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Me quiere, no me quiere, me quiere no me quiere, me quedo, me voy, me quedo, me voy, yes, no thanks, yes, no thanks…

Yes Scotland o Better Together…

Tras dos años oyendo la misma cantinela y después de haber estado metido en un sinfín de conversaciones acerca de la independencia, al fin estamos metido en pleno referendum, llegó el momento de deshojar la margarita. Parece mentira que a partir de mañana estemos hablando de otra cosa y que quizá me acueste esta noche en un país y mañana me levante en otro diferente sin haberme levantado de la cama. Una experiencia así sólo la ha vivido Dorothy hasta el momento, así que si pasa, os contaré como ha sido la experiencia y si la vida se convierte en un camino de baldosas amarillas.

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No empecé este blog con la intención de hablar de cosas serias o de dar mi opinión acerca de temas que requisieran un profundo grado de reflexión, pero la verdad es que el día de hoy es un día que pasará a la historia y el estar viviendolo en primera fila hace que la ocasión lo merezca. Sinceramente, en un principio no pensaba votar. A día de hoy aún sigo creyendo que una decisión así de importante debería haber sido tomada por escoceses y gente residente desde hace años y no por europeos o miembro residente de la commonwealth que lleven viviendo aquí dos días. Vale que nosotros ya llevamos el tiempo suficiente como para tener suficiente conocimiento de la situación, pero el hecho de que los escoceses que vivan fuera de Escocia no puedan votar y que tengamos más derechos que ellos por llevar aquí dos años viviendo me parece algo injusto. Pero también es cierto que aunque no me plantee vivir aqui para toda la vida, esta decisión tendrá una importante repercursión para la Unión Europea en general y para la ciencia en particular. Así que al final también nos acababa incumbiendo y fue lo que nos hizo cambiar de opinión y decir ¿por qué no ejercer nuestro derecho?

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Es por eso que esta mañana nos hemos levantado con una sensación diferente, con la impresión de que se cocía algo importante en el ambiente. Quizá esto ha sido más en nuestras cabezas, fruto de las fervientes conversaciones de estos últimos días y de la obsesión de ir contando carteles por la carretera para ver cual ganaba, pero al salir a la calle nada indicaba que fuera un día diferente más que hemos tenido que sacar el paraguas y eso hacía bastante que no pasaba. El tiempo ha sido el del clásico día escocés, eso no podía fallar en un día así. No podía ser que los escoceses fueran a decidir su futuro en un día soleado, no. Hoy el día se ha levantado bien encapotado y con ese chirimiri característico que te cala desde la cabeza hasta los pies en unos minutos. Así que pasaporte y bolsa del tupper en mano, nos hemos dirigido hasta nuestra iglesia electoral. Sí, aquí en el aún Reino Unido se vota los jueves y en iglesias y centros sociales, los colegios son para los niños.

Llegados a nuestra iglesia electoral de St. Peter´s la sensación ha sido de sorpresa. Acostumbrados a los grandes colegios electorales con montones de listas y mesas, además de un bullicio de gente y observadores por todas partes, lo que hemos encontrado es una pequeña sala con dos señoritas con unos cuantos folios encima de la mesa. Con una sonrisa británica de esas tan enternecedora nos ha dicho que las mesas se organizaban por calles en vez de por apellidos. Y esa no era la única diferencia, la papeleta nos la han dado después de comprobar nuestros nombres –los cuales no aparecían y que por un momento les ha acojonado a ellas más que a nosotros –sin necesidad de pedir el pasaporte, ni carné de conducir ni nada. Vamos, que podría haberme suplantado el alcalde de Alcorcón y nadie se habría dado cuenta. Ya dije hace mucho que entrar en el sistema británico cuesta mucho, pero una vez que estás dentro… todo son facilidades, nadie controla nada. Ah, y aquí las papeletas no se meten en sobres, simplemente se doblan y las echas a un cubo que es observado por otra señorita de sonrisa celestial. Y la cruz se hace con un lápiz que es como de cera, pero vamos que no deja de ser lápiz.  Todo es diferente. Vamos que parecíamos unos guiris yendo a votar por primera vez en otro país. La verdad es que así contado, parece una historia con poca chicha, pero vivirlo ha sido bastante interesante. Lástima que no haya podido hacer fotos del momento por aquello de comportarme como un individuo serio.

 Ahora veremos que ocurre. Hoy me he vuelto a casa temprano para encender la televisión y tragarme todos los debates, retransmisiones y novedades acerca del evento del año. Pero parece que estoy más emocionado yo que el resto, por que para mi sorpresa me he encontrado que no están retransmitiendo absolutamente nada en ninguna de las cadenas públicas y que apenas hay alguna referencia en los avances informativos. Así que con cara de «fliping in colours» aquí estoy escribiendo el blog mientras tengo de fondo un documental de meteoritos. Y como aquí el recuento de votos es lento,  nos iremos a la cama sin saber que ha pasado lo cual es toda una decepción, por que a ver que hago yo mañana cuando me levante. ¿Qué hago primero? ¿Miro el whatsapp?, ¿abro twitter?, ¿me asomo por la ventana? Es injusto, demasiado tiempo esperando este día como para que ahora me hagan irme a acostar sin saber el resultado. En fin, como no puedo luchar contra los elementos –ambientales y electorales– igual le presto más atención al documental este no vaya a ser que en alguno de estos meteoritos venga el mismísimo Nessi y nos pida la independencia al más puro estilo marciano invasor. «¿Qué será, será? Whatever will be, will be, the future is not ours to see… que será, será» Mañana lo sabremos. De momento el famoso 18 de Septiembre, ya es historia.

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Tras varias rondas de experiencias sensoriales similares he llegado a la conclusión de que uno de los momentos más críticos del «volver a empezar» es el de retomar la actividad física. Generalmente paso por etapas varias de bipolar perdido en bosque de Sherwood y acabo optando por la de dejar pasar la primera semana como semana de adaptación al entorno. Pero antes de lo que piensas comienza la segunda semana, y este es un momento crítico por que sigo intentando creerme le excusa de que aún me estoy adaptando. Pero eso es mentira, es pura vaguería y eso lo saben hasta los chinos. Así que es en esos momentos cuando recurres a grandes figuras de la historia, motivadores natos que hicieron de sus palabras un ejemplo para generaciones y generaciones. El simple susurro de sus palabras cala hondo dentro de ti y enciende esa chispa que necesitas para seguir adelante, dejar atrás la pereza y empezar a mover el esqueleto. En mi caso, para mi no hay otro como El Cordobés. Por que como el bien dice: «todo sale de deporte»

Yo querer me quiero mucho, a mi, a mi mismo, a mis tomates y por querer quiero hasta a las arañas culonas que sacrifico cada mañana en esta época. Pero a las que no quiero nada y temo son a las agujetas traicioneras que aparecen tras las primeras carrerillas postestivales. Yo creo que eso es lo que hace que lo vayas posponiendo y posponiendo… pero en algún momento hay que empezar a engrasar al pequeño hombre de hojalata en el que te has convertido durante las vacaciones y ya no hay excusas que valgan. ¡Hay qué moverse!

Así que la semana pasada me marqué dos días corriendo en la cinta del gimnasio viendo Los Caballeros del Zodiaco –que siempre hace levantar sonrisillas a los orientales que pasan por detrás mio– y unas pocas pesas aburridas, a las que añadí un día de trote por el Riverside en buena y desvirtuada compañía. Me pareció más oportuno poner primero en marcha el cuerpo antes que estirarlo, por lo que decidí dejar la clase de yoga de lado y dedicarme a sudar un poco la gota gorda. Pero más que sudar lo que hice fue descubrir con gozo que mi bazo seguía dentro de mi, por que casi lo echo por la boca cuando llevaba apenas seis kilometrillos de nada. Además de esto, el sábado tuve mi trancendental día de reencuentro con Tentsmuir, en el que ir buscando setas mientras solucionabamos los problemas del mundo hizo que sin quererlo ni beberlo nos fuéramos hasta casi 16 kilometros. ¡Casi’ná!

 Pero el día estrella fue el día de ayer y por varios motivos. Primero por que era un día en el que todo apuntaba que me iba a quedar en casa con poco que hacer y que acabó siendo un día de excursión a un sitio completamente desconocido. Y segundo por que por fin retomé el mundo del ciclismo. Así que sin pensarlo mucho me levanté temprano, cargué a Iván, a las bicis y a los bocatas en el coche y nos fuimos dirección Callander buscando la orilla del loch Katrine. La ruta que hicimos transcurre por el lado norte y tiene la opción de poder hacerse también cruzando el lago en un bucólico barquito de vapor y tomarse un café con un helado en la orilla del otro extremo. Desde luego una turistada muy tierna que nosotros, por no hacer lo típico, decidimos no hacer. Dejamos el coche e hicimos la ida y la vuelta en bici, y además le sumamos otros 20 correspondientes al siguiente lago, el loch Venachar, por que fuimos más chulos que un ocho y por que no quisimos pagar el aparcamiento del Katrine. Ya echaba yo de menos hacer una rutita larga dando pedales, aunque el dolor de culo y de manos que tengo hoy… me están haciendo acordarme bastante de mi bici, la de verdad, con sus supensiones, sus cuernos, su ligereza… Hay que ver lo fácil que es acostumbrarse a lo bueno y lo difícil que es ir hacia atrás en cuanto a calidad se refiere.  Por que si algo tiene mérito no es hacerse 60 kilómetros, no, es hacerlo con semejante aleación de hierro forjado que parece que sierra el asfalto a su paso. Vamos, mi mayor motivación para seguir dando pedales era que me sentía como Goku entrenando en el otro mundo con pesos en las manos y en los pies.

No es que quiera buscar culpables a que fuéramos parando todo el tiempo, pero es que las vistas y el buen tiempo que nos hizo, hacían imprescindible el ir con el móvil en mano retratando marcos incomparables continuamente. Eso, y que para la próxima vez recordaré hinchar las ruedas de la bici antes de ponerme a dar pedales como un loco, por que me da a mi que me cansé más de lo necesario a la ida con los neumáticos un tanto… flaciduchos.

Y ya lo he dicho otras veces, el deporte no tiene recompensa, tiene un objetivo. Y en este caso estaba claro, ¿verdad? Ruta de 60 kilómetros, un punto de destino, un lago, una cafetería… sí, denominador común: el bocata de jamón. Eso no podía faltar, y aunque fuera difícil disfrutarlo mientras eramos devorados por los malditos midges, sentó como mano de santo. El bocata y el café con heladito que nos tomamos antes de retomar el camino de vuelta ya con las ruedas bien hinchadas y las baterías a tope. Pero tampoco es que le metiéramos el ritmo contrarreloj, no, por que la segunda recolección micológica del fin de semana y el descubrimiento de que los McGregor tenían un cementerio muy chulo nos mantuvieron entretenidos otro rato. Finalmente, llegamos de vuelta al coche y descubrí que las cañas de pescar modernas tienen alarma incorporada y te puedes ir a echar un meo mientras pican –las cosas ya no son lo que eran, lo tenía que decir– y que un mezcladito de kikos y panchitos solucionaría muchos problemas del mundo por la paz que transmiten y que recuperan tan ricamente el cuerpo después de un gran esfuerzo. El dopaje al lado de los frutos secos tendría muy poquito que hacer, pero esto aún no se sabe.

 

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Así que todo este rollo que os he contado es para contaros que me doy por desengrasado y completamente reintroducido a la vida cotidiana. Y como ya no necesito a Dorothy, ni tres en uno, ni mierdas varias, para celebrarlo hoy he decidido para y parasitar un poco el sofá para que tampoco se le olvide mi forma y sigamos respetándonos el uno al otro. Mañana quizá decida ir a yoga para ver si se me quitan las palpitaciones culares estas que me ha dejado el sillín de la bici. Y después…pues ya se verá, pero a ver si alguien organiza una barbacoa ya rápido por que sino esto va a ser demasiado sano y tampoco hay que abusar. 

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La distancia hace que sientas nostalgia de tu tierra. Cuando estás en una conversación con gente de otros países es muy común que en algún momento u otro acabes comparando lo que sea de lo que estés hablando con como se hace en el tuyo. Al fin y al cabo echas de menos hacer las cosas como las hacías antes en tu ciudad, en tu barrio, en tu calle o en tu bar de siempre. Generalmente, llegas a idealizar tanto tu tierra que pasas por alto toda la mierda que hay en ella — ejemplo que viene como anillo al dedo en el caso de Madrid ahora mismo. Normalmente, al menos en mi caso, muchos de estos arranques de nostalgia vienen derivados de temas relacionados con la comida. Por ejemplo, ver como se celebran las tesis con dos bolsas de patatas y unas botellas de zumo, o como cogen el pescado en las pescaderías…son dos de los temas estrella que más me tocan la patata.

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Por eso, para pasar el tránsito que va desde la vuelta de las vacaciones de verano hasta las de navidad decidimos hace tiempo encargar un jamón por internet para quitarnos el gusanillo y sentirnos como en casa durante un ratito. Un ratito corto, que es el que tardó el jamón en quedarse en los huesos. Pero al igual que el cerdo, vayamos por partes, que en la historia no hay nada que desaprovechar.

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El pedido del susodicho jamón fue sencillo. Siempre que hay que dar el número de tarjeta de por medio, no suele haber muchos problemas para terminar el proceso. En cambio el tema de la entrega…fue más tedioso. No se si por ser un producto alimenticio o por que suscitaba la curiosidad –y la gula– de los respectivos encargados de aduana, transporte o almacén, pero el dichoso jamón terminó tardando tres semanas en llegar. Yo, más preocupado en el cerdo que en sacar adelante mis experimentos puse quejas a la web donde hicimos la compra y a la empresa de transporte. Pero el jamón seguía sin aparecer. Así que con temor, decidí bajar al almacén donde llegan los pedidos de todo el centro y preguntar a los encargados. Es una pena que no pueda relatar el momento en el que tuve que explicar lo que buscaba y la cara que me pusieron, pero fue algo así:

— Hello, sorry,  I have a question…     /     Hola…mira…tengo una dudilla…
— Yes, tell me          /         A ver, alma cándida, que te pasa
— I made an order,  weeks ago and I didn´t get it yet    /    Pedí algo hace un huevo… y no tengo ni idea de donde está
— What was that?      /    ¿Pero qué se te ha perdido?
— A ham…     /      ¡Un jamón!

En este momento, a uno de los encargados casi hay que recomponerle la mandíbula mientras que en el mismo instante el otro levantó la mano rápidamente y gritó…»¡ah, el jamón! ¡Ven conmigo!». Sin pensarlo dos veces, dejó lo que estaba haciendo y me condujo hacia el jamón a través de un laberinto en los subsuelos del edificio. Y efectivamente, allí estaba el, en su cajita esperándome. Emocionado, le pregunté que desde cuando llevaba allí y que por que no me lo habían subido. Y el tío tan tranquilo va y me dice que llevaba allí tres días y que no lo habían subido por que no era prioridad. ¿¿¿Qué no era qué??? Indignado, cogí mi jamón y subí triunfal con el ante la cara de sorpresa de todos mis compañeros, que me hacían preguntas acerca del mundo de los jamones como si yo fuera Charlton Heston en el planeta de los simios.

Al abrirlo me dí cuenta de que no era jamón como decían a través de la web sino paletilla. Es mejor que te den paletilla por jamón en vez de gato por liebre, pero ya que hay tanto español por el mundo tan necesitado…podrían ponerle un poquito más de interés y especificar mejor la oferta. Pero lo mejor de toda la historia es cuando el lunes llego al laboratorio y… llega otra caja. Esta vez a los pies de mi poyata y con la misma forma. La abro y…efectivamente, otra paletilla con su soporte, su cuchillo, su chaira y su medio litro de aceite de oliva virgen extra. Como diría Jesulín, en dos palabras: im-presionante. No se si fue por las quejas o por que se hicieron un lío, pero el tema es que en cuestión de tres días teníamos dos paletillas en casa. Yo lo empecé a llamar la reconstrucción del cerdo, por que me dieron hasta ganas de hacer una PCR para ver si las dos procedían del mismo bicho y si reclamando un poco más podía rehacerlo en piezas como la armadura de un caballero del zodiaco, — aunque ahora mismo no recuerdo si existía el caballero del cerdo…

El día de la ceremonia se hizo un poco de rogar, por que poner de acuerdo a todo el guateque para hincarle el diente a las paletillas, o al menos a una de ellas…fue cosa complicada. Pero la espera valió la pena. Regado con unos Valdepeñas, unas pipas del Mercadona, unas castañas asadas, unos panellets, una ensalada murciana y el aceitito de oliva para remojar bien el pan del Lidl… nos dimos un buen homenaje. Como teníamos un buen maestro jamonero, apuramos bien una de las paletillas y decidimos que aunque no tenía que haber miseria, podíamos dejar la otra para otro momento de desesperación y repetir la jugada. Y así fue, ahora el huesecillo está esperando a que otros dientes, esta vez los de la sierra le hinquen bien el diente para ir directo a la olla y hacer un buen cocido.

A cerdo pasado diré que es una de las mejores compras que hemos hecho desde que estamos aquí junto con el coche y los deshumidificadores de los cajones. Así si que es posible sobrevivir durante unos cuantos meses en unas condiciones saludables. Así que si estás viviendo fuera y estás leyendo esto ya sabes, agarra por el cuello a unos cuantos que te sigan el rollo…y animaros. Y quién sabe, igual os pasa como a nosotros y os llega por duplicado. Por que lo mejor de pedir un jamón por internet es que a veces puede pasar como con los Petit-Suisse…»que al menos a mí me daban dos»

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Kikiriki, ey buenos días, cua cua cua vais a tener, mu mu mu, en esta granja, cuantas cosas podrás hacer. Guau guau guau guau es de Playmobil, apréndetelo bien. ¿Es la granja de Playmobil? Sí, ¡aquí es!

Esta es una entrada anacrónica, que no va de animales pero sí de granjas y que me ha recordado a la canción más satánica de mi infancia, la cual que repetía una y otra vez durante incontables navidades. Esta entrada la tenía entre las pendientes en el cajón de las historias sin contar, mayormente por la explosión masiva de planes durante este último mes que me ha tenido apartado del teclado más tiempo del deseado. Pero una ligera amenaza en forma de frase inocente lanzada al aire me ha hecho percatarme de que ya era momento de contarla. Voy allá.

Es conocida la afición británica a las berries. Seguramente si me preguntaran cual es el producto de la tierra más abundante en este país diría que aparte del rebozado del fish and chips estarían la cebada y los frutos rojos. Hay tanta variedad de estos últimos que ni soy capaz de traducir al castellano la infinidad de tipos que existen: además de las famosas fresas de toda la vida (strawberries) hay blackberries, raspberries, blueberries, cloudberries, boysenberries, marionberries, cranberries, bearberries e incluso unas locales llamadas tayberries. Como veis, yo siempre haciendo publicidad de mi río haciendo como  dicen en Amsterdamsupport your local dealer.

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Pues bien, una cosa que nos ha fascinado es que por la campiña escocesa existen numerosas granjas desperdigadas a las que puedes ir a recoger todos estos frutos. Algunas son bastante grandes y están llenas de politúneles enormes y otras son más pequeñas con unos cuantos arbustos que perteneces a unos particulares y no saben que hacer con la cantidad de bolitas de colores que crecen sin control. Y la verdad es que la recolección es una actividad la mar de bucólica. Tu llegas allí, coges una cestita…y ale, a pasar el día recociéndote de calor debajo de un plástico y esquivando moscas resoplando como una vaca peluda de las Highlands. Esta actividad se acaba convirtiendo en algo adictivo que incluso tiene un puntito de competitividad que la hace más interesante. Empiezas cogiendo fresitas una a una…y acabas haciendo como en los meaderos de tíos, mirando de reojillo las cestitas de los demás para ver quien tiene la cestita más llena con las fresitas más grandes (siento la expresividad del ejemplo).

Y la pregunta obvia es, ¿qué se hace con tanta fruta? Pues efectivamente es una gran pregunta. Las dimensiones de los frigoríficos escoceses es habitualmente la de un hobbit cortado por la mitad, vamos que no da para mucho. Así que o tienes muchos amigos y haces como con los Donettes y sacas  las berries y te salen por todas partes… o haces mermelada. Aquí es donde yo hábilmente decidí salirme por la tangente y dejar que Marta investigara alegremente con el azúcar y los fogones, y fantaseara con ser como Panoramix nuestro druida. Y fue una decisión acertada. Ahora me parece que esta casa empieza a parecerse a la de Arguiñano. Yo me he quedado como Karlos, atrapado por la tortilla y las croquetas, y a Marta le ha salido la vena de Eva y se desenvuelve con los postres…con mermelada, claro está.

Sus especialidades hasta el momento son las de fresa y la de arándanos, muy recomendables a la hora de desayunar si venís de visita (guiño, guiño). Ahora aún después de un mes y pico, seguimos teniendo botes de mermelada en la nevera que harían que incluso Obelix cogiera aversión a la comida, y que me ha recordado a una escena de mis pelis favoritas a la que siempre hago referencia por la cantidad de puntos graciosos:

En definitiva, esto de las granjas ha sido una de las mejores ideas que he visto desde que estamos aquí. Y por tanto creo que asería una idea estupenda para las vendimias, recogidas de aceituna, almendruco, patata y demás actividades campestres que tanta lata dan a las segundas y terceras generaciones de familias con tierras. Yo lo dejo ahí, una idea al aire. Si alguien se da por aludido y la coge…que cuente conmigo para empezar la lista de precios. !A mí me parece una ideaca!

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O «mummy duck strikes back», que queda mucho más molón. Después de un año en el laboratorio dundiano ha llegado el momento de retomar frases pasadas y demostrar mis encantos con un nuevo patito, mi primer patito como postdoc en el extranjero.

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Durante la tesis ya me tocó hacerme cargo de unos cuantos pobres estudiantes que llegaban temerosos y a ráfagas al 1.4.1. Con todos ellos me tocó pasar por los protocolarios momentos de enseñanza primaria con los temas estrella: pipeta, campana, tubo, matraz, bote. Algunos de estos patitos llegaron a convertirse en auténticos compañeros de batalla, otros…pasaron a la historia. Y bueno, es verdad que ver que cuando ves que la gente sigue adelante en parte gracias a las cuatro cosillas que les has enseñado…te hace sentir bien.  Eso sin contar claro está, con los momentos de morderse la lengua por la desesperación haciendo cuentas o los momentos de tensión total ante la incertidumbre de salir todos volando por los aires por usar unas prácticas poco ortodoxas. Todos esos momentos no tienen desperdicio y son los que luego pasado el tiempo recuerdas con más cariño.

En mi caso, el término mamá pato nació cuando en uno de esos veranos, no uno, ni dos, ni tres, sino tres estudiantes entraron a la vez en el laboratorio como si no hubiera otra cosa que hacer durante el verano que ir a meterse en un cuchitril lleno de aparatejos de destrucción masiva a pasar el tiempo. Esta vez, y ante la saturación mental que me producía aquella situación, decidí que por aquello de no perder mucho tiempo e ir uno por uno y ya que no me quedaba otra que hacerlo, enseñarles las cosas básicas del centro  y a comenzar a trabajar en cultivos a todos a la vez.  De ahí que los paseos por todo el IIB suscitaran las risitas del personal y se me acabara conociendo con ese nombre o asociándome a la pegadiza canción infantil. 

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Ahora ha llegado el momento de escribir un nuevo capítulo en mi curriculum docente. A partir del lunes tendré una estudiante griega durante 4 meses. Por un lado me hace ilusión, pero por otro también tengo la presión de no poder quedar mal, así que me parece que estos días me voy a pegar unas buenas sesiones de estudio para que no me pille desprevenido y tenga que salirme por la tangente y hablarle de fútbol (estrategia que sin duda seguiré si veo que la cosa se pone chunga). Además esta vez tiene el detallito extra de que ya no puedo pasarle el marrón al jefe si veo que la cosa se complica o si no se que hacer, así que espero saber demostrar mi digievolución y estar a la altura. Una cosa de la que me alegro es que este primer estudiante no sea británico. No es que no confíe en mis conocimientos de inglés nivel Shakespeare, pero sí es cierto que relaja un poco más saber que puedes utilizar un acento más mediterráneo a la hora de comunicarte.

Así pues, ya iré contando mis nuevas experiencias de mamá pato. Espero que me de para tantas batallitas como las anteriores, por que si es así esperaré impacientemente la llegada del siguiente patito…

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La historia que os voy a contar a continuación no tiene desperdicio. Está repleta de moralejas, consejos, experiencias y un sin fin de decisiones poco meditadas que seguro me servirán para el futuro. Pero antes de empezar simplemente deciros lo más importante: Nunca, nunca, nunca hagais un viaje a Escocia sin reservar un sitio para dormir. Un fin de semana de desconexión se puede convertir en una aventura agotadora. Y creedme,  no mola nada.

Comenzamos el fin de semana con la intención de conocer la zona de la costa al norte de Aberdeen, las comarcas de Aberdeenshire y Moray. Salimos algo más tarde de lo esperado por culpa de una máquina evaporadora maldita que volvió a hacer de las suyas cuando teníamos prisa, pero una vez solucionado el asunto nos pusimos en marcha hacia una región aún desconocida para nosotros.

450px-Scotland_Administrative_Map_2009Nuestra primera parada fue en Fraserburgh, un pueblecito pesquero que se encuentra al igual que los baños en los restaurantes, al fondo a la derecha. Mi consejo como escocés adoptivo es que si estais planeando hacer una ruta por estas tierras…os olvideis de este sitio. Tiene un faro muy viejo muy molón pero el pueblo está más muerto que una ciudad de The Walking Dead. Por miedo a encontrarnos zombies enfuerecidos no nos detuvimos mucho y seguimos bordeando la costa hacia Moray en pos de un destino mejor.

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Por el camino descubrí la auténtica debilidad de Marta: los corderitos. Es una cosa que no sabía y que le encanta. Es verlos y se le cambia la voz y agita las manos de una manera muy extraña. Y desde luego, no es que hubiera pocos. Aunque yo sólo pensaba en la cantidad de chuletillas de cordero que podían salir de esos bichejos, a Marta esto le rompía el corazón e hizo que se convirtiera en un tema tabú del viaje. Y es que las muy guarronas de las ovejas deben andar en momento reproductivo, y a estas alturas del año toda oveja escocesa tiene dos corderitos que no se levantan un palmo del suelo al lado de ella. Mi pregunta es, ¿todas las ovejas paren gemelos?, ¿comen Petit-suisse? Otra pregunta que lanzo al aire es si las ovejas negras paren en otro momento del año diferente a las blancas, por que después de pasar por muchos prados y hacer una estadística al rollo «cuenta la´vieja«, mi conclusión es que las ovejas negras no tienen tantas crías como las blancas. ¿Por qué será? Dudas biológicas ovejiles asolan mi mente esta noche…

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Hizimos una parada intermedia en Banff, otro sitio de la geografía escocesa completamente desconocido y a mi parecer otro sitio completamente prescindible. Lo siento por los Banff-ianos, pero lo único memorable que tiene este sitio a parte de la zona de la playa, es el Castle Bar, su bar de borrachillos locales que cantan con pasión grandes exitos de los Boyzone mientras toman Bacardí con Coca-Cola. Esto me lleva a otro dato de interés: los borrachos escoceses no toman whisky, se pillan el trozaco padre a base de Bacardi blanco. Flipa.

Y a partir de aquí se desató el apocalipsis que dió, ahora si lo puedo adelantar, con nuestros cuerpos en Dundee a las 5:30 de la mañana. Tras dar un paseito por la playa de Cullen, sitio que merece más la pena que los anteriores, y tener una conversación acerca de los distintos términos para decir «puerto» en inglés, decidimos irnos hasta Elgin y pasar allí la noche. Nuestra sopresa al llegar fue ver que todos los B&B estaban llenos, no nos cogían el teléfono o no nos abrían la puerta. Sin alarmarnos mucho nos pusimos a buscar un hotel, con la sorpresa de que tampoco había disponibilidad en ninguno de ellos. Fue uno de los recepcionistas el que nos dijo que como era fin de semana de Bank Holiday estaba todo bastante lleno. Su consejo fue que nos fueramos hacia Inverness y buscáramos algo por el camino. Ese era el plan que teníamos para el día siguiente, así que tampoco supuso un gran trauma, y al menos parecía claro que encontraríamos algún sitio donde quedarnos. Ahora ya sabeis que el final no fue así.

Por no hacer muy largo todo lo que pasó, lo resumiré diciendo que no hubo forma humana de encontrar un sitio para dormir en toda la zona. Todo Inverness estaba lleno, desde los albergues más baratos hasta el hotel de mayor lujo de la ciudad. Y yo me pregunto, ¿cuál es la capacidad hostelera de una ciudad que vive basicamente del turismo y que no es capaz de tener plazas libres en NINGÚN sitio el primer fin de semana de Mayo? Nuestros ojos no daban crédito cuando llamada tras llamada, albergue tras albergue y hotel tras hotel la respuesta era la misma: «sorry, but is not possible» o lo que es lo mismo «lo siento, peinaos». No sólo en Inverness, sino en todos las ciudades de los alrededores, Nairn, Tomatin, Avoch, alrededores del Lago Ness… Esto nos dejaba dos opciones: dormir en el coche o volvernos a casa.

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Eran más de las 2 de la mañana cuando salíamos de preguntar del último hotel. Con el cerebro frito y con ganas de zambullirme en el Lago Ness para no salir jamás tomamos la aún no se si buena o mala decisión de volvernos a casa. Más de 200 kilómetros para, durante 3 horas de viaje atravesando las Highlands, poder terminar este día de excursión que se acabó convirtiendo en una pesadilla.

En nuestra odisea de vuelta a casa nos encontramos primero con un ciervo por la carretera que casi nos mata del susto. Después, según nos adentramos en las Highlands pasamos un tramo de lluvia y niebla como si estuvieramos pasando el paso de Caradhras,  tras lo cual decidimos parar a descansar un rato en un layby de la carretera. En Escocia, una vez has pasado Perth ya no hay gasolineras, áreas de descanso u hoteles de carretera donde parar. En cambio, cada pocas millas existen pequeñas zonas donde los camioneros aparcan y pasan la noche, los famosos layby estos que os cuento. Y ahí estuvimos nosotros, tirados cual colilla casi a las 4 de la mañana en algún lugar perdido en mitad de las Highlands mientras los camiones meneaban el coche cada vez que pasaban por nuestro lado.

Tras esto, con las pilas algo cargadas y con Jaime Urrutia sonando en el iPod al volver a arrancar, nos pusimos de nuevo en marcha. ¡Qué barbaridad! Por suerte, a las 4 de la mañana empezó a amanecer y la última hora y media de viaje se hizo más agradable. Pasamos por un pueblo que se llama Guay, lo que nos dió para un buen rato de coñas estúpidas de estos de cuando la cabeza ya no te da para más (aunque de guay el tema no tenía nada) y hacia eso de las 5:30 estábamos metiéndonos finalmente en la cama. Un voltio más que considerable para lo que iba a ser un fin de semana de desconexión. Creo que a parte de las 24 horas de Le Mans, también se podría incluir esta como una de las grandes rutas.

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Ahora a toro pasado, ha pasado a convertirse en una anécdota más de toda esta aventura, pero realmente la noche tuvo telita marinera. No se si las decisiones fueron las correctas o si nos dejamos llevar por la locura del momento. Pero insisto, aún pareciendo que creais que viajais a un país civilizado que vive del turismo, no lo es. Serán una super-potencia mundial pero lo del alojamiento hotelero no es su fuerte, lo que hace los planes improvisados no sean para nada la mejor opción. Asi que a menos que tengais un aire aventurero a lo David Livingstone…no salgais de casa en Escocia sin tener claro donde vais a acabar ese día o como decía aquella canción de Celtas Cortos…puede ser «el comienzo de una triste historia en el que el protagonista eres simplemente tú».