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Adoro mi mano izquierda, me lo da todo. Desde pequeñito me ayuda a rascarme el ojo como si fuera un hámster, me hace escribir con la muñeca desencajada y es la responsable de generar auténticos estropicios cuando uso las tijeras –las de diestros. Ser zurdo es un orgullo, poca gente lo es y como somos considerados demonios, raros, deformes… le da un toque de exotismo que te hace convertirte en un tipo interesante.

Y aunque la uso mucho menos, también quiero mucho a mi mano derecha. En un mundo de diestros resulta muy útil para desabrocharte la bragueta, sacarte las monedas del bolsillito ese pequeño de los vaqueros, para usar el ratón de los ordenadores o para pipetear en el laboratorio. Por eso a la mano derecha también hay que mimarla, pero ayer ella sufrió el primer accidente laboral de mi dilatada carrera como científico. Dentro de las millones de cosas terribles que te pueden pasar en un laboratorio, lo más tonto me tuvo que pasar a mí. Intentaré explicarlo con un lenguaje sencillo para los no duchos en la materia.

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En el laboratorio trabajamos con células que crecen en placas de cultivo. En vez de comer bistecs de ternera como nosotros, se alimentan a través de un medio líquido de color generalmente rojo que es lo que sale en los telediarios cuando sacan a alguien relacionado con ciencia e investigación. Este medio es el que les aporta nutrientes para que crezcan sanas y nos hagan ir los fines de semana a cambiarlas a placas más grandes porque ellas no entienden de descanso y se dedican a dividirse como si no hubiera mañana. Pues bien, para cambiar ese medio antes de añadir nuevo hay que quitar el viejo usando unas pipetas que pueden ser de plástico o de cristal — ambas completamente estériles porque no queremos que nada indeseable vaya a convivir con nuestras pequeñas y nos arruinen la semana. Pues bien, obviamente mi historia de hoy está relacionado con estas pipetas que para hacer la historia interesante, en mi laboratorio son de cristal.

Cambiar el medio de las células es lo más rutinario que hacemos, si contamos con que  llevo ocho años ya metido en un laboratorio y uso unas 20 o 30 pipetas al día no sé ni calcular la cantidad de ellas que habré usado. Ayer, la primera decidió romperse en el momento en el que iba a acoplarla a la bomba de vacío y… se llevó con ella todo lo que pilló a su paso. Desastre total, mi pobre dedo índice fue detrás. Y como os podréis imaginar, la combinación de cristal con yema de los dedos… igual a matanza de cerdo ibérico.

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No relataré la sangría por no ser desagradable y por no traumatizar al público infantil, pero el manantial de Solán de Cabras se queda corto al lado de esto. Por suerte, el destrozo no fue muy grande y tras tres horas en el Ninewells hospital — al que no habíamos ido en dos años y medio y al que hemos ido tres veces en las dos últimas semanas — salí limpio y con un bonito punto de boxeador americano que queda muy chulo aunque no me lo veo. La estancia en urgencias fue cuanto menos graciosa. Por suerte, a lo largo de mi vida de no tener que ir a urgencias en España, pero me fascinó bastante el proceso de admisión que tuve aquí ayer. Según entramos por la puerta de urgencias, la señorita de la recepción me preguntó por mi vida y obra, mi dirección, edad, teléfono, los datos de Marta, mi religión… y me hizo pasar a una sala de espera. Pero… ¿me preguntó qué me pasaba? No, no lo hizo. Debe ser que al medico de urgencias le resulta más interesante saber si has hecho la comunión o si rezas mirando a La Meca antes que saber si te estás desangrando.

Aunque tengo que decir que no me puedo quejar de la atención, que aunque fue lenta, fue muy buena. Tres enfermeras y un médico tocaron, fotografiaron, limpiaron y vendaron mi desfigurado dedo y lo dejaron muy requeteapañado para unos cuantos días. Ahora comprendo bien todas las clases del sistema circulatorio y es verdad que la sangre circula por el cuerpo, porque cada vez que cojo cosas con la mano derecha o la bajo por debajo del corazón noto todo mi líquido elemento fluir por mi dedo y esto me produce una sensación bastante desagradable que espero que se pase pronto. Pero lo mejor es el espectáculo que tenemos ahora montado en casa, es algo épico y estoy seguro que trovadores dundonian lo relatarán en el futuro. Marta está también convaleciente moviéndose menos que un Power Ranger después de enfrentarse a un ejército de Masillas y yo estoy en una situación en la que no puedo abrocharme los zapatos, por lo que el entrar y salir de casa se convierte en un proceso que lleva tiempo y preparación. Tanto, que ahora mismo parecemos más una casa de acogida que una joven pareja de treintañeros con fiestas de sol a sol. Dicen que hay momentos que se recuerdan toda la vida, ¿no? Este sin duda va a ser uno de ellos.

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Volviendo a la vida laboral, tengo que decir que en el laboratorio también me han tratado muy bien. Además de limpiar todo el reguero que dejé tras de mi, hoy me han hecho la comida, me han hecho una tarta de manzana y han terminado mis experimentos. Me siento muy en deuda con ellos, no se cuanto chocolate, cervezas y botellas de vino tendré que comprar, porque había pensado hacer tortillas de patatas pero claro, no puedo darles la vuelta así que tendré que dejar esto hasta después de la recuperación. Viendo las cosas por el lado bueno, al tener la mano izquierda operativa he podido hacer cosas y no tengo la sensación de haber sido un hombre-costra. No he pipeteado, pero en cambio he pasado un bonito día pegado a la pantalla del ordenador escuchando canciones en panyabí y comiendo como si estuvieran matando a un cerdo antes de la matanza. O espera, ¿eso no fue ayer?

 

Desde que el mundo es mundo siempre ha habido gente enormemente reconocida y gente que ha vivido al lado de estos y que ha pasado a la historia con más pena que gloria. Filemón, Chaoz, Pepe Gotera… son muchos los personajes de ficción o incluso reales que han tenido que vivir a la sombra de una gran personalidad. Pero al igual que hay personas olvidadas, también hay objetos que han sido o están condenados a ser ignorados para siempre. Y no me refiero a objetos irrelevantes como el clásico reloj de comunión, el cual sacas emocionado de su paquete envuelto en papel de colores pensando que es esa Game Boy con la que siempre has soñado para enseguida darte cuenta de que las ilusiones son efímeras y que simplemente se trata de un triste reloj de agujas que ni siquiera te gusta. No, no me refiero a ese objeto, que acaba en el fondo del cajón hasta que se le acaba la pila y desde donde pasa a la caja de «cosas sin pilas» y continua su ciclo sin fin como si de un patito de goma dando vueltas por el océano se tratara.

 

Los objetos a los que me refiero son objetos de uso cotidiano, que tienen una función clara en tu vida pero a la que nunca les agradeces lo suficiente el bien que te hacen. En mi caso me refiero a mis dos pequeños grandes olvidados: SciSpin y Stuart. SciSpin es una pequeña centrífuga de mesa. Es sencilla, no tiene botones y ni siquiera tiene un mecanismo de seguridad que te impida meter la mano si está dando vueltas. Es por eso por lo que me gusta, tiene chispa, le gusta el riesgo. Su boca verde me saluda todas las mañanas al ponerme la bata como si del Cocodrilo Sacamuelas se tratara, y siempre está listo para darle vueltas a mis tubos. Mi otro amor es Stuart, un pequeño agitador magnético que tan pronto te disuelve la leche como te mezcla el potingue más complicado que le pongas encima. Al igual que su compañero, Stuart también es más simple que las orejas de Mickey Mouse. Ni regula la temperatura ni acepta agitadores mucho más grandes, le gustan las cosas como son, no salir de la rutina y ajustarse a su horario de trabajo.

SciSpin y Stuart no hablan mucho pero tienen chispa, y lo digo porque comparten regleta. Y sí, no puedo evitarlo, siento algo por ellos. Aún recuerdo el día en que a Stuart perdió a su agitador y se sintió como si hubiera perdido a su hijo en el supermercado, ¡qué sofocón! Paramos inmediatamente todo lo que estábamos haciendo en ese momento y pusimos patas arriba el laboratorio hasta que encontramos al pequeño de Stuart agonizando en la pila agarrado a la vida magnetizándose con todo lo que pillaba a su alcance. Stuart padre lo pasó muy mal, pero por suerte la historia no acabo en tragedia griega y los dos pudieron seguir dando vueltas juntos. Aunque con el que realmente me lo paso bien es con SciSpin, con él me parto de risa. El pobre está pasando una adolescencia complicada pero en el fondo es muy salado. Hace poco descubrimos que tiene una vida secreta y que aunque siempre se viste con su cabezal de ocho tubos, en realidad tiene un fondo de armario mucho más grande. Tiene otros dos o tres adaptadores más para otros tubos pero le da vergüenza decirlo. Tendrá la boca muy grande pero es muy tímido, así que como está rebelde de momento le dejamos que vaya a su rollo. Es genial.

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Por si no lo sabíais, en un día cualquiera de la vida de un científico, el número de aparatos caros que se usan es bastante elevado. Hay que andarse con cuidado e intentar no pensar mucho en la cantidad de ceros que puede llevar asociado una cagada gorda en el momento equivocado. Estos aparatos siempre están en boca de todos: que si el citómetro se ha atascado, que si el microscopio tiene el objetivo lleno de mierda, que si el incubador pita cada vez que se abre la puerta… y claro, nadie habla nunca de los otros objetos cotidianos, los que siempre funcionan y nunca se quejan, los pequeños gran olvidados. Por eso hoy me acuerdo de ellos y les dedico este homenaje. Por que sin ellos la vida sería más tediosa y desde luego, mucho menos divertida. ¡Esto va por vosotros maestros!

No es que esté rehuyendo de la intimidad que me da el tener un cubículo de unos 5 metros cuadrados para mi solo, pero es que realmente me siento abandonado. En los casi dos años que llevo en este laboratorio jamás me había pasado estar más de un día con la oficina para mi solo, pero por una conjugación de viajes y partos resulta que a día de hoy me doy conmigo y con mis huesos en esta MI oficina. Vamos, que como no tengo nadie con quien hablar, pues he decidido que no había nada de malo en escribir el blog en horas de trabajo y dar a conocer al mundo mi situación.

 

 

Se que mucha gente en mi situación diría «¡qué gozada!». Creo que hasta yo mismo si me hubieran preguntado la semana pasada habría contestado lo bien y tranquilo que iba a estar a mis anchas, pero ahora mismo tengo más un sentimiento de abandono que de otra cosa. No tengo a nadie a quien contarle mi aventura con el retrete y el habitante cósmico que he encontrado pegado a el y por eso me he visto obligado a contarlo por e-mail, lo cual considero frío e impersonal por que no termina de captar toda la esencia y el aroma del momento. No tengo a nadie murmurando y maldiciendo por que un gel no ha corrido o una transferencia puesta del revés… y no tengo a nadie hablando de caballos, curry o bebés a mi alrededor. Y me aburro, me aburro mucho. ¡Quiero qué vuelva alguien ya!


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Porque estar solo tiene muchos contras. ¿Acaso qué pasa si accidentalmente se me resbala la taza del té, esta impacta sobre mi pie y al echarme para atrás con violencia haga que el líquido salte por los aires y caiga sobre mis manos que en ese momento aporrean el teclado del ordenador con violencia?, ¿qué pasa si llaman por teléfono y no entiendo a algún escocés descarriado con ganas de dar cháchara?, ¿quién me va a ayudar si me quiero tirar por la ventana y no encuentro la colaboración necesaria para reventar las ventanas antisuicidio que tenemos? ¿Eh?, ¿quién?, ¿quién? ¡Nadie, estoy solo!

 

Pero tampoco quiero decirlo muy alto por los pasillos por que puede dar lugar a que los ladrones vengan a la oficina, ¿no? Oh, no, mierda, ¡qué acabo de hacer! Simplemente el haber mencionado este simil tan tonto me ha hecho empezar a canturrear la cancioncilla y ahora no puedo parar. No puedo parar por que no tengo a nadie que me cuente algo relacionado con algún idioma del mundo o algo que me haga decir «pues en España lo hacemos así», por eso no puedo parar de cantar la canción esa de la que sólo me salen dos frasecillas y el resto va acompañado por un triste «laico-lailo-lailo-la».

 

Creo que me voy a ir a contarle mi vida a las células a ver si haciendo un poco de esfuerzo consigo que me contesten. Sino, me vuelvo al baño, que seguro que allí me dan conversación. Por que además, ¿cómo voy a mejorar mi inglés si me dejan en semejante retiro espiritual? Espero que esto no se vuelva a repetir. El año que viene reparto calendarios antes de que la gente se coja vacaciones o decida quedarse embarazad@ sin avisar al resto. A ver que va a pasar aquí, leñe.

«Cayetana de Alba, ¿reina de la Escocia independiente?». Así, tal cual, frase bomba. Sin lugar a dudas esta ha sido la de las noticias más impactantes que jamás he escuchado. Hay veces que una noticia te deja literalmente con los ojos como platos, especialmente si no te la esperas. Tú estas tranquilamente metido en tu rutina, trabajando…y de repente te llega un nuevo e-mail con un asunto como ese. Por supuesto al principio, no te lo crees, «será una chorrada» piensas. Pero no, abres la noticia, lees… y en ese momento tu cara se convierte en algo parecido a la de Jim Carrey en La máscara, con la única diferencia de que la que está delante tuyo no es Cameron Diaz en sus años mozos sino la mismísima Cayetana de Alba en…su senescencia permanente.

The Mask 1994 real : Chuck Russell Jim Carrey COLLECTION CHRISTOPHEL

Porque, ¿alguien se había imaginado que algo así pudiera pasar? Es verdad, que esa mujer tiene más títulos que el Escalerillas FC pero jamás me había planteado que existiera la más remota posibilidad de verla sentada sobre la Piedra del Destino y emperifollada con corona, cetro, capa y rodeada por mogollón de hombretones rudos de las Highlands. La cabeza del ser humano no está preparada para esa imagen.

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No es que sea yo una persona que siga con mucho afán la vida de la realeza, ni que sea un partidario del «Yes, Scotland». Soy de los que piensan que la unión hace la fuerza y que mejor juntitos que mal acompañados, pero he de confesar…que esto me haría ilusión, mucha. Bueno, no se si realmente es ilusión lo que me genera o tal ataque de carcajadas que hace difícil que la idea se vaya de mi cabeza. Y es que me la imagino ahí, como completa soberana de los scots, vestida de flamenca con su peineta al viento y dirigiéndose a sus súbditos a la voz de «sois mala gente».

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Porque si la Duquesa de Alba fuera coronada como Reina de Escocia, yo tengo bien claro cual sería su primer cometido: hacer un cambio radical al estilo de los kilt. En primer lugar, las rayas fuera y bienvenidos los lunares. Nada de llevar las medias hasta las rodillas cuando puedes llevar unas taleguillas muy monas. Y nada de puñal, no, nada de eso. En vez de un cuchillo para desollar haggis un buen abanico para quitarse los sofocos y en el sporran una bota de vino en vez de una petaquilla.

Con todas estas medidas no se si Escocia iría a mejor o a peor, pero desde luego haría que tuviera mucho más salero. Por que en un mundo en el que la duquesa de Alba fuera reina, no habría cabida para las pintacas calientes, no. Lo que habría serían grifos de Cruzcampo por doquier y jarras de rebujito para acompañar a los single malt. Con esto los pubs de Dundee a las 12 de la noche no serían tan parecidos a un documental de La 2, el efecto Cayetana habría llegado a la ciudad. Y por supuesto las cartas jamás llegarían tarde, Alfonsito estaría simpre pendiente como buen rey consorte de que el servicio de correos funcionara perfectamente. ¿Veis? Escocia sería viable y la Armada Invencible por fin podría descansar tranquila. No más tormentas en el horizonte, la venganza se habría servido en plato frío. El conquistar la pérfida albión de esta manera sería como ganar un partido de fútbol de penalti injusto en el último minuto, pero aaaaaaah, Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita.

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Pero bueno, siendo realistas y despertando de mi sueño, el que esto ocurra es menos probable que el que yo me mantenga todo el rato despierto en un seminario de departamento. Históricamente sus lazos tiene la mujer, pero obviamente aquí no la conoce ni el tato. Los Estuardo serán recordados como unos grandes de la historia escocesa, pero en los periódicos la han llegado a definir literalmente como «esto». Sí, como el hermano de la bola de pelo de La Familia Adams, y eso que la mujer no tiene tanto. Ha sido una buena noticia que nos ha dado para horas y horas de conversación. El simple hecho de ver la cara de mis compañeros de laboratorio al contarles todo esto ha valido más que treinta años de reinado. Pero aquí son muy de la tita Isa, no lo pueden evitar. No se como acabará toda esta historia el 18 de Septiembre, pero lo que si esta claro es que doña Cayetana… se seguirá yendo de vacaciones a Ibiza, por que en el castillo de Balmoral los baldosines están muy frios. Y todo el mundo sabe que ella tiene en el cuerpo un sensor especial para estas cosas.

Por una regla de tres simple si a ti te hacen llamar mamá pato por que en tu trabajo tienes un patito a tu cargo,  significa que automáticamente la persona que fue tu mamá pato durante tu etapa de pato se convierte en la gran abuela pato. Digerir tanto pato en una frase suena un poco complicado, pero la pato-genealogía científica es así de cruel. Los patos en un laboratorio generalmente aparecen de la nada y por sorpresa, luego crecen a golpes, maduran, se vuelven unos frikis, vuelan y encuentran nuevos patos a los que enseñar, se convierten en nuevas mamás pato…y esporádicamente se reencuentran con sus progenitores. Sí, así funciona la genealogía científica, un lío muy grande pero con mucho encanto.

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Este fin de semana hemos tenido el placer de albergar en nuestra húmeda cueva a la gran abuela pato. La gran abuela pato se ha hecho tan famosa que ahora la reclaman por todos los rincones del mundo y precisamente esta semana ha tenido que venir cerca de estas tierras a expandir conocimiento. Así que aprovechando que Newcastle pilla a tiro de piedra del Tay… pues se ha pasado el fin de semana a hacernos una visita. Como era de esperar, hemos comprobado que a pesar de todo sigue estando más tarada que una oveja escocesa en época de sequía. Advierto las fotos que aparecen aquí abajo no son del todo representativas de lo que ha sido el fin de semana. He tenido el decoro de hacer una selección para mantener un poco la compostura y no destrozar su carrera de científica reputada.

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Estos días apuntaban más a parecerse a la película de «El día de mañana» que a un bonito fin de semana para hacer turismo por Escocia. El cielo estaba más oscuro que el culete de Bambi y hasta los coches indicaban que el grajo iba a volar bajo, pero por una especie de suerte misteriosa los McAngelitos han cerrado el grifo a ratos para dejarnos  patear St. Andrews, Dundee y Edimburgo con tranquilidad y sin acabar más calados que el submarino de los Beatles.

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Es muy difícil condensar en apenas un día y medio cotilleos, marujeos y anécdotas a la vez que se hace turismo, pero más o menos creo que nos nos hemos puesto al día y hemos hecho una buena introducción a la cultura escocesa. No se nos ha dado nada mal, por que además de visitar los alrededores ha habido tiempo para atizarnos unos buenos whiskys caseros viendo vídeos ancestrales, tomar pintacas tibias de esas que te quitan el hipo comiendo haggis y otros productos de la gastronomía escocesa, tener conversaciones con escoceses «eleven» de esos que se tiran pedos densos, y hacer un mini pub crawl por los locales más selectos de Dundee. Marta y yo hemos decidido pasar a denominar a este tipo de excursiones como el: Scotland Essentials. Futuros visitantes de fin de semana, este es el plan que os espera. Nosotros ponemos el tablero y las nubes, vosotros lo que pase durante — pero por favor no rompáis nada.

Mola un montón esto de tener amigos que se convierten en gente respetable, salen en la tele y hablan de cosas serias. Te hace sentir muy orgulloso y fardas un montón hablando de ellos. Pero lo que más me gusta es poder ser testigo de lo que se esconde detrás de los focos y las cámaras y ver que por muy lejos que llegues hay cosas que nunca cambian. El caso es que la abuela pato ante todo es una persona…muy natural. Hay veces que me tengo que frotar los ojos y darme un par de bofetones para darme cuenta de que es la misma persona que la de la tele y la de las revistas que tienes en la mesilla del salón. La abuela pato es una persona con tanta devoción científica que entre otras muchas cosas este fin de semana no ha dudado en tirarse a los brazos de Dolly, ha perseguido escoceses con kilt para intentar investigar que se llevaba debajo de los cuadros o hacerse una foto con una familia de pingüinos dundonian. Eso es el espíritu de un auténtico científico, la nueva era ya está aquí.

Así que esta ha sido ya nuestra octava visita desde que iniciáramos nuestra aventura dundiana. Nuestro salón de la fama del pasillo se va llenando y ahora da gusto ir de la cocina a la habitación viendo todos los caretos que han pasado por aquí. Y aunque yo prefiero seguir llamándote Mari…¡gracias por la visita chica Nature!, ha sido un placer tenerte por aquí haciendo el gamba. Contigo esta vez hemos descubierto que no hay que ponerse calcetines de esquiar si quieres llevar botas altas. Esto si que ha sido todo un descubrimiento.

 

 

Hay pocas cosas que tengan más significados que el concepto «cinco minutos». Cinco minutos es el tiempo que pasa desde que suena el despertador hasta que te levantas — aunque este pueda aplicarse varias veces –, es el tiempo que te dices a ti mismo que vas a jugar al Candy Crush antes de dormir, o también puede hacer referencia al tiempo que crees que vas a tardar en llegar desde el sofá de casa hasta el punto donde hayas quedado con tus amigos, aunque este se encuentre bastante más allá de los metros que tus pies son capaces de desplazar tu vaguería en línea recta por unidad de tiempo. Además de ser habitual durante la vida cotidiana, dentro del laboratorio el concepto «cinco minutos» también está a la orden del día. Por ejemplo, cinco minutos es el tiempo que le dices a la gente que necesitas para acabar lo que estés haciendo antes de ir a comer, es el tiempo que tardas en tener una reunión con tu jefe cuando ninguno de tus proyectos está funcionado o también el tiempo que tardas en centrifugar unos tubos durante un experimento. Todas estas cosas tienen en común la duración temporal teórica, pero no la duración temporal real. Generalmente, cualquier persona sea de la nacionalidad que sea –menos los alemanes que son muy raros –, utiliza la expresión «cinco minutos» para decir «espera un rato», «ahora voy», «calla coño» o «no te vayas, no te vayas». Pero lo que es curioso es que las máquinas — excepto el Tamagotchi –, a pesar de no tener todavía la capacidad de expresar sentimientos también juegan con esta idea. La entrada de hoy tiene un pasado, un presente y lamentablemente un futuro, y es la relación científico-centrífuga. Este aparato de uso tan rutinario en un laboratorio tiene esta propiedad misteriosa que os digo: la de actuar como el cuarto del espíritu y el tiempo. Tú sabes cuanto tiempo pones la centrífuga y cuanto va a tardar, pero realmente este tiempo es mucho más largo de lo que jamás hayas pensado. ¿Por qué? Científicos de todo el mundo llevan décadas intentando entender este fenómeno, pero hasta el momento, nadie ha dado con la clave.

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Intentaré explicar un poco más el por que de esta entrada para los no puestos en la materia, aunque realmente mi reflexión de hoy no tiene mucho que ver con la ciencia en si mismo. El trabajo en un laboratorio de investigación no se diferencia mucho de la cocina de MasterChef. A ti te ponen por delante un montón de botes con polvos y líquidos (cómida), un timer (cronómetro) un montón de aparatos (horno, turmix, batidora), unos protocolos (recetas) y un experimento como objetivo (receta). La diferencia es que por desgracia tu jefe no tiene estrellas Michelín y que la recompensa no es tener una buena comida después de currar sino un buen mojón, que generalmente es el resultado que obtienes cuando te montas un experimento de grandes dimensiones. Pues bien, sin entrar en detalles escatológicos, durante la ejecución de estos protocolos lo más habitual es tener que enfrentarte al mundo de la centrifugación. Este concepto, aparte de por científicos, también es conocido por los asiduos de las labores domésticas y por los profesionales de Calgón, y tiene como objetivo separar cosas: «tirar pa´baju lo que pesa más y dejar encima lo que pesa menos». Habitualmente y continuando con el uso del lenguaje científico de esta entrada, en condiciones estandar, este tiempo es de cinco minutos. En realidad para ser más precisos, cuando acabas de empezar en este negocio es «cinco minutos», cuando llevas ya un tiempo y te sientes suelto pasa a denominarse «unos cinco minutillos» y cuando ya llevas más años que la tana pasa a ser  «un ratejo». Pero bueno, para no complicar aún más el tema dejémoslo en cinco minutos de centrifugación.

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Cualquiera dirá, «cinco minutos se pasan volando, que exagerado». Pero no. Aquí no pasa como en el programa de Arguiñano, donde misteriosamente cualquier tiempo de espera pasa en un pispás, no, aquí te enfrentas a unos números –generalmente de color rojo — que comienzan una cuenta atrás. Pones tus tubos, cierras la centrífuga, ajustas el tiempo…y le das al botón de «start». Aquí empieza la aventura, pues estos cinco minutos serían como los de las películas. Imaginaos esa bomba que está a punto de explotar y en la que el protagonista tiene sólo cinco minutos para decidir si cortar el cable rojo o el cable azul mientras suda como un cerdo antes de la matanza, esa es la sensación que un científico tiene mientras la centrífuga hace su trabajo. Pero con la única diferencia de que, aquí no hay nada que hacer. Estás solo, tu mirada contra la máquina, abandonado y abocado a la reflexión con tu «yo interior». Pero realmente estás vacío, perdido y deseoso de encontrar algo que hacer para evitar esta tortura a la que estás condenado.

Como podréis comprender, este dilema temporal lleva mucho tiempo presente en mi vida, pero ha sido especialmente durante esta última semana cuando se ha hecho más duro. Este último apretón final antes de las vacaciones de navidad me ha hecho enfrentarme a esta situación más veces de lo deseado. «Lucha y trabaja, que ningún atleta es coronado sin sudor y sin esfuerzo», esto es lo que me inculcaron día tras día desde que era pequeñito. Pues bien, bastantes años después sigo sin saber a lo que San Agustín se refería con esta frase, pero lo que me da la impresión es que por muy exitosa que sea mi carrera, me queda mucho tiempo por delante para saber que cosas de utilidad se pueden hacer durante los cinco minutos que dura una centrifugación y por que estos cinco minutos se multiplican dentro de tu cabeza.  Quizá sea un sacrificio o quizá sea una jugarreta de Murphy, pero sea lo que sea las centrífugas han hecho que el concepto cinco minutos pueda llegar a ser…aún más confuso.

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O como dirían por aquí: cuando estés en Escocia, haz lo que hagan los escoceses: el bruto. Esta frase no hay que tomársela al pie de la letra a no ser que quieras acabar realmente mal, pero si es cierto que hay una serie de cosas que no pueden faltar en la lista de «to do».  En el episodio de hoy hablaremos de… mi primer partido de rugby. Como espectador, claro está.


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Hace ya un par de semanas, fuimos al estadio de Murrayfield, en Edimburgo, a ver un partido de rugby. Es verdad que se trataba de un partido amistoso, pero estuvo bien para hacerse a la idea de como es el ambiente y meterse en el mundillo este que dicen que es de deporte de bestias jugado por caballeros. Y digo yo que… un culo. Los que juegan son bestias y los que animan también, al menos aquí en Escocia. Desde el momento que entramos al estadio ya se respiraba un ambiente…embrutecido. Veinte puestos de salchichas, veinte de fish and chips y una gran carpa donde la cola para comprar cerveza podía dar la vuelta al estadio entero. Se respiraba grasa y testosterona a raudales en el ambiente. Y ya digo que el partido no era más relevante que un amistoso de la temporada otoñal ni nada más ni nada menos que contra Japón. Sí, todo el mundo se pregunta lo mismo, ¿Japón juega al rugby? Pues sí amigos, no hace falta tener mucho conocimiento de este deporte para darse cuenta que son muy malos, pero que ellos lo intentan. Además, la ley Bosman no se como funcionará en el rugby, pero a pesar de mi incipiente miopía, detrás de mis lupos de Rompetechos era capaz de intuir un par de hombretones rubios y otro un poco más moreno de la cuenta para ser japones. Vamos, que deben tener un amplio departamento de recursos humanos reclutando ex-convictos australianos que quieran pasar el resto de sus carreras deportivas representando a Japón. Aún así… sinceramente, creo que deben mejorar.

Es muy curioso ver como en ocasiones ocurren cosas muy extrañas. Será casualidad o no, pero las dos únicas veces que he ido a ver un evento deportivo en Escocia han sido un partido de fútbol de la selección española contra Japón y este de rugby…contra Japón también. No se, los nipones deben de tener algo que me atrae. La próxima vez voy a probar con un partido de petanca o de curling a ver si se cumple la norma de que me salen los japoneses cada vez que voy a ver algo.  

Esta vez en cambio, el ambiente fue espectacular, de eso no hay duda. Aquí les tira lo patrio, y el partido sirve de excusa para sacar a relucir todo el sentimiento que llevan dentro. Es un espectáculo. Banda de música, desfile, himno, fuegos artificiales, cañonazo, un speaker que se cree su trabajo no como el del Bernabeu… en fin, todo un evento para una tarde de domingo helada–tal y como diría Amaral.

El resultado del partido era un poco lo de menos, la idea era intentar pillar las reglas lo más rápido posible sin tener que recurrir a dar un codazo a mis compañeros de laboratorio para que me explicaran lo que había pasado. Lo del tema de los ensayos y las transoformaciones iba bien, pero las faltas, las melés…me quedaban un poco grandes. Por ese motivo decidí dedicarme a emular a los escoceses que tenía alrededor y gritar Scotland con mi mejor acento dundonian. No puedo reproducir el sonido gutural que salía desde lo más profundo de mi ser, pero al final quedaba algo así como: !!!Sh-co-u-lan!!! Quizá el video que mejor represente las dificultades del acento escocés es el de dos escoceses en un ascensor. Todo un ejemplo para los aprendices del momento y unas carcajas sin límite cuando el marcador al descanso era de 11 – 3 a favor de Escocia. Prestad atención al vídeo:

Finalmente ocurrió lo esperable, una paliza. A mí no, a los japoneses. Escocia se vino arriba, y aunque Japón se dedicó a dar cera y pulir cera durante la segunda parte, un rubiales escocés que era el terror de las nenas salió desde el banquillo — mejor dicho desde la bici estática donde esperan los suplentes–, y la lió parda. 42-17 en el luminoso y un gran desgaste de energía. Era tal liberación que Mel se habría quedado corto a mi lado gritando libertad. Me ha gustado esto del rugby, voy a ver si estudio un poco viendo los partidos de los domingos por la tele y para el año que viene me saco una entrada para el Seis Naciones contra Inglaterra o algo así. Todo se andará, por que para eso…hay que ir bien entrenado.

Se hace saber por orden del amo y señor de este blog, que a pesar del aparente estado de semiabandono del mismo. esa impresión no deja de ser una percepción ajena a la realidad sino que viene provocada por la gran saturación de eventos lúdico-festivos de marcado carácter internacional que me han tenido ocupado acumulando datos compulsivamente cual insecto espía del Dr. Gero.

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Ya he comentado alguna que otra vez –más que nada por que me repito más que el gazpacho –, que una de las cosas más interesantes de vivir fuera es que te empapas de culturas completamente diferentes y dejas de ver el mundo de las fiestas regionales como una plaza con gente que se acumula en torno a un armatoste de metal con luces de colores donde dos tías embutidas como butifarras catalanas se mueven de izquierda a derecha al compás de un cantante bajito con dientes muy blancos que está acompañado por unos tíos  de no muy buen ver que llevan una guitarra, un saxo, un organillo y una batería, y no necesariamente en ese orden. No señores, he confirmado que efectivamente existen más cosas aparte de las orquestas y verbenas. Es lo que tiene volverse multicultural y dejar a Chuchi como un apunte jocoso de tu vida.

En primer lugar, hablaré del Diwali, ese gran desconocido. El Diwali o festival de las luces, es una festividad religiosa india que se celebra un día entre finales de octubre y primeros de noviembre y que supone la entrada en el año nuevo hindú. La fecha no es exacta por que depende de la posición de los planetas y de la constelación Nesquik y por tanto el día varía de un año a otro, pero lo importante es que consiste en unir a toda la familia y amigos en torno a una mesa para ponerse morados, estrenar ropa nueva y tirar fuegos artificiales. En eso… no nos diferenciamos tanto, salvo en pequeños y picantes detalles. La comida india es una de mis favoritas, pero sin duda es mucho mejor cuando está preparada de forma casera con gente que le echa todo su cariño y…todas sus especias. Que picor, señoras y señores. No se si puede ser considerado masoquismo, pero las papilas gustativas se nos debían estar volviendo locas al estar a la vez disfrutando como enanas de la comida mientras ardían de dolor y mandaban señales despavoridas para que se nos cayera la lagrimilla y el moquillo. Fue un momento muy entrañable compartir aquel fueg…digo aquella comida hasta el momento en el que me advirtieron: «lo que pica al entrar, también lo hace al salir. Adivina por que en India usamos agua en vez de papel higiénico». En el momento que escuche esta frase me quedé como Han Solo en Bespin, de piedra. Para no intimidar al personal y perder audiencia por ser un cochino, no daré detalles escabrosos de como fue todo el proceso digestivo. Pero como pincelada al aire diré que al igual que a Han, a mi también me dolía «el ojo» al desaparecer la carbonita. Ahí lo dejo

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Por lo demás, pasamos una noche estupenda haciendo el ganso con petarditos lanza confeti y tontunas varias con las que por primera vez, celebré la entrada a un año nuevo diferente al de nuestro querido Gregorio. Ahora que ya lo he vivido, el año que viene me preparo mejor y llamo a hipercohete o alguna de estas tiendas a que me suministren buena mercancía. Y de paso…a ver si me traen una cremita para aliviar el picor.

La segunda fiesta de la que quería hablar hoy es de Halloween. Es verdad que esta ya está muy comercializada y todo el mundo ha oído hablar de ella, pero yo hasta el momento no había estado en ninguna. Como de todo hay en la viña del profesor Blow, nada mejor que un auténtico ciudadano EEUUniano nos enseñara los entresijos de esta fiesta. Lo primero que descubrí es que existen distintos tipos de calabazas, y que no todas son buenas para hacer las terroríficas caras de Pesadilla antes de Navidad. También he aprendido que al igual que con el cerdo, de la calabaza se aprovecha todo, hasta las pipas. A parte de hacer la clásica obra de artesanía, con las tripas se hace una tarta y con las semillas unas pipas para ayudar a la próstata. A día de hoy, una semana después de la fiesta, tenemos la cocina manga por hombro y me parece que vamos a tener que hacer la dieta de la calabaza de aquí a las vacaciones de navidad. Otra cosa importante sobre Halloween que a lo mejor la gente ignorante como yo tampoco sabe, es que para los americanos esta fiesta no tiene por que estar relacionada con dar miedo precisamente. Lo de disfrazarse de vampiro, zombie, Frankenstein o de cualquier variante con poca ropa para las mujeres dundianas no tiene por que estar relacionado con Halloween. Ellos se disfrazan de cualquier cosa, el tema es cambiar de identidad, de mutar y pasar desapercibido. Igual que en las películas. Así que con todas estas cosas bien aprendidas, ahí fuimos nosotros, con nuestras calabazas grandotas del Tesco y con pinta de…bueno, Marta de dar miedo y yo de dar pena. No se por que cada vez que intento disfrazarme acabo pareciendo un payaso o un transexual, es algo a lo que no termino de cogerle el puntillo.

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El tema es que antes de la fiesta, llegó a mis oídos que el origen de la dichosa fiesta es escocés. Que casualidad, no se por qué, pero desde que estamos aquí resulta que todo lo han inventado los escoceses o en algo han metido mano. Desde luego no se si serán un pueblo oprimido o no, pero se lo han montado muy bien a lo largo de la historia para darse a conocer. Pues eso, que fue el poeta Robert Burns el que hace tropecientos años puso de moda el celebrar la fiesta pagana del día de los muertos.

Estas han sido dos de las actividades que más entretenidos nos han tenido las semanas anteriores. Ha habido más, por que no se que ha pasado este mes, pero la llegada del frío ha hecho que la gente se haya animado a hacer planes compulsivamente. Como no quiero cansar al personal, durante la semana iré buscando ratillos para darle otro poco a la tecla e intentar que no quede nada en el tintero. El contraste cultural es muy gracioso, lo estoy disfrutando. Lo bueno es que mientras haya cosas que celebrar… habrá cosas que contar, que es lo importante. Si el ritmo sigue así, me da para hacer pregones y librillos de fiestas durante bastante tiempo. 

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Más de nueve meses han tenido que pasar para que una visita haya puesto un pie en nuestra humilde morada. Es cierto que el tiempo pasa volando y que parece que fue ayer cuando estábamos haciendo el ya bien establecido «tour escocés para turistas de corta estancia»,  pero se echaba ya en falta un poco de trajín en el cuarto de invitados. Aunque ciertamente, nueve meses es un tiempo despreciable comparado con el que había pasado desde la última vez que le vi la cara a nuestra última huésped: ni nada más ni nada menos que casi seis años.

1216325481864_fAllá por Octubre de 2007 una porteña pelotuda procedente del otro lado del mar apareció por el IIB, apenas un par de meses después de que yo hubiera oficialmente dado por empezada mi vida predoctoral. Y aunque únicamente compartimos unos cinco meses juntos en el laboratorio, estos fueron suficientes para vivir un montón de batallitas llenas de momentos apppsurdos, fiestas de disfraces con chorizos en juego y despedidas dramáticas, además de frustraciones laborales que ya nos dieron la idea de poner una tienda de sofás ya por aquel entonces –idea que no deberíamos olvidar en caso de que el futuro se vuelva gris como el cielo escocés.  Y efectivamente,  por mucho tiempo que pase, hay amistades que duran toda la vida. Gracias a los ladrillo-mails primero y al facebook después, hemos conseguido no perder el contacto durante este tiempo. Y aunque el destino nos quiso poner el canal de La Mancha entre medias cuando el océano que nos separaba desaparecía temporalmente, ni el mismísimo Ryanair y sus aviones de cucurucho han impedido que nos volviéramos a encontrar. Pero lo más curioso es la conexión que se tiene con algunas personas, por que a pesar del tiempo pasado, la sensación era como si nos hubiéramos visto el mes anterior, con la única diferencia de que había un hueco de seis años en nuestras vidas. Por eso estos días han estado repletos de muchas cosas las que ha habido que contar y otras tantas las que recordar. Desde luego una experiencia bastante peculiar. Tanto, que en determinados momentos me sentía como Marty viajando en el tiempo con un DeLorean y volviendo al presente a hacer balance de los grandes momentos de los últimos años.

Así que la pelotuda porteña, afortunada en esto de las estancias de corta duración, ha estado por aquí unos días con nosotros. Y como buena visitante de este país, ha tenido una estancia con un tiempo….escocés. Sol, frío, viento, lluvia, tormenta, arco iris….todo esto en media hora, claro. Por que por estos lares es bien conocido aquello de: «si no te gusta el tiempo en Escocia, espera media hora». Los de la previsión meteorológica fallan poco, con tal de poner todos los simbolitos en uno…al menos fijo que aciertas uno de ellos durante un rato. Así es esta gente, les apasiona el riesgo.

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Y a pesar de las inclemencias meteorólogicas la verdad es que han sido cuatro días la mar de productivos: Edimburgo, St.Andrews, Stirling, Pitlochry, Perth, Dundee, Broughty Ferry, más la visita a una destileria, un sinfín de cementerios y una fiesta de Halloween y otra de Diwali han hecho que haya sido una visita la mar de intensa. Todo esto aderezado con unos buenos desayunos con Dundee Cake — de la cual no conocía su existencia — y de un buen Scottish breakfast el último día para cumplir la tradición con las visitas.

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En fin, que me alegra mucho haber podido volver a reencontrarnos y poder recordar el diccionario castellano-porteño, ver que todo sigue igual,  y de paso haber perfeccionado mis técnicas de guía escocés. ¡¡Espero que no vuelvan a pasar seis años para volver a repetirlo!!  Aunque eso sí, espero que la próxima vez… McSun se porte un poco mejor y nos alumbre con un poco más de fuerza. ¡Gracias por venir boluda!

O «mummy duck strikes back», que queda mucho más molón. Después de un año en el laboratorio dundiano ha llegado el momento de retomar frases pasadas y demostrar mis encantos con un nuevo patito, mi primer patito como postdoc en el extranjero.

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Durante la tesis ya me tocó hacerme cargo de unos cuantos pobres estudiantes que llegaban temerosos y a ráfagas al 1.4.1. Con todos ellos me tocó pasar por los protocolarios momentos de enseñanza primaria con los temas estrella: pipeta, campana, tubo, matraz, bote. Algunos de estos patitos llegaron a convertirse en auténticos compañeros de batalla, otros…pasaron a la historia. Y bueno, es verdad que ver que cuando ves que la gente sigue adelante en parte gracias a las cuatro cosillas que les has enseñado…te hace sentir bien.  Eso sin contar claro está, con los momentos de morderse la lengua por la desesperación haciendo cuentas o los momentos de tensión total ante la incertidumbre de salir todos volando por los aires por usar unas prácticas poco ortodoxas. Todos esos momentos no tienen desperdicio y son los que luego pasado el tiempo recuerdas con más cariño.

En mi caso, el término mamá pato nació cuando en uno de esos veranos, no uno, ni dos, ni tres, sino tres estudiantes entraron a la vez en el laboratorio como si no hubiera otra cosa que hacer durante el verano que ir a meterse en un cuchitril lleno de aparatejos de destrucción masiva a pasar el tiempo. Esta vez, y ante la saturación mental que me producía aquella situación, decidí que por aquello de no perder mucho tiempo e ir uno por uno y ya que no me quedaba otra que hacerlo, enseñarles las cosas básicas del centro  y a comenzar a trabajar en cultivos a todos a la vez.  De ahí que los paseos por todo el IIB suscitaran las risitas del personal y se me acabara conociendo con ese nombre o asociándome a la pegadiza canción infantil. 

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Ahora ha llegado el momento de escribir un nuevo capítulo en mi curriculum docente. A partir del lunes tendré una estudiante griega durante 4 meses. Por un lado me hace ilusión, pero por otro también tengo la presión de no poder quedar mal, así que me parece que estos días me voy a pegar unas buenas sesiones de estudio para que no me pille desprevenido y tenga que salirme por la tangente y hablarle de fútbol (estrategia que sin duda seguiré si veo que la cosa se pone chunga). Además esta vez tiene el detallito extra de que ya no puedo pasarle el marrón al jefe si veo que la cosa se complica o si no se que hacer, así que espero saber demostrar mi digievolución y estar a la altura. Una cosa de la que me alegro es que este primer estudiante no sea británico. No es que no confíe en mis conocimientos de inglés nivel Shakespeare, pero sí es cierto que relaja un poco más saber que puedes utilizar un acento más mediterráneo a la hora de comunicarte.

Así pues, ya iré contando mis nuevas experiencias de mamá pato. Espero que me de para tantas batallitas como las anteriores, por que si es así esperaré impacientemente la llegada del siguiente patito…

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