mover el cuerpo de cintura para arriba. Pero lo que realmente se hace raro raro es ver los carteles en inglés con el símbolo del € al lado, otra experiencia para mí aún desconocida.

Aparte de estos detalles que me han llamado la atención y con los que no voy a enrollarme más por que les puedo fastidiar el negocio a los de Lonely Planet, la actividad principal y por la que prácticamente debe girar toda la economía del país es por la famosa fabrica de Guinness. Así que para contribuir a su economía hicimos, como buenos turistas, la visita de rigor. Desde luego esta no tiene el glamour de una destileria de whisky escocés, ya que al no funcionar actualmente como fábrica pierde el interés a la hora de aprender el proceso de elaboración de la cerveza. Pero como punto  positivo tiene el que puedes aprender a tirar tu propia pinta y tomártela en la terraza con vistas a la ciudad.  Esto es un buen detalle por parte del señor Arthur, ya que el esmero que le pones en no hacer mucha espuma y en no liarla parda con el grifo hace que te sepa mucho mejor.

Asi que insisto, Dublín es una muy buena opción para un viaje de fin de semana o incluso de tres días. Nosotros nos hemos quedado con ganas de estar algún día más para hacer alguna excursión por los alrededores, pero ya habrá más ocasiones mientras se puedan encontrar ofertas de este tipo. Está muy bien saber que por aquí cerca tenemos más sitios que explorar en caso de que las Highlands se nos queden pequeñas en algún momento.