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Este año de islas va el juego. No se por que extraña razón hemos decidido que el 90% de nuestro ocio estival del 2014 vaya a ser en diferentes islas. Igual es que echamos de menos jugar a la Oca o a lo mejor es que estamos pasando más frío que un Frigo Pie en el congelador, pero el rollito de estar incomunicados del resto del continente nos ha gustado. Ya empezamos un poco el mes pasado con el viaje a la isla de Skye, pero esta vez hemos cambiado de isla: la isla de Arran. El resto de islas… serán más calurosas, pero eso es aún otra historia que aún está por llegar. Así que primero de todo, ¡Arran-quemos!

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La isla de Arran es un pegote de tierra ubicado en la costa oeste de Escocia. No es una isla muy grande –se puede recorrer facilmente en dos días en coche–, pero se la conoce como una mini-Escocia. En teoría engloba un poco de lo mejor de cada parte de esta tierra: ovejas, montañas, brezos, helechos, piedras, agua, lluvia, nubes… Pero a mi me ha parecido que más bien se trata de un resort vacacional para gente que no quiera pasar mucho calor. Tiene la posibilidad de hacer un montón de excursiones de distintos niveles de dificultad, playas de esas de las que tienes que echarle huevos, castillos, tiendecitas de queso, de velas… vamos, que lo tienen muy bien montado. Además, si te va el rollo más espiritualoide, hay un islote pequeñito enfrente de la isla que fue comprado por un monje budista hace unos años y ahora parece ser que es un reconocido centro de retiro y meditación: Holy island.

 Para empezar, para nosotros se trataba de una experiencia nueva. Sí, es una gilipollez, pero nunca habíamos metido el coche en un barco. Había vivido el ir en un barco con coches, en un barco con trenes y en un barco con gente mareada potando por la borda, pero nunca había vivido la experiencia esa de meter el coche por la proa y sacarlo por la popa como si de una digestión pesada se tratara. Y he de confesar que mi obsesión con llegar con dos horas de adelanto a los aeropuertos se extiende a los puertos marinos. Desde la salida de Dundee y sobretodo con el atasco monumental que pillamos camino de Glasgow, un hormigueo/intranquilidad rondaba por mi cuerpo: no quería llegar tarde y perder el último barco camino a Valinor, la tierra prometida. Vale, que Gandalf no iba en el barco, pero no me gusta llegar tarde a los medios de transporte, me imponen un gran respeto. Por supuesto, como era predecible, llegamos los primeros y tuvimos que hacer tiempo en un café de dudosa reputación. Era de esas típicas cafeterías en las que si entra Chicote seguro que le saca grasa hasta debajo de la caja registradora. «Pas-Arran mil años pas-Arran» hasta que se me pase esta obsesión con estos lugares. Ahora, eso sí, el fresco paseito en barco fue muy bucólico y lleno de referencias a Titanic. ¿Por qué será qué esto no me sorprende?

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 El sábado lo dedicamos a ver la mitad norte de la isla. Fue un plan más tranquilo que el del domingo, por que fuimos tranquilamente parando en todos los puntos pintorescos y gastando carrete. Una recomendación a modo de guía turístico es que para ver el castillo de Brodick lo mejor es ir antes de las 11 por qué básicamente las taquillas aún están cerradas y lo ves por la patilla. Vale que no puedes entrar dentro, pero tampoco tiene pinta de merecer mucho la pena. Ahora, los jardines son espectaculares y tienen plantitas para dejar a los alérgicos al polen para crecer gladiolos. La destilería de Lochranza también está simpática, más que nada por que yo creo que debe ser la más nueva de toda Escocia. Y oye, después de que has estado en la de más altitud, en la más pequeña o en la más recóndita… pues sumar a la lista la de más reciente inauguración es un punto positivo para la vida del escocés de adopción. Y también destacar que Arran, al igual que el resto de Escocia, también tiene piedras. Estas no son pictas por que aquí los salvajes esos no llegaron, pero también son del año del picor y recuerdan inevitablemente a Panoramix nuestro druida y a Obelix y su cantera de menhires

 


El domingo tocó algo más de aventura. Un fallo de cálculo sobre el mapa hizo que la inicial ruta de 2 millas se convirtiera en una de 8, y cuesta arriba. La cara de Marta era como la de Contador subiendo el Angliru,y por más que le decía que el lago de la cima estaba más allá de el quinto pino que se veía a tomar por saco, a ella esto no le motivaba nada. Menos mal que mis cantos invocadores de «cielo y tierra pas-Arran, más tus nubes no pas-Arran», mantuvo a los nubarrones lejos en la distancia durante el tiempo justo para permitirnos hacer la ruta en las mejores condiciones posibles. Lo cierto es que el esfuerzo mereció la pena, por que además de las impresionantes vistas pude meter los pies en el lago y hacerme el guay. Por la tarde hicimos otra rutita, está más sencilla, para ver unas cuevas en la costa de la parte occidental de la isla. Esta ruta ya os digo que no fue tan complicada, pero la presencia de moscas, mosquitos y moscardones que perseguían a Marta era digna del National Geographic. Yo no se que huelen en ella, pero se le acercan en auténticas manadas, lo que contribuye a que sus comentarios genocidas crezcan sin parar.

 Así que Arran-des rasgos, así fue la coronación de nuestra primera isla veraniega. Por suerte el coche no nos ha dejado tirados, por que sino el título de esta entrada habría sido «Trata de Arran-carlo», eso lo saben hasta los chinos. Pero bueno, al fin y al cabo me alegro de que eso no haya pasado por que por mucho que el título hubiera sido muy jocoso, de gracia no habría tenido nada. Y como la isla nos ha cautivado los corazones y recomendamos a todo el mundo que pueda, el ir a visitarla… ¡una estrellaza dorada que se lleva para nuestro mapa!

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El invierno escocés es igual de famoso que el verano, pero además de con mucha agua con frío. McSun aparece timidín rodeado de nubarrones, pasea a lo largo del río Tay mientras da la impresión de que lucha y lucha por levantarse cual pajarillo….inutilmente, pero al rato ya se ha vuelto a caer. Son momentos duros para él.

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Las previsiones apuntaban a que este invierno iba a ser el más terrorífico de los últimos 60 años, pero como uno ya es perro viejo en esto de la meteorología, ya imaginaba yo que no iba a ser para tanto. Es cierto que al sur de Inglaterra parece que ha llegado el diluvio universal, pero aquí, más allá del Muro la cosa ha estado más tranquila. Llover está lloviendo un huevete, pero debe ser que la esponjosidad de esta tierra y el calibre del caudal de los ríos ha mantenido a raya el agua — al menos por el momento.

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Pero este fin de semana tuvimos que poner en stand by el modo hibernación y ponernos en marcha rápidamente. McSun se había aliado con el grajo y amaneció fresco y despejado. Insisto, fresco, muy fresco. Pero soleado, bastante soleado. Agarramos un sobre de jamón, un poco de queso y unos kikos del armario del tesoro y salimos pitando hacía el Glen Clovaç. No era la primera vez que nos adentrábamos en este pintoresco paraje, pero la verdad es que es un sitio de esos a los que merece la pena ir varias veces. Durante el pasado verano estuvimos allí por primera vez, dando un buen paseo e incluso subiendo nuestro primer munro –ver Objetivo: Darle al glen por el munro–, pero esta vez hicimos una rutita a lo largo del río con la idea de juguetear un poco con la nieve.

Imagino que debido a la inesperada presencia de McSun, nieve en la zona del río no había mucha así que a falta de entretenimiento a base de bolas de nieve me dediqué a buscar cosas curiosas. Como yo de pájaros no entiendo mucho y así a simple vista confundo un águila real con una urraca ladrona, pues lo que me pareció más sorprendente fue ver que algunos de los bosques escoceses tienen un depilado perfecto. En mitad de la nada aparecen zonas boscosas perfectamente acotadas que parece que han sido puestas allí aposta.Puede que sea en parte provocado por su explotación para producir madera o también por que los ciervos y otros anímales salvajes se dedican a cargárselos, pero estos trocitos bien arbolados que quedan a lo largo del glen dan la impresión de estar perfectamente afeitados, rollo ingles brasileñas. Vistos desde la distancia tienen tal perfección geométrica, que me hace pensar que el misterio de las pirámides de Egipto se queda corto a su lado. Yo os digo  que aparte del bosque de Fangorn, no había visto una cosa así jamás.

Pero para seros sinceros tampoco perdí mucho tiempo mirando arbolitos, por que considero que una buena excursión no se concibe sin el momento del bocadillo. Sin eso ni tampoco sin su reglamentario tiempo de descanso sobre una roca de proporciones irregulares que hace que se te quede el cuerpo como una ficha de Tetris. En mi caso, desde el mismo momento que empiezo a andar se desata en mi interior una cascada de reacciones que me dan un hambre atroz. Empiezo a pensar en el bocadillo, en que llevaran los bocadillos de los demás para ver si les puedo dar un mordisco… y en como me colocaré sobre esa piedra para quedarme un rato como un lagarto al sol. Yo creo que eso es lo que me da fuerzas para andar y no pensar en lo pesadas que son las botas o en plantearme si alguien habrá hecho la gracia y me ha metido piedras en la mochila. Pero lo mejor que descubrimos durante esta excursión al Glen Clova fue fascinante: ¡un tronco ergonómicamente adaptado para echarse la siesta! Tropecientos mil años de evolución y lo más cómodo del mundo resulta ser un tronco de madera un poco doblado. Lo primero que se me pasó por la cabeza nada más verlo fue imaginarme a mi padre ahí repanchingado. Se que si le llevo de excursión, de ahí no pasa. Desde ese momento supe que en Glen Clova encontré el significado a la expresión » hacer un alto en el camino».

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Estamos de vuelta. Tras un par de semanas de larga desconexión y de repurificación en las que personalmente he recorrido la península de punta a punta, hemos regresado a nuestro Dundee adoptivo donde actualmente nos encontramos en proceso de volver a la rutina. ¿Cómo? Mejor no dar detalles por que está siendo algo lento y doloroso.

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Ante el título de la entrada parece que tuvimos problemas en aterrizar, pero nada de eso. Cierto es que la temperatura bajó de los 40ºC en Barajas a los 10ºC escasos en Edimburgo, pero dejando de lado ese nimio detalle el aterrizaje fue perfecto. Esto sorprende un poco teniendo en cuenta la cantidad de víveres que traía en mi pobre maleta de mano (Alcampo Moratalaz, Oferta verano 2012: 10€), los cuales amenazaban con destrozar el cajetín porta equipajes del avión. Menos mal que easyjet no pone limitaciones de peso en el equipaje de cabina, por que si me hubieran puesto problemas habría tenido que metamorfosearme en Belén Esteban y decirle al de seguridad aquello de que «yo por mi queso y mi chorizo, ma-to!»  Pero pensándolo friamente, creo que habiendo gente como nosotros que practica el contrabando descontrolado de ibéricos puede acabar provocando problemas de equilibrio en los aviones que lleven al caos total. No exagero, ¿eh? Yo creo que esta vez en caso de que hubiéramos necesitado las mascarillas estas no habrían podido salir de la cantidad de chorizo y queso de oveja (que no mixto) que las oprimía miserablemente.

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Y es que que cada vez que toca regresar entramos en una especie de estado de ansiedad vital en el que nos comportamos como dos personas desnutridas que no tienen acceso a ningún tipo de  alimento. Por suerte no es así, pero comparándolo con la famosa historia de Platón y su caverna a la cual he tenido acceso estas vacaciones…volver aquí, «más allá del muro», una vez has estado bajo los efectos de la buena gastronomía es darte cuenta de que está, la realidad escocesa, no es la verdadera. No hay pipas Grefusa, no hay revueltos Facundo, no hay lomo embuchado, salchichón ibérico, queso de Cabrales, lentejas de La Armuña, garbanzos de Fuentesauco, arroz de Calasparra… en fin, que la realidad cambia y aunque no se comprenda hay que venir bien aprovisionado y dar gracias a lo que o en quien cada uno crea por lo que tenemos. En ocasiones pienso que no te das cuenta de todas estas cosas hasta que no estás fuera y no tienes acceso a ello, digamos que estamos algo «encavernados» y no valoramos lo suficiente las buenas cosas que tenemos por allí abajo. Con esta reflexión, pongo punto y final al momento intelectual del día. Modo cultureta-reflexivo OFF.

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Así que volver de vacaciones supone reengancharte a tu vida paralela, esa que has dejado de lado para poner los niveles de Vitámina D hasta las cejas y que al fin y al cabo es la que te está dando de comer haggis y hamburguesas (por que por suerte y hasta el momento el ibérico corre por cuenta paterna). Pero es duro, el inglés ha vuelto a pasar a mejor vida una vez más y ya no es que tengas una bola de pelo como al volver de Navidad, es que parece que se te acalambra simplemente con pedir una triste botella de agua. Además, la gente de tu alrededor que aún no se ha ido o que hace tiempo que ha vuelto te habla de cosas que te suenan a ciencia ficción: «transfecciones», «plásmidos», «PubMed» y «Nature» entre otros palabros raros que te cuesta poner en orden en tu cabeza en la que sólo aparecen cosas poco equivalentes como «sol», «playa», «Cuore» y «Marca«. Pero bueno, poco a poco vuelves a ser tu mismo y a reencarnarte en esa persona responsable que va a solucionar todos los problemas del mundo. Según pasan las horas empiezas a despertar de ese atorrijamiento máximo que te impide incluso moverte y el mono con platillos que todos tenemos dentro empieza a desperezarse. Pero no hay que presionarle por que puede ser contraproducente. Es por eso que el aterrizaje aunque es brusco, cada uno ha de hacerlo a su ritmo. En mi caso eso quiere decir que, el primer día subiendo a la cafetería a por cuatro cafés, el segundo a por tres, el tercero a por dos, y el cuarto…bueno, de momento, mi cuarto día va a ser sábado y pretendo dormir al mono de nuevo un par de días. !Qué cada uno aterrice como pueda!

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Aprovechando la tercera semana seguida superando los 20 grados en la isla llevamos por fin a cabo el ansiado plan de sacar al guateque a campear por la campiña escocesa. Con pocas cosas planeadas, pero con mucha voluntad de pasarlo bien y muy buen rollito entre los participantes, pasamos un finde muy desestresante en los alrededores de Inveraray. La zona oeste de Escocia seguía sin estrellitas en nuestro mapa hasta ahora, pero gracias a estos dos días en los que nos hemos metido más de 600 kilómetros de árbol, lago, vaca, árbol, vaca, lago, han hecho que esta zona se vaya cubriendo también de puntitos brillantes. Y aunque el título de la entrada de hoy no viene a cuento de nada más que estuvimos allí y me pillaba la rima facil, relataré alguno de los momentos del mini viaje. Así soy yo y así me las gasto.

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Establecimos nuestro campamento base en el youth hostel de Inveraray, donde dejamos nuestro rastro nada más llegar. Unos adorables adolescentes alemanes estaban a punto de irse a la cama cuando nosotros hicimos el desembarco de la barra de salchichón, las salchichas crudas en copa, el queso para hombres, el salmón de Laia y tropecientas latas de atún entre otras cosas. Y que ansiedad da ver que todas las cosas que has comprado para sobrevivir durante todo el fin de semana empiezan a ser devoradas sin remedio y tu todavía sigues cortando el salchichón sin que a la gente le importe lo más mínimo. La planificación de la comida ya es complicada para dos durante la semana, así que para 6 fieras muertas de hambre lo es aún más. Félix Rodríguez de la Fuente lo llamaría lucha por la supervivencia, pero al final como suele pasar la mayoría de las veces lo único que sobrevive son las latas de atún, esas tristes y chorreantes perdedoras que conviven en tu mochila durante dos días y a las que no consigues dar más uso que alimentar estrellas de mar.

El sábado estuvo dedicado plenamente a salir de excursión. Tras un plan frustrado de hacer canoas por falta de apoyo popular, nos dirigimos hacia Tayvallich  donde hicimos una rutita cómoda entre helechos y otras florecillas silvestres. El peligro número uno del verano en Escocia no es ni Georgie Dann ni una gaviota con diarrea. Lo realmente peligroso son los midges, unos mosquitos minúsculos y muy puñeteros que son capaces de atravesar cualquier tejido y que no le hacen ascos a ningún tipo de color, sangre o densidad vellosa. Cuando sube la temperatura en verano y la humedad se mantiene alta estos endemoniados bichos están en su salsa. Por esa razón las zonas cercanas a los lagos o con vegetación salvaje (hierba) son como las zonas cero de su habitat. Hay que tener cuidado, por que en cuestión de minutos estás lleno de marquitas rojas y rascándote con violencia sin poder abrir la boca ni respirar, por que cualquiera de estos dos gestos supone que tragues más bichos que agua en el Tutuki Splash. En serio, en verano es imprescindible llevar un buen repelente de insectos a mano. Y el que mejor funciona es el que menos publicidad de repelente lleva, el Skin so soft. Esto es de nivel de conocimiento escocés avanzado, pero transmito mi conocimiento al mundo y lo recomiendo como objeto de primera necesidad en verano a menos que queráis ser devorados.

La ruta no tuvo poco más que alguna parada para comer cacahuetes de mono del Tesco (vaya vicio) y ponernos gorditos a la orilla del mar mientras unas vacas nos miraban amenazadoramente probablemente por que Iván nos contaba relatos de experimentado veterinario un tanto desagradables para ser la hora de comer. Tras acabar con lo poco que nos quedaba en las mochilas, tirar un humus fermentado y dar de comer los restos de atún a las estrellas de mar asesinas, diseñamos un plan maestro para deshacernos hábilmente de las vacas e ir a buscar castores por un paseo lleno de ranas. Sí, así de animalístico pasó a ser el día.

No es raro pensar que Escocia es un sitio propenso a tener castores. Está lleno de árboles y de lagos, ¿qué más necesitan? Pues bien, sorprendentemente llevan más de 400 años extinguidos por lo que actualmente hay un programa de repoblación en algunos puntos. Nosotros fuimos a parar a uno de ellos que está cerca de Tayvallich. La guía nos recomendó estar callados y tener paciencia, pero por mucho que cumplimos sus recomendaciones… ni rastro del castor. De nada servía cantar canciones de Justin Beaver (redoble de tambor por favor) o intentar contener los sonidos de algún estómago deseoso de desovar. Nada, los castores se debían estar descojonando de nosotros en alguna parte del lago fuera de nuestro rango de visión y pasamos a formar parte de la estadística esa que decía de la guía de «el 95% de las veces se ven castores en este sitio y a esta hora». Pero a falta de Justin buena fue nuestra foto de castor, vivo ejemplo de la estupidez humana que tan feliz me hace.

El día terminó en un restaurante chino en Oban, un final un tanto decadente pero muy nutritivo. Y ya el domingo fue otra historia. Por fin cumplí otra de las cosas que me propuse al llegar, ir a ver a esoceses rudos en kilt a unos Highland Games. Y eso si que es bárbaro. Tan bárbaro, que les dedicaré una entrada especialmente para ellos otro día. Hasta entonces me despido con foto de mis compañeros de guateque. ¡¡¡Espero que podamos repetir pronto y que se nos unan más guatequeros con ganas de guatequear guatequenudamente por que eso sería gatequenudo!!!

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