La historia de un sábado cualquiera se escribe con pocas palabras. Levantarse pronto, desayunar fuerte, buscar una camiseta que huela más o menos bien, ponerse las mallas y salir a trotar por alguno de las numerosas zonas verdes que la campiña escocesa te puede ofrecer. El hecho de salir a correr un sábado por la mañana puede ser más o menos duro dependiendo de cual haya sido tu desgaste físico la noche anterior, pero en invierno el hándicap es mayor por la altura que alcanza el grajo y lo poco alentador que resulta el cielo escocés por la mañana en esta época del año. Si hay una razón por la que salgo a correr aparte de para mantener la forma, es por que se convierte en un evento social/marujeo en el que en un par de horas te enteras de más cosas que viendo todos los documentales del National Geographic o de Érase una vez… el hombre. Puedo confirmar que además de ser bueno para el cuerpo, las corridas cochineras de los sábados por la mañana también contribuyen a la expansión de mi conocimiento. A veces creo que se transmite tanta información durante ellas que un día me va a dar un chungo por sobrecarga de datos. Así que ya sabéis, mi consejo es que si os estáis pensando el empezar a correr, os recomiendo que primero busquéis un par de compañer@s de actividad –a poder ser de coeficiente intelectual alto– para que os animen la jornada. Está comprobado: 15 minutos en la cinta del gimnasio viendo Los caballeros del zodiaco cansan más que dos horas en buena compañía.
Y como en toda actividad que se precie en esta vida, si se quiere mantener viva la llama, no hay que dejar que te lleve a la monotonía. Por esta razón el sábado pasado decidimos darnos un descanso de nuestra tradicional visita a Tentsmuir e ir a buscar otros parajes desconocidos. En esta ocasión fuimos hasta Alyth, un pueblecito de Perthshire del que parten un montón de caminos que ni al señor Frodo le daría tiempo a recorrer. Sin saber que nos deparaba el camino ni cuantos kilómetros íbamos a hacer, nos pusimos a trotar. Al ser una ruta a lo desconocido tuvimos unos cuantos problemas a la hora de orientarnos al principio. Los queridos palitos señalizadores –que aquí llevan corazoncitos — no estaban todo lo frecuentemente que hubiéramos querido y en un par de ocasiones tuvimos que dar marcha atrás, afectando así a nuestro principal objetivo de hacer un recorrido dibujando una forma graciosa para verla luego con el GPS del móvil. Sí, lo se, las cosas que hacen realmente feliz a un corredor son difíciles de entender.
Pero lo que realmente no pensábamos es que el «camino», por llamarlo de alguna manera, fuera estar en unas condiciones tan…húmedas. Los dos kilómetros del principio fueron cuesta arriba, y transcurrieron por un caminito por el que el agua había decidido bajar. Por lo tanto ya eenseguida empezamos con los pies calados una ruta sinuosa en el que el barro, las hojas caídas del otoño y los excrementos de todos los habitantes del bosque fueron los principales protagonistas. Tras cinco minutos chapoteando decidimos que intentar mantener la ropa limpia era una misión imposible y centramos los esfuerzos en intentar llegar hasta el final con las rodillas y los tobillos de una sola pieza. Hubo momentos que no se si estábamos corriendo o participando de nuevo en Humor amarillo. Que pringue, que peste, que liberación de estrés, ¡qué de todo! Lo cierto es que descubrimos unos sitios a los que no habríamos ido de otro modo, pero desde luego que mira que le echamos pezuñas para pasar por donde pasamos.
No me voy a quejar, me lo pasé de lo lindo. Cada vez que pasábamos por una de esas vallas para evitar que se salga el ganado me sentía como entrando en una prueba diferente del Grand Prix del verano. Encontramos carteles de precaución con las ovejas, con los jabalíes, con las vacas… vallas electrificada, un cazador como el de Jumanji, una oveja muerta y un montón de faisanes mutantes más grandes que un dinosaurio preñado que hacían más ruido que una Vespino en Belinchón a las tres de la tarde.
De lo que me sí que me arrepentí es de ser un iluso inconsciente y no llevarme ropa de recambio. De verdad que pensaba que no había llovido tanto y que las condiciones del terreno no iban a llegar a límites tan surrealistas, pero esto no fue así. Pero desde luego, de los errores se aprende, mañana mismo voy a llenar el maletero del coche de calcetines y ropa de recambio para lo que pueda pasar en el futuro. En este país salir al campo supone ir en formato nómada y siempre hay que llevar un «por si acaso», ya lo decía Luis Piedrahita. Os garantizo que la media hora de vuelta a Dundee en las condiciones en las que estábamos no fueron muy agradables. Y si imagináis el efecto que tuvo el poner la calefacción a tope en un coche con tres seres…humanos tras dos horas y media corriendo… creo que hasta el olor al que me refiero es capaz de salir por las pantallas de vuestros ordenadores en este momento. Rico, rico y con fundamento, como diría Arguiñano.
El entrar a casa fue otra aventura que roza el exhibicionismo y al que no entraré por que vulnera las leyes de la más estricta intimidad, pero eso si que fue harina de otro costal. Es increíble hasta que punto se puede deslizar el barro escocés, que propiedades más mágicas debe tener. Deshacerse de el fue complicado, aunque además de por dejar las uñas bien limpias, la mayor satisfacción es saber que has hecho un buen trabajo. 17 kilómetros y pico a trote cochinero por un terreno complicado y conseguir hacer una bonita forma de vaso de sorbete de limón al cava no tiene precio. El refrán dice que la cabra siempre tira al monte, ¿servirá esto de premisa para la semana que viene?, ¿en qué tipo de paraje acabarán nuestros cuerpos? De momento con secar las zapatillas ya tengo bastante. El viernes según las pintas que llevemos ya lo pensaremos, pero seguro que a algún sitio seco no vamos. Eso seguro.