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Ha pasado mucho tiempo, pero el que la sigue la consigue. No sabía como iba a ser, pero tenía claro que de alguna manera se tenían que acabar alineando los astros para que yo pusiera mi cruz en la casilla de «Eres un auténtico dundonian si al menos has usado una vez el aeropuerto de Dundee». Así que ahora sí, ya soy un ser completo.

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El aeropuerto de Dundee es uno de los puntos más interesantes de la ciudad. A la entrada, desde la carretera que conecta Edimburgo con Aberdeen, y con una pista encajonada entre el Riverside Inn, el centro de reciclaje, unas cuantas vacas peludas, un campo de fútbol y el Tay, este miniaeropuerto pasa a ser el codiciado objeto de deseo de los empresarios dundonian que necesitan ampliar sus redes comerciales más allá del Muro en busca de un destino mejor. Sólo tiene dos vuelos: Londres y Jersey, Jersey y Londres, y la terminal no es más grande que un Domino´s pizza. Esto hace que al cruzar su puerta abras los ojos tanto como si estuvieras viendo un programa de Cuarto Milenio, bienvenido al momento del misterio.

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Mi experiencia personal fue poco emocionante, pero me apetece contarla. Crucé la puerta y fui a la zona del registro donde dos empleadas esperaban pacientemente a los insensatos que decidían tomar el vuelo de la mañana.Como no llevaba equipaje alguno, perdí la oportunidad de ver como mi maleta desaparecía en una cinta del tamaño de ping-pong. Pero en cambio, pude disfrutar de pasar el control de seguridad como si fuera el colega del policía. Al no haber literalmente nadie haciendo cola, el hombre me ayudó a poner las cosas en la bandeja e incluso tuvo tiempo de preguntarme que qué tal el día mientras pasaba el arco de seguridad. Estas cosas no deberían sorprendernos, pero en los últimos años los rituales de entrada a los aeropuertos se parecen más a un transporte de ganado que a un servicio por el que has pagado un dineral. Tras pasar el control esperé a que saliera mi vuelo sin tener que mirar en las pantallas por qué puerta salía, ya que sólo había una. Así que esperé a que llegara el momento en el que yo, con mis otros seis compañeros de vuelo pusimos rumbo a nuestro jet privado.

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Sobre el avión no tengo palabras. Era tan mono… tan pequeño… iba tan despacio… se movía tanto… vamos, que era como de juguete. Yo estoy seguro que Cristiano Ronaldo o alguno de estos, tienen aviones privados más grandes que el aparatito ese en el que me monté. Con no más de 30 asientos y un par de hélices de esas de las que creía que sólo se veían en las películas, puse mi cuerpo a su servicio. El ruido de sus hélices al ponerse a tope de revoluciones para levantar el cacharro antes de que la pista se acabara fue como escuchar a Chewbacca lamentarse por los quejidos del Halcón Milenario, con la diferencia que aquí no hubo salto al hiperespacio ni nada similar. Todo lo contrario, el vuelo a Londres se hace plácidamente en uno de estos aviones; sin ir muy deprisa ni muy alto y pudiendo disfrutar en todo momento de los lagos, valles y prados que cruzan de un lado a otro la querida isla de la Gran Bretaña.

La mejor parte de usar este aeropuerto es el regreso. Como la pista es tan corta el aterrizaje se siente como si el avión cayera a plomo, y luego inmediatamente se siente de utilidad por primera vez el cinturón de seguridad en un avión. Sin él, los cuatro gatos del avión acabaran empotrados contra la cabina del piloto. Digamos que uno aprende a apreciar un buen aterrizaje en otros vuelos después de haber vivido uno en este avión. La pena es que los precios no sean más populares, porque sino habríamos estado bajando a Londres más a menudo sin tener que ir a Edimburgo y dejar el coche en el aeropuerto. Como se puede apreciar, soy una persona concienciada con el medio ambiente y con la huella de carbono, pero también soy una persona preocupada por nuestro anciano coche. Así que como a lo mejor este tren sólo pasa una vez en la vida, yo soy feliz por partida doble: por un lado porque he podido disfrutar de la experiencia de usar el aeropuerto del pueblo, y por otro y aún mejor y más importante, vivir para contarlo.

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Tras varias rondas de experiencias sensoriales similares he llegado a la conclusión de que uno de los momentos más críticos del «volver a empezar» es el de retomar la actividad física. Generalmente paso por etapas varias de bipolar perdido en bosque de Sherwood y acabo optando por la de dejar pasar la primera semana como semana de adaptación al entorno. Pero antes de lo que piensas comienza la segunda semana, y este es un momento crítico por que sigo intentando creerme le excusa de que aún me estoy adaptando. Pero eso es mentira, es pura vaguería y eso lo saben hasta los chinos. Así que es en esos momentos cuando recurres a grandes figuras de la historia, motivadores natos que hicieron de sus palabras un ejemplo para generaciones y generaciones. El simple susurro de sus palabras cala hondo dentro de ti y enciende esa chispa que necesitas para seguir adelante, dejar atrás la pereza y empezar a mover el esqueleto. En mi caso, para mi no hay otro como El Cordobés. Por que como el bien dice: «todo sale de deporte»

Yo querer me quiero mucho, a mi, a mi mismo, a mis tomates y por querer quiero hasta a las arañas culonas que sacrifico cada mañana en esta época. Pero a las que no quiero nada y temo son a las agujetas traicioneras que aparecen tras las primeras carrerillas postestivales. Yo creo que eso es lo que hace que lo vayas posponiendo y posponiendo… pero en algún momento hay que empezar a engrasar al pequeño hombre de hojalata en el que te has convertido durante las vacaciones y ya no hay excusas que valgan. ¡Hay qué moverse!

Así que la semana pasada me marqué dos días corriendo en la cinta del gimnasio viendo Los Caballeros del Zodiaco –que siempre hace levantar sonrisillas a los orientales que pasan por detrás mio– y unas pocas pesas aburridas, a las que añadí un día de trote por el Riverside en buena y desvirtuada compañía. Me pareció más oportuno poner primero en marcha el cuerpo antes que estirarlo, por lo que decidí dejar la clase de yoga de lado y dedicarme a sudar un poco la gota gorda. Pero más que sudar lo que hice fue descubrir con gozo que mi bazo seguía dentro de mi, por que casi lo echo por la boca cuando llevaba apenas seis kilometrillos de nada. Además de esto, el sábado tuve mi trancendental día de reencuentro con Tentsmuir, en el que ir buscando setas mientras solucionabamos los problemas del mundo hizo que sin quererlo ni beberlo nos fuéramos hasta casi 16 kilometros. ¡Casi’ná!

 Pero el día estrella fue el día de ayer y por varios motivos. Primero por que era un día en el que todo apuntaba que me iba a quedar en casa con poco que hacer y que acabó siendo un día de excursión a un sitio completamente desconocido. Y segundo por que por fin retomé el mundo del ciclismo. Así que sin pensarlo mucho me levanté temprano, cargué a Iván, a las bicis y a los bocatas en el coche y nos fuimos dirección Callander buscando la orilla del loch Katrine. La ruta que hicimos transcurre por el lado norte y tiene la opción de poder hacerse también cruzando el lago en un bucólico barquito de vapor y tomarse un café con un helado en la orilla del otro extremo. Desde luego una turistada muy tierna que nosotros, por no hacer lo típico, decidimos no hacer. Dejamos el coche e hicimos la ida y la vuelta en bici, y además le sumamos otros 20 correspondientes al siguiente lago, el loch Venachar, por que fuimos más chulos que un ocho y por que no quisimos pagar el aparcamiento del Katrine. Ya echaba yo de menos hacer una rutita larga dando pedales, aunque el dolor de culo y de manos que tengo hoy… me están haciendo acordarme bastante de mi bici, la de verdad, con sus supensiones, sus cuernos, su ligereza… Hay que ver lo fácil que es acostumbrarse a lo bueno y lo difícil que es ir hacia atrás en cuanto a calidad se refiere.  Por que si algo tiene mérito no es hacerse 60 kilómetros, no, es hacerlo con semejante aleación de hierro forjado que parece que sierra el asfalto a su paso. Vamos, mi mayor motivación para seguir dando pedales era que me sentía como Goku entrenando en el otro mundo con pesos en las manos y en los pies.

No es que quiera buscar culpables a que fuéramos parando todo el tiempo, pero es que las vistas y el buen tiempo que nos hizo, hacían imprescindible el ir con el móvil en mano retratando marcos incomparables continuamente. Eso, y que para la próxima vez recordaré hinchar las ruedas de la bici antes de ponerme a dar pedales como un loco, por que me da a mi que me cansé más de lo necesario a la ida con los neumáticos un tanto… flaciduchos.

Y ya lo he dicho otras veces, el deporte no tiene recompensa, tiene un objetivo. Y en este caso estaba claro, ¿verdad? Ruta de 60 kilómetros, un punto de destino, un lago, una cafetería… sí, denominador común: el bocata de jamón. Eso no podía faltar, y aunque fuera difícil disfrutarlo mientras eramos devorados por los malditos midges, sentó como mano de santo. El bocata y el café con heladito que nos tomamos antes de retomar el camino de vuelta ya con las ruedas bien hinchadas y las baterías a tope. Pero tampoco es que le metiéramos el ritmo contrarreloj, no, por que la segunda recolección micológica del fin de semana y el descubrimiento de que los McGregor tenían un cementerio muy chulo nos mantuvieron entretenidos otro rato. Finalmente, llegamos de vuelta al coche y descubrí que las cañas de pescar modernas tienen alarma incorporada y te puedes ir a echar un meo mientras pican –las cosas ya no son lo que eran, lo tenía que decir– y que un mezcladito de kikos y panchitos solucionaría muchos problemas del mundo por la paz que transmiten y que recuperan tan ricamente el cuerpo después de un gran esfuerzo. El dopaje al lado de los frutos secos tendría muy poquito que hacer, pero esto aún no se sabe.

 

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Así que todo este rollo que os he contado es para contaros que me doy por desengrasado y completamente reintroducido a la vida cotidiana. Y como ya no necesito a Dorothy, ni tres en uno, ni mierdas varias, para celebrarlo hoy he decidido para y parasitar un poco el sofá para que tampoco se le olvide mi forma y sigamos respetándonos el uno al otro. Mañana quizá decida ir a yoga para ver si se me quitan las palpitaciones culares estas que me ha dejado el sillín de la bici. Y después…pues ya se verá, pero a ver si alguien organiza una barbacoa ya rápido por que sino esto va a ser demasiado sano y tampoco hay que abusar. 

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Este año de islas va el juego. No se por que extraña razón hemos decidido que el 90% de nuestro ocio estival del 2014 vaya a ser en diferentes islas. Igual es que echamos de menos jugar a la Oca o a lo mejor es que estamos pasando más frío que un Frigo Pie en el congelador, pero el rollito de estar incomunicados del resto del continente nos ha gustado. Ya empezamos un poco el mes pasado con el viaje a la isla de Skye, pero esta vez hemos cambiado de isla: la isla de Arran. El resto de islas… serán más calurosas, pero eso es aún otra historia que aún está por llegar. Así que primero de todo, ¡Arran-quemos!

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La isla de Arran es un pegote de tierra ubicado en la costa oeste de Escocia. No es una isla muy grande –se puede recorrer facilmente en dos días en coche–, pero se la conoce como una mini-Escocia. En teoría engloba un poco de lo mejor de cada parte de esta tierra: ovejas, montañas, brezos, helechos, piedras, agua, lluvia, nubes… Pero a mi me ha parecido que más bien se trata de un resort vacacional para gente que no quiera pasar mucho calor. Tiene la posibilidad de hacer un montón de excursiones de distintos niveles de dificultad, playas de esas de las que tienes que echarle huevos, castillos, tiendecitas de queso, de velas… vamos, que lo tienen muy bien montado. Además, si te va el rollo más espiritualoide, hay un islote pequeñito enfrente de la isla que fue comprado por un monje budista hace unos años y ahora parece ser que es un reconocido centro de retiro y meditación: Holy island.

 Para empezar, para nosotros se trataba de una experiencia nueva. Sí, es una gilipollez, pero nunca habíamos metido el coche en un barco. Había vivido el ir en un barco con coches, en un barco con trenes y en un barco con gente mareada potando por la borda, pero nunca había vivido la experiencia esa de meter el coche por la proa y sacarlo por la popa como si de una digestión pesada se tratara. Y he de confesar que mi obsesión con llegar con dos horas de adelanto a los aeropuertos se extiende a los puertos marinos. Desde la salida de Dundee y sobretodo con el atasco monumental que pillamos camino de Glasgow, un hormigueo/intranquilidad rondaba por mi cuerpo: no quería llegar tarde y perder el último barco camino a Valinor, la tierra prometida. Vale, que Gandalf no iba en el barco, pero no me gusta llegar tarde a los medios de transporte, me imponen un gran respeto. Por supuesto, como era predecible, llegamos los primeros y tuvimos que hacer tiempo en un café de dudosa reputación. Era de esas típicas cafeterías en las que si entra Chicote seguro que le saca grasa hasta debajo de la caja registradora. «Pas-Arran mil años pas-Arran» hasta que se me pase esta obsesión con estos lugares. Ahora, eso sí, el fresco paseito en barco fue muy bucólico y lleno de referencias a Titanic. ¿Por qué será qué esto no me sorprende?

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 El sábado lo dedicamos a ver la mitad norte de la isla. Fue un plan más tranquilo que el del domingo, por que fuimos tranquilamente parando en todos los puntos pintorescos y gastando carrete. Una recomendación a modo de guía turístico es que para ver el castillo de Brodick lo mejor es ir antes de las 11 por qué básicamente las taquillas aún están cerradas y lo ves por la patilla. Vale que no puedes entrar dentro, pero tampoco tiene pinta de merecer mucho la pena. Ahora, los jardines son espectaculares y tienen plantitas para dejar a los alérgicos al polen para crecer gladiolos. La destilería de Lochranza también está simpática, más que nada por que yo creo que debe ser la más nueva de toda Escocia. Y oye, después de que has estado en la de más altitud, en la más pequeña o en la más recóndita… pues sumar a la lista la de más reciente inauguración es un punto positivo para la vida del escocés de adopción. Y también destacar que Arran, al igual que el resto de Escocia, también tiene piedras. Estas no son pictas por que aquí los salvajes esos no llegaron, pero también son del año del picor y recuerdan inevitablemente a Panoramix nuestro druida y a Obelix y su cantera de menhires

 


El domingo tocó algo más de aventura. Un fallo de cálculo sobre el mapa hizo que la inicial ruta de 2 millas se convirtiera en una de 8, y cuesta arriba. La cara de Marta era como la de Contador subiendo el Angliru,y por más que le decía que el lago de la cima estaba más allá de el quinto pino que se veía a tomar por saco, a ella esto no le motivaba nada. Menos mal que mis cantos invocadores de «cielo y tierra pas-Arran, más tus nubes no pas-Arran», mantuvo a los nubarrones lejos en la distancia durante el tiempo justo para permitirnos hacer la ruta en las mejores condiciones posibles. Lo cierto es que el esfuerzo mereció la pena, por que además de las impresionantes vistas pude meter los pies en el lago y hacerme el guay. Por la tarde hicimos otra rutita, está más sencilla, para ver unas cuevas en la costa de la parte occidental de la isla. Esta ruta ya os digo que no fue tan complicada, pero la presencia de moscas, mosquitos y moscardones que perseguían a Marta era digna del National Geographic. Yo no se que huelen en ella, pero se le acercan en auténticas manadas, lo que contribuye a que sus comentarios genocidas crezcan sin parar.

 Así que Arran-des rasgos, así fue la coronación de nuestra primera isla veraniega. Por suerte el coche no nos ha dejado tirados, por que sino el título de esta entrada habría sido «Trata de Arran-carlo», eso lo saben hasta los chinos. Pero bueno, al fin y al cabo me alegro de que eso no haya pasado por que por mucho que el título hubiera sido muy jocoso, de gracia no habría tenido nada. Y como la isla nos ha cautivado los corazones y recomendamos a todo el mundo que pueda, el ir a visitarla… ¡una estrellaza dorada que se lleva para nuestro mapa!

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Justo hoy hace ya dos años de nuestro aterrizaje en Dundee, como pasa el tiempo. Echo la mirada atrás y ya incluso me cuesta ver como eran las cosas antes de llegar aquí. Cuando vamos de vacaciones a Madrid lo veo todo como una vida paralela en la que el tiempo se detuvo, en la que todo sigue igual y en la que yo sigo. Pero a su vez, existe otro yo que no está ahí y que habita cual peregrino Perth Road arriba Perth Road abajo. No se si me explico, espero que al menos otros expatriados o gente que haya vivido experiencias extrasensoriales similares sepan de que estoy hablando. Lo que quiero decir es que la realidad, mi realidad,  se ha vuelto más dundiana de lo que jamás llegué a imaginarme. No es nada malo, todo lo contrario, la integración ya es completa y me siento como un dundonian más, pero que aún quedan muchos rincones desconocidos y cosas por hacer, lo que le da ese puntito de emoción que toda aventura necesita para seguir manteniéndose viva. El balance hasta ahora es más que positivo. Sigo pensando lo mismo de Dundee que el mismo día que llegué. Bueno, a lo mejor ya no lo veo como un sitio tan hostil, pero creo que es un sitio muy bueno para vivir una temporada que tiene un gran abanico de oportunidades tanto laborales como de ocio que lo convierten en una gran elección.

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Ahora ya vemos la montaña desde el otro lado de la ladera. En un principio tres años se plantean muy largos sobre el papel, pero cuando llega una fecha como hoy, miras el calendario y echas la vista atrás parece que no te ha dado tiempo casi a pestañear y que ya te tienes que estar empezando a plantear otras cosas. Es cierto que la mitad de nuestros contratos ya pasó hace unos meses y que por suerte no parece que nos vayan a dar la patada en el culo y echarnos de aquí con una mano delante y otra detrás, pero es cierto que de aquí a unos meses…tendremos que empezar a plantear que hacemos con nuestra vida y/o si movemos el chiringuito de vuelta o a otra parte. De momento todo esto no es más que una especulación y ya se irá viendo como se van dando las cosas, tampoco tenemos que agobiarnos excesivamente con eso. Por ahora toca seguir currando duro y disfrutando de todas las cosas buenas — y verdes– que tenemos alrededor.

Para celebrar este segundo aniversario hemos cumplido la tradición de San Juan a lo grande: con una hoguera y una buena barbacoa para festejar la llegada del verano, quemar todo lo malo, espantar los nubarrones y echarle algo de grasilla al estómago. Probablemente el segundo año sea mejor que el primero en el sentido de que ya estás asentado y las cosas van rodando más por si mismas. Esperamos que el tercer año dundiano que hoy empieza siga trayendo cosas buenas, sigamos rodeados de tan buena gente como hasta ahora y de paso — y si no es mucho pedir — traiga debajo del brazo algún articulillo que haga la futura vida de buscador de empleo algo más sencilla. Por lo demás, yo lo que he pedido en mi salto de longitud es lo típico: salud, dinero, amor… que el Madrid gane la undécima, que la gotera del techo desaparezca, que no tengamos que encender los radiadores hasta diciembre y que los de recursos humanos se equivoquen y le añadan un cero más a la nómina. No es mucho pedir, ¿no? Venga hombre, que se tiren un poco el pisto y no sean tan siesos. Total, mejor que suelten el dinero ahora que lo tienen, por que si nos volvemos independientes…igual tenemos que volver a la oveja y a la cebada como mecanismos de sustento primario y para lo de la pipeta…pues como que no da.

Así que sin más dilación me despiedo y le mando mi más una calurosa bienvenida — no hay ironía alguna en mis palabras — al tercer año dundiano. La historia sigue…

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Dundee, 23 de Junio: Año uno tras la llegada. Hoy llevo todo el día en modo revival y aún me cuesta creer que haya ya pasado un año desde que llegamos aquí. Recuerdo como si fuera ayer que el día de antes de partir mi hermana se había encargado de romperme la cama, no se si por odio fraternal o como mensaje explícito de que ya había llegado la fecha. Del momento traumático de coger la maleta, ir al aeropuerto, hacer esas cosas horrorosas que se hacen en ese sitio horroroso y de las horas interminables de vuelo mejor ni me acordaré. Mi cerebro es sabio y ha hecho un muro de hormigón infranqueable al que no puede acceder a por esa información. Pero si recuerdo bien el momento en el que abrí las cortinas rojas de la habitación 4 del Strathdon, mire al Tay en esa tarde gris, cogí aire y dije: «Bien, aquí estamos. Empieza la aventura».

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Hasta ese momento no me dí cuenta realmente del salto que acabábamos de dar. Por aquel entonces, llevábamos ya casi un año planeándolo todo, pero no se es consciente de la realidad hasta que te das de golpe y en las narices con ella. Las tesis estaban acabadas, Marta tenía trabajo y yo una entrevista en la que me lo jugaba todo o casi todo. Para nosotros suponía un cambio de vida total. Salir de casa, cambiar de trabajo, de país, de gente… todo era nuevo, suponía empezar de cero. De cero patatero. No teníamos nada que perder, era un momento ideal para hacerlo, todo estaba de cara…y desde luego no me arrepiento de nada (bueno, un poco del tiempo, pero no todo iba a ser perfecto).

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Ahora ya ha pasado un año y sinceramente no se si ya soy el mismo. No se si he evolucionado como un Pokemon o me he quedado igual que estaba pero más perfeccionado. He hecho cosas que jamás pensaba que fuera capaz de hacer como meterme en un banco a discutir acerca de comisiones y del tipo de interés, he regateado por un coche, me he peleado con una agencia de alquiler, he hecho croquetas, tartas de queso, crema de zanahorias, también he escrito un blog, he corrido mi primera media maratón, he visto focas, he bailado ceilidhs, ido al casino, me he bañado en el mar del Norte, he dormido en una autovía, he aprendido que el whisky no sabe a madera y también he aprendido a entender a un escocés hablando. Eso entre otras cosas, pero voy a parar por que sino voy a aburrir hasta las ovejas. ¡Ah, sí! También he visto ovejas, vacas peludas, vacas sin peludear, pájaros asesinos, gaviotas listas, gaviotas tontas, cuervos, ciervos, frailecillos… Yo que se, pierdo la cuenta de la de bichos y plantas que también he visto y que juraría que no salían en los libros de biología.

Y ahora mismo a día de hoy, aquí estamos. Después de un montón de «experiencias vitales» parece que todo ha pasado y que no ha sido tan difícil. Llevamos un año currando y nos hemos dado cuenta de que las cosas no son tan diferentes como parecían al principio. La ciencia es igual de «apasionante» en un sitio que en otro (cada uno que entienda lo que quiera), la gente habla de caca, culo, pedo, pis y las llamadas por teléfono son horribles…parece que nada ha pasado, Dundee es ya como nuestro pueblo adoptivo, el pub nuestro refugio y el Tesco nuestra segunda casa. Estamos ya casi tan asilvestrados como unos auténticos dundonian, y eso es lo más. 20130620_134437

Hoy hemos decidido ir a conocer el palacio de Scone para celebrar nuestro primer aniversario dundiano. En este palacio en Perth era donde antiguamente se coronaba a los reyes escoceses y donde estaba la famosa Piedra del Destino. Ese pedrucho que podría haberse sacado de las obras del metro de Glasgow ha supuesto que durante siglos los ingleses y los escoceses se hayan dado de mamporrazos. Pero hoy nosotros, por hacer del día algo un poco emotivo, hemos ido a conmemorar el calendario en el sitio donde la dichosa piedrecita estaba (por que esa es otra, cada uno dice una cosa). Así que allí, como si del mismísimo Jacobo VI y Mary Queen of Scotland nos trataramos hemos puesto la primera piedra de nuestra aventura escocesa.

El palacio en sí no merece mucho la pena, por que una vez visto uno, vistos todos. Y a nosotros, que ya estamos curtidos en esto de los palacetes, pues no nos ha sorprendido mucho. Lo mejor que tiene este sitio es el jardín de secuoyas gigantes, los pavos reales y un laberinto super chulo del que Marta se ha cansado a los diez minutos y ha decidido atravesar un seto (para mi total decepción) con tal de llegar a la fuente del centro y poder salir. El fin de fiesta lo hemos puesto en Paco´s, uno de nuestros restaurantes favoritos de la desaPerthcibida y Perthurbante ciudad de Perth

No se que nos deparará el futuro, estoy muy intrigado. Intento pensar que estaré haciendo en estos momentos el año que viene y escapa a mi imaginación. Pero lo que realmente quiero es estar escribiendo aquí otra vez para contar la de cosas que nos han pasado y la de cosas que hemos vivido. Eso significará que no he sucumbido bajo una botella de isopropanol, que Marta no se ha escapado a bailar belly-dance a un paraíso tropical o que yo no me he cortado un dedo intentando partir cebolla en rodajas cada día más finas. La experiencia continua, probablemente no sea un año tan sorprendente como este último, por que este siempre será «el primero», pero tengo muchas ganas. Una cosa que he aprendido en este primer año aquí en Escocia es que no hay momentos blancos o negros, todas las cosas y todas las personas tienen sus matices. Puede haber sol y lluvia al mismo tiempo, empieza el año dos.

¡Allá vamos!

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La historia que os voy a contar a continuación no tiene desperdicio. Está repleta de moralejas, consejos, experiencias y un sin fin de decisiones poco meditadas que seguro me servirán para el futuro. Pero antes de empezar simplemente deciros lo más importante: Nunca, nunca, nunca hagais un viaje a Escocia sin reservar un sitio para dormir. Un fin de semana de desconexión se puede convertir en una aventura agotadora. Y creedme,  no mola nada.

Comenzamos el fin de semana con la intención de conocer la zona de la costa al norte de Aberdeen, las comarcas de Aberdeenshire y Moray. Salimos algo más tarde de lo esperado por culpa de una máquina evaporadora maldita que volvió a hacer de las suyas cuando teníamos prisa, pero una vez solucionado el asunto nos pusimos en marcha hacia una región aún desconocida para nosotros.

450px-Scotland_Administrative_Map_2009Nuestra primera parada fue en Fraserburgh, un pueblecito pesquero que se encuentra al igual que los baños en los restaurantes, al fondo a la derecha. Mi consejo como escocés adoptivo es que si estais planeando hacer una ruta por estas tierras…os olvideis de este sitio. Tiene un faro muy viejo muy molón pero el pueblo está más muerto que una ciudad de The Walking Dead. Por miedo a encontrarnos zombies enfuerecidos no nos detuvimos mucho y seguimos bordeando la costa hacia Moray en pos de un destino mejor.

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Por el camino descubrí la auténtica debilidad de Marta: los corderitos. Es una cosa que no sabía y que le encanta. Es verlos y se le cambia la voz y agita las manos de una manera muy extraña. Y desde luego, no es que hubiera pocos. Aunque yo sólo pensaba en la cantidad de chuletillas de cordero que podían salir de esos bichejos, a Marta esto le rompía el corazón e hizo que se convirtiera en un tema tabú del viaje. Y es que las muy guarronas de las ovejas deben andar en momento reproductivo, y a estas alturas del año toda oveja escocesa tiene dos corderitos que no se levantan un palmo del suelo al lado de ella. Mi pregunta es, ¿todas las ovejas paren gemelos?, ¿comen Petit-suisse? Otra pregunta que lanzo al aire es si las ovejas negras paren en otro momento del año diferente a las blancas, por que después de pasar por muchos prados y hacer una estadística al rollo «cuenta la´vieja«, mi conclusión es que las ovejas negras no tienen tantas crías como las blancas. ¿Por qué será? Dudas biológicas ovejiles asolan mi mente esta noche…

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Hizimos una parada intermedia en Banff, otro sitio de la geografía escocesa completamente desconocido y a mi parecer otro sitio completamente prescindible. Lo siento por los Banff-ianos, pero lo único memorable que tiene este sitio a parte de la zona de la playa, es el Castle Bar, su bar de borrachillos locales que cantan con pasión grandes exitos de los Boyzone mientras toman Bacardí con Coca-Cola. Esto me lleva a otro dato de interés: los borrachos escoceses no toman whisky, se pillan el trozaco padre a base de Bacardi blanco. Flipa.

Y a partir de aquí se desató el apocalipsis que dió, ahora si lo puedo adelantar, con nuestros cuerpos en Dundee a las 5:30 de la mañana. Tras dar un paseito por la playa de Cullen, sitio que merece más la pena que los anteriores, y tener una conversación acerca de los distintos términos para decir «puerto» en inglés, decidimos irnos hasta Elgin y pasar allí la noche. Nuestra sopresa al llegar fue ver que todos los B&B estaban llenos, no nos cogían el teléfono o no nos abrían la puerta. Sin alarmarnos mucho nos pusimos a buscar un hotel, con la sorpresa de que tampoco había disponibilidad en ninguno de ellos. Fue uno de los recepcionistas el que nos dijo que como era fin de semana de Bank Holiday estaba todo bastante lleno. Su consejo fue que nos fueramos hacia Inverness y buscáramos algo por el camino. Ese era el plan que teníamos para el día siguiente, así que tampoco supuso un gran trauma, y al menos parecía claro que encontraríamos algún sitio donde quedarnos. Ahora ya sabeis que el final no fue así.

Por no hacer muy largo todo lo que pasó, lo resumiré diciendo que no hubo forma humana de encontrar un sitio para dormir en toda la zona. Todo Inverness estaba lleno, desde los albergues más baratos hasta el hotel de mayor lujo de la ciudad. Y yo me pregunto, ¿cuál es la capacidad hostelera de una ciudad que vive basicamente del turismo y que no es capaz de tener plazas libres en NINGÚN sitio el primer fin de semana de Mayo? Nuestros ojos no daban crédito cuando llamada tras llamada, albergue tras albergue y hotel tras hotel la respuesta era la misma: «sorry, but is not possible» o lo que es lo mismo «lo siento, peinaos». No sólo en Inverness, sino en todos las ciudades de los alrededores, Nairn, Tomatin, Avoch, alrededores del Lago Ness… Esto nos dejaba dos opciones: dormir en el coche o volvernos a casa.

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Eran más de las 2 de la mañana cuando salíamos de preguntar del último hotel. Con el cerebro frito y con ganas de zambullirme en el Lago Ness para no salir jamás tomamos la aún no se si buena o mala decisión de volvernos a casa. Más de 200 kilómetros para, durante 3 horas de viaje atravesando las Highlands, poder terminar este día de excursión que se acabó convirtiendo en una pesadilla.

En nuestra odisea de vuelta a casa nos encontramos primero con un ciervo por la carretera que casi nos mata del susto. Después, según nos adentramos en las Highlands pasamos un tramo de lluvia y niebla como si estuvieramos pasando el paso de Caradhras,  tras lo cual decidimos parar a descansar un rato en un layby de la carretera. En Escocia, una vez has pasado Perth ya no hay gasolineras, áreas de descanso u hoteles de carretera donde parar. En cambio, cada pocas millas existen pequeñas zonas donde los camioneros aparcan y pasan la noche, los famosos layby estos que os cuento. Y ahí estuvimos nosotros, tirados cual colilla casi a las 4 de la mañana en algún lugar perdido en mitad de las Highlands mientras los camiones meneaban el coche cada vez que pasaban por nuestro lado.

Tras esto, con las pilas algo cargadas y con Jaime Urrutia sonando en el iPod al volver a arrancar, nos pusimos de nuevo en marcha. ¡Qué barbaridad! Por suerte, a las 4 de la mañana empezó a amanecer y la última hora y media de viaje se hizo más agradable. Pasamos por un pueblo que se llama Guay, lo que nos dió para un buen rato de coñas estúpidas de estos de cuando la cabeza ya no te da para más (aunque de guay el tema no tenía nada) y hacia eso de las 5:30 estábamos metiéndonos finalmente en la cama. Un voltio más que considerable para lo que iba a ser un fin de semana de desconexión. Creo que a parte de las 24 horas de Le Mans, también se podría incluir esta como una de las grandes rutas.

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Ahora a toro pasado, ha pasado a convertirse en una anécdota más de toda esta aventura, pero realmente la noche tuvo telita marinera. No se si las decisiones fueron las correctas o si nos dejamos llevar por la locura del momento. Pero insisto, aún pareciendo que creais que viajais a un país civilizado que vive del turismo, no lo es. Serán una super-potencia mundial pero lo del alojamiento hotelero no es su fuerte, lo que hace los planes improvisados no sean para nada la mejor opción. Asi que a menos que tengais un aire aventurero a lo David Livingstone…no salgais de casa en Escocia sin tener claro donde vais a acabar ese día o como decía aquella canción de Celtas Cortos…puede ser «el comienzo de una triste historia en el que el protagonista eres simplemente tú».