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El día de hoy estaba marcado en el calendario como día de carrera, día de atarse las zapatillas y trotar por el monte para hacer la conocida como «Carrera más bonita de Escocia». Pero no, el destino no quería que esto fuera así, no porque no fuera bonita sino porque no quería que corriéramos. Al más puro estilo Destino Final, un escollo tras otro iba apareciendo por nuestro camino. Al menos estamos «seguros y sonidos» como dicen los angloparlantes para poder contarlo, porque desde luego la historia no ha tenido desperdicio. Así empieza la historia de hoy, la que ha llevado a nuestros esbeltos cuerpos hasta la lejana destilería de Glenlivet. Pero vayamos por partes:

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El apuntarnos a esta carrera fue más por culpa del gancho publicitario de «la más bonita de Escocia» que por las condiciones de la carrera y la ubicación. Conducir casi tres horas por las Highlands un domingo para correr 10 kilómetros y volver por la tarde… no parece así a primeras un plan muy inteligente. Y no añado las 21 libras de la inscripción porque al menos el dinero iba destinado a una causa benéfica. El tema es que ha habido que madrugar para poder estar allí a las 10:30 para recoger el dorsal, calentar, echar la meadita de rigor y ponerse en posición de Filípides. Y es antes de empezar cuando encontramos el primero de nuestros problemas, un despertador. Tras aporrear la puerta de su casa durante quince intensos minutos que incluso han despertado a la vecina de abajo, Juanma ha aparecido cual hombre de las cavernas desorientado y despeinado culpando a su despertador de no haber sonado en el momento adecuado y haberse dormido. Este temprano contratiempo nos ha hecho perder media hora que hasta el mismísimo Willy Fog habría agradecido tener.

Eran las ocho y diez cuando estábamos saliendo de Dundee, y por delante carretera y Highlands a porrillo hasta llegar a la destilería de Glenlivet, punto de partida de la carrera. Y todo iba bien hasta el momento de iniciar el ascenso al puerto de Glenshee cuando… ¡zas!, nos hemos visto atrapados en un temporal de nieve que nos ha dejado atascados en la carretera por culpa de un policía paranoico que en vez que llamar a la máquina quitanieves ha decidido ponerse a dar vueltas arriba y abajo del puerto pegando berridos en un acento «escotish» muy poco descifrable y que ha provocado hasta las quejas de los lugareños. No es que esté dando una opinión subjetiva de lo ocurrido, conductores de diferentes coches reunidos en asamblea en mitad de la carretera han decidido que el poli del Land Rover era un impresentable. Así que mientras esperábamos a tener instrucciones de la benemérita, hemos decidido ocupar el tiempo a bolazos de nieve, ascensos suicidas por las laderas para vaciar esfínteres y obras de arte en las lunas del coche. En resumen, casi cuarenta minutos parados en mitad de la nada esperando una señal de la máxima responsabilidad civil que nunca ha llegado. Al final, tras decidir pasar del policía y deliberar si merecía la pena intentar llegar a la carrera o volver a casa, hemos decidido echar el resto e intentar llegar aunque fuera a la destilería y ahogar las penas en una barrica.

A lo loco y sin esperanza alguna de llegar — a tiempo, porque llegar íbamos a hacerlo por orgullo más tarde o más temprano — hemos coronado el puerto a las diez y cuarto y desde ahí continuado la hora que nos quedaba de camino. En un arrebato de locura, hemos contactado con el organizador de la carrera, llorado y explicado nuestras penurias y nos ha dicho que cuando llegáramos algo se podría hacer y que en principio podríamos correr. La hora estimada de llegada eran las once y cuarto, todo hacia parecer que el plan aún era posible… hasta que Iván ha decidido que daba igual a cual de los diez Glenlivet que existen por el lugar fuéramos y ha cogido el primer desvío que ha visto que llevaba literalmente a la nada más absoluta,bueno, rodeada de vacas. Mientras tanto, en ese mismo momento, Marta al más puro estilo Luis Moya, me decía que no, que no, que no, que todo iba mal y que el GPS decía que por ahí no era. Por lo tanto, ha tocado dar la vuelta, sortear las doscientas vacas, los trescientos charcos y serpentear por las carreteras de orejas nos ha quitado otros quince minutos. Al final, nos hemos plantado en la dichosa destilería a las once y media. 

La cara de los organizadores al decirles que queríamos seguir corriendo era un poema. La gente estaba empezando a llegar a la meta y los «marshalls» estaban volviendo ya a la salida y quitando los carteles. Sí, aquí a los organizadores se les llama «marshalls» que parece algo muy chulo pero básicamente son voluntarios con chalecos amarillos, ni rasto de Walker el ranger de Texas ni nada por el estilo. Pero a nosotros la ilusión de correr no nos la iba a quitar nadie, así que sorteando a familiares y coches que ya se marchaban hemos empezado nuestros diez kilómetros. En nuestros sueños estaba ese momento glorioso de empezar de coche escoba, con cuarenta minutos de retraso sobre el disparo de salida y llegar a coger a los remolones del pelotón de fusilamiento. Pero nuestro gozo en un pozo, después de un kilómetro, nos hemos perdido. Sí, así de triste. Perdidos en mitad de las Highlands, eso sí, corriendo finalmente la carrera más bonita de Escocia. 

En la mano –porque no me ha dado tiempo ni a ponérmelo– llevaba el dorsal, el 747, se presagiaba algo bueno, una carrera de altos vuelos. Pero tan en formato Boeing hemos debido tomar la salida que nos hemos puesto a correr en sentido contrario. A la altura del kilómetro 1 hemos visto unas flechas amarillas… y nada más en otros veinte minutos. Tras llevar cinco kilómetros recorridos más o menos –porque no nos ha dado tiempo a poner el GPS tampoco– hemos pensado que era muy raro no ver carteles que señalizaran la carrera. Hemos seguido un poco más hasta que hemos visto un poste con un mapa en un comedero al lado de la carretera, nos hemos parado y… efectivamente, estábamos yendo completamente en dirección contraria y ya llevábamos más de media hora corriendo. Nuestra reunión de emergencia parecía más a una película de humor que al concilio de Elrond. En un arrebato de locura hemos decidido que podíamos dar la vuelta recortando campo a través por mitad de la montaña y volver a la destilería. Pero después de dos minutos llenándonos los pies de barro alguna mente lúcida ha caído en la cuenta que habíamos tomado de nuevo el camino equivocado y que estábamos volviendo a liarla parda.  De ese modo, y tras otro palo, hemos decidido que lo más sensato era dar la vuelta, aceptar nuestra derrota y volver al punto de partida con las orejas gachas.


Así que nos hemos puesto en marcha de vuelta a la destilería aún con dorsal en mano hasta que un coche de la organización ha aparecido y se ha parado delante nuestro: «al fin os encuentro», ha debido decir en un escocés alro raruno. Nos ha preguntado que si estábamos bien, que nos estaban buscando por todos lados y que si queríamos algo de agua. Tras comprobar que dábamos muestras de vida nos ha «sugerido» que volviéramos a la destilería y que desistiéramos de cualquier intento  descabellado de hacer el recorrido completo. Vamos, venía a decirnos que en la meta nos iba a esperar una vaca peluda como hiciéramos eso. Así ha sido nuestra humillante derrota, que ha consistido en correr diez kilómetros por una carretera perdida de la mano de Dios a tres horas y pico de Dundee para no cruzar la meta y no tener medalla. Vamos, las únicas que han conseguido cruzar la meta han sido Marta y Gillian a las que los marshalls tenían fritas con los walkie-talkies buscando tres españoles y medio perdidos por los alrededores de Glenlivet. A pesar de que me he empeñado no hemos conseguido cruzar la línea de meta, ni nos han tomado el tiempo, ni hemos adelantado al último, ni nos han dado medalla. Sin embargo, como homenaje nos han dado una botellita de whisky como trofeo y reconocimiento a los vencedores de la carrera alternativa. Lo cierto es que nunca había conseguido acabar primero una carrera, aunque el resto de los cuatrocientos participantes lo han hecho en otro punto, pero eso es un detallito sin importancia que omitiré en el futuro. Lo que creo que voy a hacer es poner la botellita de whisky en mi mesilla de noche para a partir de ahora irme a la cama siempre de buen humor. Hay que ver que cosa más ridícula de día. 

Y como hay que ser siempre positifos y nunca negatifos, como en su día nos inspiró el señor Fan Gaal, lo bueno es que se ha vuelto a cumplir aquello de que «correr tiene recompensa» y nos hemos pegado un bonito manjar en Tomintoul, un pueblo con nombre de parecido razonable a alguno de los que aparecen en El Señor de los Anillos. La camarera era un sujeto peculiar que ha hablado por nosotros y ha decidido que todo estaba delicioso –que lo estaba– y  tras esto nos hemos puesto de marcha de vuelta hacia Dundee. Esta vez mucho más tranquilos, disfrutando del paisaje con mucha menos nieve y recordando las muchas anécdotas que contar mañana en el trabajo. En definitiva, un día muy completito. Esta muy bien tener de vez en cuando días de estos en los que todo lo planeado… se va al carajo.

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El título de esta entrada despertará la sonrisa de mis compañeros PADI, pero yo usaré esta vez este dicho tan repetido dentro del mundillo de los buceadores para definir en que consiste un fin de semana en el que tienes visita. Son los tres pilares en los que se basa la ley no escrita del anfitrión y además, me sirve para usar la frase en otro contexto que no sea el submarino ya que es bien conocido que el mundo de las profundidades y yo… no nos llevamos muy bien. Yo soy más bien de secarral manchego o de humedal escocés, pero al Cesar lo que es del Cesar y a Poseidón lo que es de Poseidón.

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El fin de semana anterior al deshoje de la margarita tuvimos el honor de recibir a nuestra doceava visita, mi única prima que no tiene dientes de leche: mi prima Ana. Ella es una de las grandes seguidoras de este blog, a la cual no le podía negar una entrada a modo «tarjeta de fidelidad». Conocida su afición por la historia y especialmente fanática de los sitios nórdicos con poca luz, mucho frío y con bichos abominables, parecía raro que aún no hubiéramos disfrutado de su presencia por estas tierras. Pero como dice el dicho –aparte de que por la tripa nos corren bichos– más vale tarde que nunca. Al estar en esta época del año, una de las atracciones imprescincibles fue ir a ver unos buenos Highland Games, y por que no, ya aprovechar nosotros e ir a ver unos diferentes a los que ya habíamos estado en ocasiones anteriores. En este caso nos acercamos a  Pitlochry, localidad que debe estar entre las más citadas en este blog pero todavía fruto de gran cantidad de historias. Los Highland Games son básicamente todos iguales y destacan por grupos de gaitas, niños bailando y hombres forzudos lanzando cosas pesadas, pero la gente de los pueblos de los alrededores se congrega en estos eventos como si fuera el día del patrón en un pueblo manchego cualquiera y se vive todo con la máxima ilusión. Para el turista es perfecto, ya que recopila una gran dosis de cultura escocesa concentrada. Ir a uno de estos eventos supone someterse al influjo de «Scotland the brave» –el cual sigues cantando durante los dos siguientes días– y aceptar que de algún modo esa melodía pasa a ser parte de ti y la llevas contigo a todas partes cual Donettes pero sin pringar tanto.

Al día siguiente fuimos a experimentar un poco. Aunque resulte muy agradable tener visitas a menudo, bien es cierto que ir siempre a los mismos sitios y sentirte como el 20 un día durante las vacaciones de Navidad se puede hacer bastante aburrido. Por eso esta vez decidimos ir más lejos y adentrarnos en los Cairngorms, el corazón de las Highlands en busca de laderas llenas de brezo fotografiable —que no tanto transitable por que Marta no le guarda muy buen recuerdo. Cogimos el funicular de la estación de esquí y subimos a ver el fresco paisaje escocés desde lo alto del mirador. Las vistas eran bastante impresionantes, pero lo que más nos gustó fue poder divisar un lago con playita a la que más tarde iríamos a cazar patos y a hacernos un bocata de jamón como bien tiene que ser. Pero antes de eso tuvimos sesión de documental de La 2, ya que una familia de renos apareció como de la nada en mitad de la carretera y como no, todos los turistas nos tiramos a darle rienda suelta a las tarjetas SD. La verdad es que fue bastante impresionante por que al principio pensábamos acercarnos poco por si se asustaban y al final acabamos casi dándoles de comer. Yo no se si Rudolph es tan majete como estos renos de los Cairngorms, pero desde luego estos eran la mar de enrollados. Y después de eso, ahora sí, picnic en la playa del loch Morlich y caza de patos alimentados con glutamato. Parecen tontos los patos, pero se las saben todas y en cuanto olieron el jamón y el queso… nos hicieron una encerrona cual manada de velocirraptores y se mantuvieron alerta el resto de la tarde picoteando en la arena de los alrededores a modo ceremonia pato-satánica.

¿Qué tendrán las visitas que la mayoría de las veces que viene alguien el tiempo suele ser bastante bueno? Tiene que haber algún misterio sin desvelar que explique este fenómeno tan dificil de entender. Esta vez ha vuelto a pasar que he tenido que oir aquello de «bueno, el tiempo escocés no es tan malo como dicen». Y es que claro, con esas condiciones ambientales es difícil defender la teoría de que nada más que la gente que viene de visita coge el avión de vuelta…el cielo se encapota y te devuelve la dosis de buen tiempo con un buen temporal con intereses. Así que ya sabéis, hacerme el favor de venir a vernos y así asustamos al McNubarrón por un tiempecito más.

Marcamos otra persona más en la lista, ¡gracias por venir!



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Escocia sigue teniendo lugares desconocidos para el invasor y nunca es tarde para conocerlos. Salir a hacer alguna caminata en un glen es un plan imprescindible durante esta época del año. Hay grandes bandadas de midges en cuanto te metes en alguna zona algo frondosa y poco ventilada, pero la temperatura es agradable y luz suficiente como para no tener la excusa de quedarse en la cama. Por eso hoy, junto a tres de los mayores frikis de los bichitos y de las plantitas que te puedes echar a la cara en Dundee, hemos puesto rumbo al norte a conocer el Glen Lyon.

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He de confesar que estoy aprendiendo más de estos tres individuos en nuestras salidas de campo que en dos años de zoología y botánica en la universidad. Que dominio de los bichos y de los pajaritos. Tú te encuentras mirando con precaución el camino para no tropezar y ellos ya están discutiendo de si el pajarillo que se posa en el quinto pino es un gorrión o un buitre leonado. Eso sino te les encuentras intentando coger renacuajos de un charco o de sacarles las arrugas a una libélula. Científicos de b@ta sin ninguna duda.

Por nuestra parte, Marta –a la que a partir de ahora definiré como Dora la Exploradora — y yo, pues nos hemos dedicado a disfrutar del paisaje, tomar notas de nuevas palabras en inglés y a pisar brezo, mucho brezo. La ruta que hemos hecho hoy empezaba por un camino que iba a lo largo del glen hasta llegar al Loch Rannoch, pero haciéndonos los exploradores cósmicos hemos decidido dejar el camino para las cabras y ponernos a subir montaña arriba a través del brezo aún sin florecer como si de ciervos nos tratáramos. La experiencia ha sido positiva en ciertos aspectos: buena para el estómago, por que el subir campo a través da un hambre voraz, bueno para la paciencia por que ser el amigo de Dora la Exploradora en estos momentos puede ser algo tedioso pero que refuerza tu karma y en cambio puede que algo negativo para las articulaciones por que nuestros «pinrelicos de gheisos» no están preparados para estos montes de brezo — o de «puto brezo» como decía Dora en repetidas ocasiones.

Pero efectivamente, todo sacrificio tiene su recompensa. Las vistas desde la cima han merecido mucho la pena el esfuerzo realizado para llegar hasta arriba. Eso y el momento de ponerle la piedra al mojón, que es algo así como ganar la Champions por que dices aquí estoy yo,  hasta aquí he llegado y «que me quiten lo bailao». El bocata de mortadela del Lidl que me he atizado como un campeón para celebrarlo ha repercutido un poco sobre mi sistema intestinal, ya que ha decidido estar un poco revoltoso durante el resto del camino, amenizando bien toda la bajada y ayudando a Dora a no perder mi rastro –aunque no daré más detalles por eso de no resultar escatológico. El tema es que la sensación de estar perdidos en mitad de la nada, sin nada más en el horizonte que brezo, ciervos, montes pelados, lagos y nubes…como diría mi hermana, es un momento bastante bucólico.

La bajada como decía ha sido harina de otro costal. Por aquello de no resultar repetitivos hemos tomado la decisión de bajar un poco más «a pelo» si cabía dentro de lo posible e ir a coger el camino que se veía a tomar por saco a través del brezo en formato desnivel mortal nivel 10. A mi me ha resultado hasta divertido por que me recordaba a mi época adolescente kamikaze por los cerros belinchoneros, pero a Dora tanto brezo la ha acabado tocando un poco las…narices y gracias a que no teníamos a mano unas cerillas o una pavimentadora, por que si no el paisaje de las Highlands habría cambiado en menos de lo que cantaba un gallo. Pero anécdotillas aparte, buen día domingo. Nada aburrido, a pesar de que las localidades del camino sugerían todo lo contrario… que sentido del humor tienen estos escoceses poniéndole nombre a sus pueblos.

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«Cayetana de Alba, ¿reina de la Escocia independiente?». Así, tal cual, frase bomba. Sin lugar a dudas esta ha sido la de las noticias más impactantes que jamás he escuchado. Hay veces que una noticia te deja literalmente con los ojos como platos, especialmente si no te la esperas. Tú estas tranquilamente metido en tu rutina, trabajando…y de repente te llega un nuevo e-mail con un asunto como ese. Por supuesto al principio, no te lo crees, «será una chorrada» piensas. Pero no, abres la noticia, lees… y en ese momento tu cara se convierte en algo parecido a la de Jim Carrey en La máscara, con la única diferencia de que la que está delante tuyo no es Cameron Diaz en sus años mozos sino la mismísima Cayetana de Alba en…su senescencia permanente.

The Mask 1994 real : Chuck Russell Jim Carrey COLLECTION CHRISTOPHEL

Porque, ¿alguien se había imaginado que algo así pudiera pasar? Es verdad, que esa mujer tiene más títulos que el Escalerillas FC pero jamás me había planteado que existiera la más remota posibilidad de verla sentada sobre la Piedra del Destino y emperifollada con corona, cetro, capa y rodeada por mogollón de hombretones rudos de las Highlands. La cabeza del ser humano no está preparada para esa imagen.

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No es que sea yo una persona que siga con mucho afán la vida de la realeza, ni que sea un partidario del «Yes, Scotland». Soy de los que piensan que la unión hace la fuerza y que mejor juntitos que mal acompañados, pero he de confesar…que esto me haría ilusión, mucha. Bueno, no se si realmente es ilusión lo que me genera o tal ataque de carcajadas que hace difícil que la idea se vaya de mi cabeza. Y es que me la imagino ahí, como completa soberana de los scots, vestida de flamenca con su peineta al viento y dirigiéndose a sus súbditos a la voz de «sois mala gente».

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Porque si la Duquesa de Alba fuera coronada como Reina de Escocia, yo tengo bien claro cual sería su primer cometido: hacer un cambio radical al estilo de los kilt. En primer lugar, las rayas fuera y bienvenidos los lunares. Nada de llevar las medias hasta las rodillas cuando puedes llevar unas taleguillas muy monas. Y nada de puñal, no, nada de eso. En vez de un cuchillo para desollar haggis un buen abanico para quitarse los sofocos y en el sporran una bota de vino en vez de una petaquilla.

Con todas estas medidas no se si Escocia iría a mejor o a peor, pero desde luego haría que tuviera mucho más salero. Por que en un mundo en el que la duquesa de Alba fuera reina, no habría cabida para las pintacas calientes, no. Lo que habría serían grifos de Cruzcampo por doquier y jarras de rebujito para acompañar a los single malt. Con esto los pubs de Dundee a las 12 de la noche no serían tan parecidos a un documental de La 2, el efecto Cayetana habría llegado a la ciudad. Y por supuesto las cartas jamás llegarían tarde, Alfonsito estaría simpre pendiente como buen rey consorte de que el servicio de correos funcionara perfectamente. ¿Veis? Escocia sería viable y la Armada Invencible por fin podría descansar tranquila. No más tormentas en el horizonte, la venganza se habría servido en plato frío. El conquistar la pérfida albión de esta manera sería como ganar un partido de fútbol de penalti injusto en el último minuto, pero aaaaaaah, Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita.

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Pero bueno, siendo realistas y despertando de mi sueño, el que esto ocurra es menos probable que el que yo me mantenga todo el rato despierto en un seminario de departamento. Históricamente sus lazos tiene la mujer, pero obviamente aquí no la conoce ni el tato. Los Estuardo serán recordados como unos grandes de la historia escocesa, pero en los periódicos la han llegado a definir literalmente como «esto». Sí, como el hermano de la bola de pelo de La Familia Adams, y eso que la mujer no tiene tanto. Ha sido una buena noticia que nos ha dado para horas y horas de conversación. El simple hecho de ver la cara de mis compañeros de laboratorio al contarles todo esto ha valido más que treinta años de reinado. Pero aquí son muy de la tita Isa, no lo pueden evitar. No se como acabará toda esta historia el 18 de Septiembre, pero lo que si esta claro es que doña Cayetana… se seguirá yendo de vacaciones a Ibiza, por que en el castillo de Balmoral los baldosines están muy frios. Y todo el mundo sabe que ella tiene en el cuerpo un sensor especial para estas cosas.

Kikiriki, ey buenos días, cua cua cua vais a tener, mu mu mu, en esta granja, cuantas cosas podrás hacer. Guau guau guau guau es de Playmobil, apréndetelo bien. ¿Es la granja de Playmobil? Sí, ¡aquí es!

Esta es una entrada anacrónica, que no va de animales pero sí de granjas y que me ha recordado a la canción más satánica de mi infancia, la cual que repetía una y otra vez durante incontables navidades. Esta entrada la tenía entre las pendientes en el cajón de las historias sin contar, mayormente por la explosión masiva de planes durante este último mes que me ha tenido apartado del teclado más tiempo del deseado. Pero una ligera amenaza en forma de frase inocente lanzada al aire me ha hecho percatarme de que ya era momento de contarla. Voy allá.

Es conocida la afición británica a las berries. Seguramente si me preguntaran cual es el producto de la tierra más abundante en este país diría que aparte del rebozado del fish and chips estarían la cebada y los frutos rojos. Hay tanta variedad de estos últimos que ni soy capaz de traducir al castellano la infinidad de tipos que existen: además de las famosas fresas de toda la vida (strawberries) hay blackberries, raspberries, blueberries, cloudberries, boysenberries, marionberries, cranberries, bearberries e incluso unas locales llamadas tayberries. Como veis, yo siempre haciendo publicidad de mi río haciendo como  dicen en Amsterdamsupport your local dealer.

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Pues bien, una cosa que nos ha fascinado es que por la campiña escocesa existen numerosas granjas desperdigadas a las que puedes ir a recoger todos estos frutos. Algunas son bastante grandes y están llenas de politúneles enormes y otras son más pequeñas con unos cuantos arbustos que perteneces a unos particulares y no saben que hacer con la cantidad de bolitas de colores que crecen sin control. Y la verdad es que la recolección es una actividad la mar de bucólica. Tu llegas allí, coges una cestita…y ale, a pasar el día recociéndote de calor debajo de un plástico y esquivando moscas resoplando como una vaca peluda de las Highlands. Esta actividad se acaba convirtiendo en algo adictivo que incluso tiene un puntito de competitividad que la hace más interesante. Empiezas cogiendo fresitas una a una…y acabas haciendo como en los meaderos de tíos, mirando de reojillo las cestitas de los demás para ver quien tiene la cestita más llena con las fresitas más grandes (siento la expresividad del ejemplo).

Y la pregunta obvia es, ¿qué se hace con tanta fruta? Pues efectivamente es una gran pregunta. Las dimensiones de los frigoríficos escoceses es habitualmente la de un hobbit cortado por la mitad, vamos que no da para mucho. Así que o tienes muchos amigos y haces como con los Donettes y sacas  las berries y te salen por todas partes… o haces mermelada. Aquí es donde yo hábilmente decidí salirme por la tangente y dejar que Marta investigara alegremente con el azúcar y los fogones, y fantaseara con ser como Panoramix nuestro druida. Y fue una decisión acertada. Ahora me parece que esta casa empieza a parecerse a la de Arguiñano. Yo me he quedado como Karlos, atrapado por la tortilla y las croquetas, y a Marta le ha salido la vena de Eva y se desenvuelve con los postres…con mermelada, claro está.

Sus especialidades hasta el momento son las de fresa y la de arándanos, muy recomendables a la hora de desayunar si venís de visita (guiño, guiño). Ahora aún después de un mes y pico, seguimos teniendo botes de mermelada en la nevera que harían que incluso Obelix cogiera aversión a la comida, y que me ha recordado a una escena de mis pelis favoritas a la que siempre hago referencia por la cantidad de puntos graciosos:

En definitiva, esto de las granjas ha sido una de las mejores ideas que he visto desde que estamos aquí. Y por tanto creo que asería una idea estupenda para las vendimias, recogidas de aceituna, almendruco, patata y demás actividades campestres que tanta lata dan a las segundas y terceras generaciones de familias con tierras. Yo lo dejo ahí, una idea al aire. Si alguien se da por aludido y la coge…que cuente conmigo para empezar la lista de precios. !A mí me parece una ideaca!

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Glen es la manera de llamar a los valles glaciares en gaélico. En alguna que otra ocasión ya he hablado acerca de las Highlands, pero el sábado pasado estuvimos en una zona de los Cairngorms aún desconocida para nosotros: el Glen ClovaEscocia está plagadita de glens, siendo muy característica su forma de «bañera»,  por estar más pelados que el culo de un mandril excepto por el brezo que crece en las laderas y en muchas ocasiones por tener un río en la zona baja que hace de la imagen un marco idílico e incomparable.

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Sin duda el fin de semana invitaba a salir de excursión, y el Glen Clova cumplía uno de los requisitos básicos para remolones de sábado por la mañana: estar a una hora de Dundee. Es curiosa la localización dundiana, pero quitando St Andrews todo lo demás está a una hora. Da igual donde vayas, Edimburgo, Stirling , Anstruther, el propio Glen Clova… no falla, se podría decir que en vez de estar a tiro de piedra, está a tiro de una hora. Y si ves que vas a tardar menos ya habrá algún corderito u otro animal salvaje que te haga entretenerte el tiempo necesario para que se cumpla la regla.

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La excursión empezó tranquila, aprendiendo nombres de pajarillos y haciendo predicciones del tiempo con un pestazo a Nivea que me hacía recordar olores playeros muy apetecibles y que creía olvidados. Pero la parte interesante empezó tras alcanzar la cascada del fondo del valle. Fue ahí cuando el paisaje cambió y empezamos a ascender como si fueramos la familia Trap huyendo por los Alpes cual cabra que tira al monte.

A partir de ese momento el día cambió y el objetivo pasó a ser la conquista del munro. Se trata de la manera que tienen los escoceses de llamar a sus altas montañas. Este nombre fue puesto en honor a Sir Hugh Munro – que en contra de lo que pueda parecer no es primo hermano de Marilyn, un montañero escocés de finales del siglo XIX que tuvo la feliz idea de hacer la lista de montañas escocesas de unos 1000 metros, así, como al que le da por coleccionar chapas. Nuestro guía tenía claro el recorrido así que nos pusimos a ello y antes de darnos cuenta…estábamos en medio de una nube de estas de las que te dejan bien caladito (sobretodo si has dejado el chubasquero en el coche). Daba igual que el día estuviera despejado, si Mahoma no va a la montaña la montaña va a Mahoma. Como buenos escocés de adopción que somos lo mejor que hacemos en un día soleado es ir a buscar una nube y meternos en ella, con un par.

Así que tras algo de sufrimiento, finalmente conseguimos coronar el munro. Como dato al montañero amateur diré que siempre que piensas que ya has llegado arriba…significa que eres un iluso, por que siempre hay algo que está un poco más arriba. Pero aunque con un poco más de complicaciones de las esperadas,  la expedición consiguió llegar intacta a la cima sin tener que recurrir a sobornar a ningún sherpa o llamar a la brigada H&S. Además, tuvimos la suerte de ver más o menos de cerca a unas cuantas manadas de ciervos, uno de los pocos anímales salvajes que nos quedaban por tachar de la lista.

La recompensa al día campero fue poder mojar los píes en el río para relajarlos tras la atormentante y pedregosa bajada y poder recuperar las 857 calorías gastadas con un buen chocolate con marshmallows (nubes de toda la vida) que resucitarían hasta a la propia Marylin…del paseo por el munro. Y finalmente, ampliando la ronda de consejos montañeros del día, no importa cuanto pienses que ropa llevar al hacer una excursión en este país, por que simplemente la vas a necesitar toda. Desde el pantalón corto al forro polar pasando por el impermeable. No hay manera de atinar completamente, así que suerte y que Eolo os pille confesados cuando subáis a un munro.

Aviso a navegantes habitantes con coche de Dundee. Aparcar en el parking del Lidl tiene peligro. Si os preguntabais si funciona la cámara que se ve al fondo al entrar al aparcamiento, la respuesta es afirmativa. Y si os preguntabais que si realmente calcula el tiempo que estáis allí con el coche aparcado, la respuesta también es afirmativa. Tened cuidado, llegan multas.

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Al llegar hoy a casa de vuelta del trabajo teníamos un bonito sobre esperando en casa. Esta pequeña anécdota pertenece al grandioso día que nos hicimos el tour nocturno por las Highlands (ver «Una escapada para no dormir«), así que digamos que es la guinda del pastel de ese día en el que mejor habríamos hecho en no levantarnos.

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Ese día, mientras Marta acababa en el laboratorio, decidimos ir al centro a comprar unas cosas que nos hacían falta. Como ya lo habíamos hecho antes y somos más chulos que un ocho y más listos que nadie, decidimos dejar el coche en el aparcamiento del Lidl por que dejaba aparcar una hora gratis y así no teníamos que pagar el parquímetro. Y no penseis que dijimos volvemos en una hora, no. Más contentos que unas pascuas, nos fuimos a comprar (no en el Lidl), sabiendo que probablemente tardaríamos más de una hora. Pero también estando completamente convencidos que ese cartel era disuasorio y que esa cámara era de Playskool.

Así que nada, por chulitos esta entrada del blog ha costado £45 y ha sido patrocinada por nuestros amigos de Lidl. Desde aquí aviso a los dundonians (especialmente aquellos que van buscando «la juja fácil» como nosotros), de que no lo hagáis o si no podéis resistirlo… al menos tened cuidado con el tiempo, por lo que pueda pasar.

La historia que os voy a contar a continuación no tiene desperdicio. Está repleta de moralejas, consejos, experiencias y un sin fin de decisiones poco meditadas que seguro me servirán para el futuro. Pero antes de empezar simplemente deciros lo más importante: Nunca, nunca, nunca hagais un viaje a Escocia sin reservar un sitio para dormir. Un fin de semana de desconexión se puede convertir en una aventura agotadora. Y creedme,  no mola nada.

Comenzamos el fin de semana con la intención de conocer la zona de la costa al norte de Aberdeen, las comarcas de Aberdeenshire y Moray. Salimos algo más tarde de lo esperado por culpa de una máquina evaporadora maldita que volvió a hacer de las suyas cuando teníamos prisa, pero una vez solucionado el asunto nos pusimos en marcha hacia una región aún desconocida para nosotros.

450px-Scotland_Administrative_Map_2009Nuestra primera parada fue en Fraserburgh, un pueblecito pesquero que se encuentra al igual que los baños en los restaurantes, al fondo a la derecha. Mi consejo como escocés adoptivo es que si estais planeando hacer una ruta por estas tierras…os olvideis de este sitio. Tiene un faro muy viejo muy molón pero el pueblo está más muerto que una ciudad de The Walking Dead. Por miedo a encontrarnos zombies enfuerecidos no nos detuvimos mucho y seguimos bordeando la costa hacia Moray en pos de un destino mejor.

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Por el camino descubrí la auténtica debilidad de Marta: los corderitos. Es una cosa que no sabía y que le encanta. Es verlos y se le cambia la voz y agita las manos de una manera muy extraña. Y desde luego, no es que hubiera pocos. Aunque yo sólo pensaba en la cantidad de chuletillas de cordero que podían salir de esos bichejos, a Marta esto le rompía el corazón e hizo que se convirtiera en un tema tabú del viaje. Y es que las muy guarronas de las ovejas deben andar en momento reproductivo, y a estas alturas del año toda oveja escocesa tiene dos corderitos que no se levantan un palmo del suelo al lado de ella. Mi pregunta es, ¿todas las ovejas paren gemelos?, ¿comen Petit-suisse? Otra pregunta que lanzo al aire es si las ovejas negras paren en otro momento del año diferente a las blancas, por que después de pasar por muchos prados y hacer una estadística al rollo «cuenta la´vieja«, mi conclusión es que las ovejas negras no tienen tantas crías como las blancas. ¿Por qué será? Dudas biológicas ovejiles asolan mi mente esta noche…

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Hizimos una parada intermedia en Banff, otro sitio de la geografía escocesa completamente desconocido y a mi parecer otro sitio completamente prescindible. Lo siento por los Banff-ianos, pero lo único memorable que tiene este sitio a parte de la zona de la playa, es el Castle Bar, su bar de borrachillos locales que cantan con pasión grandes exitos de los Boyzone mientras toman Bacardí con Coca-Cola. Esto me lleva a otro dato de interés: los borrachos escoceses no toman whisky, se pillan el trozaco padre a base de Bacardi blanco. Flipa.

Y a partir de aquí se desató el apocalipsis que dió, ahora si lo puedo adelantar, con nuestros cuerpos en Dundee a las 5:30 de la mañana. Tras dar un paseito por la playa de Cullen, sitio que merece más la pena que los anteriores, y tener una conversación acerca de los distintos términos para decir «puerto» en inglés, decidimos irnos hasta Elgin y pasar allí la noche. Nuestra sopresa al llegar fue ver que todos los B&B estaban llenos, no nos cogían el teléfono o no nos abrían la puerta. Sin alarmarnos mucho nos pusimos a buscar un hotel, con la sorpresa de que tampoco había disponibilidad en ninguno de ellos. Fue uno de los recepcionistas el que nos dijo que como era fin de semana de Bank Holiday estaba todo bastante lleno. Su consejo fue que nos fueramos hacia Inverness y buscáramos algo por el camino. Ese era el plan que teníamos para el día siguiente, así que tampoco supuso un gran trauma, y al menos parecía claro que encontraríamos algún sitio donde quedarnos. Ahora ya sabeis que el final no fue así.

Por no hacer muy largo todo lo que pasó, lo resumiré diciendo que no hubo forma humana de encontrar un sitio para dormir en toda la zona. Todo Inverness estaba lleno, desde los albergues más baratos hasta el hotel de mayor lujo de la ciudad. Y yo me pregunto, ¿cuál es la capacidad hostelera de una ciudad que vive basicamente del turismo y que no es capaz de tener plazas libres en NINGÚN sitio el primer fin de semana de Mayo? Nuestros ojos no daban crédito cuando llamada tras llamada, albergue tras albergue y hotel tras hotel la respuesta era la misma: «sorry, but is not possible» o lo que es lo mismo «lo siento, peinaos». No sólo en Inverness, sino en todos las ciudades de los alrededores, Nairn, Tomatin, Avoch, alrededores del Lago Ness… Esto nos dejaba dos opciones: dormir en el coche o volvernos a casa.

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Eran más de las 2 de la mañana cuando salíamos de preguntar del último hotel. Con el cerebro frito y con ganas de zambullirme en el Lago Ness para no salir jamás tomamos la aún no se si buena o mala decisión de volvernos a casa. Más de 200 kilómetros para, durante 3 horas de viaje atravesando las Highlands, poder terminar este día de excursión que se acabó convirtiendo en una pesadilla.

En nuestra odisea de vuelta a casa nos encontramos primero con un ciervo por la carretera que casi nos mata del susto. Después, según nos adentramos en las Highlands pasamos un tramo de lluvia y niebla como si estuvieramos pasando el paso de Caradhras,  tras lo cual decidimos parar a descansar un rato en un layby de la carretera. En Escocia, una vez has pasado Perth ya no hay gasolineras, áreas de descanso u hoteles de carretera donde parar. En cambio, cada pocas millas existen pequeñas zonas donde los camioneros aparcan y pasan la noche, los famosos layby estos que os cuento. Y ahí estuvimos nosotros, tirados cual colilla casi a las 4 de la mañana en algún lugar perdido en mitad de las Highlands mientras los camiones meneaban el coche cada vez que pasaban por nuestro lado.

Tras esto, con las pilas algo cargadas y con Jaime Urrutia sonando en el iPod al volver a arrancar, nos pusimos de nuevo en marcha. ¡Qué barbaridad! Por suerte, a las 4 de la mañana empezó a amanecer y la última hora y media de viaje se hizo más agradable. Pasamos por un pueblo que se llama Guay, lo que nos dió para un buen rato de coñas estúpidas de estos de cuando la cabeza ya no te da para más (aunque de guay el tema no tenía nada) y hacia eso de las 5:30 estábamos metiéndonos finalmente en la cama. Un voltio más que considerable para lo que iba a ser un fin de semana de desconexión. Creo que a parte de las 24 horas de Le Mans, también se podría incluir esta como una de las grandes rutas.

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Ahora a toro pasado, ha pasado a convertirse en una anécdota más de toda esta aventura, pero realmente la noche tuvo telita marinera. No se si las decisiones fueron las correctas o si nos dejamos llevar por la locura del momento. Pero insisto, aún pareciendo que creais que viajais a un país civilizado que vive del turismo, no lo es. Serán una super-potencia mundial pero lo del alojamiento hotelero no es su fuerte, lo que hace los planes improvisados no sean para nada la mejor opción. Asi que a menos que tengais un aire aventurero a lo David Livingstone…no salgais de casa en Escocia sin tener claro donde vais a acabar ese día o como decía aquella canción de Celtas Cortos…puede ser «el comienzo de una triste historia en el que el protagonista eres simplemente tú».

Hoy me ha impactado la noticia con la que están abriendo todos los telediarios y que imagino que será portada mañana en todos los periódicos (menos los pastelosos que sólo sacan las tetas de la Kate): incendios en las Highlands, arde Escocia para la versión sensacionalista.

ay_107113682La zona de Fort William, el norte de la isla de Skye y en las Hébridas Exteriores entre otros sitios han estado sufriendo incendios desde la pasada semana. Dicen que han llegando a identificarse hasta 175 focos diferentes, por lo que no se trata de una tontería aislada. Parece increible que un sitio en el que llueve tanto y que está siempre tan húmedo, puedan ocurrir también estas cosas. Ya he oido un par de veces en estas últimas semanas que este invierno está siendo uno de los más fríos y largos de las últimas décadas. Ciertamente me lo creo, por que por mucho que hayamos entrado ya en la primavera, aquí parece que es tímida y que le da pereza llegar (guiño, guiño, Pau), así que es por eso que el hecho de que ahora pase esto te deje un poco descolocado. Según están comentando, aúnque el invierno haya sido muy frío, en todas estas zonas de las Highlands, ha nevado poco y las condiciones han sido bastante secas. Los ganaderos están ahora cortando el brezo y quemándolo para que crezca sano y controladamente, pero la tierra está muy seca y el viento está soplando fuerte estos días. Este puede ser uno de los motivos, aunque tampoco están descartando que hayan podido ser provocados por algún descuidado fumador.

A mi lo que  realmente me preocupa es que no se si esta gente está preparada para hacer frente a incendios así. Es verdad que tienen una obsesión con el fuego que parece que viene desde el incendio de Londres del año del picor, y que en cualquier cosa que compras te avisa de que no lo arrimes al fuego (vamos, que ni que andáramos a todos lados con un Zippo en el bolsillo), pero al igual que de quitanieves van bien servidos y no tienen problema en dejar las carreteras despejadas en un momento, no se que tal van de helicópteros e hidroaviones para llegar a estas zonas tan hinóspitas. Aunque el viento que está haciendo estos días no está haciendo que sea facil extinguirlos, según las últimas noticas parece ser que ya están todos más o menos controlados y que por suerte están pudiendo hacerse con ellos.

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Lo que de verdad espero que todo esto no se deba a algún energúmeno tirando colillas o con alguna intención maquiavélica. Desde luego, por la cantidad de focos que hay no parece que sea el mótivo, pero que no me entere yo o se las tendrán que ver con mi todopoderosa furia escocesa. Por que desde luego si algo fascinante tienen esas tierras son sus glens, con sus lagos, sus ovejas de colores, sus carreteras con orejas y sus cabinas de teléfono perdidas en mitad de la nada que tan especial la hacen. Es algo que por nada del mundo hay que descuidar.

Esto se está empezando a convertir en un pequeño diario más que en un blog, lo se, pero yo lo disfruto, por que yo lo valgo. Pero tengo que actualizarlo, no queda otra. Más que nada por que tengo la cara más roja que un bote de tomate Orlando y eso es algo que por ser extraordinario, merece la pena ser contado.

Sí, estoy quemado. Ahora mismo lo primera reacción de la gente al mirarme es de ¨what?, ¿dónde te has metido?, ¿has ido a la playa?». Pero no, nada de eso. Ni hemos ido a la playa, ni hemos metido la cabeza en el horno, ni Ten Shin Han nos ha atacado con su Golpe del Sol. Ayer estuvimos en Glenshee teniendo un maravilloso día de esquí, es por eso que he bautizado la entrada  de hoy como un ¡día de Glen-Ski!

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Fue un plan relativamente improvisado, teníamos ganas de hacer algo diferente que por lo menos disimulara la sensación de no haber ido a ninguna parte en Semana Santa. Como no teníamos practicamente nada que ponernos para la nieve empezamos a mendigar por el laboratorio preguntándole a todo el mundo por guantes, gafas, pantalones…y oye, al final nos pudimos apañar y fabricarnos un traje de esquí para solucionar la papeleta por esta vez. Ahora la próxima vez que bajemos a casa (o el próximo visitante que esté por venir)  tendremos que hacer hueco para traernos el nuestro y no parecer unos pordioseros.

Y que gran elección. No nos lo podíamos creer, ni una sola nube en el cielo, ni pizca de viento y un solazo en todo lo alto que daba gusto verlo. Usando literalmente las palabras de un autóctono con el que compartí remonte en una de las pistas «el mejor día de esquí en varios años: nada de viento,  mucho sol y mucha nieve. No habéis podido elegir mejor día».

 

Tan bueno era el día que resultó en algunos momentos excesivo. Me da un poco de vergüenza decir esto, pero teníamos calor, mucho calor. Haciendo referencia a Shrek y las cebollas, nos pusimos un montón de capas temiendo un frío gélido de las Highlands, pero casi antes de empezar estábamos sudando como pollos y no teníamos sitio donde meter tanta ropa. No exagero cuando os digo que había gente en manga corta, sin guantes, sin gorro…¡¡¡aquello era un strip-skis!!! Era uno de esos días en los que te sienta bien gastarte ese dinero (por que no nos vayamos a engañar, lo del esquí no es apto para ahorradores), tomar el sol, hacer deporte, unas vistas impresionantes…un lujo. Si le quitas el odioso momento que va desde que alquilas los esquís hasta que te subes al telesilla, y el momento de vergüenza total en el que Marta y yo nos confundimos y nos intercambiamos una bota sin querer y perdimos media hora intentando hacerlas encajar en los esquís, diría que fue un día perfecto.

Ahora tengo unas ganas terribles de volver, lo único es que no se si volveremos a pillar un día de estos en años. Habrá que probar suerte, merece la pena. Por cierto,…nunca pensé que diría esto, pero…¿alguién sabe donde puedo encontrar After-Sun en Escocia?