Archivos para las entradas con etiqueta: fish and chips

He decidido ponerle este título a la entrada echando cuentas  de lo que ha sido la última visita que hemos tenido y que me hizo acordarme  de la película pastelona esa de nombre similar. No se que es lo que tienen los dígitos, fechas y estadísticas que me vuelven tan loco. Aparte de llevar el control de lo que gastamos de luz, de cada cuanto tenemos que recargar el teléfono de invitados y de cuantos kilómetros –perdón, millas– le hemos hecho al coche, en mi cerebro todavía queda hueco para recordar una y cada una de las visitas que hemos tenido en estos casi dos años que llevamos en Dundee ya. Y es que con esta han sido ya diez veces las que hemos sacado a relucir nuestras habilidades hospedadoras, que esperemos que hayan sido de agrado del personal. Aprovecho la ocasión para recordar a los perezosos que al contrario de lo que decía Madonna «el tiempo pasa, rapidito».

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En esta ocasión, he tenido la oportunidad de tener a la familia real al completo, con hermana y todo. Para ella era la primera toma de contacto con el mundo dundonian, y para mi todo un honor. Los preparativos no fueron muy complicados, una vez que solucionamos el tema del colchón para recrear una tercera habitación y de conseguir apañármelas para dejar a las células contentas para poder cogerme la semana de vacaciones, todos los ruegos y plegarias antes de su llegada iban dirigidos a que las nubes nos dieran una tregua de unos días y nos dejaran movernos y no tener que recurrir a estar bajo techo de pinta en pinta. No es que no quisiera darles una imagen equivocada de lo que es Escocia y sus nubarrones, pero queda un poco feo el que vengan a verte en verano aposta y estar debajo del nublo todo el rato. Vamos, que como que no mola.

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Por ideas y planes no íbamos cortos. Cada día tenía incorporado un plan B y un plan C, por los imprevistos que pudieran ocurrir. Pero incluso para mi sorpresa, hemos podido ir a casi todos los sitios que tenía planeado y que cumplían con la norma de estar a una hora de Dundee excepto la excursión estrella, la visita a la isla de Skye. Los turistas se portaron muy bien y se quejaron poco de ir embutidos como sardinas en lata en la parte de atrás del pobre Almera, al que también hay que agradecer su servicio y el haberse portado como un toro sin quejarse durante los 9 días que le tuvimos trotando por la campiña escocesa y al que le han caído la nada despreciable cifra de 1500 millas. Ahí es ná.

Haré un breve resumen de lo que han sido estos días, para que cuando pase tiempo y se me empiecen a amontonar los datos, me sirva como pequeño recordatorio del viaje. Lo haré a grandes pinceladas para no extenderme mucho, así que si no sois los aludidos podéis saltaros esta parte por que igual os resulta igual de interesante que el España-Australia del lunes.

Sábado 7: BBQ en Tentsmuir Forest y concierto en la catedral de St.Paul 

He comprendido que a mi madre le gusta hacer la peonza en la playa y que mi padre se ha declarado un enamorado de las barbacoas portátiles, es un secreto a voces que un negocio revolotea en su cabeza. Además de esto, momento histórico el del choque cultural al tirarse al cuello de los indios para darles dos besos como dos soles casi desata un conflicto diplomático. Por lo demás, bien. Por la tarde, en la catedral de St. Paul, comprendí que las clases de inglés del ayuntamiento deben ser más útiles de lo que su nombre sugiere, mi padre se leyó de cabo a rabo el programa del concierto. ¿Aburrido? No lo se, pero daba el pego de que le estaba gustando. Mi hermana, también presente, desgastaba la pantalla tactil de su teléfonolisto.

Domingo 8: Isla de May y St Andrews

El tiempo escocés es una mierda, sí, una mierda. Si no te gusta espera media hora, el verano es el día favorito de los esoceses…un montón de dichos y una sola realidad: puede llover, hacer sol y estar nublado al mismo tiempo. Otro momento a recalcar es que los estérnidos son peor que los pájaros de Hitchcock y que cuando se cabrean se cagan en tu boca, así de claro. Y los frailecillos… ains, benditos puffins. Si nos dejan un rato más acabamos como Tom Hanks en Náufrago — al menos hasta que se acabara la batería de la cámara. Más tarde, ya en St Andrews asumimos los helados se toman antes de cenar y a mi padre le gustan las ostras y los mejillones pero no el sushi por que es pescado crudo. ¿Sentido? Ninguno, pero así es él.

Lunes 9: Glasgow

En Glasgow llueve día sí, día también y las escocesas no llevan paraguas, corroborado. Nos resulta un tanto hostil y se hace patente de que a pesar de que tiene un montón de tiendas cucas y molonas, no nos gusta. Hay algo turbio en su ambiente que no nos hace que la cojamos cariño. El metro parece de juguete y mi madre tiene tintes racistas y discriminatorios por su tamaño y la manera en la que los conductores cierran las puertas. La universidad en cambio, si que nos gustó. Muy inspiradora, así que usamos sus baños. Estaban limpios.

Martes 10: Castillo de Dunnotar y Glen Clova

El verano existe, puedo llevar pantalones cortos un rato. Mi madre se siente como las de Arriba y Abajo y mi hermana se hace más selfies que Miley Cyrus en un concierto de los Ramones. El castillo resulta inspirador pero casi no entramos por falta de monedas. A la hora de comer, casi dejamos al establecimiento sin provisiones y al carrito de los postres sin ruedas. Matamos por encontrar un buzón, el servicio de correos del Reino Unido echa humo. En el Glen Clova primera gran cagada, me equivoco de ruta y no llegamos a la maldita cascada. Esto provoca un estado de flojera el cual aún no he encontrado explicación. No podemos tomar café con nubes por que en este país las cafeteras cierran a las cinco. Cosas que pasan.

Miércoles 11: Destileria de Edradour, Pitlochry,  The Hermitage y celebración de cumple en Auchmithie

Descubro con alegría que mi padre puede correr. Si hay whisky y la visita ha empezado, pone su mejor ritmo incluso cuesta arriba. Mi hermana dice que le gusta pero es mentira. Cumple 25, va de chula, pero se le siguen dando la vuelta los ojos cada vez que le da un trago. El Hermitage nos trae paz, nos molan las cascadas y creo que empieza a crecer la idea de que vivir en Escocia mola. La ceremonia pasa por un momento de tensión umbilical en el momento en el que el salmón está en un estado que no sabemos si es el correcto. En lonchas o en lomo, en ensalada o en almibar, ahumado o fermentado. ¿El huevo o la gallina? No, señor. Dígame como está el salmón y moveré el mundo.

Jueves 12: Edimburgo

Vuelta a los orígenes. Algo tiene esta ciudad, pero si les llevo aquí no fallo. El cañonazo de la una en punto sigue siendo algo emocionante, el bocadillo de cerdo algo para lo que partirse de risa y la comida india un nuevo descubrimiento: no da gases. Comer con zumos en vez de con cerveza conlleva poner caras similares a las del hombre de las cavernas con el descubrimiento de la rueda. Los documentales de La 2 tendrían para rato con nosotros. Nos molan los palacios en los que hay camas con cortinas, pero nos recuerdan al palacio de Aranjuez. ¿Quedarán rincones de Edimburgo que no hayan pisado? Lo dudo, pero les da igual. Nos gusta Edimburgo, Glasgow KK.

Viernes 13: Dundee y Fort Augsutus

Dundee, ese gran desconocido. Me recalcan varias veces que la mantequilla aquí es buenísima, no repite nada. Aún así pretendemos tomar un Scottish breakfast pero se nos junta el desayuno con la comida. Llevan 7 días aquí pero la adaptación sigue siendo complicada. Mi madre se compra un chubasquero que se podría ver desde otra galaxia, pero ella va tan pichi. Hacemos pisitos y caquitas de órdenes de magnitud incomprensibles y partimos hacia Skye. Por el camino descubrimos un hotel en principio abandonado pero que resulta ser la cuna de las «gorditas» del fish and chips. En Fort Augustus tienen su primera experiencia vital con un B&B. Cuantas cosas estamos aprendiendo en este viaje.

Sábado 14: Castillos de Urquhart y Elian Donan. Skye y playa de coral de Dunvegan

Por fin el lago Ness. Llevamos ya casi mil millas, tres viajes a Escocia y es la primera vez que ven el lago Ness. No encuentran al monstruo, pero el día brumoso en el castillo de Urquhart hace que hasta te lo puedas imaginar. No les decepciona tanto como pensaba, será que se lo había pintado muy mal. No encontramos a Sean Connery en el castillo de Eilean Donan haciendo el Inmortal pero a mi madre le encantan sus cocinas, son una maravilla según ella. En Skye empieza la fiebre del cordero, creo que nos gustan tanto o más que los puffins. La playa de coral es como una experiencia religiosa de Enrique Iglesias, pero nos da hambre. Arde Troya, no hay más que un bar de locales y un restaurante que resiste al invasor extranjero. Nos hacemos con el, llenamos el buche. Estamos salvados. Celebración tardía en la posada de los 100 whiskys. O nos vamos a la cama o acabamos con el esofago como para hacer cinturones.

Domingo 15: Vuelta a Skye, palizón de vuelta y fin de fiesta

Este desayuno está mejor que el anterior. Repetiremos esto a lo largo del día, tanto como lo harán los haggis en nuestro tubo digestivo. Skye nos ofrece hoy más corderos, el faro de Neist Point, y vueltas y vueltas a la isla….Vacas que se ponen en fila, corderos que parecen posar para ser retratados. Nos da pena marcharnos, mi madre y mi hermana sueltan un «Ooooooooooh» al cruzar el puente que podía recordar al grito de William Wallace al darse cuenta de que su querida había…. no lo diré, soy un spoiler free. La vuelta en coche nos deja echos un siete, pero estamos en la cama antes de las 12, que sino Marta se convierte en Gremlin y a ver quien la aguanta. Acaba la fiesta.


Como he dicho antes, para esta entrada he decidido ser algo más telegráfico. He supuesto que a nadie le iba a importar un carajo lo que contara y que probablemente sólo fuera a echarle un vistazo a las imágenes, así que he decidido ahorrarme la molestia de novelar el viaje. Además, como me pusiera a ello probablemente tuviera que escribir el «¿estás bien?» como un millón y medio de veces y como que no es plan de eso.

Así que aquí acabo el resumen a estos días. Debo ser masoquista, por que aunque nos lo hemos pasado muy bien mejor me lo estoy pasando ahora volviendo a la rutina. No me voy a quejar de el tener vacaciones, pero que caos el de desconectar y tener que volver a reconectar. Me gustan las visitas, ya lo he dicho otras veces. Espero con impaciencia la siguiente que aunque seguro que no será tan intensa por que ya me quedo con sitios a los que ir, seguro que estará llena de coletillas y momentos interesantes que recordar hasta la posteridad.

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Soy un poeta, lo se. Lo llevo dentro, la rima fácil y yo somos uno. ¿Para que voy a comerme el tarro buscando un título sofisticado? No, no, de eso nada. Las neuronas están ahí para algo, y el blog…para lo que surja. Lo malo de tener este cerebro tan privilegiado que es capaz de encontrar figuras literarias tan retorcidas es que luego mis seguidores guiris no se enteran y me preguntan que que carajo escribo, pero bueno, que al menos se entretengan mirando las fotos. Yo, a lo mio.

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La crisis, la diáspora juvenil del siglo XXI o el mal funcionamiento de la cisterna del váter de casa han acabado provocando que tanto mi hermana como yo hayamos terminando  abandonando la ribera del gran río Manzanares — espero que momentáneamente — y buscado cobijo en otras corrientes de agua: el Tay y el Tiber. No han sido pocas las experiencias a lo largo de mi querido Tay durante este tiempo, pero hoy, y como algo excepcional voy a hacer como las ocas del Juego de la Oca — el tablero, no las del programa de Emilio Aragón — y contaros mi «visitilla+reencuentro familiar» por las orillas del legendario río Tiber.

 

Roma no se hizo en un día, eso está claro. Hasta antes de este fin de semana yo ya había estado allí en tres ocasiones y pensaba que pocos cascotes del siglo del picor debían permanecer sin ser reconocidos por mis ojos. Pero estaba muy equivocado, después de dos intensos días de «pateo» en los que casi tenemos que amputar las extremidades inferiores a nuestros progenitores he descubierto una Roma desconocida para mí. Creo que a esto es a lo que deben referirse por ciudad eterna. Cada vez que vas, aparecen cosas nuevas.

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Por que todo el mundo sabe que Roma fue fundada sobre siete colinas, pero eso es un bulo para atraer turistas. Roma debe tener al menos diecisiete, por que no puede ser posible que dos días después siga teniendo los gemelos montados. La cuestión es que vista desde las alturas y bajo un paraguas — por que tuve la suerte de traerme las nubes escocesas pinchadas en un palo — la ciudad no parece tan grande, pero recorrerla de punta a punta hace que hasta los autobuses te manden mensajes subliminales sobre tu futuro y que carteles de estacionamiento limitado aparezcan misteriosamente sobre la cabeza de tu padre cuando este encontraba un reposadero donde caer derrotado. A Roma sin ninguna duda, hay que ir bien entrenado si no quieres perecer en el intento.

Pero no me voy a quejar. De lo mejorcito que se puede encontrar en Roma y en Italia en general es la comida. Es lo único que los romanos se olvidaron de dejar por la pérfida Albión. No está claro aún si consiguieron o no llegar hasta Dundee, pero durante su visita construyeron un par de muros y dieron ideas para escribir libros más gordos que el Collins, pero se olvidaron de dejar las costumbres gastronómicas. Un pequeño detalle que no les perdonaré jamás, que poca consideración el dejarnos abandonados a nuestra suerte con el fish and chips. Pero que placer el andar por Roma –con cuidado de no pisar turistas– y mirar para un lado y ver un pedrolo y mirar para el otro y mirar un escaparate lleno de mortadela, pizza, tiramisú. ¡¡¡si hasta las farolas te incitan a mover el carrillo!!!

La peor parte de los viajes ya se sabe, es lo cansino que es el viaje en si mismo. Tras dos días intensos de turisteo tuve que remontar el Tiber y dejar atras sus alocadas calles con poco tráfico y conductores educados para retornar al Tay, más grande y tranquilo pero con poca piedra que mirar por que por aquí todo está verde y resbaladizo. Lo mejor ha sido ver que el ganado sigue controlado y aunque sea durante poco tiempo, podamos tenernos los caretos controlados. ¡A por la siguiente!

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O como dirían por aquí: cuando estés en Escocia, haz lo que hagan los escoceses: el bruto. Esta frase no hay que tomársela al pie de la letra a no ser que quieras acabar realmente mal, pero si es cierto que hay una serie de cosas que no pueden faltar en la lista de «to do».  En el episodio de hoy hablaremos de… mi primer partido de rugby. Como espectador, claro está.


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Hace ya un par de semanas, fuimos al estadio de Murrayfield, en Edimburgo, a ver un partido de rugby. Es verdad que se trataba de un partido amistoso, pero estuvo bien para hacerse a la idea de como es el ambiente y meterse en el mundillo este que dicen que es de deporte de bestias jugado por caballeros. Y digo yo que… un culo. Los que juegan son bestias y los que animan también, al menos aquí en Escocia. Desde el momento que entramos al estadio ya se respiraba un ambiente…embrutecido. Veinte puestos de salchichas, veinte de fish and chips y una gran carpa donde la cola para comprar cerveza podía dar la vuelta al estadio entero. Se respiraba grasa y testosterona a raudales en el ambiente. Y ya digo que el partido no era más relevante que un amistoso de la temporada otoñal ni nada más ni nada menos que contra Japón. Sí, todo el mundo se pregunta lo mismo, ¿Japón juega al rugby? Pues sí amigos, no hace falta tener mucho conocimiento de este deporte para darse cuenta que son muy malos, pero que ellos lo intentan. Además, la ley Bosman no se como funcionará en el rugby, pero a pesar de mi incipiente miopía, detrás de mis lupos de Rompetechos era capaz de intuir un par de hombretones rubios y otro un poco más moreno de la cuenta para ser japones. Vamos, que deben tener un amplio departamento de recursos humanos reclutando ex-convictos australianos que quieran pasar el resto de sus carreras deportivas representando a Japón. Aún así… sinceramente, creo que deben mejorar.

Es muy curioso ver como en ocasiones ocurren cosas muy extrañas. Será casualidad o no, pero las dos únicas veces que he ido a ver un evento deportivo en Escocia han sido un partido de fútbol de la selección española contra Japón y este de rugby…contra Japón también. No se, los nipones deben de tener algo que me atrae. La próxima vez voy a probar con un partido de petanca o de curling a ver si se cumple la norma de que me salen los japoneses cada vez que voy a ver algo.  

Esta vez en cambio, el ambiente fue espectacular, de eso no hay duda. Aquí les tira lo patrio, y el partido sirve de excusa para sacar a relucir todo el sentimiento que llevan dentro. Es un espectáculo. Banda de música, desfile, himno, fuegos artificiales, cañonazo, un speaker que se cree su trabajo no como el del Bernabeu… en fin, todo un evento para una tarde de domingo helada–tal y como diría Amaral.

El resultado del partido era un poco lo de menos, la idea era intentar pillar las reglas lo más rápido posible sin tener que recurrir a dar un codazo a mis compañeros de laboratorio para que me explicaran lo que había pasado. Lo del tema de los ensayos y las transoformaciones iba bien, pero las faltas, las melés…me quedaban un poco grandes. Por ese motivo decidí dedicarme a emular a los escoceses que tenía alrededor y gritar Scotland con mi mejor acento dundonian. No puedo reproducir el sonido gutural que salía desde lo más profundo de mi ser, pero al final quedaba algo así como: !!!Sh-co-u-lan!!! Quizá el video que mejor represente las dificultades del acento escocés es el de dos escoceses en un ascensor. Todo un ejemplo para los aprendices del momento y unas carcajas sin límite cuando el marcador al descanso era de 11 – 3 a favor de Escocia. Prestad atención al vídeo:

Finalmente ocurrió lo esperable, una paliza. A mí no, a los japoneses. Escocia se vino arriba, y aunque Japón se dedicó a dar cera y pulir cera durante la segunda parte, un rubiales escocés que era el terror de las nenas salió desde el banquillo — mejor dicho desde la bici estática donde esperan los suplentes–, y la lió parda. 42-17 en el luminoso y un gran desgaste de energía. Era tal liberación que Mel se habría quedado corto a mi lado gritando libertad. Me ha gustado esto del rugby, voy a ver si estudio un poco viendo los partidos de los domingos por la tele y para el año que viene me saco una entrada para el Seis Naciones contra Inglaterra o algo así. Todo se andará, por que para eso…hay que ir bien entrenado.

Kikiriki, ey buenos días, cua cua cua vais a tener, mu mu mu, en esta granja, cuantas cosas podrás hacer. Guau guau guau guau es de Playmobil, apréndetelo bien. ¿Es la granja de Playmobil? Sí, ¡aquí es!

Esta es una entrada anacrónica, que no va de animales pero sí de granjas y que me ha recordado a la canción más satánica de mi infancia, la cual que repetía una y otra vez durante incontables navidades. Esta entrada la tenía entre las pendientes en el cajón de las historias sin contar, mayormente por la explosión masiva de planes durante este último mes que me ha tenido apartado del teclado más tiempo del deseado. Pero una ligera amenaza en forma de frase inocente lanzada al aire me ha hecho percatarme de que ya era momento de contarla. Voy allá.

Es conocida la afición británica a las berries. Seguramente si me preguntaran cual es el producto de la tierra más abundante en este país diría que aparte del rebozado del fish and chips estarían la cebada y los frutos rojos. Hay tanta variedad de estos últimos que ni soy capaz de traducir al castellano la infinidad de tipos que existen: además de las famosas fresas de toda la vida (strawberries) hay blackberries, raspberries, blueberries, cloudberries, boysenberries, marionberries, cranberries, bearberries e incluso unas locales llamadas tayberries. Como veis, yo siempre haciendo publicidad de mi río haciendo como  dicen en Amsterdamsupport your local dealer.

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Pues bien, una cosa que nos ha fascinado es que por la campiña escocesa existen numerosas granjas desperdigadas a las que puedes ir a recoger todos estos frutos. Algunas son bastante grandes y están llenas de politúneles enormes y otras son más pequeñas con unos cuantos arbustos que perteneces a unos particulares y no saben que hacer con la cantidad de bolitas de colores que crecen sin control. Y la verdad es que la recolección es una actividad la mar de bucólica. Tu llegas allí, coges una cestita…y ale, a pasar el día recociéndote de calor debajo de un plástico y esquivando moscas resoplando como una vaca peluda de las Highlands. Esta actividad se acaba convirtiendo en algo adictivo que incluso tiene un puntito de competitividad que la hace más interesante. Empiezas cogiendo fresitas una a una…y acabas haciendo como en los meaderos de tíos, mirando de reojillo las cestitas de los demás para ver quien tiene la cestita más llena con las fresitas más grandes (siento la expresividad del ejemplo).

Y la pregunta obvia es, ¿qué se hace con tanta fruta? Pues efectivamente es una gran pregunta. Las dimensiones de los frigoríficos escoceses es habitualmente la de un hobbit cortado por la mitad, vamos que no da para mucho. Así que o tienes muchos amigos y haces como con los Donettes y sacas  las berries y te salen por todas partes… o haces mermelada. Aquí es donde yo hábilmente decidí salirme por la tangente y dejar que Marta investigara alegremente con el azúcar y los fogones, y fantaseara con ser como Panoramix nuestro druida. Y fue una decisión acertada. Ahora me parece que esta casa empieza a parecerse a la de Arguiñano. Yo me he quedado como Karlos, atrapado por la tortilla y las croquetas, y a Marta le ha salido la vena de Eva y se desenvuelve con los postres…con mermelada, claro está.

Sus especialidades hasta el momento son las de fresa y la de arándanos, muy recomendables a la hora de desayunar si venís de visita (guiño, guiño). Ahora aún después de un mes y pico, seguimos teniendo botes de mermelada en la nevera que harían que incluso Obelix cogiera aversión a la comida, y que me ha recordado a una escena de mis pelis favoritas a la que siempre hago referencia por la cantidad de puntos graciosos:

En definitiva, esto de las granjas ha sido una de las mejores ideas que he visto desde que estamos aquí. Y por tanto creo que asería una idea estupenda para las vendimias, recogidas de aceituna, almendruco, patata y demás actividades campestres que tanta lata dan a las segundas y terceras generaciones de familias con tierras. Yo lo dejo ahí, una idea al aire. Si alguien se da por aludido y la coge…que cuente conmigo para empezar la lista de precios. !A mí me parece una ideaca!

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Hay que estar bien nutrido para sobrellevar la humedad de estas tierras, y puedo asegurar que estoy dando lo mejor de mi para cumplir esto a raja tabla. En alguna que otra ocasión ya he hablado de alimentos saludables y típicos de estas tierras entre los que están el fish and chips, el black pudding o los haggis. Pero ayer descubrí otro aún desconocido para mi: los stovies. Un plato a tope de calórico que se prepara con patata, cebolla y ternera principalmente y que en esencia es un estofado de toda la vida que se sirve caliente y acompañado de una torta de avena que alimenta a un regimiento.

Ayer estuvimos en los Highland Games de Braemar, los más famosos de Escocia y que suponen el final de las vacaciones de su majestad la tía Isabel y familiares. Aunque ya habíamos tenido una experiencia previa en esto de ver a hombres fornidos tirando cosas pesadas lo más lejos posible (ver Highland Games: Una experiencia vital), nos apetecía ir a ver estos por que prometía ser una experiencia de otro nivel. Además tenía el aliciente de poder hacerle unas fotillos a la realeza para poder enseñárselas a mi madre y a mi abuela que bien seguro que lo habrían disfrutado. Desde luego me acordé mucho de ellas y me puse a lo loco cual paparazzi persiguiendo a un famoso para poder hacerme con las mejores instantáneas. Hablando de los juegos en sí, he de decir que el escenario es más espectacular, hay mucha más gente y que los participantes son más mazizorros, pero por lo demás no se diferencian mucho unos juegos de pueblo de estos más pijillos. Yo creo que se cumple bien aquello de vistos unos vistos todos. Pero el glamour que tienen estos en los que por ejemplo puedes cotillear en directo el estar viendo al orejones cuchichear con una rubia desconocida…tiene su puntillo gracioso.

Volviendo al tema alimenticio, fue allí en Braemar donde probé los stovies mientras una gran cantidad de hombres rudos intentaban sorprender a la tía Isabel tirando troncos de dimensiones sobrenaturales. Como veía a mucho local saliendo del puesto de las hamburguesas y las salchichas con una taza humeante de la cosa rara esta, decidí hacer como los locales y apuntarme al club del estofado. Y efectivamente, como decía antes, se trata de un plato…consistente. Al principio entra fácil por que está calentito, pero al cabo del rato y antes de terminarlo ya te sientes un auténtico escocés fornido e incluso te dan ganas de saltar al campo a lanzar troncos. Eso te da más fuerza que el clembuterol en vena.

Pero como diría un compañero de batalla, para complementar una buena dieta «no tiene que haber miseria». Por eso, ayer acabé el día muy satisfecho por que por fin tuve la oportunidad de probar el zarangollo murciano o zurumbullo dundiano, como yo lo he rebautizado. Y es que como estamos rodeados de una nutrida colonia murciana que por alguna razón desconocida ve en estas tierras un buen lugar de colonización, estoy descubriendo en profundidad la dieta de la huerta murciana. Desde luego el zarangollo no desilusiona, y yo lo he he incluido junto con los stovies en el grupo de los platos imprescindibles para el duro invierno. Patata, cebolla, calabacín, ternera…todo bien revuelto y listo para alimentar a un batallón de rudos escoceses.

Al fin y al cabo, uno acaba descubriendo que aunque las culturas sean muy diferentes, cuando es en cuestiones de mover el bigote los hombres rudos buscan llenarse como se merece. Yo como siga a este paso acabo tirando troncos en menos que canta un gallo y me monto un puesto ambulante de stovies y zarangollos para la próxima temporada de Highland Games. Quien sabe, igual hemos descubierto la piedra filosofal y el COI nos da los JJOO en unos años. Total, de lo de Madrid desisto (que debo ser gafe) y voy a poner toda mi inspiración en un nuevo objetivo. Ya lo estoy viendo: «Dundee 2024, por que lo rudo nos une»