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Quiero abrir el año a lo grande, haciendo referencia a la película de Berlanga «Bienvenido, Mr. Marshall», canturreando  la cancioncilla y contagiándome de la alegría que sentían los habitantes de Villar del Río ante la llegada de los americanos.

En mi caso yo a lo que doy la bienvenida no es a los americanos sino a los váteres de Armitage Shanks. Más concretamente con la entrada del nuevo año y el final de las vacaciones de navidad, me despido del Sr. Roca y le doy la bienvenida a este caballero de nombre de estilo tan militar ante el que parece que te sientes forzado a saludar educadamente antes de pasar revista. Por que por si algún habitante de esta nuestra isla británica de adopción no se había percatado aún, esta marca de retretes es la clara dominadora del panorama de baño de este país. Este dato no es arbitrario, yo ya llevo  más de 18 meses contrastando datos y realizando la estadística en la que Mr.Armitage gana por goleada. Reconozco que es la típica cosa curiosa a la que la mayor parte de la población mundial jamás habría prestado atención pero que en mí, quizá por la manía de ir leyendo y memorizando sin remedio todo lo que se pone delante de mis narices, ha llegado a convertirse en algo algo de chequeo rutinario del cual aún no había visto el momento adecuado de mencionar. Y es que el señor Armitage debe tener un emporio comparable con el del de Zara, por que ya os digo que sitio al que voy, sitio en el que me encuentro esa característica firma que me hace sonreir. Tal ha llegado a ser mi obsesión que he investigado y descubierto que hasta una banda de punk de dudosa reputación de los años 70 llevaba ese nombre en su honor con todas las canciones-coñita que conlleva, claro. Esto me ha llevado a confirmar que la marca de Mr.Armitage Shanks es una institución en el Reino Unido. En ocasiones pienso que si las conclusiones que sacara de mis hipótesis científicas fueran tan claras como esta…probablemente estaríais ahora mismo en el blog de toda una eminencia de nuestro tiempo.

Está claro que deberíamos aprovechar el tirón comercial y nosotros hacer lo mismo con el Sr. Roca, toda una institución en España pero al que con nuestra ignorancia estamos haciendo que esté pasando a un segundo plano. Desde aquí, contribuyo con mi granito de arena –que no con la caquita con ojos del Whatsapp — a que la tan conocida  expresión «ir a visitar al Sr. Roca» suene más alta que el cuerno de Gondor. Esta primera entrada del año también sirve de homenaje a estos entrañables seres que dentro de sus distintas formas y colores  me han…sujetado durante tantos años.

No quiero que esta entrada se considere como algo escatológico y vacío de contenido. El váter puede ser utilizado como figura retórica para definir el final de un año y la combinación del retrete español con el retrete británico, la prueba más fehaciente de que supone el inicio de una nueva. Especialmente después de estos días de excesos alimentarios, creo que la relación con este elemento del hogar se estrecha un poco más y pasa a ser  el hombro de un fiel amigo en el que uno se apoya en momentos complicados — aunque para algunos  esta relación es igual de estrecha durante todo el año. El váter también representa todo el mal rollito que está dentro de tí y  lo clara y limpia que se queda tu cabeza al deshacerte de todos esos desechos que saturan tu corteza cerebral con sólo pulsar un botón.

Este año empieza lleno de retos. Nos encontramos en la etapa intermedia de nuestro contrato dundiano, lo que quiere decir que toca ponerse las pilas para que nuestra relación — la laboral– llegue a buen puerto y nos catapulte hacia un futuro mejor y a poder ser más cálido. Es por esa razón por la que dejando de lado el día de transición de ayer, en el que debido a la vuelta al trabajo tengo que volver a hacer referencia al enano peludo que se adueña de tu garganta del año pasado, hoy doy por iniciado el nuevo año. Año en el que bajo la tapa del 2013, tiro de la cadena y levanto la tapa del 2014 en la que el agua clara del mar del Norte que reposa en mi Armitage Shanks me invita a pensar que será un año glorioso. Y es que no me queda más remedio que pensar esto por que aunque este no es tan cómodo como el venerable Sr. Roca…  al fin y al cabo es el que me escucha y sonríe todas las mañanas.

¡Bienvenido 2014!

Navidad, época de jolgorio, alegría y desfase. Da igual de donde vengas, tu religión, las dimensiones de tu bolsillo… a todo el mundo de una manera u otra le gustan estas fechas. Vivir en una de las principales ciudades de tránsito internacional como Dundee tiene asociando que a estas alturas haya un gran éxodo que suponga que si ahora mismo se midiera la altura de la ciudad respecto al nivel del mar seguro que habrá aumentado varios metros. Vamos, que la llegada de las navidades supone una estampida total, que deja a la de El Rey León a la altura del betún. Aquí no se mira quien hay por medio, el departamento esta mañana parecía que había sufrido una catástrofe biológica y daba hasta miedo hacer ruido al andar por los pasillos. Quien me habrá mandado a mí irme el último…

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Pero como por desgracia no tenemos la suerte de ser como los ñus o los antílopes, antes de la evacuación total el ser humano tiene la costumbre de despedirse de sus semejantes. Y ahí es donde radica el problema. ¿Cómo se despide la gente internacionalmente? Existen diversos protocolos que usan distintos instrumentos: de viento, de percusión o incluso instrumentos que conllevan el uso de babilla. Todos ellos son válidos. Unos me gustan más y otros me parecen más sosos que el «pan con pan bocadillo de pan», pero el problema es saber cual usar en cada momento sin tener conflictos culturales.

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Hay gente a la que el contacto físico le da como un tipo de alergia que le debe causar la obstrucción irreversible de las vías respiratorias y que les debe guiar a una muerte lenta y dolorosa como la de la bruja de El Mago de Oz cuando les echaban un jarro de agua encima. Es por eso que al máximo que recurre esta gente es al instrumento de viento, meneando la mano de un lado a otro mientras dice palabras bonitas contigo a un metro de distancia. Es algo que nunca he llegado a comprender y que he ido asimilando a lo largo del tiempo que llevo aquí. Durante el día a día no digo que tengas que estar sobándote con ellos sin control, hay que mantener las formas, pero… hay veces que se te pasa por la cabeza recurrir al instrumento de percusión y dar una palmadita en la espalda o un collejón… pero tienes que reaccionar en el último segundo y acabar reculando y haciendo que te peinas a lo John Travolta en Grease.

 

Además, especialmente cuando llegan unas fechas señaladas como estas lo que te sale es utilizar todos los instrumentos a la vez. Coger, mover la mano con locura, acercarte, dar palmaditas, y dar un par de besos. Ahora, la efusividad está muy bien, pero cuidadito con quien lo haces por que puede ser considerado como un gesto de aproximación excesiva. Yo ya he tenido más de un momento conflictivo, e incluso cuando piensas que el hielo ya está lo suficientemente picado como para no generar una situación incómoda…va y sigue pasando.

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Es por eso que estos momentos me ponen muy nervioso. Ese frente a frente con una persona a la que no sabes como abordar. Tú estás tan contento y se te olvida que estás fuera de tus dominios, que la gente que te rodea piensa o ve las cosas de forma diferente y de repente te encuentras dando un par de pasos hacia delante sacando la mano derecha a modo de banderillero, poniendo los morrillos en forma de «bésame, bésame mucho» y diciendo «ven pa´acá». En cuestión de milésimas de segundo algo dentro de ti dice «¡frena!» y te quedas pálido e intentas  dar marcha atrás pero es tarde. Es una situación desesperada y vas a tropezar si dudas, así que… de perdidos al río. Recompones el tipo y te lanzas al vacío, esperando que al menos la otra persona no haga la cobra y que el mal trago pase lo antes posible.

Y bueno, al final a lo hecho pecho. Tú eres como eres y a veces no puedes evitarlo. Un problema extra con el que te puedes encontrar y que por suerte no pasa mucho es tener encuentros indeseados en el momento de dar besos. Es decir, la clásica situación en el que las dos personas optan por recurrir al instrumento de babilla… !por el mismo lado! Porque, ¿por qué algunas nacionalidades dan los besos al revés?, ¿por qué dan un número diferente?, ¿no puede haber un consenso que no lleve a situaciones indeseadas? Por favor sociólogos del mundo, presten un poco de atención a este problema que nos concierne a todos. Bastante complicado es ya tener que saber como acercarte a la persona como para encima tener que hacer una encuesta del modo en el que hacerlo.

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Imagino que la solución obvia a mis problemas es aceptarlo, ser internacional y que todos nos quedemos con el clásico apretón de manos, pero yo paso.  Gentes del mundo, no seamos tan sositos y acerquémonos un poco, que esto no es el anuncio ese de los coches y las distancias de seguridad. ¡Feliz navidad! ¡Y a darse besos y abrazos, coño!

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P.D. Antes de publicar esto, se cual va a ser el primer comentario de mi madre. Esperándolo estoy.

Hay pocas cosas que tengan más significados que el concepto «cinco minutos». Cinco minutos es el tiempo que pasa desde que suena el despertador hasta que te levantas — aunque este pueda aplicarse varias veces –, es el tiempo que te dices a ti mismo que vas a jugar al Candy Crush antes de dormir, o también puede hacer referencia al tiempo que crees que vas a tardar en llegar desde el sofá de casa hasta el punto donde hayas quedado con tus amigos, aunque este se encuentre bastante más allá de los metros que tus pies son capaces de desplazar tu vaguería en línea recta por unidad de tiempo. Además de ser habitual durante la vida cotidiana, dentro del laboratorio el concepto «cinco minutos» también está a la orden del día. Por ejemplo, cinco minutos es el tiempo que le dices a la gente que necesitas para acabar lo que estés haciendo antes de ir a comer, es el tiempo que tardas en tener una reunión con tu jefe cuando ninguno de tus proyectos está funcionado o también el tiempo que tardas en centrifugar unos tubos durante un experimento. Todas estas cosas tienen en común la duración temporal teórica, pero no la duración temporal real. Generalmente, cualquier persona sea de la nacionalidad que sea –menos los alemanes que son muy raros –, utiliza la expresión «cinco minutos» para decir «espera un rato», «ahora voy», «calla coño» o «no te vayas, no te vayas». Pero lo que es curioso es que las máquinas — excepto el Tamagotchi –, a pesar de no tener todavía la capacidad de expresar sentimientos también juegan con esta idea. La entrada de hoy tiene un pasado, un presente y lamentablemente un futuro, y es la relación científico-centrífuga. Este aparato de uso tan rutinario en un laboratorio tiene esta propiedad misteriosa que os digo: la de actuar como el cuarto del espíritu y el tiempo. Tú sabes cuanto tiempo pones la centrífuga y cuanto va a tardar, pero realmente este tiempo es mucho más largo de lo que jamás hayas pensado. ¿Por qué? Científicos de todo el mundo llevan décadas intentando entender este fenómeno, pero hasta el momento, nadie ha dado con la clave.

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Intentaré explicar un poco más el por que de esta entrada para los no puestos en la materia, aunque realmente mi reflexión de hoy no tiene mucho que ver con la ciencia en si mismo. El trabajo en un laboratorio de investigación no se diferencia mucho de la cocina de MasterChef. A ti te ponen por delante un montón de botes con polvos y líquidos (cómida), un timer (cronómetro) un montón de aparatos (horno, turmix, batidora), unos protocolos (recetas) y un experimento como objetivo (receta). La diferencia es que por desgracia tu jefe no tiene estrellas Michelín y que la recompensa no es tener una buena comida después de currar sino un buen mojón, que generalmente es el resultado que obtienes cuando te montas un experimento de grandes dimensiones. Pues bien, sin entrar en detalles escatológicos, durante la ejecución de estos protocolos lo más habitual es tener que enfrentarte al mundo de la centrifugación. Este concepto, aparte de por científicos, también es conocido por los asiduos de las labores domésticas y por los profesionales de Calgón, y tiene como objetivo separar cosas: «tirar pa´baju lo que pesa más y dejar encima lo que pesa menos». Habitualmente y continuando con el uso del lenguaje científico de esta entrada, en condiciones estandar, este tiempo es de cinco minutos. En realidad para ser más precisos, cuando acabas de empezar en este negocio es «cinco minutos», cuando llevas ya un tiempo y te sientes suelto pasa a denominarse «unos cinco minutillos» y cuando ya llevas más años que la tana pasa a ser  «un ratejo». Pero bueno, para no complicar aún más el tema dejémoslo en cinco minutos de centrifugación.

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Cualquiera dirá, «cinco minutos se pasan volando, que exagerado». Pero no. Aquí no pasa como en el programa de Arguiñano, donde misteriosamente cualquier tiempo de espera pasa en un pispás, no, aquí te enfrentas a unos números –generalmente de color rojo — que comienzan una cuenta atrás. Pones tus tubos, cierras la centrífuga, ajustas el tiempo…y le das al botón de «start». Aquí empieza la aventura, pues estos cinco minutos serían como los de las películas. Imaginaos esa bomba que está a punto de explotar y en la que el protagonista tiene sólo cinco minutos para decidir si cortar el cable rojo o el cable azul mientras suda como un cerdo antes de la matanza, esa es la sensación que un científico tiene mientras la centrífuga hace su trabajo. Pero con la única diferencia de que, aquí no hay nada que hacer. Estás solo, tu mirada contra la máquina, abandonado y abocado a la reflexión con tu «yo interior». Pero realmente estás vacío, perdido y deseoso de encontrar algo que hacer para evitar esta tortura a la que estás condenado.

Como podréis comprender, este dilema temporal lleva mucho tiempo presente en mi vida, pero ha sido especialmente durante esta última semana cuando se ha hecho más duro. Este último apretón final antes de las vacaciones de navidad me ha hecho enfrentarme a esta situación más veces de lo deseado. «Lucha y trabaja, que ningún atleta es coronado sin sudor y sin esfuerzo», esto es lo que me inculcaron día tras día desde que era pequeñito. Pues bien, bastantes años después sigo sin saber a lo que San Agustín se refería con esta frase, pero lo que me da la impresión es que por muy exitosa que sea mi carrera, me queda mucho tiempo por delante para saber que cosas de utilidad se pueden hacer durante los cinco minutos que dura una centrifugación y por que estos cinco minutos se multiplican dentro de tu cabeza.  Quizá sea un sacrificio o quizá sea una jugarreta de Murphy, pero sea lo que sea las centrífugas han hecho que el concepto cinco minutos pueda llegar a ser…aún más confuso.

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«Toma tomate, tomalo, ia ia oh, plof» Que de recuerdos me trae esta canción adictiva tan típica de  los campamentos de verano. Creo que la primera vez que la canté fue cuando fuimos con el colegio a la granja escuela de Casavieja allá por el año del picor… Y no se, es una canción que se te mete dentro…y no sale nunca jamás. Cuando eres más pequeño disfrutas de la canción, te preocupas por entonar bien y por hacer un circulo perfecto…pero después se convierte en un juego satánico. Son incontables las discusiones provocadas por este «juego» y la cantidad de adrenalina liberada al intentar literalmente salvar tus extremidades. Y es que con este juego podías salir con las manos más rojas que los piernas de un dundonian en Torremolinos.

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No se si recordareis que antes del verano plantamos una plantita de tomate que a la vuelta de las vacaciones se había convertido…en toda una plantota de supertomate, la cual crecía sin control por el salón de casa. Pues bien, después de controlar su crecimiento descontrolado esa planta decidió llevar a cabo su principal objetivo biológico: dar tomates. Pero a la nuestra le gustaba el riesgo, por que en vez de repartir su energía produciendo tomates a destajo para tener más posibilidades de sobrevivir y de surtirnos de ensalada durante unas semanas, decidió destinarla toda a la producción de un solo tomate. No se si debido a la cautividad o al aire fresco escocés, pero ni echándole un cable con la polinización soplando las flores, dándole con un palillo y ni siquiera dejando que los bichitos crecieran en ella conseguimos tener más éxito. Por esa razón decidimos abandonar la idea de la superproducción y centrarnos en la crianza de EL tomate. El único, el elegido. Y el proceso de crecimiento y maduración no fue sencillo. A parte de tener que ir al B&Q  a comprar cada vez palos más grandes para sujetar la planta –que a día de hoy llega al techo –, Marta siguió la estrategia de hablarle como a su perra y a colocar la planta estrategicamente para que el tomate recibiera la mayor cantidad de luz solar posible durante el día a costa de perder la poca intimidad que tienes viviendo en un bajo. Más que estar críando un tomate parecía que teníamos un Tamagotchi, sólo nos faltaba quitarle la caca de vez en cuando. Pero finalmente, y tras más de dos meses, tomatín empezó a tomar color y a coger peso. La ensalada estaba cerca. Tanta era nuestra emoción que empezamos a hacerle un seguimiento fotográfico como si de un control de calidad se tratara. Nuestro pequeño se estaba haciendo mayor.

El momento de la ensalada fue triste y minimalista. En mi imaginación quedaba aquel sueño de una fuente de ensalada bien grande y un buen vaso de gazpacho. En vez de eso tenía un platito de postre con ocho trocitos de tomate debidamente aliñado y al que previamente habíamos operado para extraer y guardar sus semillas para tener algo con lo que abastecernos en un hipotético futuro postapocalíptico escocés. En cuanto a esta última idea de guardar las semillas, diré que tengo bastantes dudas, por que como tengamos que confiar en esta superplanta que tarda cuatro meses en dar un tomate…aviados vamos. Pero volviendo a la ensalada diré que aunque pequeño, el tomate era sabroso. Digamos que disfrutamos de nuestra primera experiencia horticultora doméstica. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. 

Y aunque ahora la planta parece más triste que el perro de Álex Ubago, nos hemos llevado una grata sorpresa. Debajo de nuestro supertomate había…¡otro tomate! No se que tiene esa rama, pero a parte de su forma de biceps sacando molla se esconde nuestra única fuente de tomates. Yo creo que en vez de guardar las semillas deberíamos guardar esta rama por si resulta ser como como Neo, la elegida. Así que ahora hemos empezado la crianza de nuestro segundo tomate al estilo Tetris. Si el nivel uno fue criarlo durante cuatro «cálidos» meses, ahora hemos pasado al nivel dos: criarlo durante el invierno dundiano en sólo un mes, justo lo que queda para irnos de vacaciones de navidad. ¿Conseguiremos superar este nivel de hortelano? Sólo supertomate lo sabe.

La distancia hace que sientas nostalgia de tu tierra. Cuando estás en una conversación con gente de otros países es muy común que en algún momento u otro acabes comparando lo que sea de lo que estés hablando con como se hace en el tuyo. Al fin y al cabo echas de menos hacer las cosas como las hacías antes en tu ciudad, en tu barrio, en tu calle o en tu bar de siempre. Generalmente, llegas a idealizar tanto tu tierra que pasas por alto toda la mierda que hay en ella — ejemplo que viene como anillo al dedo en el caso de Madrid ahora mismo. Normalmente, al menos en mi caso, muchos de estos arranques de nostalgia vienen derivados de temas relacionados con la comida. Por ejemplo, ver como se celebran las tesis con dos bolsas de patatas y unas botellas de zumo, o como cogen el pescado en las pescaderías…son dos de los temas estrella que más me tocan la patata.

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Por eso, para pasar el tránsito que va desde la vuelta de las vacaciones de verano hasta las de navidad decidimos hace tiempo encargar un jamón por internet para quitarnos el gusanillo y sentirnos como en casa durante un ratito. Un ratito corto, que es el que tardó el jamón en quedarse en los huesos. Pero al igual que el cerdo, vayamos por partes, que en la historia no hay nada que desaprovechar.

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El pedido del susodicho jamón fue sencillo. Siempre que hay que dar el número de tarjeta de por medio, no suele haber muchos problemas para terminar el proceso. En cambio el tema de la entrega…fue más tedioso. No se si por ser un producto alimenticio o por que suscitaba la curiosidad –y la gula– de los respectivos encargados de aduana, transporte o almacén, pero el dichoso jamón terminó tardando tres semanas en llegar. Yo, más preocupado en el cerdo que en sacar adelante mis experimentos puse quejas a la web donde hicimos la compra y a la empresa de transporte. Pero el jamón seguía sin aparecer. Así que con temor, decidí bajar al almacén donde llegan los pedidos de todo el centro y preguntar a los encargados. Es una pena que no pueda relatar el momento en el que tuve que explicar lo que buscaba y la cara que me pusieron, pero fue algo así:

— Hello, sorry,  I have a question…     /     Hola…mira…tengo una dudilla…
— Yes, tell me          /         A ver, alma cándida, que te pasa
— I made an order,  weeks ago and I didn´t get it yet    /    Pedí algo hace un huevo… y no tengo ni idea de donde está
— What was that?      /    ¿Pero qué se te ha perdido?
— A ham…     /      ¡Un jamón!

En este momento, a uno de los encargados casi hay que recomponerle la mandíbula mientras que en el mismo instante el otro levantó la mano rápidamente y gritó…»¡ah, el jamón! ¡Ven conmigo!». Sin pensarlo dos veces, dejó lo que estaba haciendo y me condujo hacia el jamón a través de un laberinto en los subsuelos del edificio. Y efectivamente, allí estaba el, en su cajita esperándome. Emocionado, le pregunté que desde cuando llevaba allí y que por que no me lo habían subido. Y el tío tan tranquilo va y me dice que llevaba allí tres días y que no lo habían subido por que no era prioridad. ¿¿¿Qué no era qué??? Indignado, cogí mi jamón y subí triunfal con el ante la cara de sorpresa de todos mis compañeros, que me hacían preguntas acerca del mundo de los jamones como si yo fuera Charlton Heston en el planeta de los simios.

Al abrirlo me dí cuenta de que no era jamón como decían a través de la web sino paletilla. Es mejor que te den paletilla por jamón en vez de gato por liebre, pero ya que hay tanto español por el mundo tan necesitado…podrían ponerle un poquito más de interés y especificar mejor la oferta. Pero lo mejor de toda la historia es cuando el lunes llego al laboratorio y… llega otra caja. Esta vez a los pies de mi poyata y con la misma forma. La abro y…efectivamente, otra paletilla con su soporte, su cuchillo, su chaira y su medio litro de aceite de oliva virgen extra. Como diría Jesulín, en dos palabras: im-presionante. No se si fue por las quejas o por que se hicieron un lío, pero el tema es que en cuestión de tres días teníamos dos paletillas en casa. Yo lo empecé a llamar la reconstrucción del cerdo, por que me dieron hasta ganas de hacer una PCR para ver si las dos procedían del mismo bicho y si reclamando un poco más podía rehacerlo en piezas como la armadura de un caballero del zodiaco, — aunque ahora mismo no recuerdo si existía el caballero del cerdo…

El día de la ceremonia se hizo un poco de rogar, por que poner de acuerdo a todo el guateque para hincarle el diente a las paletillas, o al menos a una de ellas…fue cosa complicada. Pero la espera valió la pena. Regado con unos Valdepeñas, unas pipas del Mercadona, unas castañas asadas, unos panellets, una ensalada murciana y el aceitito de oliva para remojar bien el pan del Lidl… nos dimos un buen homenaje. Como teníamos un buen maestro jamonero, apuramos bien una de las paletillas y decidimos que aunque no tenía que haber miseria, podíamos dejar la otra para otro momento de desesperación y repetir la jugada. Y así fue, ahora el huesecillo está esperando a que otros dientes, esta vez los de la sierra le hinquen bien el diente para ir directo a la olla y hacer un buen cocido.

A cerdo pasado diré que es una de las mejores compras que hemos hecho desde que estamos aquí junto con el coche y los deshumidificadores de los cajones. Así si que es posible sobrevivir durante unos cuantos meses en unas condiciones saludables. Así que si estás viviendo fuera y estás leyendo esto ya sabes, agarra por el cuello a unos cuantos que te sigan el rollo…y animaros. Y quién sabe, igual os pasa como a nosotros y os llega por duplicado. Por que lo mejor de pedir un jamón por internet es que a veces puede pasar como con los Petit-Suisse…»que al menos a mí me daban dos»

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Kikiriki, ey buenos días, cua cua cua vais a tener, mu mu mu, en esta granja, cuantas cosas podrás hacer. Guau guau guau guau es de Playmobil, apréndetelo bien. ¿Es la granja de Playmobil? Sí, ¡aquí es!

Esta es una entrada anacrónica, que no va de animales pero sí de granjas y que me ha recordado a la canción más satánica de mi infancia, la cual que repetía una y otra vez durante incontables navidades. Esta entrada la tenía entre las pendientes en el cajón de las historias sin contar, mayormente por la explosión masiva de planes durante este último mes que me ha tenido apartado del teclado más tiempo del deseado. Pero una ligera amenaza en forma de frase inocente lanzada al aire me ha hecho percatarme de que ya era momento de contarla. Voy allá.

Es conocida la afición británica a las berries. Seguramente si me preguntaran cual es el producto de la tierra más abundante en este país diría que aparte del rebozado del fish and chips estarían la cebada y los frutos rojos. Hay tanta variedad de estos últimos que ni soy capaz de traducir al castellano la infinidad de tipos que existen: además de las famosas fresas de toda la vida (strawberries) hay blackberries, raspberries, blueberries, cloudberries, boysenberries, marionberries, cranberries, bearberries e incluso unas locales llamadas tayberries. Como veis, yo siempre haciendo publicidad de mi río haciendo como  dicen en Amsterdamsupport your local dealer.

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Pues bien, una cosa que nos ha fascinado es que por la campiña escocesa existen numerosas granjas desperdigadas a las que puedes ir a recoger todos estos frutos. Algunas son bastante grandes y están llenas de politúneles enormes y otras son más pequeñas con unos cuantos arbustos que perteneces a unos particulares y no saben que hacer con la cantidad de bolitas de colores que crecen sin control. Y la verdad es que la recolección es una actividad la mar de bucólica. Tu llegas allí, coges una cestita…y ale, a pasar el día recociéndote de calor debajo de un plástico y esquivando moscas resoplando como una vaca peluda de las Highlands. Esta actividad se acaba convirtiendo en algo adictivo que incluso tiene un puntito de competitividad que la hace más interesante. Empiezas cogiendo fresitas una a una…y acabas haciendo como en los meaderos de tíos, mirando de reojillo las cestitas de los demás para ver quien tiene la cestita más llena con las fresitas más grandes (siento la expresividad del ejemplo).

Y la pregunta obvia es, ¿qué se hace con tanta fruta? Pues efectivamente es una gran pregunta. Las dimensiones de los frigoríficos escoceses es habitualmente la de un hobbit cortado por la mitad, vamos que no da para mucho. Así que o tienes muchos amigos y haces como con los Donettes y sacas  las berries y te salen por todas partes… o haces mermelada. Aquí es donde yo hábilmente decidí salirme por la tangente y dejar que Marta investigara alegremente con el azúcar y los fogones, y fantaseara con ser como Panoramix nuestro druida. Y fue una decisión acertada. Ahora me parece que esta casa empieza a parecerse a la de Arguiñano. Yo me he quedado como Karlos, atrapado por la tortilla y las croquetas, y a Marta le ha salido la vena de Eva y se desenvuelve con los postres…con mermelada, claro está.

Sus especialidades hasta el momento son las de fresa y la de arándanos, muy recomendables a la hora de desayunar si venís de visita (guiño, guiño). Ahora aún después de un mes y pico, seguimos teniendo botes de mermelada en la nevera que harían que incluso Obelix cogiera aversión a la comida, y que me ha recordado a una escena de mis pelis favoritas a la que siempre hago referencia por la cantidad de puntos graciosos:

En definitiva, esto de las granjas ha sido una de las mejores ideas que he visto desde que estamos aquí. Y por tanto creo que asería una idea estupenda para las vendimias, recogidas de aceituna, almendruco, patata y demás actividades campestres que tanta lata dan a las segundas y terceras generaciones de familias con tierras. Yo lo dejo ahí, una idea al aire. Si alguien se da por aludido y la coge…que cuente conmigo para empezar la lista de precios. !A mí me parece una ideaca!

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Hacía mucho que no daba rienda suelta a mi inspiración musical. Creo que hoy es un buen momento, voy allá. Pulsemos el play:

El puzzle duró, lo que dura la gestación de un osezno, en el vientre de la osa. En vez de fingir, intentaré contar como fue tratando que no me de por reír. De pronto me vi  con una caja de Educa de 1000 piezas en la mesa el salón. Me mantuvo un montón de noches agobiado la necesidad de poner una pieza al día y sentir que no lo estaba dejando abandonado. Tenían razón, los profesionales en eso de que los puzzles hay que abordarlos con cabeza. Con la excepción de que esta vez era yo el que quería hacerlo sin clasificar las piezas por colores. Y así me fue, me costó frustración, dolores de cabeza y desesperado desde la silla y sin poner más que los bordes, le dejé abandonado…no poniendo piezas en ningún lado. Y pasados los meses regresé, a la maldición de sus piezas de colores, a la perdición de sus formas sin sentido y a las cenicientas a las 12, que nos decían que fuéramos a la cama. Y por esas noches de cafeína ajustando las cuentas con el tablero sin alma, no perdí la calma ni caí en la cocaína  Medio volviéndome loco, derrochando la poca energía que me quedaba al final del día, le fui poco a poco, ganando la partida. Y eso que yo, por no acabarlo de golpe en un día, para no derrotarlo con demasiada alegría, dejando platos vacíos y el carton relleno, para disfrutar de lo que era un regalo de artesanía y saborear el regalo navideño, le dejé durar tres noches más. Pero tanto le he querido, que he tardado en completar las 1000 piezas, 240 días y sólo 3 noches

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Pues eso, que me apetecía volver a dar rienda suelta a mi yo poético, pero no se si al final he aclarado el tema o sólo me he estrujado la cabeza sin motivo. Lo que simplemente quería comunicar era que hace unas semanas acabamos el puzzle de 1000 piezas que me trajeron SSAARR Los Reyes Magos de Oriente. Sí, digo bien, hace unas semanas. Y la razón por la que he tardado tanto en publicar esta entrada se ha debido a que el proceso de fijación, secado y decoración ha sido también largo y laborioso, aunque por suerte no tanto como el de reconstruir el cuadro de Leonid Afrémov.

Un puzzle es algo que le gusta a todo el mundo. En teoría es un pasatiempo que sirve para mantener la cabeza despierta a la vez que ayuda a despejarse después de un día de trabajo complicado, e incluso también sirve como acompañante en las oscuras tardes de invierno escocesas. Pero también es un arma de doble filo, ya que tras poner rápidamente las fichas de los bordes… el resto se vuelven todas iguales. Y es que no hay excusa de no ser capaz de discriminar un blanco perla de un blanco roto o un azul pastel de un azul eléctrico. No, da igual. En un puzzle todas las piezas son iguales y hay que hacer todo un ejercicio espiritual por no aporrear las piezas con el pulgar al grito de: «¡qué sí c%&%$&$o, qué esa pieza entra aquí por co%%&%&%s!»

El tema es que después de poner los bordes super emocionado nada más volver de las vacaciones de navidad….ahí se quedó el puzzle muerto de risa, esperando una mano amiga que le ayudara a desaparecer de la mesa. Al volver a casa por la tarde le miraba desafiante…pero me acababan pudiendo las ganas de tirarme al sofá y no perder neuronas para no encontrar una misera pieza. Mi mayor temor era que de tanto mover las piezas, alguna acabara en la moqueta y fuera terriblemente aspirada sin remedio y pasara a ser el puzzle de las 999 piezas o peor aún, como la canción de las botellas esa de la clase de inglés del colegio que tenía la musiquilla tan pegadiza: «Ten green bottles, hanging on the wall…»

Así estuvo hasta el día en el que ya dijimos basta. Con la vuelta de las vacaciones de verano, y con pocas ganas de retomar la rutina del gimnasio, nos pusimos las pilas y en tres noches mano a mano lo dejamos aviado. Ahí estaba, tan lustroso. Mirándolo así ya terminado no parecía tan difícil, casi diría que me dieron ganas de volver a desmontarlo y volver a empezar, pero imagino que sería debido a la emoción y las endorfinas del momento, por que al día siguiente…lo único que quería era verlo colgado…de la pared, claro.

A Marta le debió saber a poco terminar tal hazaña y tras acabarlo, no se le ocurrió otra cosa que complementarlo con un diseño de decoración artesanal que tuvo un poco de controversia además de dificultades de montaje a pesar de únicamente requerir dos materiales tan básicos como macarrones y acuarelas. Pero así somos nosotros, seremos capaces de hacer las técnicas más complejas y mortíferas técnicas de biología molecular, pero lo de pintar, recortar y pegar…no se, será que somos de la ESO y no nos quedó mucho poso. ¡Pero ya está! El domingo finalmente acabó su ciclo vital y tal y como era su cometido, acabó en la pared del salón.

Ahora ver la tele y mantener la atención es aún más complicado. A las fotos vestido de rudo escocés y la tesis, hay que sumarle la atractiva vista de nuestro puzzle terminado, como si de una cabeza de jabalí se tratara. Uno de los tesoros más preciados, por haber sido el más tedioso. Ahora espero que no se caiga y que se vaya todo al garete, por que con esa manía de las agencias de no dejar hacer agujeros…confiamos toda nuestra suerte al blu-tack y las cintas adhesivas.

¡Larga vida al Puzzle!

Estamos de vuelta. Tras un par de semanas de larga desconexión y de repurificación en las que personalmente he recorrido la península de punta a punta, hemos regresado a nuestro Dundee adoptivo donde actualmente nos encontramos en proceso de volver a la rutina. ¿Cómo? Mejor no dar detalles por que está siendo algo lento y doloroso.

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Ante el título de la entrada parece que tuvimos problemas en aterrizar, pero nada de eso. Cierto es que la temperatura bajó de los 40ºC en Barajas a los 10ºC escasos en Edimburgo, pero dejando de lado ese nimio detalle el aterrizaje fue perfecto. Esto sorprende un poco teniendo en cuenta la cantidad de víveres que traía en mi pobre maleta de mano (Alcampo Moratalaz, Oferta verano 2012: 10€), los cuales amenazaban con destrozar el cajetín porta equipajes del avión. Menos mal que easyjet no pone limitaciones de peso en el equipaje de cabina, por que si me hubieran puesto problemas habría tenido que metamorfosearme en Belén Esteban y decirle al de seguridad aquello de que «yo por mi queso y mi chorizo, ma-to!»  Pero pensándolo friamente, creo que habiendo gente como nosotros que practica el contrabando descontrolado de ibéricos puede acabar provocando problemas de equilibrio en los aviones que lleven al caos total. No exagero, ¿eh? Yo creo que esta vez en caso de que hubiéramos necesitado las mascarillas estas no habrían podido salir de la cantidad de chorizo y queso de oveja (que no mixto) que las oprimía miserablemente.

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Y es que que cada vez que toca regresar entramos en una especie de estado de ansiedad vital en el que nos comportamos como dos personas desnutridas que no tienen acceso a ningún tipo de  alimento. Por suerte no es así, pero comparándolo con la famosa historia de Platón y su caverna a la cual he tenido acceso estas vacaciones…volver aquí, «más allá del muro», una vez has estado bajo los efectos de la buena gastronomía es darte cuenta de que está, la realidad escocesa, no es la verdadera. No hay pipas Grefusa, no hay revueltos Facundo, no hay lomo embuchado, salchichón ibérico, queso de Cabrales, lentejas de La Armuña, garbanzos de Fuentesauco, arroz de Calasparra… en fin, que la realidad cambia y aunque no se comprenda hay que venir bien aprovisionado y dar gracias a lo que o en quien cada uno crea por lo que tenemos. En ocasiones pienso que no te das cuenta de todas estas cosas hasta que no estás fuera y no tienes acceso a ello, digamos que estamos algo «encavernados» y no valoramos lo suficiente las buenas cosas que tenemos por allí abajo. Con esta reflexión, pongo punto y final al momento intelectual del día. Modo cultureta-reflexivo OFF.

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Así que volver de vacaciones supone reengancharte a tu vida paralela, esa que has dejado de lado para poner los niveles de Vitámina D hasta las cejas y que al fin y al cabo es la que te está dando de comer haggis y hamburguesas (por que por suerte y hasta el momento el ibérico corre por cuenta paterna). Pero es duro, el inglés ha vuelto a pasar a mejor vida una vez más y ya no es que tengas una bola de pelo como al volver de Navidad, es que parece que se te acalambra simplemente con pedir una triste botella de agua. Además, la gente de tu alrededor que aún no se ha ido o que hace tiempo que ha vuelto te habla de cosas que te suenan a ciencia ficción: «transfecciones», «plásmidos», «PubMed» y «Nature» entre otros palabros raros que te cuesta poner en orden en tu cabeza en la que sólo aparecen cosas poco equivalentes como «sol», «playa», «Cuore» y «Marca«. Pero bueno, poco a poco vuelves a ser tu mismo y a reencarnarte en esa persona responsable que va a solucionar todos los problemas del mundo. Según pasan las horas empiezas a despertar de ese atorrijamiento máximo que te impide incluso moverte y el mono con platillos que todos tenemos dentro empieza a desperezarse. Pero no hay que presionarle por que puede ser contraproducente. Es por eso que el aterrizaje aunque es brusco, cada uno ha de hacerlo a su ritmo. En mi caso eso quiere decir que, el primer día subiendo a la cafetería a por cuatro cafés, el segundo a por tres, el tercero a por dos, y el cuarto…bueno, de momento, mi cuarto día va a ser sábado y pretendo dormir al mono de nuevo un par de días. !Qué cada uno aterrice como pueda!

aterrizacomopuedas