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Ha pasado mucho tiempo, pero el que la sigue la consigue. No sabía como iba a ser, pero tenía claro que de alguna manera se tenían que acabar alineando los astros para que yo pusiera mi cruz en la casilla de «Eres un auténtico dundonian si al menos has usado una vez el aeropuerto de Dundee». Así que ahora sí, ya soy un ser completo.

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El aeropuerto de Dundee es uno de los puntos más interesantes de la ciudad. A la entrada, desde la carretera que conecta Edimburgo con Aberdeen, y con una pista encajonada entre el Riverside Inn, el centro de reciclaje, unas cuantas vacas peludas, un campo de fútbol y el Tay, este miniaeropuerto pasa a ser el codiciado objeto de deseo de los empresarios dundonian que necesitan ampliar sus redes comerciales más allá del Muro en busca de un destino mejor. Sólo tiene dos vuelos: Londres y Jersey, Jersey y Londres, y la terminal no es más grande que un Domino´s pizza. Esto hace que al cruzar su puerta abras los ojos tanto como si estuvieras viendo un programa de Cuarto Milenio, bienvenido al momento del misterio.

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Mi experiencia personal fue poco emocionante, pero me apetece contarla. Crucé la puerta y fui a la zona del registro donde dos empleadas esperaban pacientemente a los insensatos que decidían tomar el vuelo de la mañana.Como no llevaba equipaje alguno, perdí la oportunidad de ver como mi maleta desaparecía en una cinta del tamaño de ping-pong. Pero en cambio, pude disfrutar de pasar el control de seguridad como si fuera el colega del policía. Al no haber literalmente nadie haciendo cola, el hombre me ayudó a poner las cosas en la bandeja e incluso tuvo tiempo de preguntarme que qué tal el día mientras pasaba el arco de seguridad. Estas cosas no deberían sorprendernos, pero en los últimos años los rituales de entrada a los aeropuertos se parecen más a un transporte de ganado que a un servicio por el que has pagado un dineral. Tras pasar el control esperé a que saliera mi vuelo sin tener que mirar en las pantallas por qué puerta salía, ya que sólo había una. Así que esperé a que llegara el momento en el que yo, con mis otros seis compañeros de vuelo pusimos rumbo a nuestro jet privado.

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Sobre el avión no tengo palabras. Era tan mono… tan pequeño… iba tan despacio… se movía tanto… vamos, que era como de juguete. Yo estoy seguro que Cristiano Ronaldo o alguno de estos, tienen aviones privados más grandes que el aparatito ese en el que me monté. Con no más de 30 asientos y un par de hélices de esas de las que creía que sólo se veían en las películas, puse mi cuerpo a su servicio. El ruido de sus hélices al ponerse a tope de revoluciones para levantar el cacharro antes de que la pista se acabara fue como escuchar a Chewbacca lamentarse por los quejidos del Halcón Milenario, con la diferencia que aquí no hubo salto al hiperespacio ni nada similar. Todo lo contrario, el vuelo a Londres se hace plácidamente en uno de estos aviones; sin ir muy deprisa ni muy alto y pudiendo disfrutar en todo momento de los lagos, valles y prados que cruzan de un lado a otro la querida isla de la Gran Bretaña.

La mejor parte de usar este aeropuerto es el regreso. Como la pista es tan corta el aterrizaje se siente como si el avión cayera a plomo, y luego inmediatamente se siente de utilidad por primera vez el cinturón de seguridad en un avión. Sin él, los cuatro gatos del avión acabaran empotrados contra la cabina del piloto. Digamos que uno aprende a apreciar un buen aterrizaje en otros vuelos después de haber vivido uno en este avión. La pena es que los precios no sean más populares, porque sino habríamos estado bajando a Londres más a menudo sin tener que ir a Edimburgo y dejar el coche en el aeropuerto. Como se puede apreciar, soy una persona concienciada con el medio ambiente y con la huella de carbono, pero también soy una persona preocupada por nuestro anciano coche. Así que como a lo mejor este tren sólo pasa una vez en la vida, yo soy feliz por partida doble: por un lado porque he podido disfrutar de la experiencia de usar el aeropuerto del pueblo, y por otro y aún mejor y más importante, vivir para contarlo.

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Este año de islas va el juego. No se por que extraña razón hemos decidido que el 90% de nuestro ocio estival del 2014 vaya a ser en diferentes islas. Igual es que echamos de menos jugar a la Oca o a lo mejor es que estamos pasando más frío que un Frigo Pie en el congelador, pero el rollito de estar incomunicados del resto del continente nos ha gustado. Ya empezamos un poco el mes pasado con el viaje a la isla de Skye, pero esta vez hemos cambiado de isla: la isla de Arran. El resto de islas… serán más calurosas, pero eso es aún otra historia que aún está por llegar. Así que primero de todo, ¡Arran-quemos!

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La isla de Arran es un pegote de tierra ubicado en la costa oeste de Escocia. No es una isla muy grande –se puede recorrer facilmente en dos días en coche–, pero se la conoce como una mini-Escocia. En teoría engloba un poco de lo mejor de cada parte de esta tierra: ovejas, montañas, brezos, helechos, piedras, agua, lluvia, nubes… Pero a mi me ha parecido que más bien se trata de un resort vacacional para gente que no quiera pasar mucho calor. Tiene la posibilidad de hacer un montón de excursiones de distintos niveles de dificultad, playas de esas de las que tienes que echarle huevos, castillos, tiendecitas de queso, de velas… vamos, que lo tienen muy bien montado. Además, si te va el rollo más espiritualoide, hay un islote pequeñito enfrente de la isla que fue comprado por un monje budista hace unos años y ahora parece ser que es un reconocido centro de retiro y meditación: Holy island.

 Para empezar, para nosotros se trataba de una experiencia nueva. Sí, es una gilipollez, pero nunca habíamos metido el coche en un barco. Había vivido el ir en un barco con coches, en un barco con trenes y en un barco con gente mareada potando por la borda, pero nunca había vivido la experiencia esa de meter el coche por la proa y sacarlo por la popa como si de una digestión pesada se tratara. Y he de confesar que mi obsesión con llegar con dos horas de adelanto a los aeropuertos se extiende a los puertos marinos. Desde la salida de Dundee y sobretodo con el atasco monumental que pillamos camino de Glasgow, un hormigueo/intranquilidad rondaba por mi cuerpo: no quería llegar tarde y perder el último barco camino a Valinor, la tierra prometida. Vale, que Gandalf no iba en el barco, pero no me gusta llegar tarde a los medios de transporte, me imponen un gran respeto. Por supuesto, como era predecible, llegamos los primeros y tuvimos que hacer tiempo en un café de dudosa reputación. Era de esas típicas cafeterías en las que si entra Chicote seguro que le saca grasa hasta debajo de la caja registradora. «Pas-Arran mil años pas-Arran» hasta que se me pase esta obsesión con estos lugares. Ahora, eso sí, el fresco paseito en barco fue muy bucólico y lleno de referencias a Titanic. ¿Por qué será qué esto no me sorprende?

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 El sábado lo dedicamos a ver la mitad norte de la isla. Fue un plan más tranquilo que el del domingo, por que fuimos tranquilamente parando en todos los puntos pintorescos y gastando carrete. Una recomendación a modo de guía turístico es que para ver el castillo de Brodick lo mejor es ir antes de las 11 por qué básicamente las taquillas aún están cerradas y lo ves por la patilla. Vale que no puedes entrar dentro, pero tampoco tiene pinta de merecer mucho la pena. Ahora, los jardines son espectaculares y tienen plantitas para dejar a los alérgicos al polen para crecer gladiolos. La destilería de Lochranza también está simpática, más que nada por que yo creo que debe ser la más nueva de toda Escocia. Y oye, después de que has estado en la de más altitud, en la más pequeña o en la más recóndita… pues sumar a la lista la de más reciente inauguración es un punto positivo para la vida del escocés de adopción. Y también destacar que Arran, al igual que el resto de Escocia, también tiene piedras. Estas no son pictas por que aquí los salvajes esos no llegaron, pero también son del año del picor y recuerdan inevitablemente a Panoramix nuestro druida y a Obelix y su cantera de menhires

 


El domingo tocó algo más de aventura. Un fallo de cálculo sobre el mapa hizo que la inicial ruta de 2 millas se convirtiera en una de 8, y cuesta arriba. La cara de Marta era como la de Contador subiendo el Angliru,y por más que le decía que el lago de la cima estaba más allá de el quinto pino que se veía a tomar por saco, a ella esto no le motivaba nada. Menos mal que mis cantos invocadores de «cielo y tierra pas-Arran, más tus nubes no pas-Arran», mantuvo a los nubarrones lejos en la distancia durante el tiempo justo para permitirnos hacer la ruta en las mejores condiciones posibles. Lo cierto es que el esfuerzo mereció la pena, por que además de las impresionantes vistas pude meter los pies en el lago y hacerme el guay. Por la tarde hicimos otra rutita, está más sencilla, para ver unas cuevas en la costa de la parte occidental de la isla. Esta ruta ya os digo que no fue tan complicada, pero la presencia de moscas, mosquitos y moscardones que perseguían a Marta era digna del National Geographic. Yo no se que huelen en ella, pero se le acercan en auténticas manadas, lo que contribuye a que sus comentarios genocidas crezcan sin parar.

 Así que Arran-des rasgos, así fue la coronación de nuestra primera isla veraniega. Por suerte el coche no nos ha dejado tirados, por que sino el título de esta entrada habría sido «Trata de Arran-carlo», eso lo saben hasta los chinos. Pero bueno, al fin y al cabo me alegro de que eso no haya pasado por que por mucho que el título hubiera sido muy jocoso, de gracia no habría tenido nada. Y como la isla nos ha cautivado los corazones y recomendamos a todo el mundo que pueda, el ir a visitarla… ¡una estrellaza dorada que se lleva para nuestro mapa!

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La mayor atracción del jubilado en Dundee tiene que ser pasear Perth Road de arriba a abajo. Perth Rd es una de las principales arterias de la ciudad, que empieza algo antes del aeropuerto, cruza todo el West End y va a desembocar al centro del pueblo. Esta calle está plagada de peluquerías — curiosamente más que cabezas de dundianos –, pubs y locales de comida de dudosa calidad. Y como Dundee tampoco es una ciudad con una tasa de población muy elevada, la probabilidad de encontrarse con algún conocido en esta calle es bastante elevada. Por eso digo que el plan del jubilado muy probablemente sea pasearsela de arriba a abajo sin mayor motivo que pasar el rato y cotillear para ver que se cuece por la zona.

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Dundee es una ciudad top. Además de ser un sitio potente a nivel científico dentro del Reino Unido, también es líderes a nivel de población con diabetes, embarazos adolescentes, alcoholismo, obesidad, caries…y otras tantas maravillas. El tema del alcohol es bastante serio. Si vas bajando por Perth Rd en dirección al centro, la probabilidad de encontrarte con uno o más perjudicados aumenta más o menos cada 100 metros, llegando a su apoteosis final en el momento que llegas al Overgate.  En ese momento te encuentras como en un juego de rol, si te dejaran tirar un dado te saldría pifia o te aumentaría en un 10% las posibilidades de sufrir daños a tu integridad física. Lo bueno que tiene que el mayor problema de la sociedad sea el alcoholismo es que la gente esté tan perjudicada es que son más inofensivos que una sierra sin dientes, pero eso no quita que  cada individuo que te cruzas sea más peculiar que el anterior.

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Hoy hemos salido a cenar al centro después de habernos pasado el día currando para preparar reuniones y presentaciones varias, sí, así somos, responsables de vez en cuando. Después de pasarnos un bonito día de domingo dejándonos los ojos y las posaderas intentando dar lo mejor de nosotros mismos por y para la ciencia, hemos salido a dar un paseíto y dejar atrás las malas ideas. Andar por Perth Rd el domingo por la tarde es como cruzar el Sahara en pleno agosto, no hay nadie. Parecía que la gente estaba parapetada en sus casas esperando la llegada de los cuatro  Jinetes del Apocalisis o algo así, pero una vez hemos ido acercándonos al centro, los personajes curiosos han comenzado a florecer. Dejando aparte a los beodos, hoy nos hemos encontrado a un repartidor de periódicos  que nos perseguía por todas partes. A simple vista parecían periódicos como el de La Farola en España, pero con un repartidor raro. Nos ha mirado, ha venido hacia nosotros, ha balbuceado algo en algún idioma que me cuesta creer que fuera inglés y ha pasado de largo emitiendo algún otro sonido. Hasta aquí nada especialmente raro, pero al poco tiempo ha vuelto a aparecer por otra calle siguiendo la misma estrategia, como si no nos hubiera visto un minuto antes. Pero en nuestra ruta de rarunos también nos hemos encontrado a una chica que corría de tienda en tienda con una mochila abierta mientras se el caían un montón de prendas de ropa. Parecía como el cuento de Hansel y Gretel pero con calcetines y otras cosas. Al devolverle unas mallas del gimnasio y un gorro me he quedado ganas de preguntarle si corría por que le había pasado algo o si es que era politoxicómana. No me gusta juzgar a las personas así sin conocerlas, pero es que esta chica me ha dejado con una sensación confusa. Y por último, el otro habitante curioso de Perth Rd con el que hemos tenido que lidiar hoy es con el estudiante gallito en coche vejestorio. Este individuo suele ir con sus colegas borregos en el coche con las ventanillas bajadas y gritando, eructando o tirando hielos a la vez que pasan por tu lado. Esto lo suelen hacer en repetidas ocasiones durante la misma noche, no siendo raro el tener que decir aquello de «mira, por ahí van otra vez». Hoy por suerte no nos ha tocado vivir la experiencia del hielo, pero el del gritito ha hecho los honores para ser el tercero en la clasificación de la noche de hoy. Digo yo que espero que esta no sea su táctica de seducción, por que si es así creo que tienen el futuro más negro que el culo de un grillo.

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Estos son algunos ejemplos de la colección de individuos que te puedes encontrar por aquí, No es que considere que Dundee sea una ciudad peligrosa ni mucho menos, pero en ocasiones puede llegar a ser raro de narices. Calmada y silenciosa por un lado…pero con sujetos inquietantes por otro. Tenía razón Melendi, en Moratalaz las aceras son sinceras. Si te cruzas con un chungo, corre. En Dundee, pasear por Perth Rd un domingo puede convertirse en una tarde de domingo rara, tal y como dijo Amaral. Avisados estáis.

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En relación con la entrada de ayer, a la vuelta de Dublín tuvimos otra experiencia de esas que cuando te metes en la cama piensas, «¿no podrá salir todo bien a la primera alguna vez?». El conflicto esta vez estuvo relacionado con el coche, para variar. Resulta que reservamos con antelación el aparcamiento en el aeropuerto de Prestwick, al cual llegamos cómodamente, dejamos el coche, nos fuimos, volvimos… vamos, que todo transcurrió con normalidad hasta el momento de sacar el coche de allí el domingo por la noche. Para los que no hayáis estado nunca en este aeropuerto del tamaño del polígono industrial de Playmobil, os diré que el aparcamiento para larga estancia está al otro lado de la carretera y que para llegar al aeropuerto hay que cruzar una pasarela que está junto a la estación del tren y que te lleva directamente a la terminal sin tener que recurrir al suicidio maleta en mano que tiene muy poco glamour.

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Todo el mundo que tiene tablas en esto de dejar el coche aparcado sabe que aunque hayas pagado por adelantado, hay que validar el ticket antes de salir. Pero en este aeropuerto, las máquinas están en el aparcamiento de corta estancia que está pegado a la terminal, que queda al otro lado de la pasarela y que aunque no queda a tomar viento no está señalizado hasta que no estás prácticamente dentro del coche. Pues bien, como os podéis imaginar ya, Marta y Alberto no lo hicieron y cruzaron la bonita pasarela atiborrada de publicidad de «destinos calientes en España» (traducción literal), y cuando vieron los carteles de validar el billete en el otro aparcamiento dijeron, «bah, no tendremos que hacerlo, ya estará validado». Y claro, pues no, pasó lo que se veía venir, la barrera no se abría y nos decía que no habíamos pagado. En este momento de atoramiento cerebral no se me ocurrió otra cosa que volver a meter la tarjeta y…error, la barrera sí que se abrió esta vez pero habiéndonos cobrado de nuevo los dos días de alojamiento sin desayuno de nuestro Almera en tan bonito paraje.

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Todo este rollo introductorio es necesario para explicar el por qué de las sucesivas llamadas al aeropuerto y los consecuentes momentos apppsurdos para conseguir que nos devolvieran el dinero y solucionar la cagada. Esto ya me había pasado alguna vez antes, pero esta vez ya si que rizó el rizo y no podía dejar de contarlo. En castellano, cuando alguien te pregunta que le deletrees algo por teléfono se suele recurrir a decir nombres de pueblos o ciudades de nuestra geografía excepto la incomprendida Ñ y las siempre bastardas y despreciables K, X, Y y W que sólo tienen uso en matemáticas y en palabras sucias como kaka y water. Pero claro aquí aparte de grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Murcia no controlan mucho más (bueno, igual Shorreviesha y Tourgemoulinos) y aunque lo obvio es pensar que usan nombres de localidades británicas, eso no es así. Aquí se usa el alfabeto radiofónico, que es mucho más molón donde va a parar, pero que para llegar a dominarlo requiere práctica y mucha maña bélica. A mi no me termina de quedar claro el tener que empezar a decir Alpha, Bravo, Charlie por que hace que me de la risa tonta y empiece a imitar a Rambo diciendo el «Oh, Dios mio Charlie, no siento las piernas, no siento las piernas»

Así que el momento de describir la matrícula de tu coche por teléfono puede convertirse en toda una odisea. Con lo fácil que es decir G de Guadalajara y lo complicado y las letras que puede llevar hasta llegar a la bendita G de Golf. En ese momento no te sale nada, te lías más que la pata de un romano y te imaginas a Jordi Hurtado castigándote yendo a la esquina a sujetar el pequeño Larousse de rodillas mirando de cara a la pared hasta el momento que cierren Saber y Ganar por falta de audiencia. Al final tardas diez minutos en decir las tres letras de la matrícula de tu coche y cruzas los dedos para que la señorita no haya escrito cualquier otra cosa y le devuelvan el dinero a Andy, el amigo delgadito de Lucas.

Pero esto ya no me volverá a pasar más, por que me he sacado la lista del código Alpha Bravo para nunca más tener problemas con el código equivocado y la he puesto al lado del teléfono del laboratorio. Aún así pienso que son la mar de ridículos, por que con lo bien que queda deletrear en castizo no me entra que lo cambien por tales moderneces. Lo bueno es que a nosotros nos han devuelto el dinero que es lo importante y yo me he convertido en un ser más perfeccionado. De hecho creo que ya estoy cerca de ser como Van Damme en Soldado universal, así que sin más…

Corto y cambio: Bravo, Yankee, Echo.

PD. Que cojones: ¡Albacete, Denia, Illescas, Oviedo, Sevilla!

…uno de Enero, dos de Febrero, tres de Marzo, cuatro de Abril, cinco de Mayo, seis de Junio, 7 de Julio en Dublín…

Así de musical empieza el relato de nuestro particular chupinazo en tan señalada fecha por motivo de nuestro primer viaje a la isla vecina: Irlanda. Una de las pocas capitales europeas que aún se nos resistían y que recomiendo visitar a todo aquel que todavía no lo haya hecho. OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Con motivo del buen tiempo y que nuestros a partes iguales odiados y amados amigos de Ryanair de vez en cuanto ponen chollazos en bandeja, decidimos comprar unos billetitos para pasar un fin de semana en Dublín. Llegamos el sábado por la mañana cuando las calles aún estaban sin colocar. Nos levantamos a las 2 y media de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de Prestwick, que está justo en la otra costa de Escocia. Dejamos el coche en el aparcamiento y cogimos un avión que apenas tardó 30 minutos en llegar. Vamos, que a las azafatas no les dio ni tiempo a vender lotería, perfumes o pasearse por e pasillo intentando cobrarte incluso una cucharilla de plástico.

Lo bueno de empezar un viaje tan pronto es que el día te cunde una barbaridad. Sin darte cuenta, te bajas del avión, pasas el control de pasaportes por que aunque has tardado media hora en llegar resulta que has salido de tu gran imperio y ya sospechan de tí, llegas al hotel dejas la maleta…total, que a las 10 de la mañana estás ya dando vueltas por el centro de Dublín después de haberte perdido en el autobús y haber dado una pirula interesante por no preguntar al conductor donde esta Drumcondra Station. Luego por la noche, tras más de doce horas de pateo intenso y con unas cuantas Guinness en el cuerpo estás para echar tus restos al estanque de los patos, pero a mí que me quiten lo bailao.

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Dublín nos ha sorprendido para bien. No tenía yo unas grandes expectativas en esta ciudad. Me la imaginaba pequeña, gris, húmeda y con poco que ver. Y resulta que es todo lo contrario, una ciudad bastante grande (parecida a Glasgow), soleada, muy paseable y con bastantes cosillas que hacer a parte de pasar el día de pub en pub. La calle más grande y famosa es O’Connell, la cual Marta se empeñaba en llamar una y otra vez O’Donnell no se si por morriña o por  intentar seguir una regla nemotécnica que en realidad le acababa confundiendo más. También tiene muchas calles peatonales ideales para gastarte todos tus dineros, desembocando una de ellas en la archifamosa  estatua de Molly Malone. Me resultó muy curioso ver el parecido razonable que tiene esta con la del Oso y el Madroño de Madrid. Está en un sitio céntrico, los turistas intentan desesperadamente hacerse una foto sin que aparezca nadie más y es el punto de encuentro de todos los locales, muchos parecidos razonables entre el Oso y la «pescadera».

Ahora en verano está hasta arriba de turistas y de «estudiantes», sobretodo españoles e italianos que supongo darán una imagen bastante distinta de lo que es la ciudad durante los meses de invierno. Pero aunque igual es una ciudad que en principio pasa bastante desapercibida creo que tiene muchos detalles interesantes.

Si tengo que resaltar algunas de las cosas que más me gustaron diré que me sorprendió ver lo diferente o europeo que era el carácter de los irlandeses. Se respiraba un ambiente mucho más «social», bares con terraza, camareros que atienden en mesa, figuras más estilizadas…  Una cosa llamativa es que es el primer sitio al que voy en el que un solo bar le da nombre a todo el barrio. La zona de Temple Bar es el centro neurálgico de Dublín, donde se parte la pana, se corta el bacalao y la música se vive en la calle (sin querer generar una nueva disputa) o a gritos desde dentro de los pubs. Es curioso ver que a pesar de que su pasado es  «british» y conducen por la izquierda, las señales están en kilómetros. Esto se agradece, por que hace no tener que estar haciendo la cuentecilla en la cabeza continuamente para convertir las millas a nuestro querido sistema métrico, pero da la impresión de que aunque en apariencia pudiera ser una ciudad británica cualquiera, con algunos pequeños gestos intentan ser diferentes. Otras cosas peculiares de Dublín son las puertas de colores que le dan un toque muy molón, los camiones de Guinness que pasean por el centro (yo creo que a modo de reclamo publicitario), las familias de cisnes pasotas de los parques y el baíle regional a modo de jota aragonesa pero sin mover el cuerpo de cintura para arriba. Pero lo que realmente se hace raro raro es ver los carteles en inglés con el símbolo del € al lado, otra experiencia para mí aún desconocida.

Aparte de estos detalles que me han llamado la atención y con los que no voy a enrollarme más por que les puedo fastidiar el negocio a los de Lonely Planet, la actividad principal y por la que prácticamente debe girar toda la economía del país es por la famosa fabrica de Guinness. Así que para contribuir a su economía hicimos, como buenos turistas, la visita de rigor. Desde luego esta no tiene el glamour de una destileria de whisky escocés, ya que al no funcionar actualmente como fábrica pierde el interés a la hora de aprender el proceso de elaboración de la cerveza. Pero como punto  positivo tiene el que puedes aprender a tirar tu propia pinta y tomártela en la terraza con vistas a la ciudad.  Esto es un buen detalle por parte del señor Arthur, ya que el esmero que le pones en no hacer mucha espuma y en no liarla parda con el grifo hace que te sepa mucho mejor.

Asi que insisto, Dublín es una muy buena opción para un viaje de fin de semana o incluso de tres días. Nosotros nos hemos quedado con ganas de estar algún día más para hacer alguna excursión por los alrededores, pero ya habrá más ocasiones mientras se puedan encontrar ofertas de este tipo. Está muy bien saber que por aquí cerca tenemos más sitios que explorar en caso de que las Highlands se nos queden pequeñas en algún momento.

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Dundee, 23 de Junio: Año uno tras la llegada. Hoy llevo todo el día en modo revival y aún me cuesta creer que haya ya pasado un año desde que llegamos aquí. Recuerdo como si fuera ayer que el día de antes de partir mi hermana se había encargado de romperme la cama, no se si por odio fraternal o como mensaje explícito de que ya había llegado la fecha. Del momento traumático de coger la maleta, ir al aeropuerto, hacer esas cosas horrorosas que se hacen en ese sitio horroroso y de las horas interminables de vuelo mejor ni me acordaré. Mi cerebro es sabio y ha hecho un muro de hormigón infranqueable al que no puede acceder a por esa información. Pero si recuerdo bien el momento en el que abrí las cortinas rojas de la habitación 4 del Strathdon, mire al Tay en esa tarde gris, cogí aire y dije: «Bien, aquí estamos. Empieza la aventura».

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Hasta ese momento no me dí cuenta realmente del salto que acabábamos de dar. Por aquel entonces, llevábamos ya casi un año planeándolo todo, pero no se es consciente de la realidad hasta que te das de golpe y en las narices con ella. Las tesis estaban acabadas, Marta tenía trabajo y yo una entrevista en la que me lo jugaba todo o casi todo. Para nosotros suponía un cambio de vida total. Salir de casa, cambiar de trabajo, de país, de gente… todo era nuevo, suponía empezar de cero. De cero patatero. No teníamos nada que perder, era un momento ideal para hacerlo, todo estaba de cara…y desde luego no me arrepiento de nada (bueno, un poco del tiempo, pero no todo iba a ser perfecto).

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Ahora ya ha pasado un año y sinceramente no se si ya soy el mismo. No se si he evolucionado como un Pokemon o me he quedado igual que estaba pero más perfeccionado. He hecho cosas que jamás pensaba que fuera capaz de hacer como meterme en un banco a discutir acerca de comisiones y del tipo de interés, he regateado por un coche, me he peleado con una agencia de alquiler, he hecho croquetas, tartas de queso, crema de zanahorias, también he escrito un blog, he corrido mi primera media maratón, he visto focas, he bailado ceilidhs, ido al casino, me he bañado en el mar del Norte, he dormido en una autovía, he aprendido que el whisky no sabe a madera y también he aprendido a entender a un escocés hablando. Eso entre otras cosas, pero voy a parar por que sino voy a aburrir hasta las ovejas. ¡Ah, sí! También he visto ovejas, vacas peludas, vacas sin peludear, pájaros asesinos, gaviotas listas, gaviotas tontas, cuervos, ciervos, frailecillos… Yo que se, pierdo la cuenta de la de bichos y plantas que también he visto y que juraría que no salían en los libros de biología.

Y ahora mismo a día de hoy, aquí estamos. Después de un montón de «experiencias vitales» parece que todo ha pasado y que no ha sido tan difícil. Llevamos un año currando y nos hemos dado cuenta de que las cosas no son tan diferentes como parecían al principio. La ciencia es igual de «apasionante» en un sitio que en otro (cada uno que entienda lo que quiera), la gente habla de caca, culo, pedo, pis y las llamadas por teléfono son horribles…parece que nada ha pasado, Dundee es ya como nuestro pueblo adoptivo, el pub nuestro refugio y el Tesco nuestra segunda casa. Estamos ya casi tan asilvestrados como unos auténticos dundonian, y eso es lo más. 20130620_134437

Hoy hemos decidido ir a conocer el palacio de Scone para celebrar nuestro primer aniversario dundiano. En este palacio en Perth era donde antiguamente se coronaba a los reyes escoceses y donde estaba la famosa Piedra del Destino. Ese pedrucho que podría haberse sacado de las obras del metro de Glasgow ha supuesto que durante siglos los ingleses y los escoceses se hayan dado de mamporrazos. Pero hoy nosotros, por hacer del día algo un poco emotivo, hemos ido a conmemorar el calendario en el sitio donde la dichosa piedrecita estaba (por que esa es otra, cada uno dice una cosa). Así que allí, como si del mismísimo Jacobo VI y Mary Queen of Scotland nos trataramos hemos puesto la primera piedra de nuestra aventura escocesa.

El palacio en sí no merece mucho la pena, por que una vez visto uno, vistos todos. Y a nosotros, que ya estamos curtidos en esto de los palacetes, pues no nos ha sorprendido mucho. Lo mejor que tiene este sitio es el jardín de secuoyas gigantes, los pavos reales y un laberinto super chulo del que Marta se ha cansado a los diez minutos y ha decidido atravesar un seto (para mi total decepción) con tal de llegar a la fuente del centro y poder salir. El fin de fiesta lo hemos puesto en Paco´s, uno de nuestros restaurantes favoritos de la desaPerthcibida y Perthurbante ciudad de Perth

No se que nos deparará el futuro, estoy muy intrigado. Intento pensar que estaré haciendo en estos momentos el año que viene y escapa a mi imaginación. Pero lo que realmente quiero es estar escribiendo aquí otra vez para contar la de cosas que nos han pasado y la de cosas que hemos vivido. Eso significará que no he sucumbido bajo una botella de isopropanol, que Marta no se ha escapado a bailar belly-dance a un paraíso tropical o que yo no me he cortado un dedo intentando partir cebolla en rodajas cada día más finas. La experiencia continua, probablemente no sea un año tan sorprendente como este último, por que este siempre será «el primero», pero tengo muchas ganas. Una cosa que he aprendido en este primer año aquí en Escocia es que no hay momentos blancos o negros, todas las cosas y todas las personas tienen sus matices. Puede haber sol y lluvia al mismo tiempo, empieza el año dos.

¡Allá vamos!

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