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Salir a tomar el fresco es una expresión que además de gustarme, me trae muy buenos recuerdos. Me vienen a la cabeza los meses de verano, los sudores intensivos al pasear por la calle por la tarde y la necesidad de estar encerrado en casa hasta después de cenar, hora en la que sales a la calle despavorido en busca de oxigenación. Este pasado fin de semana también necesitaba oxigenación, esencialmente del mismo tipo, pero no debido a las mismas circunstancias. Pasada una semana de aclimatación, necesitaba salir a respirar un poco y no pensar mucho. Por este motivo decidimos ir a pasar el fin de semana a la capital, a Edimburgo. Reservamos una habitación en un hotel cerca de Haymarket, a la ribera del río Water of Leith y allá que fuimos a pasar el fin de semana y tomar… el fresco. Sí, el fresco aire invernal de Edimburgo, que espero que deje el cutis fino, fino. Porque, vaya rasca.

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A pesar de haber estado ya en numerosas ocasiones por la ciudad y de tener la ruta preparada para cuando vienen visitas desesperadas por hacerse fotos en los numerosos marcos incomparables de la ciudad, esta vez decidí hacerme el ignorante para conseguir que la recepcionista del hotel me descubriera rincones inexplorados de la ciudad y que de paso me aconsejara donde poder cenar. De sobra es conocido el problema de intentar llevarse algo a la boca en este país si el reloj ha pasado de las 10 de la noche y quieres evitar a toda costa acabar en un McDonald´s o en un KFC. Pululamos por todas las calles del centro, intentando agarrarnos a un clavo ardiendo y buscar algún sitio donde poder alimentarnos, pero fue un estrepitoso fracaso. Acabamos cenando en un triste McDonald´s que tenía la planta superior cerrada y la puerta entrada para que bien entrara «el fresco». hora-de-la-cena

El sábado fuimos a ver las dependencias de la tía Isabel. El palacio de Holyrood, al final de la Royal Mile y frente al parlamento, era uno de los rincones que Marta aún no había visto. Así que allí estuvimos, controlando que la cuberteria de plata estuviera en perfecto estado de revista, que las camas estuvieran bien hechas y el cesped bien cortado. Pasamos un buen rato discutiendo acerca de la paternidad del hijo de Mary Queen of Scotland. Esa mujer es todo un ídolo en Escocia, pero tirando de la cuerda hemos descubierto que existe un vacío un tanto extraño acerca de quién era el padre de su hijo Jacobo VI. Las explicaciones de la audioguía eran ambiguas, y la Wikipedia no aclara nada al respecto. El delfín de Francia murió misteriosamente, y lord Darnley se quería cepillar a María porque sospechaba que esta se estuviera trajinando a su secretario David Rizzio, pero… María estaba embarazada, ¿de quién? Hay algo muy de Peñafiel en toda esta historia y por algún motivo no se ha querido indagar lo suficiente. Si la ciencia no me da para más, no niego que no vaya a darme una vuelta por las tumbas de esta gente a ver si me saco unas buenas muestras para dar un pelotazo con exclusiva el próximo verano.

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Por la tarde, el fresco pasó a ser de «formato nevera» a «formato congelador» y, claro está, comenzó a nevar. Como no había ser humano que andase por la calle, decidimos meternos en el cine y ver una película ambientada en unos fríos Estados Unidos allá por el siglo XIX, El Renacido. La película no merece mucho la pena, para mi gusto, y una de las anécdotas graciosas que tiene es ver a Leonardo di Caprio sobrevivir a la corriente de un río caudaloso en pleno invierno gracias a que consigue agarrarse a una tabla. Sí, amigos, esta vez Leonardo lo consiguió.

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Al salir del cine vimos con sorpresa como Edimburgo había pasado a un estado blanquecino. Hacía frío, pero era la primera vez que veíamos la ciudad nevada, así que no perdimos la oportunidad de hacer algunas fotos mientras nos poníamos de camino hacia el restaurante en el que cenamos. Para cambiar un poco el formato, fuimos a cenar a un vegetariano, al restaurante de David Bann, que debe ser un tío famoso que come hierbas. No soy yo muy fan del tofu, no porque no me guste sino porque no le saco sabor a nada y me resulta soso y aburrido. Pero he de decir que el plato de tallarines con verduras y tofu mereció la pena. Ahora le he cogido la costumbre a ponerle una estrellita a todos los sitios donde hemos estado para acordarme la próxima vez que vayamos a cada sitio. Da mucha rabia no saber localizar los sitios que más te gustan, así que viene bien aprovechar todo lo bueno que tienen las nuevas tecnologías.

El domingo lo pasamos paseando de nuevo por Princes Street, comprando té y un pantalón que no me quedó del todo claro si queríamos realmente o era un capricho por las Rebajas. Intentamos hacer algo de hambre antes de ir a comer, pero la grasa del desayuno escocés aún nos rezumaba por las orejas. Descubrimos un restaurante japonés que nos habían recomendado hace tiempo. El sitio estaba muy bien ambientado y la comida estaba muy buena, pero me da mucha rabia cuando vas a un sitio y encuentras que la carta está «adaptada». Entiendo que haya platos que gusten más y otros menos, pero no puedo comprender que vayas a un restaurante japonés y encuentres sushi, sushi con pescado al grill o un solomillo de Angus. Entiendo que hay que hacer negocio y que el paladar británico muy fino no es, pero no sé, yo soy muy de probar las cosas lo más auténticas posibles y estos menús adaptados me decepcionan un poco.

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Para rematar la faena fuimos a uno de nuestros sitios favoritos a tomar café, el Caffé Lucano y después nos atrevimos a entrar finalmente al Camera Obscura. Este es un museo de ilusiones ópticas para niños y no tan niños. Allí estuvimos haciendo el ganso un par de horas, jugueteando con espejos, bolas de plasma, gafas 3D. El sitio es un poco caro, pero merece la pena solo por las vistas desde el mirador de la última planta. Eso y por descubrir que efectivamente la nariz de Marta está más fría que las patillas del yeti.

Me gustan los inviernos fríos, me parece que tienen su encanto y que son así como tienen que ser, «frescos». El aire gélido de Edimburgo ayuda a despejarte y a coger la semana con fuerzas. También me gusta disfrutar de las ciudades sin presión, yendo por tercera, cuarta o quinta vez. Cada vez descubres en ellas algo diferente, algo que no es obligatorio visitar y puedes de verdad disfrutar sin tener el agobio de dejarte algo. Edimburgo es y será siempre una ciudad especial, y no me importe que quede algo por conocer, porque si es así tengo claro que volveremos.

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Como si de una película de Hollywood se tratara, este fin de semana pasado hemos tenido que lidiar con cuestiones de estado, cuestiones de trono. Quedaban pocos por venir, pero aún quedaba algún rezagado por aparecer por nuestra partícular pared de la fama. Ana, Edu y Hugo aún no habían puesto sus pies por Shepherd´s Loan y aunque Javi y Ana sí que lo habían hecho la ilusión por verles el careto fue la misma. Las visitas masivas son guays, nunca habíamos tenido una pero lo cierto es que le dan al fin de semana un puntito de mística y descontrol que lo convierte en una entrada de blog imprescindible. Y habrá gente a la que le parezca una conversación de mal gusto, pero a mi realmente me inquietaba el hecho de coordinar siete sistemas excretores sobre la misma taza. Pero gracias a mi sistema de control y purificación mediado por tarjetitas todo ha ido… algo mejor.

 

 

Tras solucionar el Tetris de como cuadrar en los coches y organizarnos para dormir comenzamos un fin de semana en el que nos vimos inevitablemente obligados a pasar bajo tierra o clavados en un bar como Maná. No se si fue mala suerte o que el destino me quiso poner las cosas fáciles, pero no hubo necesidad de plantearse planes complicados ni desplazamientos kilométricos. No, iba a llover sí o sí, así que la mejor solución era ver Escocia como mejor puede describirse: bajo techo, con una pinta –o dos–, y tranquilidad, mucha tranquilidad.

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El viernes por la noche tuve que adaptarme a la presencia de nuestros huéspedes. Es algo raro, pero cuando vives fuera no eres consciente de cuanto te cambian las habilidades sociales hasta que llega gente de «tu tierra» y  hace cosas que tú también hacías como es hablar a gritos. Cosas como esa te dan mucha vergüenza y te hacen hasta perder el hilo de conversación por aquello del que dirán. Es un momento de choque cultural o de adaptación que vale que no me duró mucho, ya que tras un par de whiskys después y tras haber descuartizado a un cuarto de la población mundial ya estaba completamente recuperado y me encontraba en mi salsa. Tanto, que en el Speedwell acabé intercambiando conocimientos whiskeros con un local o riéndome abiertamente de una pobre señora con bigote que se había quedado dormida frente a una pinta de Guinness. Ya se que soy malvado y que no debería reirme de estas cosas, pero yo no tengo la culpa de haber crecido rodeado por estos salvajes –sí, mis amigos son unos salvajes — que me han hecho ser en parte así.

La nube en la que literalmente estuvimos sumergidos el sábado condujo nuestros bólidos sobre la campiña escocesa hacia el Scotland´s Secret Bunker. Quiero aprovechar este espacio para agradecer a los compañeros de Avis por darnos en alquiler un bonito coche rojo pasión que era muy fácil de identificar por el espejo retrovisor de mi Almera. No había manera de perder a ese coche en la niebla cual gorila indefenso. El bunker era un lugar pintoresco al que aún no habíamos ido. Se trata de un bunker secreto –que ya lo es tanto — que se construyó durante la Guerra Fría con el objetivo de mantener a salvo a algos cargos del gobierno británico en caso de ataque nuclear sobre esta nuestra isla. Cierto es que no llamaba mucho mi atención el meterme bajo tierra a ver túneles y camas, y menos aún me atraía meter a mis visitantes a contemplar semejante espectáculo en su primer día en Escocia para alguno de ellos. Pero no había remedio, era meternos bajo tierra o aceptar el estar calados hasta los huesos durante el resto del día. El bunker en sí me pareció algo frívolo, destilaba un tufillo a orgullo nacional y supremacía militar que no me terminaba de hacer mucha gracia. Pero lo que es cierto es que fue interesante ver in situ uno de esos sitios que has visto tantas veces en películas de extraterrestres o de destrucción mundial. Es increíble que el ser humano sea tan sumamente consciente de su propia autodestrucción como para que sea capaz de diseñar con tanto detalle semejante espacio. Pero bueno, no me voy a poner filosófico por que este tampoco es el momento. Nosotros, a parte de alucinar con los comentarios de las audioguías del cretácico, disfrutamos haciendo el zombi por los pasillos, descubriendo puertas secretas que daban al vacío, asumiendo el rol de la mujer bajo tierra,  comprendiendo que siempre que entres en un bunker tienes que llevar tu veneno a mano y que la desintegración atómica puede ser más compleja aún que la jaula de Faraday. Bueno, todo eso y que imitar a Gila puede ser más facil de lo que uno se cree si dispone de los atuendos adecuados.

Una nueva cosa que aprendí en el bunker y que no quería dejar de contar es que además de los notables descubrimientos hechos por científicos escoceses como el teléfono, la bombilla incandescente, la penicilina, el vátio,  la oveja Dolly o la aguja hipodérmica, no tenía la menor idea de que en Escocia también se inventó el chubasquero. Curioso y poco sorprendente a la vez, ¿verdad? Otro Macintosh que proporciona conocimiento a la humanidad. ¿Cuántos más habrá por ahí escondidos?

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Y de verdad que si os digo que llovía no os miento. Intentamos por todos los medios hacer algo descapotable, pero no había manera. Ni siquiera haciendo 20 grados McNubarrón nos pudo dar un respiro para tomarnos un heladito por las chorreantes calles de St Andrews, donde hasta las telas de arañas le daban un puntito tétrico a la tarde. Esto hizo que irremediablemente tuviéramos que pasar el resto de la tarde y parte de la noche delirando en el Taybridge Bar, conocido lugar de reuniones festivas post-futboleras.

Y aquí ya en el bar… no se que pasó. No se si nos echaron algo raro en la copa o nos dio uno de esos arrebatos raros de exaltación de la amistad, pero el caso es que viendo las fotos me parece que nos lo pasamos bastante bien sea de lo que sea de lo que habláramos. Yo lo único que recuerdo es volver a casa y ponernos a exterminar de nuevo a la mitad de la población mundial, hablar de las avestruces de Belinchón y de ser serios, aburridos y preocupados por el medio ambiente. Como de esta segunda parte de madurez no tengo fotos, os dejo unas pocas de las del pub, que desde luego no pueden ser más divertidas. Y es que yo que se, debe ser que les echo un poquito de menos…

Para terminar el fin de semana festivo recurrimos al clásico, desayuno escocés en toda regla. ¿Para todos? No, un pequeño proyecto de galo decidió hacerse el rebelde y resistir fuerte al invasor tomando unas pobres tostadas que no debieron llegarle más lejos de sus peludos talones, pero cada uno a su rollo. Y claro, pasó lo previsible. McSun se descojonó de nosotros desde lo alto del Dundee Law y justo un par de horitas antes de tener que salir… se puso a atizar bien mientras descubríamos que la rueda tenía un clavo. Sí, de nuevo problemas con una rueda en un coche de alquiler. La historia se repetía y nos hizo tener que precipitarnos lentamente hacia el aeropuerto de Edimburgo, donde la onceava visita terminó. Gracias a todos por venir, y gracias al cabrón que se llevó mis tarjetitas de ducha y me dejo maloliente durante todo el fin de semana. Creo que la próxima vez…me invento otro jueguecito, por que este del váter salió algo torcido.

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He decidido ponerle este título a la entrada echando cuentas  de lo que ha sido la última visita que hemos tenido y que me hizo acordarme  de la película pastelona esa de nombre similar. No se que es lo que tienen los dígitos, fechas y estadísticas que me vuelven tan loco. Aparte de llevar el control de lo que gastamos de luz, de cada cuanto tenemos que recargar el teléfono de invitados y de cuantos kilómetros –perdón, millas– le hemos hecho al coche, en mi cerebro todavía queda hueco para recordar una y cada una de las visitas que hemos tenido en estos casi dos años que llevamos en Dundee ya. Y es que con esta han sido ya diez veces las que hemos sacado a relucir nuestras habilidades hospedadoras, que esperemos que hayan sido de agrado del personal. Aprovecho la ocasión para recordar a los perezosos que al contrario de lo que decía Madonna «el tiempo pasa, rapidito».

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En esta ocasión, he tenido la oportunidad de tener a la familia real al completo, con hermana y todo. Para ella era la primera toma de contacto con el mundo dundonian, y para mi todo un honor. Los preparativos no fueron muy complicados, una vez que solucionamos el tema del colchón para recrear una tercera habitación y de conseguir apañármelas para dejar a las células contentas para poder cogerme la semana de vacaciones, todos los ruegos y plegarias antes de su llegada iban dirigidos a que las nubes nos dieran una tregua de unos días y nos dejaran movernos y no tener que recurrir a estar bajo techo de pinta en pinta. No es que no quisiera darles una imagen equivocada de lo que es Escocia y sus nubarrones, pero queda un poco feo el que vengan a verte en verano aposta y estar debajo del nublo todo el rato. Vamos, que como que no mola.

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Por ideas y planes no íbamos cortos. Cada día tenía incorporado un plan B y un plan C, por los imprevistos que pudieran ocurrir. Pero incluso para mi sorpresa, hemos podido ir a casi todos los sitios que tenía planeado y que cumplían con la norma de estar a una hora de Dundee excepto la excursión estrella, la visita a la isla de Skye. Los turistas se portaron muy bien y se quejaron poco de ir embutidos como sardinas en lata en la parte de atrás del pobre Almera, al que también hay que agradecer su servicio y el haberse portado como un toro sin quejarse durante los 9 días que le tuvimos trotando por la campiña escocesa y al que le han caído la nada despreciable cifra de 1500 millas. Ahí es ná.

Haré un breve resumen de lo que han sido estos días, para que cuando pase tiempo y se me empiecen a amontonar los datos, me sirva como pequeño recordatorio del viaje. Lo haré a grandes pinceladas para no extenderme mucho, así que si no sois los aludidos podéis saltaros esta parte por que igual os resulta igual de interesante que el España-Australia del lunes.

Sábado 7: BBQ en Tentsmuir Forest y concierto en la catedral de St.Paul 

He comprendido que a mi madre le gusta hacer la peonza en la playa y que mi padre se ha declarado un enamorado de las barbacoas portátiles, es un secreto a voces que un negocio revolotea en su cabeza. Además de esto, momento histórico el del choque cultural al tirarse al cuello de los indios para darles dos besos como dos soles casi desata un conflicto diplomático. Por lo demás, bien. Por la tarde, en la catedral de St. Paul, comprendí que las clases de inglés del ayuntamiento deben ser más útiles de lo que su nombre sugiere, mi padre se leyó de cabo a rabo el programa del concierto. ¿Aburrido? No lo se, pero daba el pego de que le estaba gustando. Mi hermana, también presente, desgastaba la pantalla tactil de su teléfonolisto.

Domingo 8: Isla de May y St Andrews

El tiempo escocés es una mierda, sí, una mierda. Si no te gusta espera media hora, el verano es el día favorito de los esoceses…un montón de dichos y una sola realidad: puede llover, hacer sol y estar nublado al mismo tiempo. Otro momento a recalcar es que los estérnidos son peor que los pájaros de Hitchcock y que cuando se cabrean se cagan en tu boca, así de claro. Y los frailecillos… ains, benditos puffins. Si nos dejan un rato más acabamos como Tom Hanks en Náufrago — al menos hasta que se acabara la batería de la cámara. Más tarde, ya en St Andrews asumimos los helados se toman antes de cenar y a mi padre le gustan las ostras y los mejillones pero no el sushi por que es pescado crudo. ¿Sentido? Ninguno, pero así es él.

Lunes 9: Glasgow

En Glasgow llueve día sí, día también y las escocesas no llevan paraguas, corroborado. Nos resulta un tanto hostil y se hace patente de que a pesar de que tiene un montón de tiendas cucas y molonas, no nos gusta. Hay algo turbio en su ambiente que no nos hace que la cojamos cariño. El metro parece de juguete y mi madre tiene tintes racistas y discriminatorios por su tamaño y la manera en la que los conductores cierran las puertas. La universidad en cambio, si que nos gustó. Muy inspiradora, así que usamos sus baños. Estaban limpios.

Martes 10: Castillo de Dunnotar y Glen Clova

El verano existe, puedo llevar pantalones cortos un rato. Mi madre se siente como las de Arriba y Abajo y mi hermana se hace más selfies que Miley Cyrus en un concierto de los Ramones. El castillo resulta inspirador pero casi no entramos por falta de monedas. A la hora de comer, casi dejamos al establecimiento sin provisiones y al carrito de los postres sin ruedas. Matamos por encontrar un buzón, el servicio de correos del Reino Unido echa humo. En el Glen Clova primera gran cagada, me equivoco de ruta y no llegamos a la maldita cascada. Esto provoca un estado de flojera el cual aún no he encontrado explicación. No podemos tomar café con nubes por que en este país las cafeteras cierran a las cinco. Cosas que pasan.

Miércoles 11: Destileria de Edradour, Pitlochry,  The Hermitage y celebración de cumple en Auchmithie

Descubro con alegría que mi padre puede correr. Si hay whisky y la visita ha empezado, pone su mejor ritmo incluso cuesta arriba. Mi hermana dice que le gusta pero es mentira. Cumple 25, va de chula, pero se le siguen dando la vuelta los ojos cada vez que le da un trago. El Hermitage nos trae paz, nos molan las cascadas y creo que empieza a crecer la idea de que vivir en Escocia mola. La ceremonia pasa por un momento de tensión umbilical en el momento en el que el salmón está en un estado que no sabemos si es el correcto. En lonchas o en lomo, en ensalada o en almibar, ahumado o fermentado. ¿El huevo o la gallina? No, señor. Dígame como está el salmón y moveré el mundo.

Jueves 12: Edimburgo

Vuelta a los orígenes. Algo tiene esta ciudad, pero si les llevo aquí no fallo. El cañonazo de la una en punto sigue siendo algo emocionante, el bocadillo de cerdo algo para lo que partirse de risa y la comida india un nuevo descubrimiento: no da gases. Comer con zumos en vez de con cerveza conlleva poner caras similares a las del hombre de las cavernas con el descubrimiento de la rueda. Los documentales de La 2 tendrían para rato con nosotros. Nos molan los palacios en los que hay camas con cortinas, pero nos recuerdan al palacio de Aranjuez. ¿Quedarán rincones de Edimburgo que no hayan pisado? Lo dudo, pero les da igual. Nos gusta Edimburgo, Glasgow KK.

Viernes 13: Dundee y Fort Augsutus

Dundee, ese gran desconocido. Me recalcan varias veces que la mantequilla aquí es buenísima, no repite nada. Aún así pretendemos tomar un Scottish breakfast pero se nos junta el desayuno con la comida. Llevan 7 días aquí pero la adaptación sigue siendo complicada. Mi madre se compra un chubasquero que se podría ver desde otra galaxia, pero ella va tan pichi. Hacemos pisitos y caquitas de órdenes de magnitud incomprensibles y partimos hacia Skye. Por el camino descubrimos un hotel en principio abandonado pero que resulta ser la cuna de las «gorditas» del fish and chips. En Fort Augustus tienen su primera experiencia vital con un B&B. Cuantas cosas estamos aprendiendo en este viaje.

Sábado 14: Castillos de Urquhart y Elian Donan. Skye y playa de coral de Dunvegan

Por fin el lago Ness. Llevamos ya casi mil millas, tres viajes a Escocia y es la primera vez que ven el lago Ness. No encuentran al monstruo, pero el día brumoso en el castillo de Urquhart hace que hasta te lo puedas imaginar. No les decepciona tanto como pensaba, será que se lo había pintado muy mal. No encontramos a Sean Connery en el castillo de Eilean Donan haciendo el Inmortal pero a mi madre le encantan sus cocinas, son una maravilla según ella. En Skye empieza la fiebre del cordero, creo que nos gustan tanto o más que los puffins. La playa de coral es como una experiencia religiosa de Enrique Iglesias, pero nos da hambre. Arde Troya, no hay más que un bar de locales y un restaurante que resiste al invasor extranjero. Nos hacemos con el, llenamos el buche. Estamos salvados. Celebración tardía en la posada de los 100 whiskys. O nos vamos a la cama o acabamos con el esofago como para hacer cinturones.

Domingo 15: Vuelta a Skye, palizón de vuelta y fin de fiesta

Este desayuno está mejor que el anterior. Repetiremos esto a lo largo del día, tanto como lo harán los haggis en nuestro tubo digestivo. Skye nos ofrece hoy más corderos, el faro de Neist Point, y vueltas y vueltas a la isla….Vacas que se ponen en fila, corderos que parecen posar para ser retratados. Nos da pena marcharnos, mi madre y mi hermana sueltan un «Ooooooooooh» al cruzar el puente que podía recordar al grito de William Wallace al darse cuenta de que su querida había…. no lo diré, soy un spoiler free. La vuelta en coche nos deja echos un siete, pero estamos en la cama antes de las 12, que sino Marta se convierte en Gremlin y a ver quien la aguanta. Acaba la fiesta.


Como he dicho antes, para esta entrada he decidido ser algo más telegráfico. He supuesto que a nadie le iba a importar un carajo lo que contara y que probablemente sólo fuera a echarle un vistazo a las imágenes, así que he decidido ahorrarme la molestia de novelar el viaje. Además, como me pusiera a ello probablemente tuviera que escribir el «¿estás bien?» como un millón y medio de veces y como que no es plan de eso.

Así que aquí acabo el resumen a estos días. Debo ser masoquista, por que aunque nos lo hemos pasado muy bien mejor me lo estoy pasando ahora volviendo a la rutina. No me voy a quejar de el tener vacaciones, pero que caos el de desconectar y tener que volver a reconectar. Me gustan las visitas, ya lo he dicho otras veces. Espero con impaciencia la siguiente que aunque seguro que no será tan intensa por que ya me quedo con sitios a los que ir, seguro que estará llena de coletillas y momentos interesantes que recordar hasta la posteridad.

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Una de las preguntas más difíciles de contestar para la mayoría de la gente es la de » y tú, ¿a qué te dedicas exactamente». Y es que claro, cada uno anda metido en su rutina y no siempre es tan claro y evidente el explicar en que consiste en su jornada laboral a menos que seas encargado de un peaje o catador de alimentos para perros. Por tanto el conseguir que gente que no es de tu campo y que no entiende tu jerga  entienda a que te dedicas sin que pongan cara de  «no entiendo un carajo» puede ser todo un reto. A mi me pasa mucho, y aunque me lo expliquen una y mil veces me sigue sin quedar claro y me empecino con quedarme con cosas que no son del todo ciertas. El ejemplo más claro es el de mis amigos. Si me preguntaran que explicara a grandes rasgos a que se dedican tendría que contestar que una contrata leñadores, otro busca sitios donde hacer retretes en el campo, otro mete desodorantes en cajas y los manda lejos, otro caza satélites, otro busca becarios a precio de saldo y otra investiga los mecanismos de entrada del virus de la peste porcina africana en monocitos y macrófagos para buscar posibles terapias antivirales y el futuro desarrollo de vacunas. Ahora es cuando comprendereis mejor a lo que me refería, o estás en el mundillo o no te enteras de la misa la media.

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Yo no me voy a tirar el pisto por que tampoco es el medio adecuado ni la intención de este blog, pero lo que si puedo decir es que me tiro más horas que un tonto delante de un microscopio. El microscopio debe ser uno de los aparatos con los que más rápido se asocia a un científico junto con una probeta y un matraz, pero dentro del enorme abanico de microscopios que existen en mi caso el que se lleva la palma es el microscopio de fluorescencia. Pero si pensáis que a través de ese aparato lleno de palancas y botones se mueven los hilos de la ciencia y que se fabrican monos con cinco culos os diré que no, que bajéis de nuevo a tierra firme. Entre otras cosas este aparato se utiliza para ver las proteínas o el ADN de las células que previamente han sido marcadas con moleculitas de colores que te hacen tener unas imágenes chachipirulisjuanpelotilla. En resumen, mi trabajo consiste en buscar y contar puntos y rayas a cascoporro, un trabajo tedioso y con síntomas algo epilépticos.

Lo curioso es que después de pasar muchos días mirando células al microscopio acabas por abstraerte de todo, dejas de pensar acerca del experimento y del posible resultado y entras en una fase de embobamiento preocupante. Es como cuando vas en la parte de atrás del coche durante un viaje largo y no tienes nada mejor que hacer que quedarte como un idiota mirando a las nubes y pensando en que forma tienen, a que huelen… y esas cosas –aunque quizá me haya desviado algo con el ejemplo, por que ¿a qué huele lo que no huele?

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Para que entendáis mejor a lo que me refiero, he guardado algunas imágenes para mostraros que hay veces que el misterio puede estar muy de cerca en la vida de un científico y que quizás no estemos tan lejos del ansiado mono de cinco culos:

1) El fantasma, el caracono y el losing my religion

El tema es un poco fantasmagórico, ¿eh? ¿Cómo es posible que me pueda concentrar en el trabajo si cuando miro por el microscopio me encuentro con células que me echan esas miradas?

2) El zoo: el elefante, Snoopy y el ganso

Esto me recuerda algo a las pruebas esas de los psicólogos de las películas en las que preguntan al paciente qué es lo que ven en la figura que les enseñan. Pero lo malo es que en este caso es mucho más evidente y no da mucho lugar a confusión.

3) Arte contemporáneo: el grito, Miró, luz-fuego-destrucción

No todo van a ser cosas obvias, no. Hay veces que también dejo volar mi imaginación e intento ver más allá de lo que mis ojos ven –vamos, que me lo invento. Por que no todo van a ser puntos en esta vida, también hay rayas, rayas de colores. Por mucho menos hay gente que es mucho más conocida que yo, así que esperar unos añitos y ya veréis como estas fotos valen millones. 

Así que ahí tenéis un pequeño ejemplo de qué es a lo que me dedico. No se si os lo he aclarado o si os he confundido más. Ahora cuando os pregunten por ahí la próxima vez seguro que tenéis mucho más claro el que contestar. No quiero dar una imagen equivocada, pero  la vida en un laboratorio además de paciencia, perseverancia y resistencia a la frustración… también requiere de una buena dosis de imaginación, y el microscopio es como el Red Bull: ¡¡¡me da alas!!!

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La palabra aplicar tiene un significado adicional entre la gente que busca trabajo en el siglo XXI respecto a la gente que lo hizo el siglo pasado. Yo me di cuenta de este pequeño detalle en el momento que empecé a moverme en el mercado laboral al acabar la tesis. Todo el mundo estará de acuerdo en aceptar que el lenguaje evoluciona y que hay palabras que se dejan de usar y otras que se van incorporando, pero también en que hay palabras que cobran un significado extra, como es el caso de la palabra aplicar. Con el asentamiento de las nuevas tecnologías, los curriculums ahora se mandan por internet a través de aplicaciones y por tanto, si la documentación se envía a través de una aplicación, lo suyo es que el proceso de realizar esta acción se denomine «aplicar a un trabajo». Suena la mar de lógico. Pues bien, este termino tan común en la jerga juvenil ni está reconocido por la RAE ni  tampoco es entendido por tus padres, lo cual además de ser preocupante puede llevar a graves problemas de comunicación. Es un claro caso de incomprensión generacional.

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Pues bien, quería aclarar este punto antes de empezar la entrada de hoy sencillamente por que me he dado cuenta de que he utilizado esta expresión en el mismo título y no quería tener problemas de este tipo justo antes de empezar. Quiero aplicar a caballero escocés por que considero que al igual que me se las estaciones de la línea 9 de carrerilla, estoy adquiriendo tanta experiencia y conocimiento en el mundo escocés que dentro de poco podrían darme un título de esos que pones en la pared y quedan tan chulos para fardar cuando tienes visitas. Dos de las últimas actividades que  han contribuido a aumentar mi sed de titulutis aguda han sido ni más ni menos que ir a unas justas medievales a ver a unos cuantos escoceses a caballo darse de mamporros e ir a pasear por un bosque encantado. Mola, ¿eh? Pues voy a ello.

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Poca luz, mucho frío, humedad del 90%… pero ¿quién tiene el lujo de poder ir a ver unas justas medievales a escasos 50 kilómetros de su casa? Vale, ahora siento que es el típico momento que meto la gamba y me salen un montón de críticos diciendo que es algo muy común. En mi defensa diré que yo aparte de las de Menorca, no había oído de ellas más que en las de la película de El primer caballero. Es verdad que en estas a las que fuimos no estaban Richard Gere, Sean Connery o Julia Ormond, pero para pasar el rato y berrear como un animal no estuvieron nada mal.

Si tengo que describir que sensación me produjo el disfrutar de unas justas medievales diré que fue una mezcla de entre estar en el Bernabeu y viendo el Pressing Catch en el sofá de casa. Vamos, algo así como estar viendo un partido con el propio Hulk Hogan comiendo pipas a puñados. Salvaje. Es verdad que das una imagen un tanto pobre en esos momentos, pero ayuda a liberar las tensiones acumuladas durante la semana. No es mál plan, aunque siempre elijo mal. El que quiero que gane siempre pierde, tengo un don.

Otro plan algo menos salvaje pero de nivel cultural medio alto es el de ir a visitar el Enchanted Forest con la llegada del otoño a Escocia. Ubicado en una localización muy pintoresca conocido por ser la puerta de entrada a las Highlands y por estar rodeado de destilerías, el bosque de Faskally en Pitlochry (Pilorí en entradas anteriores) se transforma durante estas fechas en un paseo músico-luminoso en el que puedes dar rienda suelta a tu imaginación…y calarte hasta los huesos. Perdido en la oscuridad, sin ver más allá de dos palmos delante de tus narices y guiándote por las luces y la música tenebrosa, vas andando y en ocasiones da la impresión de que estás metido en la película de Fantasía o de haberte caído en un barril de vino como Dumbo. Una pasada sobretodo si se combina con una tormenta del copón. Sí, no os penséis que aquí se suspenden las cosas por la lluvia. Tú compras unas entradas, vas hasta allí, y si llueve…te fastidias. Y da igual tener el mejor impermeable o un paraguas estilo sombrilla familia numerosa de Benidorm, no, aquí te mojas igual. Pero bueno, en su defensa diré que una vez que vuelves a casa y compruebas que no te has agarrado una pulmonía de campeonato hasta lo aprecias como un puntito extra que le da un poco más de misterio si cabe al bosque. Experiencia que como candidato a caballero escocés recomiendo a las visitas otoñales.

Así que, ¿veis como estoy en condiciones de aplicar a gran caballero escocés? Expresión que como os he enseñado hoy, es completamente válida. Lo malo es que tengo miedo a que el examen sea en el castillo de Eilean Donan y que para examinarme aparezca el mismísimo Juan Sánchez vestido de Sean Connery y la liemos parda… Por eso voy a ver si me perfecciono un poco más antes de echar la aplicación que aquí los procesos de selección son muy salvajes.

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Las actividades sociales con la gente del laboratorio se suelen limitar a producirse algún viernes del mes en algún pub de los alrededores al trabajo. Generalmente no tienen mucho más interés que el de estar al día de todos los cotilleos, aprovechar para contarte los planes para el fin de semana y si se pone a tiro, despellejar a alguien de algún otro laboratorio. Vamos, marujeo puro y duro. Pero el pasado viernes hicimos algo diferente, ya que la asociación de estudiantes de doctorado organizó un torneo de Dodgeball, el para nosotros conocido Balón Prisionero. 

Cuando llegó el correo lo ignoré bastante y como generalmente suelo hacer cuando no entiendo dos palabras seguidas de lo que pone en el asunto, lo eliminé de la bandeja de entrada. Pero hubo gente que se ilusionó y al final pues me empecé a interesar yo también con el tema. Vagamente recordaba como se jugaba, lo único que sabía es que había una pelota, dos equipos y que había que zumbar a los contrarios para echarles fuera de la pista. Eso era todo. Pero he descubierto que existe un reglamento (que luego todo el mundo se salta), hay asociaciones y federaciones profesionales, que hay una película y que hay gente que es realmente fan. Luego caí que en algún momento de mi infancia yo había visto la serie esa de Bola de Dan, pero no  había hecho la asociación de ideas, que cosas.

A pesar de nuestra nula experiencia, decidimos hacer un equipo y apuntarnos al torneo. Nuestro único entrenamiento  antes del torneo fue ver la película, indicativo de la derrota estrepitosa a la que nos estábamos exponiendo. El equipo era de lo más variopinto, estando el jefe como líder espiritual y por suerte siendo el objetivo número uno de nuestros rivales. Eso de tener al director del departamento en tu equipo hace que sea muy jugoso para los rivales, los cuales estaban deseosos de descargar frustraciones.

IMG-20130628-WA0001Pero ni por esas. Quizá nuestra curradísima equipación estilo corbatas a la cabeza hacía que los rivales nos vieran como el rival más extravagante o flamboyant al que batir. Tras la primera derrota cosechada en el primera partido, fuimos mejorando y entrando en una estupenda racha de tres victorias consecutivas que no sirvió para mucho ya que no conseguimos clasificarnos para los playoffs.  Al final conseguimos un merecidísimo sexto puesto (no diré sobre cuantos, pero sí que no fuimos los últimos) y el compromiso de apuntarnos el año que viene y mejorar nuestros registros.

Está divertido este deporte, no entiendo por que sólo se juega en las clases de educación física, por que la verdad es que te picas y liberas un montón de tensiones lanzando bolazos a diestro y siniestro. Además está también muy bien el tener actividades laboratoriles, un poquito de diversión para sacudirte un poco la decepción proteinística que nos asola últimamente viene muy bien. Eso de sudar juntos debe ayudar a hacer grupo, por que sino el tener que estar más de tres horas todos juntos con olor a chotuno y las agujetas que tengo en el brazo este fin de semana no habrán tenido mucha utilidad. A ver si no tardamos mucho en hacer otra cosa de estas, a la próxima más y mejor.

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El día de San Isidro de ayer no estuvo rodeado de chotis, barquillos, claveles, ni tampoco acompañado de rosquillas ni trajes de chulapo. Por no tener no tuvo ni día de fiesta, aunque es verdad que al menos podríamos haber simulado ir a la pradera.  Por que otra cosa no será, pero praderas aquí hay de todo tipo y condición. Pero aunque ahora parece que el tiempo está invitando a que vayamos a invadirlas aún estamos a la espera de ver al primer valiente que se atreva a poner el culo en el suelo.

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Dejando un poco la morriña por no poder repetir mi actuación antológica bailando Fiesta Pagana en mitad de la verbena decidimos hacer algo también un tanto castizo, ir a ver la nueva película de Almodovar: Los amantes pasajeros o como la llaman aquí los britons, I´m so excited! En principio la traducción parece un poco de broma pero luego resulta no ser tan trivial, aunque no desvelaré nada, no querría ser el osado que se convirtiera en un Almo-spoiler.  Nosotros no es que nunca hayamos sido unos grandes devotos de este hombre, pero es cierto que por unas cosas u otras al final hemos acabado viendo casi todas sus películas y en esta fecha señalada…esta no podía ser menos.

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Desde luego he de decir que esta se lleva la palma. Ya sabía que Pedro tuvo una infancia complicada y que muchas de esas experiencias «vividas» se ven reflejadas en sus películas, pero esta última ya es el colmo de lo apppsurdo. Digamos que me pareció entretenida, vamos que estuvo bien para pasar el rato, pero bien es cierto que a ratos me llegó a dar un poco de vergüenza el ver la cara de incredulidad de los foráneos mientras la luz de la pantalla les atizaba en la cara. Me habría gustado tanto poder saber lo que estaban pensando en esos momentos…aunque había alguna cara que era como si tuviera subtítulos, no hacía falta preguntar. Está claro que es un tipo de cine que por aquí no se ve, así que igual es esa forma de hablar y esa apertura de cascos lo que les gusta tanto. ¡Pero lo más sorprendente es que hasta conseguí aprender algo nuevo en inglés! ¿Alguién se había preguntado alguna vez que significa la palabra taxi?, ¿podía tener algún significado aparte de el de llamar con la mano a una caja blanca con cuatro ruedas, una letra y una línea roja cruzada? Pues sí amigos, es un término que usan los pilotos en los aviones cuando van desde la terminal a la pista. ¿Curioso, verdad? No te acostarás sin saber una cosa más.

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Al final de la película…un poco dificil el explicar que de verdad en el fondo, muy en el fondo, había una trama con mensaje. Parecía que entre risas había que justificar lo que acababan de ver aunque al fin y al cabo todo se podía resumir con un «this is Spain, just… different». No se si San Isidro Labrador habría ido al cine a ver esta película o se habría tirado al pozo, pero nosotros contribuimos con nuestras libras esterlinas a potenciar el cine español y a hacer este día de San Isidro escocés algo más festivo. Eso sí, estoy seguro que el que haya visto esta película jamás volverá a pedir sin miedo un vaso de agua en un avión.

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