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En capítulos anteriores de Mi casa huele a ajo… encontrábamos la humilde morada de Marta y Alberto infectada por abominables parásitos que campaban a sus anchas sin control por la frondosa vegetación de sus dependencias. Al igual que Castilla, ancha era la superficie de la que disponían para recorrer y destrozar a su antojo sin tener en consideración el sudor producido por sus glándulas sudoríparas  para conseguir semejante vergel del Eden. Pero un arma terrorífica diseñada desde lo más profundo del conocimiento humano fue utilizada para su lento pero exitoso exterminio: el machacado de ajo. Tras varias exposiciones al agente ajo, el enemigo retrocedía, pero un arma definitiva aún estaba por llegar: el diente de ajo infiltrado. Siguiendo un meticuloso protocolo de distracción, uno de ellos acababa con los parásitos por un frente utilizando aerosoles mientras al mismo tiempo el otro introducía dientes de ajo bajo tierra para causar una explosión de sulfóxido en el interior que acabara con la plaga para siempre. Los efectos eran impredecibles, ¿podrán nuestros héroes acabar con la plaga de áfidos?

kill-bill-vol2Pues sí, así de épica podría sonar nuestra historia. Y aunque parece de broma, el artilugio está dando sus frutos. Y nunca mejor dicho, por que por alguna razón ésta mañana nos hemos levantado con una bonita sorpresa en las macetas. Aquellos ajos que plantamos hace ya más de un mes han decidido salir a la luz, y unos bonitos tallos están saliendo de las macetas. Los bichitos han desaparecido casi por completo y las plantas parecen bastante relucientes. Pero además de esto parece ser que incluso vamos a poder sacar una bonita producción de ajos italianos del Lidl para echar a nuestros guisos que tanto le gustan a Victoria Beckham. Ciertamente esto ha sido una sorpresa que nos ha dado para discutir bastante acerca del ciclo del ajo. Porque, todo el mundo sabe que si plantas uno, pues te sale una planta de ajo. Pero, ¿qué pasa con el ajo primigenio?, ¿qué es de él?, ¿a dónde se va? ¿Acaso existe un paraíso del ajo donde los ajos fundadores van a parar después de cumplir su papel en el ciclo sin fin, que lo entiende todo y aunque estemos solos debemos buscar y así encontrar nuestro gran legado, en el ciclo, el ciclo sin fin? Numerosas dudas me surgen y nuestros ajos no nos ayudan a desvelarlas. Y si no me creéis, mirad la apariencia que tienen. Mientras uno de ellos está sacando a relucir un bonito tallo verde, el otro ha decidido tener un capuchón en forma de sombrero de ajo que hace que no entienda nada. ¿Acaso puede tratarse de la fusión de un ajo y un champiñón a modo pendientes Pothara?

Pase lo que pase con estos ajos, está claro que son divinos. Si además de matar plagas, nos dan de comer y generamos una especie nueva… desde luego nos hemos forrado, ya tenemos el negocio montado: Productores de ajos de destrucción masiva. Eso, además de yo ganar el premio al empresario retrasado del año que descubre algo nuevo y tarda diez minutos en publicarlo en internet sin haberlo registrado previamente. Dos aplausos y medio por mi inteligencia: «clap, clap, half clap». Gracias, público.

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Ahora también querría aprovechar este espacio para presumir de nuestra producción agrícola. El hecho de haber encontrado esta estrategia de supervivencia ha traído consigo que ahora tengamos creciendo unos bonitos tomates cherry. Aproximadamente tenemos unos 20, que nos darán para una buena ensalada de deconstrucción al estilo de los grandes chefs, o a un buen gazpacho escocés. Por no cometer dos estupideces enormes en la misma entrada, no desvelaré su receta hasta futuras conexiones en la red, pero el gazpacho escocés con tomates provenientes de plantas rociadas con machacado de ajo y ajo infiltrado subterráneo promete ser un bombazo. Os lo aseguro.

Y además de esta nueva receta, podemos adelantar que en unos meses también seremos capaces de alimentar a una familia de osos panda, por que también hemos descubierto que los bambúes esos del Ikea que todo el mundo tiene en jarroncitos de cristal molones pueden crecer en tierra. Nuestro pequeño superviviente reluce la mar de esplendoroso en la maceta al lado del ajo-champiñón, y creo que dentro de unas semanas seremos capaces de hacer una plantación masiva rollo selva amazónica que destruya todas las especies endémicas escocesas. ¿Os lo imagináis? Cuatrocientos años luchando por la independencia, y justo cuando están en el momento de conseguirla llegan unos gilimemos desde el sur de los Pirineos y se cargan toda la producción de cebada por la introducción de bambú alterado por machacado de ajo.

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Cuanto potencial tenemos dentro de casa y que poco sabemos del ajo y sus grandes beneficios. Os recomiendo que este fin de semana hagáis un ejercicio de reflexión y os dediquéis a investigar un poco sobre el ajo y sus propiedades. Venga, vamos, todos con aran todos a la vez a buscar con ahínco las propiedades del ajo. Porque, ya sabéis el dicho: Be Garlic my friend.

 

Todo el mundo habrá oído hablar alguna vez sobre el cuento de «Las habichuelas mágicas». Sí, ese cuento que hablaba de un niño repelente que paseaba tranquilamente por su pueblo y que se encontraba a un tío raro que le daba unas judías. Nadie saber por qué, pero este las plantaba y a la mañana siguiente tenía en la puerta de su casa una planta trepadora enorme que llegaba a las nubes en las que habitaba un ogro mal oliente forrado hasta las cejas al que obviamente dejaba más pelado que el culo de un mandril. Esta fumada de cuento que nadie sabe de donde ha salido tiene algunos puntos de utilidad que sirven como moraleja para los niños: a) Coge sin dudarlo las cosas que te den los desconocidos por la calle b) Si no te gustan las judías verdes de tu madre tíralas al suelo y vete a la cama c)Toma drogas, escala árboles y roba a la gente fea todo lo que puedas, se lo merecen.

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Pues bien, los cuentos hay veces que están basados en hechos reales y hay que hacerles caso. Y no es que me haya pinchado con una rueca o que le haya dado un morreo a una paliducha desconocida dentro de una urna, no. Esta historia tiene que ver con plantas mutantes. Nunca hay que desafiar a la capacidad de crecimiento de las plantas o bien empezar a plantearse que el agua dundiana tiene alguna cosilla más que sales minerales, y que si se investiga sobre ello puede llegar a ser el bombazo del próximo Tour de Francia. Resulta que hace ya unos meses fuimos al James Hutton Institute de Invergowrie a una jornada de puertas abiertas en la que nuestra granjera más dicharachera participaba activamente. Aparte de ver tractores, semillas y granjeros con mono azul lleno de barro tuvimos la suerte de poder llevarnos a casa unas cuantas semillas de florecillas silvestres y dos macetitas pequeñas con una petunia y una tomatera.

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Sus primeros pasos fueron difíciles. Parecían mustias y frágiles, y aunque Marta las regaba con mimo nada pasaba, ni flores ni tomates tenían la más mínima intención de aparecer. Así fueron pasando los días hasta el momento en que llego la hora de irnos de vacaciones y dejarlas atrás, en «otras manos». Y ahí, en ese preciso momento algo pasó. No se si fue la alegría con la que se quedaron al perdernos de vista o si nuestra jardinera a tiempo parcial se dedicó a echarles clembuterol en el agua, pero cuando volvimos aquellas no eran nuestras tiernas e indefensas plantas.

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La petunia había crecido a lo ancho y tenía cuatro o cinco florecillas moradas muy monas, pero el tomate…el tomate…esa planta había desarrollado unas dimensiones sobrenaturales, parecía que había ido al mismo gimnasio que Jean Claude Van Damm o que el niño del cuento se había presentado en nuestra casa dispuesto a hacerlo realidad. ¡Un monstruo! La pipeta de 5 mililitros a la que la teníamos atada parecía un palillo de los dientes a su lado y se desparramaba por la repisa de la ventana como si buscara comerse todo lo que encontrara a su paso. Tuvimos que correr al B&Q (el Leroy Merlin de por aquí) a comprar un palo de metro y medio, cuerda de pita y 12 litros de abono. Ahora mismo, pasado el peligro, tenemos una tomatera árbol sin tomates. Sí, como os lo cuento. Tanta gaita con el tomate para arriba y para abajo poniendo en riesgo nuestras vidas y dejando la moqueta perdidita de tierra pero luego no haber ni rastro de un mísero tomate, Marta está convencida de que van a salir, pero yo creo que se acerca el invierno y el gazpacho no nos lo tomamos ni en taza de café. Yo la única esperanza que tengo es que siga creciendo pa’rriba a ver si llega a una nube dundiana que haga correspondencia con la línea 5 y me voy el viernes a tomar algo a La Latina.