…uno de Enero, dos de Febrero, tres de Marzo, cuatro de Abril, cinco de Mayo, seis de Junio, 7 de Julio en Dublín…

Así de musical empieza el relato de nuestro particular chupinazo en tan señalada fecha por motivo de nuestro primer viaje a la isla vecina: Irlanda. Una de las pocas capitales europeas que aún se nos resistían y que recomiendo visitar a todo aquel que todavía no lo haya hecho. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Con motivo del buen tiempo y que nuestros a partes iguales odiados y amados amigos de Ryanair de vez en cuanto ponen chollazos en bandeja, decidimos comprar unos billetitos para pasar un fin de semana en Dublín. Llegamos el sábado por la mañana cuando las calles aún estaban sin colocar. Nos levantamos a las 2 y media de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de Prestwick, que está justo en la otra costa de Escocia. Dejamos el coche en el aparcamiento y cogimos un avión que apenas tardó 30 minutos en llegar. Vamos, que a las azafatas no les dio ni tiempo a vender lotería, perfumes o pasearse por e pasillo intentando cobrarte incluso una cucharilla de plástico.

Lo bueno de empezar un viaje tan pronto es que el día te cunde una barbaridad. Sin darte cuenta, te bajas del avión, pasas el control de pasaportes por que aunque has tardado media hora en llegar resulta que has salido de tu gran imperio y ya sospechan de tí, llegas al hotel dejas la maleta…total, que a las 10 de la mañana estás ya dando vueltas por el centro de Dublín después de haberte perdido en el autobús y haber dado una pirula interesante por no preguntar al conductor donde esta Drumcondra Station. Luego por la noche, tras más de doce horas de pateo intenso y con unas cuantas Guinness en el cuerpo estás para echar tus restos al estanque de los patos, pero a mí que me quiten lo bailao.

DrumcondraStation1

Dublín nos ha sorprendido para bien. No tenía yo unas grandes expectativas en esta ciudad. Me la imaginaba pequeña, gris, húmeda y con poco que ver. Y resulta que es todo lo contrario, una ciudad bastante grande (parecida a Glasgow), soleada, muy paseable y con bastantes cosillas que hacer a parte de pasar el día de pub en pub. La calle más grande y famosa es O’Connell, la cual Marta se empeñaba en llamar una y otra vez O’Donnell no se si por morriña o por  intentar seguir una regla nemotécnica que en realidad le acababa confundiendo más. También tiene muchas calles peatonales ideales para gastarte todos tus dineros, desembocando una de ellas en la archifamosa  estatua de Molly Malone. Me resultó muy curioso ver el parecido razonable que tiene esta con la del Oso y el Madroño de Madrid. Está en un sitio céntrico, los turistas intentan desesperadamente hacerse una foto sin que aparezca nadie más y es el punto de encuentro de todos los locales, muchos parecidos razonables entre el Oso y la «pescadera».

Ahora en verano está hasta arriba de turistas y de «estudiantes», sobretodo españoles e italianos que supongo darán una imagen bastante distinta de lo que es la ciudad durante los meses de invierno. Pero aunque igual es una ciudad que en principio pasa bastante desapercibida creo que tiene muchos detalles interesantes.

Si tengo que resaltar algunas de las cosas que más me gustaron diré que me sorprendió ver lo diferente o europeo que era el carácter de los irlandeses. Se respiraba un ambiente mucho más «social», bares con terraza, camareros que atienden en mesa, figuras más estilizadas…  Una cosa llamativa es que es el primer sitio al que voy en el que un solo bar le da nombre a todo el barrio. La zona de Temple Bar es el centro neurálgico de Dublín, donde se parte la pana, se corta el bacalao y la música se vive en la calle (sin querer generar una nueva disputa) o a gritos desde dentro de los pubs. Es curioso ver que a pesar de que su pasado es  «british» y conducen por la izquierda, las señales están en kilómetros. Esto se agradece, por que hace no tener que estar haciendo la cuentecilla en la cabeza continuamente para convertir las millas a nuestro querido sistema métrico, pero da la impresión de que aunque en apariencia pudiera ser una ciudad británica cualquiera, con algunos pequeños gestos intentan ser diferentes. Otras cosas peculiares de Dublín son las puertas de colores que le dan un toque muy molón, los camiones de Guinness que pasean por el centro (yo creo que a modo de reclamo publicitario), las familias de cisnes pasotas de los parques y el baíle regional a modo de jota aragonesa pero sin mover el cuerpo de cintura para arriba. Pero lo que realmente se hace raro raro es ver los carteles en inglés con el símbolo del € al lado, otra experiencia para mí aún desconocida.

Aparte de estos detalles que me han llamado la atención y con los que no voy a enrollarme más por que les puedo fastidiar el negocio a los de Lonely Planet, la actividad principal y por la que prácticamente debe girar toda la economía del país es por la famosa fabrica de Guinness. Así que para contribuir a su economía hicimos, como buenos turistas, la visita de rigor. Desde luego esta no tiene el glamour de una destileria de whisky escocés, ya que al no funcionar actualmente como fábrica pierde el interés a la hora de aprender el proceso de elaboración de la cerveza. Pero como punto  positivo tiene el que puedes aprender a tirar tu propia pinta y tomártela en la terraza con vistas a la ciudad.  Esto es un buen detalle por parte del señor Arthur, ya que el esmero que le pones en no hacer mucha espuma y en no liarla parda con el grifo hace que te sepa mucho mejor.

Asi que insisto, Dublín es una muy buena opción para un viaje de fin de semana o incluso de tres días. Nosotros nos hemos quedado con ganas de estar algún día más para hacer alguna excursión por los alrededores, pero ya habrá más ocasiones mientras se puedan encontrar ofertas de este tipo. Está muy bien saber que por aquí cerca tenemos más sitios que explorar en caso de que las Highlands se nos queden pequeñas en algún momento.