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Tras varias rondas de experiencias sensoriales similares he llegado a la conclusión de que uno de los momentos más críticos del «volver a empezar» es el de retomar la actividad física. Generalmente paso por etapas varias de bipolar perdido en bosque de Sherwood y acabo optando por la de dejar pasar la primera semana como semana de adaptación al entorno. Pero antes de lo que piensas comienza la segunda semana, y este es un momento crítico por que sigo intentando creerme le excusa de que aún me estoy adaptando. Pero eso es mentira, es pura vaguería y eso lo saben hasta los chinos. Así que es en esos momentos cuando recurres a grandes figuras de la historia, motivadores natos que hicieron de sus palabras un ejemplo para generaciones y generaciones. El simple susurro de sus palabras cala hondo dentro de ti y enciende esa chispa que necesitas para seguir adelante, dejar atrás la pereza y empezar a mover el esqueleto. En mi caso, para mi no hay otro como El Cordobés. Por que como el bien dice: «todo sale de deporte»

Yo querer me quiero mucho, a mi, a mi mismo, a mis tomates y por querer quiero hasta a las arañas culonas que sacrifico cada mañana en esta época. Pero a las que no quiero nada y temo son a las agujetas traicioneras que aparecen tras las primeras carrerillas postestivales. Yo creo que eso es lo que hace que lo vayas posponiendo y posponiendo… pero en algún momento hay que empezar a engrasar al pequeño hombre de hojalata en el que te has convertido durante las vacaciones y ya no hay excusas que valgan. ¡Hay qué moverse!

Así que la semana pasada me marqué dos días corriendo en la cinta del gimnasio viendo Los Caballeros del Zodiaco –que siempre hace levantar sonrisillas a los orientales que pasan por detrás mio– y unas pocas pesas aburridas, a las que añadí un día de trote por el Riverside en buena y desvirtuada compañía. Me pareció más oportuno poner primero en marcha el cuerpo antes que estirarlo, por lo que decidí dejar la clase de yoga de lado y dedicarme a sudar un poco la gota gorda. Pero más que sudar lo que hice fue descubrir con gozo que mi bazo seguía dentro de mi, por que casi lo echo por la boca cuando llevaba apenas seis kilometrillos de nada. Además de esto, el sábado tuve mi trancendental día de reencuentro con Tentsmuir, en el que ir buscando setas mientras solucionabamos los problemas del mundo hizo que sin quererlo ni beberlo nos fuéramos hasta casi 16 kilometros. ¡Casi’ná!

 Pero el día estrella fue el día de ayer y por varios motivos. Primero por que era un día en el que todo apuntaba que me iba a quedar en casa con poco que hacer y que acabó siendo un día de excursión a un sitio completamente desconocido. Y segundo por que por fin retomé el mundo del ciclismo. Así que sin pensarlo mucho me levanté temprano, cargué a Iván, a las bicis y a los bocatas en el coche y nos fuimos dirección Callander buscando la orilla del loch Katrine. La ruta que hicimos transcurre por el lado norte y tiene la opción de poder hacerse también cruzando el lago en un bucólico barquito de vapor y tomarse un café con un helado en la orilla del otro extremo. Desde luego una turistada muy tierna que nosotros, por no hacer lo típico, decidimos no hacer. Dejamos el coche e hicimos la ida y la vuelta en bici, y además le sumamos otros 20 correspondientes al siguiente lago, el loch Venachar, por que fuimos más chulos que un ocho y por que no quisimos pagar el aparcamiento del Katrine. Ya echaba yo de menos hacer una rutita larga dando pedales, aunque el dolor de culo y de manos que tengo hoy… me están haciendo acordarme bastante de mi bici, la de verdad, con sus supensiones, sus cuernos, su ligereza… Hay que ver lo fácil que es acostumbrarse a lo bueno y lo difícil que es ir hacia atrás en cuanto a calidad se refiere.  Por que si algo tiene mérito no es hacerse 60 kilómetros, no, es hacerlo con semejante aleación de hierro forjado que parece que sierra el asfalto a su paso. Vamos, mi mayor motivación para seguir dando pedales era que me sentía como Goku entrenando en el otro mundo con pesos en las manos y en los pies.

No es que quiera buscar culpables a que fuéramos parando todo el tiempo, pero es que las vistas y el buen tiempo que nos hizo, hacían imprescindible el ir con el móvil en mano retratando marcos incomparables continuamente. Eso, y que para la próxima vez recordaré hinchar las ruedas de la bici antes de ponerme a dar pedales como un loco, por que me da a mi que me cansé más de lo necesario a la ida con los neumáticos un tanto… flaciduchos.

Y ya lo he dicho otras veces, el deporte no tiene recompensa, tiene un objetivo. Y en este caso estaba claro, ¿verdad? Ruta de 60 kilómetros, un punto de destino, un lago, una cafetería… sí, denominador común: el bocata de jamón. Eso no podía faltar, y aunque fuera difícil disfrutarlo mientras eramos devorados por los malditos midges, sentó como mano de santo. El bocata y el café con heladito que nos tomamos antes de retomar el camino de vuelta ya con las ruedas bien hinchadas y las baterías a tope. Pero tampoco es que le metiéramos el ritmo contrarreloj, no, por que la segunda recolección micológica del fin de semana y el descubrimiento de que los McGregor tenían un cementerio muy chulo nos mantuvieron entretenidos otro rato. Finalmente, llegamos de vuelta al coche y descubrí que las cañas de pescar modernas tienen alarma incorporada y te puedes ir a echar un meo mientras pican –las cosas ya no son lo que eran, lo tenía que decir– y que un mezcladito de kikos y panchitos solucionaría muchos problemas del mundo por la paz que transmiten y que recuperan tan ricamente el cuerpo después de un gran esfuerzo. El dopaje al lado de los frutos secos tendría muy poquito que hacer, pero esto aún no se sabe.

 

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Así que todo este rollo que os he contado es para contaros que me doy por desengrasado y completamente reintroducido a la vida cotidiana. Y como ya no necesito a Dorothy, ni tres en uno, ni mierdas varias, para celebrarlo hoy he decidido para y parasitar un poco el sofá para que tampoco se le olvide mi forma y sigamos respetándonos el uno al otro. Mañana quizá decida ir a yoga para ver si se me quitan las palpitaciones culares estas que me ha dejado el sillín de la bici. Y después…pues ya se verá, pero a ver si alguien organiza una barbacoa ya rápido por que sino esto va a ser demasiado sano y tampoco hay que abusar. 

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El invierno escocés es igual de famoso que el verano, pero además de con mucha agua con frío. McSun aparece timidín rodeado de nubarrones, pasea a lo largo del río Tay mientras da la impresión de que lucha y lucha por levantarse cual pajarillo….inutilmente, pero al rato ya se ha vuelto a caer. Son momentos duros para él.

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Las previsiones apuntaban a que este invierno iba a ser el más terrorífico de los últimos 60 años, pero como uno ya es perro viejo en esto de la meteorología, ya imaginaba yo que no iba a ser para tanto. Es cierto que al sur de Inglaterra parece que ha llegado el diluvio universal, pero aquí, más allá del Muro la cosa ha estado más tranquila. Llover está lloviendo un huevete, pero debe ser que la esponjosidad de esta tierra y el calibre del caudal de los ríos ha mantenido a raya el agua — al menos por el momento.

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Pero este fin de semana tuvimos que poner en stand by el modo hibernación y ponernos en marcha rápidamente. McSun se había aliado con el grajo y amaneció fresco y despejado. Insisto, fresco, muy fresco. Pero soleado, bastante soleado. Agarramos un sobre de jamón, un poco de queso y unos kikos del armario del tesoro y salimos pitando hacía el Glen Clovaç. No era la primera vez que nos adentrábamos en este pintoresco paraje, pero la verdad es que es un sitio de esos a los que merece la pena ir varias veces. Durante el pasado verano estuvimos allí por primera vez, dando un buen paseo e incluso subiendo nuestro primer munro –ver Objetivo: Darle al glen por el munro–, pero esta vez hicimos una rutita a lo largo del río con la idea de juguetear un poco con la nieve.

Imagino que debido a la inesperada presencia de McSun, nieve en la zona del río no había mucha así que a falta de entretenimiento a base de bolas de nieve me dediqué a buscar cosas curiosas. Como yo de pájaros no entiendo mucho y así a simple vista confundo un águila real con una urraca ladrona, pues lo que me pareció más sorprendente fue ver que algunos de los bosques escoceses tienen un depilado perfecto. En mitad de la nada aparecen zonas boscosas perfectamente acotadas que parece que han sido puestas allí aposta.Puede que sea en parte provocado por su explotación para producir madera o también por que los ciervos y otros anímales salvajes se dedican a cargárselos, pero estos trocitos bien arbolados que quedan a lo largo del glen dan la impresión de estar perfectamente afeitados, rollo ingles brasileñas. Vistos desde la distancia tienen tal perfección geométrica, que me hace pensar que el misterio de las pirámides de Egipto se queda corto a su lado. Yo os digo  que aparte del bosque de Fangorn, no había visto una cosa así jamás.

Pero para seros sinceros tampoco perdí mucho tiempo mirando arbolitos, por que considero que una buena excursión no se concibe sin el momento del bocadillo. Sin eso ni tampoco sin su reglamentario tiempo de descanso sobre una roca de proporciones irregulares que hace que se te quede el cuerpo como una ficha de Tetris. En mi caso, desde el mismo momento que empiezo a andar se desata en mi interior una cascada de reacciones que me dan un hambre atroz. Empiezo a pensar en el bocadillo, en que llevaran los bocadillos de los demás para ver si les puedo dar un mordisco… y en como me colocaré sobre esa piedra para quedarme un rato como un lagarto al sol. Yo creo que eso es lo que me da fuerzas para andar y no pensar en lo pesadas que son las botas o en plantearme si alguien habrá hecho la gracia y me ha metido piedras en la mochila. Pero lo mejor que descubrimos durante esta excursión al Glen Clova fue fascinante: ¡un tronco ergonómicamente adaptado para echarse la siesta! Tropecientos mil años de evolución y lo más cómodo del mundo resulta ser un tronco de madera un poco doblado. Lo primero que se me pasó por la cabeza nada más verlo fue imaginarme a mi padre ahí repanchingado. Se que si le llevo de excursión, de ahí no pasa. Desde ese momento supe que en Glen Clova encontré el significado a la expresión » hacer un alto en el camino».

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La cuesta de enero es un concepto mucho más amplio de lo que la gente piensa. La mayor parte de la gente lo asocia a apretarse el cinturón, a vigilarse después de los excesos navideños o a hacer cola a la puerta de El Corte Inglés. Pero para el expatriado medio como yo, significa el tener que volver a la rutina en tu país de adopción, donde el jamón está envasado en sobres, la cerveza se bebe de litro en litro y el pan tiene más parecido a un chicle Boomer de lo que debería.

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Pues bien, el mejor modo de sobrevivir a este duro mes de enero es hacer una entrada progresiva. Una adaptación al entorno como Dios manda que requiere de relax, poco esfuerzo y una alimentación sana a base de embutido y frutos secos. Por esa razón ya hace unos meses que un grupo numeroso del guateque decidimos reservar un fin de semana para pasarlo en unas cabañitas perdidas en el campo no muy lejos de Dundee. Concretamente fuimos a parar a Huntingtower, un sitio a las afueras de Perth que tiene un castillo que sigue las mismas normas que la ciudad: pasa completamente desaPerthibido y que nadie se Perthcata de que está ahí.

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Es verdad que probablemente este no sea el sitio más bonito de Escocia ni de lejos, pero desde luego era el sitio ideal para pasar un fin de semana de descanso bajo techo. Techo que fue más que necesario por que el sábado nos regaló un bonito día de tromba de agua desde el amanecer hasta el anochecer. Pero no importaba, estábamos preparados: juegos de mesa, innumerables barras de fuet, pacharán, pipas… el kit de supervivencia estaba listo. El olor a choto inundaba la cabaña, cuyos cristales empañados como el coche del Titanic invitaban a pensar que saldríamos en las noticias locales al día siguiente por acumulación de gases de efecto invernadero. Pero realmente a pesar del ambiente claustrofóbico que se respiraba en el ambiente, he de decir que pasamos un muy buen día.

Pero tras un día intenso de salchichón, pizzas y cebada fermentada… las bajas en el frente empezaron a ser numerosas a una hora no muy tardía. Por esa razón, aunque el domingo amaneció igual de nublado,  un nutrido grupo de guatequeros hambrientos se levantaron de los catres dispuestos a desatar sus instintos primarios e hincarle el diente a lo primero que se les pusiera por delante. Por poner un ejemplo representativo diré que el desayuno empezó con unos cruasanes del Tesco… y acabó con unas tostadas de anchoas con tomate que daban energía a un lemur ciego. Como teníamos la preocupación de que nuestros cuerpos se quedaran atrofiados si nos quedabamos encerrados y comiendo sin control un día más, decidimos no hacer mucho caso al tiempo –que amenazaba tormenta again — y salir a dar una vuelta. Fuimos a la zona de Comrie, a dar un paseo por el barro de Deil’s Caldron — o la Caldera del Diablo, que le da un toque mucho más místico. Y que gusto da de vez en cuando ponerse la ropa de montaña. En mi caso es saber que voy a ponérmela…y tener esa sensación de que puedo hacer el cafre todo lo que quiera. Da igual, sabes que te vas a manchar y que vas a acabar  hasta el culo de barro, pero no pasa nada, para eso está esa ropa. Así que ahí estuvimos sube tronco, salta charco, abraza árbol, haz foto a los hongitos mucilaginosos, metete en la cueva de un hobbit…muy divertido.

Y claro está. No hay fin de semana que se precie si no acaba con una buena barbacoa. No se que tienen esas barbacoitas portátiles de dos libras y pico, pero les deberían dar un premio por su logro en haber mejorado a la humanidad. Oye, que cosa más tonta y que manera tan eficiente y limpia de alimentar a ocho personas y un perro. Siempre hay que tener una lista para echarle una cerilla, nunca sabes cuando te va a hacer falta. Y también, que entrañable el vivir esa experiencia de tener la necesidad de acabar con todo lo que haya por que nada puede sobrar. Asi que, ¿qué hay que mezclar la última barra de fuet con un yogur? Se hace. ¿Qué hay que beberse el zumo mojando unos trozos de fuet? Se hace. ¿Qué hay que jugar a los personajes comiendo otra vez fuet? Pues se hace de nuevo, ante todo, que no haya miseria.

Así que de este modo a lo tonto casi nos hemos quitado enero del medio. Los días ya son más largos y de momento aquellas previsiones de que este iba a ser el peor invierno desde que los ingleses empezaron a tomar el té de las cinco no se han cumplido. Espero que este sea el primero de un montón de planes a lo largo y ancho del año. De momento, me paso las tardes como si trabajara en una agencia de viajes: vuelo por aquí, visita por allá…pero me encanta. ¡Más planes, más planes! ¡Qué no quede nada por hacer! ¡Tengo alergia al tiempo libre!

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La distancia hace que sientas nostalgia de tu tierra. Cuando estás en una conversación con gente de otros países es muy común que en algún momento u otro acabes comparando lo que sea de lo que estés hablando con como se hace en el tuyo. Al fin y al cabo echas de menos hacer las cosas como las hacías antes en tu ciudad, en tu barrio, en tu calle o en tu bar de siempre. Generalmente, llegas a idealizar tanto tu tierra que pasas por alto toda la mierda que hay en ella — ejemplo que viene como anillo al dedo en el caso de Madrid ahora mismo. Normalmente, al menos en mi caso, muchos de estos arranques de nostalgia vienen derivados de temas relacionados con la comida. Por ejemplo, ver como se celebran las tesis con dos bolsas de patatas y unas botellas de zumo, o como cogen el pescado en las pescaderías…son dos de los temas estrella que más me tocan la patata.

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Por eso, para pasar el tránsito que va desde la vuelta de las vacaciones de verano hasta las de navidad decidimos hace tiempo encargar un jamón por internet para quitarnos el gusanillo y sentirnos como en casa durante un ratito. Un ratito corto, que es el que tardó el jamón en quedarse en los huesos. Pero al igual que el cerdo, vayamos por partes, que en la historia no hay nada que desaprovechar.

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El pedido del susodicho jamón fue sencillo. Siempre que hay que dar el número de tarjeta de por medio, no suele haber muchos problemas para terminar el proceso. En cambio el tema de la entrega…fue más tedioso. No se si por ser un producto alimenticio o por que suscitaba la curiosidad –y la gula– de los respectivos encargados de aduana, transporte o almacén, pero el dichoso jamón terminó tardando tres semanas en llegar. Yo, más preocupado en el cerdo que en sacar adelante mis experimentos puse quejas a la web donde hicimos la compra y a la empresa de transporte. Pero el jamón seguía sin aparecer. Así que con temor, decidí bajar al almacén donde llegan los pedidos de todo el centro y preguntar a los encargados. Es una pena que no pueda relatar el momento en el que tuve que explicar lo que buscaba y la cara que me pusieron, pero fue algo así:

— Hello, sorry,  I have a question…     /     Hola…mira…tengo una dudilla…
— Yes, tell me          /         A ver, alma cándida, que te pasa
— I made an order,  weeks ago and I didn´t get it yet    /    Pedí algo hace un huevo… y no tengo ni idea de donde está
— What was that?      /    ¿Pero qué se te ha perdido?
— A ham…     /      ¡Un jamón!

En este momento, a uno de los encargados casi hay que recomponerle la mandíbula mientras que en el mismo instante el otro levantó la mano rápidamente y gritó…»¡ah, el jamón! ¡Ven conmigo!». Sin pensarlo dos veces, dejó lo que estaba haciendo y me condujo hacia el jamón a través de un laberinto en los subsuelos del edificio. Y efectivamente, allí estaba el, en su cajita esperándome. Emocionado, le pregunté que desde cuando llevaba allí y que por que no me lo habían subido. Y el tío tan tranquilo va y me dice que llevaba allí tres días y que no lo habían subido por que no era prioridad. ¿¿¿Qué no era qué??? Indignado, cogí mi jamón y subí triunfal con el ante la cara de sorpresa de todos mis compañeros, que me hacían preguntas acerca del mundo de los jamones como si yo fuera Charlton Heston en el planeta de los simios.

Al abrirlo me dí cuenta de que no era jamón como decían a través de la web sino paletilla. Es mejor que te den paletilla por jamón en vez de gato por liebre, pero ya que hay tanto español por el mundo tan necesitado…podrían ponerle un poquito más de interés y especificar mejor la oferta. Pero lo mejor de toda la historia es cuando el lunes llego al laboratorio y… llega otra caja. Esta vez a los pies de mi poyata y con la misma forma. La abro y…efectivamente, otra paletilla con su soporte, su cuchillo, su chaira y su medio litro de aceite de oliva virgen extra. Como diría Jesulín, en dos palabras: im-presionante. No se si fue por las quejas o por que se hicieron un lío, pero el tema es que en cuestión de tres días teníamos dos paletillas en casa. Yo lo empecé a llamar la reconstrucción del cerdo, por que me dieron hasta ganas de hacer una PCR para ver si las dos procedían del mismo bicho y si reclamando un poco más podía rehacerlo en piezas como la armadura de un caballero del zodiaco, — aunque ahora mismo no recuerdo si existía el caballero del cerdo…

El día de la ceremonia se hizo un poco de rogar, por que poner de acuerdo a todo el guateque para hincarle el diente a las paletillas, o al menos a una de ellas…fue cosa complicada. Pero la espera valió la pena. Regado con unos Valdepeñas, unas pipas del Mercadona, unas castañas asadas, unos panellets, una ensalada murciana y el aceitito de oliva para remojar bien el pan del Lidl… nos dimos un buen homenaje. Como teníamos un buen maestro jamonero, apuramos bien una de las paletillas y decidimos que aunque no tenía que haber miseria, podíamos dejar la otra para otro momento de desesperación y repetir la jugada. Y así fue, ahora el huesecillo está esperando a que otros dientes, esta vez los de la sierra le hinquen bien el diente para ir directo a la olla y hacer un buen cocido.

A cerdo pasado diré que es una de las mejores compras que hemos hecho desde que estamos aquí junto con el coche y los deshumidificadores de los cajones. Así si que es posible sobrevivir durante unos cuantos meses en unas condiciones saludables. Así que si estás viviendo fuera y estás leyendo esto ya sabes, agarra por el cuello a unos cuantos que te sigan el rollo…y animaros. Y quién sabe, igual os pasa como a nosotros y os llega por duplicado. Por que lo mejor de pedir un jamón por internet es que a veces puede pasar como con los Petit-Suisse…»que al menos a mí me daban dos»

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Enfundado con los calcetines, los pantalones largos y una sudadera. Así estoy de nuevo. Imagino que os dará calor el simple hecho de leer esa frase, pero he de decir que aquí hasta se agradece. He pasado unos días estupendos en Madrid (y en Sevilla), pero la sensación de abrir la boca y que el fuego fuera quemando tu interior, que se te secaran las retinas con sólo parpadear y el no poder tocar una pared a riesgo de quedarte pegado a ella como Spiderman… ¡hacen que hasta se agradezca el volver al verde!

Pero claro, volver a habituarse es dificil en ciertas cosas como ir a cargar el movil y que te aparezca una tercera patilla en el enchufe de la que ya no te acordabas, cruzar la calle y que te piten como locos por mirar 180º erroneamente, o ir a cenar a las 9 y que te digan que te peines. Por lo demás todo sigue igual: ¡agua, verde y mosquitos! Ahora está haciendo una temperatura agradable, lo que debe hacer que estos indeseables campen a sus anchas cada vez que abres la ventana un rato.

Y nada, ¡¡¡ayer llegaron los Reyes!!! Todo ha sido más rápido de lo que esperábamos, porque el señor de FedEx apareció a las 12 de la mañana con cinco cajas como cinco soles llenas de ropa, edredones, manteles, la cafetera….y kilos de jamón ibérico y quesito rico, rico. Lo guardamos como nuestro más preciado tesoro (aunque yo creo que ahora mismo seríamos capaces de sobrevivir a una catástrofe nuclear), y ha empezado a generar desconfianzas entre nosotros. Hemos decidido que vamos a pesar en la báscula los BAC (Bienes Alimenticios Castizos) todas las mañanas para asegurarnos que no haya desfalco, ¡que con esas cosas no se puede bromear!

Y para completar la mañana finalmente ¡pude hacer los contratos de los móviles! Asi que nada, ya tenemos nuestros telefonitos británicos para que podamos estar en contacto. Como somos gente muy popular, no quiero darlos por aquí en público porque seguramente que alborotaría a mis millones de fans y saturaría la red telefónica escocesa, y no es plan.

Y mañana…mañana si que va a ser un gran día. Os contaré por la noche cuando vuelva a casa. Lo único que puedo adelantar es que… ¡me voy a de excursión!

Pues eso, aquí, entre estas cuatro lugubres y amarillentas paredes empieza nuestra aventura dundiana. Nos vinimos con lo puesto, los 20kg que los generosos amigos de Easyjet nos dejaron a bien traernos, y una mini-maleta-de-mano-que-no-entra-en-el-cajetín que pesaba otros 16kg (ahí es ná) . Venimos con intención de dejar el pabellón alto: primero ganando la Eurocopa y después trabajando por dejar el pabellón científico bien alto.

Dundee esta en Escocia, parecerá una tontería, pero la mayor parte del mundo piensa que esta en Australia, que hay cocodrilos y que la gente lleva gorro y lazo. Pues no, ni mucho menos. Aqui todo el mundo parece haber salido del casting de Bravehearth combinado con el de Berverly Hills. Es decir, son pelirrojos y paliduchos, pero cuando sale un rayo de sol sacan a relucir sus vergüenzas con bonitos shorts y chanclas playeras. Es la desesperación del turista/trabajador sur europeo que busca desesperadamente un chubasquero y lo único que encuentra son pareos, bañadores y crema solar en sus escaparates. ¿Para qué? Para nada, porque a los 10 minutos el ojo de Sauron aparece y cae el chaparrón de la «life» y todo el mundo huye despavorido hacia los pubs, donde les espera un bonito y gran abrevadero de cerveza calentorra que les ayuda a contribuir a sus bonitos atributos físicos.

Bueno, pues eso, que es un sitio pequeño pero enigmático. Todo está a 15 minutos del centro. Da igual donde vayas, el tiempo que haga, tu estado civil o lo que te estén matando los callos ese día. Tiene sus ventajas, porque enseguida dejas de ver como un sitio hostil y a encontrarle sus encantos. El hecho de poder desplazarte a cualquier sitio andando en un rato (excepto al cine que está a tomar por saco) supone una gran novedad para el madrileño castizo.

Ahora nos encontramos en búsqueda de hogar. Aquí sitio no falta, pero hasta el momento no hemos visto nada que se parezca a La Moraleja ni a la casa de la familia Trapp. Será que somos un poco pijines, pero desde luego creo que la Guardia Civil debería venir aquí a desalojar algunas viviendas y dejar la Cañada Real como zona VIP porque es increíble en que estado están muchas de que que hemos visto hoy. Algunos platos fuertes incluyen: calderas en el dormitorio, puertas de armario que se caen, mesas con tres patas… vamos, cosa buena.Así que nada, seguimos a la caza y captura de un techo impermeabilizado.

Por no hacer esto muy pesado y por continuar teniendo la motivación de escribir durante un tiempo más, voy a dejarlo aquí por el momento y así mantengo el suspense y la pasión por el seguimiento de este viaje que apenas acaba de empezar. Espero que os guste ( y que traigáis jamón de contrabando cuando vengais de visita cabrones)

Un beso, o lo que os plazca.

Alberto

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